Martina asomó la cabeza con curiosidad:—¿Un regalo de bodas? Seguro que sí, ¿no?—Probablemente —respondió Luciana.—¿Lo abrimos? ¿Necesito hacerme a un lado? —bromeó Martina, guiñándole un ojo.—Ay, qué tonterías dices —refunfuñó Luciana, devolviéndole una mirada divertida.Con la misma, se dispuso a abrir el paquete. Dentro había una caja para joyería, algo que sugería la forma de una pulsera o un collar. Efectivamente, al abrir la tapa descubrieron una pulsera.—Oh —exclamó Martina, alzando las cejas—, está bonita.Lo mejor era que el diseño se ajustaba bastante al gusto de Luciana: simple, delicado y elegante. En la cajita venía también una pequeña tarjeta con un texto manuscrito:[Que encuentres a esa persona que te dé la alegría de una ciudad llena de luz,y que con su canción te brinde un calor para toda la vida.]La caligrafía era refinada y fluida, indudablemente la letra de Fernando.Por un momento, las dos se quedaron sin palabras. Luciana se preguntaba con qué sentimiento
—Fue idea del abuelo. Dijo que, antes de la boda, no deberíamos dormir juntos. ¡Es una tradición de su generación!Según aquellos preceptos, los novios incluso procuraban no verse en los días previos a la ceremonia. Miguel ya había sido bastante indulgente, exigiendo únicamente que pasaran las noches separados.Alejandro torció los labios:—¿Qué clase de costumbre es esa? ¡Estoy seguro de que el abuelo lo hace para fastidiarme!—Jajaja… —A Luciana le causó gracia su reacción—. Si no estás de acuerdo, díselo a él. Yo no me atrevo.—¿Tú no te atreves? —preguntó, fingiendo indignación, y se lanzó a hacerle cosquillas en los costados—. Él te quiere más que a mí. ¡Claro que te haría caso a ti antes que a mí! ¡A mí nadie me hace caso! ¡Ven acá, ya verás!—¡Jajaja…! —Sintiendo las cosquillas, Luciana no podía parar de reír y se retorcía para zafarse—. ¡Basta, por favor, me rindo!—¿Lo harás otra vez?—¡No, no! ¡Prometo que no lo haré! —dijo, suplicando entre risas.—Está bien, esta vez te per
Luciana se quedó inmóvil. ¿Mónica había venido?Ricardo continuó:—Estoy seguro de que fue a buscar a Alejandro. Tú y él están juntos, ¿no? Mantente alerta. No lo pierdas de vista.Luciana guardó silencio, sorprendida de que Ricardo, precisamente él, le estuviera advirtiendo acerca de los movimientos de Mónica. ¿No era ella su “hija predilecta”? ¿No estaba dispuesto a dejar a Luciana y a Pedro a su suerte por salvarla? Sin embargo, ya era tarde. Estaba claro que Alejandro acababa de salir… y era para reunirse con Mónica.La pregunta que flotaba en su mente era: ¿por qué Ricardo querría avisarle?—¿Por qué me lo cuentas? —soltó sin rodeos.—Luciana… —Ricardo pareció dudar antes de contestar—. Admito que te he fallado en el pasado, pero de ahora en adelante quisiera que tuvieras una buena vida. Creo que Alejandro no…Luciana cortó la llamada antes de oírlo terminar. Tenía el rostro pálido, la respiración agitada por la rabia. No podía soportar esa supuesta disculpa. ¿Creía Ricardo que ba
Isla Minia, siendo un destino turístico, estaba repleta de hoteles y hostales pequeños.Sacó las llaves del auto y se las dio a uno de los guardias:—Te encargo que me traigas el coche.—Sí, señor Guzmán —respondió el guardia, con toda formalidad, y fue en dirección al estacionamiento.Sin embargo, al dar apenas unos pasos, el guardia se detuvo en seco, nervioso:—Señora Guzmán…Luciana apareció sosteniendo un paraguas, esbozando una ligera sonrisa. El guardia, en su mente, solo pensaba: «¡Vaya día! ¿La esposa oficial viniendo a descubrir al amante en pleno acto? ¡Y yo en medio…!»—Hola —lo saludó Luciana con una voz suave, antes de dirigir la mirada a Alejandro.En ese instante, Alejandro sintió un escalofrío que le erizó la piel, y sus palabras se atascaron en su garganta.—Lu… Luciana…Ella dedicó una mirada fugaz a Mónica, que seguía casi inconsciente en los brazos de Alejandro, y esbozó una sonrisa casi imperceptible.—¿Estás sacando el auto? ¿A dónde pensabas llevarla?Alejandro,
