—¿Sí? —respondió él, esperando que continuara.—No… nada. Que seas muy feliz. —La voz se le quebró. Se dio la vuelta y se marchó con pasos apresurados. Había preguntas que no se atrevía a formular, por miedo a no tener un nuevo pretexto para volver a verlo.Alejandro la contempló hasta que desapareció de su vista. Luego regresó al comedor, donde encontró a Luciana devorando una pequeña codorniz asada.La sola imagen le aclaró el semblante, como si borrara de un plumazo cualquier malestar.—¿No ibas a esperar la pasta? —se burló con un dejo de ternura—. ¿Por qué comienzas con la codorniz?—Puedo comer ambas cosas —contestó ella, quitándole carne al ave—. Tranquilo, que esta codorniz es tan pequeña que me cabe un plato más sin problema.Alejandro se sentó a su lado y le dio una palmadita cariñosa en la cabeza:—Qué linda. Sigue disfrutando, entonces.Después de que terminaran de desayunar, ella y Alejandro se dirigieron sin prisa al salón donde la esperaban para prepararla como novia. El
—¿Convencerlo de qué? —repitió Alejandro, atónito. Poco a poco, la calidez de su sonrisa se fue disipando, dejando entrever un gélido matiz en sus ojos—. Explícate.Luciana, sintiendo que ya no podía guardarse nada, se atrevió:—Te gusta tanto Mónica… ¿no podrías volver a hablar con tu abuelo? Tal vez, si él la aceptara como tu pareja, así no tendríamos que seguir atados el uno al otro.Era obvio que, en el fondo, a ella le pesaba el destino que los unía, así, sin amor. Los brazos de Alejandro se tensaron alrededor de su cintura, presionándola con algo más de fuerza.—Ah… —se quejó Luciana—. Alejandro…Él se disculpó con un susurro, aflojando un poco el abrazo, pero su semblante ya se había endurecido.—Descuida —dijo—. No hay forma de hacer cambiar de opinión a mi abuelo. Por lo tanto, solo nos queda casarnos, Luciana.—¿Solo nos queda…? —repitió ella, con un sabor amargo en el pecho.Aunque la respuesta era la que esperaba, no pudo evitar sentir la punzada de la desilusión. Si de ver
En su mente no dejaba de repetirse la imagen de Luciana. Recordó sus palabras, cuando le dijo que sus problemas nunca tendrían solución porque los padres de Fernando jamás los aprobarían. Entonces, él no quiso creerlo.—Ja… —soltó una risa irónica—. Luciana tenía razón.Ahora sus padres, con una sola mentira, habían echado todo a perder. Mañana era el día de la boda de Luciana, obligada a casarse con Alejandro por culpa de su engaño.Fernando aspiró con fuerza, con la garganta en un nudo que le calaba el corazón:—Destruyeron mi relación con ella. Y, encima, han acabado con la última pizca de confianza que me quedaba en ustedes.Las manos le temblaban de coraje y de pena:—Esta noche saldré por esa puerta… y no volveré jamás.—¡Fernando…! —exclamó Victoria, saltando de la cama mientras Diego trataba de sostenerla.Pero Fernando ya había dado media vuelta, corriendo escaleras abajo y saliendo de la casa a toda prisa. Sus padres quisieron perseguirlo, pero él era joven, con pasos largos
—Luciana… Luciana… —repitió él, con un nudo en la garganta, sin encontrar las palabras.Luciana lo escuchó con dolor contenido:—Adiós, Fer.Pasaron un par de segundos de tenso silencio; luego, ella colgó. No dijo nada, su mirada se mantuvo fija en un punto. Martina, a su lado, la observó en silencio. El maquillaje le cubría el rostro, pero las emociones eran evidentes, aunque sin lágrimas. Luciana no lloró.En ese instante, Martina sintió un leve pinchazo de compasión. No por Luciana, sino por Fernando.Ella, alzando un poco el mentón y esbozando una pequeña sonrisa, dejó escapar un suspiro:—Sigamos con el maquillaje, ¿sí?***Hoy, la boda estaba en su punto álgido, con el salón repleto de invitados. Mientras Alejandro recibía a los recién llegados, Sergio se le acercó con discreción y le susurró:—Alejandro, Fernando está aquí. Lo han detenido en la entrada y no lo han dejado pasar.Tras dudar un instante, añadió:—Parece que también llamó a Luciana.—¿Ah, sí? —Alejandro arqueó una
