Luciana, tratando de mantener la calma, se limitó a responder:—Sus madres vinieron a buscarme.—¿De verdad? —suspiró con un matiz burlón—. ¡Vaya descaro el suyo!Ella no tenía ánimos para juegos.—Alejandro, suéltalas, por favor.—No.Se negó de inmediato.—No voy a volver a quedar mal contigo. Si las libero, luego te pondrás a reprocharme otra vez, ¿no?Luciana sintió como si le dieran un bofetón de rabia contenida. Su voz estalló:—¿Hasta cuándo piensas seguir con esto, Alejandro?Del otro lado, él pareció confundido, su tono tornándose ronco:—¿Qué dijiste?Con una risa seca, Luciana continuó:—Eres tan inteligente que sabes perfectamente por qué estoy realmente molesta: elegiste complacer a Mónica. Y ahora, en lugar de enfrentar eso, vas y descargas tu ira en gente que ni siquiera pinta nada. ¿De verdad te parece lógico?—¿Descargar mi ira? —repitió Alejandro, con un matiz helado—. ¿De verdad crees eso de mí?Luciana no le respondió esa pregunta:—Admito mi error por haberme compa
En el interior, Luciana se detuvo con un leve sobresalto al ver a la mujer que acompañaba a Alejandro.«¿No es Mónica…?» pensó. Sin embargo, el rostro de la chica le resultaba vagamente familiar. Era una actriz o algo parecido, aunque no recordaba su nombre. «Vaya, así que además de Mónica, hay otra mujer», se dijo.Alejandro estaba sentado en su gran sillón ejecutivo, mientras la desconocida ocupaba un lugar en el sofá. Al ver a Luciana, ambos se quedaron clavados como estatuas, con la mirada fija en ella.La joven se levantó de inmediato, nerviosa:—Señor Guzmán…Alejandro no la tomó en cuenta, concentrando toda su atención en Luciana.—¿A qué viniste? —preguntó con frialdad.Dado que ya estaba allí, Luciana no pensaba echarse atrás:—Te estoy buscando a ti —respondió sin rodeos.—¿A mí? —repitió él, recostándose en el respaldo con una ligera curva en los labios—. Habla, ¿qué quieres?«¿Que de qué se trata?», pensó Luciana. Él lo sabía perfectamente, pero prefería fingir ignorancia p
Serenity Haven.Al llegar, Luciana lo comprendió todo. No era casualidad que Alejandro trajera a la actriz a cenar. Se trataba de un típico “evento con licor”, una de esas reuniones de negocios donde, entre copas y manjares, los hombres cierran tratos y las mujeres se convierten en parte del ambiente.Había hombres de toda clase, cada uno con una acompañante de distinto estilo. Sin embargo, todas tenían algo en común: sabían desenvolverse muy bien, eran simpáticas con todos y bebían sin problemas. Frente a ese panorama, Luciana desentonaba por completo.Para colmo, no podía beber, pues su salud no se lo permitía. Incluso si no estuviera embarazada, con un solo trago era suficiente para tumbarla. Sentada junto a Alejandro, Luciana sintió de inmediato las miradas curiosas de todos los presentes.Primero, porque la había traído el propio Alejandro.Segundo, porque las otras mujeres iban maquilladas y vestidas con elegantes minivestidos de noche, mientras que Luciana llevaba el rostro al n
—No, nada.—¿Nada? —repitió él con desconfianza, y antes de que Luciana pudiera reaccionar, le arrebató el celular—. A ver.—¡Oye, devuélvemelo! —protestó Luciana, poniéndose de pie de un brinco. Pero Alejandro, mucho más alto, levantó el brazo por encima de su alcance. Con la otra mano, la sujetó suavemente por la cabeza, impidiéndole moverse mientras deslizaba la pantalla.El bloqueo automático aún no se activaba, así que le bastó con echar un vistazo para ver el historial de búsquedas. Ahí estaba, a la vista: la biografía de Chela Vargas. De inmediato, los ojos de Alejandro se iluminaron como si hubiese descubierto algo.«¿No que no estaba celosa?», se burló en su interior. «¿Y entonces por qué busca información de Chela a escondidas? Con razón reía sola…»Alejandro esbozó una sonrisa ladeada y le devolvió el teléfono:—Si estabas celosa, no tienes por qué esconderlo. Podrías decirlo y ya.Luciana se quedó entre divertida y exasperada. En realidad, solo había buscado por simple curi