—Mónica —Alejandro alcanzó a sujetarla del brazo, evitando que se abrazara a él—. Aquí no.—¿Me… me estás rechazando? —preguntó ella, incrédula, con un gesto herido en el rostro.Con un suspiro, Alejandro negó despacio y se lo explicó con voz contenida:—Mónica, esta es mi habitación de bodas.—¿Tu…? —Mónica reaccionó, encogiendo los hombros con un ligero temblor, al tiempo que dirigía la vista hacia la puerta del baño, donde podía ver a Luciana, unos pasos más allá.En un parpadeo, comprendió: estaban en el Hotel Minia, donde dentro de dos días se celebraría la boda de Alejandro y Luciana. El golpe de realidad le hizo brotar más lágrimas.Con movimientos torpes, se incorporó y se secó los ojos como pudo.—Debo… debo irme —farfulló, sin levantar la cabeza, y se encaminó apresuradamente hacia la salida.No tardó ni dos pasos en perder el equilibrio.—¡Mónica! —exclamó Alejandro, que logró sujetarla a tiempo, frunciendo el ceño ante su deplorable estado—. Es muy tarde y sigue lloviendo s
Alzó la vista hacia Luciana, que, al notar su gesto, lo fulminó con la mirada:—¿Por qué me miras? No pretenderás que sea yo quien la bañe, ¿no? Es tu asunto, no el mío.—No digas tonterías, no es lo que pretendía —bufó él, con el ceño fruncido.Luciana esbozó una sonrisa desdeñosa. Sabía que Alejandro y Mónica, en el pasado, habían compartido más de un momento íntimo; ¿por qué fingir ahora? Sintió un nudo en el estómago, sacudió la cabeza y frunció el ceño con disgusto.—Luciana —dijo de pronto Alejandro, señalando la mesita de centro—. ¿Puedes pasarme el teléfono?Se preguntó para qué lo querría. Sin embargo, como estaba irritada y no tenía ganas de indagar, se limitó a alcanzárselo. Alejandro marcó un número.—Soy yo. Sí, ya sé que no es parte de tus funciones, pero te pagaré un extra.Luciana, a su lado, lo escuchaba con curiosidad. Muy pronto salió de dudas: sonó el timbre y, cuando abrió la puerta, vio a Balma Lozano, la cuidadora de Pedro.—Señora Guzmán —saludó Balma—. El señor
Alejandro se tensó un instante, para luego asentir con la cabeza.—Ella también recibirá. No quiero que se enferme…—Como lo imaginaba —murmuró Luciana, con una sonrisa apenas irónica. «Es obvio que esto no lo preparó para mí», pensó, «fue porque Mónica terminó empapada». Así que no tomó la taza.—Puedes llevárselo a ella. Yo no lo necesito —añadió, mientras se recostaba de nuevo y se tapaba con la cobija.—¿Cómo que no lo necesitas? —replicó Alejandro con gesto serio, sosteniéndola del brazo antes de que pudiera acostarse—. Primero tómatelo, y luego duermes.—No quiero —insistió Luciana, sin entender por qué él se empeñaba tanto—. Prepara todo para Mónica, si al final era para ella. ¿Por qué tengo que tomarlo yo también?Para Alejandro, la lógica de Luciana resultaba incomprensible.—¿Nada más porque ella también lo va a tomar tú ya no quieres? —le reprochó. Recordó aquella vez que él le regaló un brazalete, mismo que Mónica tenía en otro modelo, y Luciana se negó a usarlo. Pero, a di
Luciana jaló la sábana y se dio la vuelta, dándole la espalda. No le dijo que se fuera ni que se quedara.Para Alejandro, esa tibia indiferencia no era motivo para retirarse. Corrió la colcha por un extremo y se metió en la cama, rodeándola con un brazo. Eso bastó para que Luciana volviera a sentarse con furia. Esta vez, directamente se bajó de la cama.—¡Detente! —exclamó él, reteniéndola por la muñeca—. ¿A dónde crees que vas?Ella, sin perder la calma, respondió:—Por otra cobija.Claramente, pretendía que cada uno durmiera en su propia manta. Alejandro se rió con un dejo de enojo.—No, no estoy de acuerdo. Dormimos así, juntos.La fuerza de su mano le dolía un poco, y cuando Luciana trató de zafarse, él la atrajo de nuevo hacia la cama, inmovilizándola con un abrazo desde atrás, como dos cucharas encajadas.Ella sintió el calor de su aliento y el compás de su respiración, lo cual lejos de tranquilizarla, la irritaba.—¿Quieres dormir? Está bien, pero suéltame.—No. —Los labios de A