A diferencia de Alejandro, Luciana conocía bien a Fernando; sabía que él nunca la presionaría para que hiciera algo en contra de su voluntad. Desde la distancia, leyó con claridad el mensaje que transmitían los ojos de Fernando: había venido sólo para cerciorarse de que ella estuviera bien.De pronto, Luciana extendió la mano y presionó el botón para bajar la ventanilla.—¡Luciana! —soltó Alejandro, alarmado—. ¿Qué pretendes?Ella ni se molestó en contestarle; ya había llamado la atención de Fernando, que la vio al instante. Sus miradas se encontraron y, sin poder contenerlo, los ojos de Luciana se humedecieron.Al otro lado, Fernando apretó la mandíbula. Parecía pronunciar su nombre en silencio: “Luciana…”.Ella lo miró con lágrimas temblando en las pestañas, pero aun así esbozó una ligera sonrisa. Luego movió los labios: “Estoy bien.”Fernando lo entendió de inmediato. Sintió un agudo dolor punzante en el corazón, pero le respondió con un firme asentimiento desde lejos. Había compren
Eran las diez de la noche en el Hotel Real.Luciana Herrera miró el número en la puerta: la suite presidencial 7203, confirmando que esa era, en el mismo momento en el que su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de WhatsApp de su padre, Ricardo Herrera. «Si puedes complacer al señor Méndez, tu madrastra pagará el tratamiento de tu hermano».Después de leerlo, Luciana no mostró ninguna expresión en su pálido rostro.Ya estaba tan adormecida, y era incapaz de sentir dolor en su corazón.Desde que su padre se había vuelto a casar con Clara Soler, a su padre no le importaban ella ni su hermano en absoluto. Por eso su madrastra los estaba maltratando sin escrúpulos durante estos años.La falta de ropa y de comida era lo mínimo; ya que las palizas e insultos eran el pan de cada día.Y, esta vez, debido a las deudas de negocio, su padre la había obligado a… acostarse con un desconocido. En principio, Luciana se negó rotundamente, pero, al hacerlo, también logró que su padre y su madrast
Luciana se apresuró a regresar a casa, en donde, en el sofá de la sala se encontraba sentado un hombre de mediana edad, gordo y medio calvo, que miraba fijamente a Mónica, con una expresión de furia.—¡Una simple estrellita, y yo te prometí que me casaría contigo! ¿Cómo te atreves a hacerme esperar toda la noche?Mónica soportaba la humillación, a pesar de que ese calvo, Arturo Méndez, siempre usaba esa excusa para aprovecharse de las mujeres. Aunque realmente quisiera casarse, ¡sería como saltar a un pozo de fuego! ¿Quién se atrevería?Ella había tenido la mala suerte de que él se fijara en ella. Pero, como sus padres la querían, habían enviado a Luciana en su lugar. Sin embargo, ¿quién se iba a imaginar que Luciana escaparía en el último minuto?Clara, con una actitud sumisa, dijo:—Señor Méndez, lo sentimos mucho. Es solo una niña que no sabe lo que hace. Usted es un hombre muy comprensivo, no le dé importancia, por favor —repuso Clara, con una actitud sumisa.—Por favor, cálmese
—Señor Guzmán… —Arturo se detuvo de inmediato. En el mundo de los negocios, nadie con algo de poder desconocía a Alejandro—. ¿Qué lo trae por aquí?Alejandro ni siquiera le dirigió una mirada, sus ojos estaban fijos en Mónica, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.Era la misma chica que la noche anterior había llorado entre sus brazos…De repente, levantó la mano y le dio a Arturo una bofetada tan fuerte que lo derribó, haciéndolo caer al suelo.—¡Puf! —Arturo escupió un diente, lleno de sangre.Los tres miembros de la familia Herrera estaban tan aterrorizados que no se atrevían ni siquiera a respirar.Alejandro esbozó una sonrisa burlona. —¿Cómo te atreves a molestar a mi mujer? —Su tono era tranquilo, pero cada una de sus palabras eran tan afiliadas como la hoja de una navaja. Arturo, tembloroso y aún en el suelo, se tapó la boca, apenas capaz de hablar.—Señor Guzmán, no sabía que era su mujer, ¡juro que no hice nada! ¡Por favor, perdóneme!Sin embargo, Alejandro no le creyó, p