Alejandro se tensó un instante, para luego asentir con la cabeza.—Ella también recibirá. No quiero que se enferme…—Como lo imaginaba —murmuró Luciana, con una sonrisa apenas irónica. «Es obvio que esto no lo preparó para mí», pensó, «fue porque Mónica terminó empapada». Así que no tomó la taza.—Puedes llevárselo a ella. Yo no lo necesito —añadió, mientras se recostaba de nuevo y se tapaba con la cobija.—¿Cómo que no lo necesitas? —replicó Alejandro con gesto serio, sosteniéndola del brazo antes de que pudiera acostarse—. Primero tómatelo, y luego duermes.—No quiero —insistió Luciana, sin entender por qué él se empeñaba tanto—. Prepara todo para Mónica, si al final era para ella. ¿Por qué tengo que tomarlo yo también?Para Alejandro, la lógica de Luciana resultaba incomprensible.—¿Nada más porque ella también lo va a tomar tú ya no quieres? —le reprochó. Recordó aquella vez que él le regaló un brazalete, mismo que Mónica tenía en otro modelo, y Luciana se negó a usarlo. Pero, a di
Luciana jaló la sábana y se dio la vuelta, dándole la espalda. No le dijo que se fuera ni que se quedara.Para Alejandro, esa tibia indiferencia no era motivo para retirarse. Corrió la colcha por un extremo y se metió en la cama, rodeándola con un brazo. Eso bastó para que Luciana volviera a sentarse con furia. Esta vez, directamente se bajó de la cama.—¡Detente! —exclamó él, reteniéndola por la muñeca—. ¿A dónde crees que vas?Ella, sin perder la calma, respondió:—Por otra cobija.Claramente, pretendía que cada uno durmiera en su propia manta. Alejandro se rió con un dejo de enojo.—No, no estoy de acuerdo. Dormimos así, juntos.La fuerza de su mano le dolía un poco, y cuando Luciana trató de zafarse, él la atrajo de nuevo hacia la cama, inmovilizándola con un abrazo desde atrás, como dos cucharas encajadas.Ella sintió el calor de su aliento y el compás de su respiración, lo cual lejos de tranquilizarla, la irritaba.—¿Quieres dormir? Está bien, pero suéltame.—No. —Los labios de A
Se trataba de Mónica, seguida por Simón. Este último mostraba una expresión de resignación.Según las indicaciones de Alejandro, Simón debía esperar a que Mónica se despertara para acompañarla a su casa. Sin embargo, ella insistió en buscar a Alejandro para despedirse, dejando a Simón sin alternativa.—Alex… —saludó Mónica, que, tras haber descansado, se veía un poco mejor. Aunque seguía sin maquillaje, con los párpados hinchados y un rostro algo pálido.—No culpes a Simón, fui yo quien insistió en venir. Quería decirte adiós y, de paso, disculparme con tu esposa. Ayer me comporté de manera muy descortés.Mientras hablaba, Mónica echó un vistazo al interior.—¿Puedo verla? ¿Se encuentra aquí?Alejandro no se sentía con ánimo de rechazarla en la puerta; de cualquier modo, ya estaba a punto de entrar.—Sí, ella está adentro.Mónica forzó una sonrisa y, sin más, avanzó.—No tomaré mucho de su tiempo, solo un par de palabras y me voy.—De acuerdo —aceptó él.Ambos entraron a la suite, just
—¿Estás segura? —masculló—. Tú misma dices que tanto te preocupa Pedro. ¿No crees que se preguntará por qué su hermana no desayuna con su cuñado?Esa frase la dejó aturdida por un segundo y, en ese instante de duda, él la arrastró suavemente hacia el comedor.—No vas a salir. Desayuna conmigo. Después podrás ver a Pedro cuando terminemos.Entre forcejeos, Luciana quedó sentada en una silla… precisamente frente a Mónica, quien, taco en mano, se detuvo al verla.—Ah… hola —saludó Mónica, dejando a un lado la comida y limpiándose la boca con servilleta.Luciana la miró sin decir palabra, con una expresión que dejaba ver un fastidio contenido. El ambiente se volvió incómodo. Mónica esbozó una sonrisa forzada:—Quería disculparme por lo de anoche. Tomé demasiado y terminé molestándolos. Pero espero que entiendas mi situación… en fin, Alex y yo…La voz se le quebró, dando a entender que le dolía seguir hablando. Luciana simplemente la contempló, sin molestarse en responder nada.El silencio