Al final, Luciana cedió, y confirmaron que Pedro sí iría a la boda. Cuando llegó la hora de probarle el traje, Alejandro se ofreció a acompañarla.Ella no pudo contener su extrañeza:—¿Tú… vendrás también?—¿Por qué te sorprendes? —respondió él con una ligera sonrisa—. A fin de cuentas, aún no conozco oficialmente a mi cuñado. Sería bueno saludarlo antes de la boda, ¿no crees?La lógica de Alejandro resultaba difícil de rebatir, así que Luciana aceptó. Llegaron justo a la hora en que Pedro salía de clases. Él se alegró mucho al ver a su hermana, aferrándose a su mano mientras charlaba sin parar. Alejandro lo observó con atención y pensó que, en efecto, parecía bastante espabilado. «Mi cuñado es todo un genio», se dijo.—¿Hermana? —Pedro notó la presencia de Alejandro y lo miró con curiosidad.Antes de que Luciana pudiera presentarlos, Alejandro se adelantó y extendió la mano:—Hola. Soy Alejandro Guzmán, el esposo de tu hermana. O sea, tu cuñado. Nos casaremos muy pronto.—¿Cuñado…? —r
—¿Eh? —Felipe se quedó atónito un segundo. Luego sonrió—. ¿El señor Alejandro no te lo había mencionado? Quizá quería darte la sorpresa.Al ver la cara de confusión de Luciana, Felipe continuó explicando:—El señor Alejandro dijo que si Pedro va a ingresar al Instituto Wells, necesitará a alguien que lo supervise. Por eso ordenó que encontraran a una cuidadora experta, para que se fuera adaptando con él desde ahora.—¿De veras…? —preguntó Luciana, aún asimilando la noticia.—Sí. Tiene cuarenta y tantos años y amplia experiencia —añadió Felipe—. Es perfecta para Pedro. Además, Alejandro arregló que figure como empleada formal de Grupo Guzmán. De esa forma, Pedro estará seguro de contar siempre con su apoyo.Luciana sabía que el Instituto Wells permitía asistentes o cuidadores para ciertos pacientes con necesidades especiales. Lo que no imaginaba era de dónde saldrían los medios para costear ese servicio. Ella, por su cuenta, apenas lograba cubrir los gastos de la inscripción.—Es decir,
Martina asomó la cabeza con curiosidad:—¿Un regalo de bodas? Seguro que sí, ¿no?—Probablemente —respondió Luciana.—¿Lo abrimos? ¿Necesito hacerme a un lado? —bromeó Martina, guiñándole un ojo.—Ay, qué tonterías dices —refunfuñó Luciana, devolviéndole una mirada divertida.Con la misma, se dispuso a abrir el paquete. Dentro había una caja para joyería, algo que sugería la forma de una pulsera o un collar. Efectivamente, al abrir la tapa descubrieron una pulsera.—Oh —exclamó Martina, alzando las cejas—, está bonita.Lo mejor era que el diseño se ajustaba bastante al gusto de Luciana: simple, delicado y elegante. En la cajita venía también una pequeña tarjeta con un texto manuscrito:[Que encuentres a esa persona que te dé la alegría de una ciudad llena de luz,y que con su canción te brinde un calor para toda la vida.]La caligrafía era refinada y fluida, indudablemente la letra de Fernando.Por un momento, las dos se quedaron sin palabras. Luciana se preguntaba con qué sentimiento
—Fue idea del abuelo. Dijo que, antes de la boda, no deberíamos dormir juntos. ¡Es una tradición de su generación!Según aquellos preceptos, los novios incluso procuraban no verse en los días previos a la ceremonia. Miguel ya había sido bastante indulgente, exigiendo únicamente que pasaran las noches separados.Alejandro torció los labios:—¿Qué clase de costumbre es esa? ¡Estoy seguro de que el abuelo lo hace para fastidiarme!—Jajaja… —A Luciana le causó gracia su reacción—. Si no estás de acuerdo, díselo a él. Yo no me atrevo.—¿Tú no te atreves? —preguntó, fingiendo indignación, y se lanzó a hacerle cosquillas en los costados—. Él te quiere más que a mí. ¡Claro que te haría caso a ti antes que a mí! ¡A mí nadie me hace caso! ¡Ven acá, ya verás!—¡Jajaja…! —Sintiendo las cosquillas, Luciana no podía parar de reír y se retorcía para zafarse—. ¡Basta, por favor, me rindo!—¿Lo harás otra vez?—¡No, no! ¡Prometo que no lo haré! —dijo, suplicando entre risas.—Está bien, esta vez te per