—¿Sí? —respondió él, esperando que continuara.—No… nada. Que seas muy feliz. —La voz se le quebró. Se dio la vuelta y se marchó con pasos apresurados. Había preguntas que no se atrevía a formular, por miedo a no tener un nuevo pretexto para volver a verlo.Alejandro la contempló hasta que desapareció de su vista. Luego regresó al comedor, donde encontró a Luciana devorando una pequeña codorniz asada.La sola imagen le aclaró el semblante, como si borrara de un plumazo cualquier malestar.—¿No ibas a esperar la pasta? —se burló con un dejo de ternura—. ¿Por qué comienzas con la codorniz?—Puedo comer ambas cosas —contestó ella, quitándole carne al ave—. Tranquilo, que esta codorniz es tan pequeña que me cabe un plato más sin problema.Alejandro se sentó a su lado y le dio una palmadita cariñosa en la cabeza:—Qué linda. Sigue disfrutando, entonces.Después de que terminaran de desayunar, ella y Alejandro se dirigieron sin prisa al salón donde la esperaban para prepararla como novia. El
—¿Convencerlo de qué? —repitió Alejandro, atónito. Poco a poco, la calidez de su sonrisa se fue disipando, dejando entrever un gélido matiz en sus ojos—. Explícate.Luciana, sintiendo que ya no podía guardarse nada, se atrevió:—Te gusta tanto Mónica… ¿no podrías volver a hablar con tu abuelo? Tal vez, si él la aceptara como tu pareja, así no tendríamos que seguir atados el uno al otro.Era obvio que, en el fondo, a ella le pesaba el destino que los unía, así, sin amor. Los brazos de Alejandro se tensaron alrededor de su cintura, presionándola con algo más de fuerza.—Ah… —se quejó Luciana—. Alejandro…Él se disculpó con un susurro, aflojando un poco el abrazo, pero su semblante ya se había endurecido.—Descuida —dijo—. No hay forma de hacer cambiar de opinión a mi abuelo. Por lo tanto, solo nos queda casarnos, Luciana.—¿Solo nos queda…? —repitió ella, con un sabor amargo en el pecho.Aunque la respuesta era la que esperaba, no pudo evitar sentir la punzada de la desilusión. Si de ver
En su mente no dejaba de repetirse la imagen de Luciana. Recordó sus palabras, cuando le dijo que sus problemas nunca tendrían solución porque los padres de Fernando jamás los aprobarían. Entonces, él no quiso creerlo.—Ja… —soltó una risa irónica—. Luciana tenía razón.Ahora sus padres, con una sola mentira, habían echado todo a perder. Mañana era el día de la boda de Luciana, obligada a casarse con Alejandro por culpa de su engaño.Fernando aspiró con fuerza, con la garganta en un nudo que le calaba el corazón:—Destruyeron mi relación con ella. Y, encima, han acabado con la última pizca de confianza que me quedaba en ustedes.Las manos le temblaban de coraje y de pena:—Esta noche saldré por esa puerta… y no volveré jamás.—¡Fernando…! —exclamó Victoria, saltando de la cama mientras Diego trataba de sostenerla.Pero Fernando ya había dado media vuelta, corriendo escaleras abajo y saliendo de la casa a toda prisa. Sus padres quisieron perseguirlo, pero él era joven, con pasos largos
—Luciana… Luciana… —repitió él, con un nudo en la garganta, sin encontrar las palabras.Luciana lo escuchó con dolor contenido:—Adiós, Fer.Pasaron un par de segundos de tenso silencio; luego, ella colgó. No dijo nada, su mirada se mantuvo fija en un punto. Martina, a su lado, la observó en silencio. El maquillaje le cubría el rostro, pero las emociones eran evidentes, aunque sin lágrimas. Luciana no lloró.En ese instante, Martina sintió un leve pinchazo de compasión. No por Luciana, sino por Fernando.Ella, alzando un poco el mentón y esbozando una pequeña sonrisa, dejó escapar un suspiro:—Sigamos con el maquillaje, ¿sí?***Hoy, la boda estaba en su punto álgido, con el salón repleto de invitados. Mientras Alejandro recibía a los recién llegados, Sergio se le acercó con discreción y le susurró:—Alejandro, Fernando está aquí. Lo han detenido en la entrada y no lo han dejado pasar.Tras dudar un instante, añadió:—Parece que también llamó a Luciana.—¿Ah, sí? —Alejandro arqueó una