—¿Estás segura? —masculló—. Tú misma dices que tanto te preocupa Pedro. ¿No crees que se preguntará por qué su hermana no desayuna con su cuñado?Esa frase la dejó aturdida por un segundo y, en ese instante de duda, él la arrastró suavemente hacia el comedor.—No vas a salir. Desayuna conmigo. Después podrás ver a Pedro cuando terminemos.Entre forcejeos, Luciana quedó sentada en una silla… precisamente frente a Mónica, quien, taco en mano, se detuvo al verla.—Ah… hola —saludó Mónica, dejando a un lado la comida y limpiándose la boca con servilleta.Luciana la miró sin decir palabra, con una expresión que dejaba ver un fastidio contenido. El ambiente se volvió incómodo. Mónica esbozó una sonrisa forzada:—Quería disculparme por lo de anoche. Tomé demasiado y terminé molestándolos. Pero espero que entiendas mi situación… en fin, Alex y yo…La voz se le quebró, dando a entender que le dolía seguir hablando. Luciana simplemente la contempló, sin molestarse en responder nada.El silencio
—¿Sí? —respondió él, esperando que continuara.—No… nada. Que seas muy feliz. —La voz se le quebró. Se dio la vuelta y se marchó con pasos apresurados. Había preguntas que no se atrevía a formular, por miedo a no tener un nuevo pretexto para volver a verlo.Alejandro la contempló hasta que desapareció de su vista. Luego regresó al comedor, donde encontró a Luciana devorando una pequeña codorniz asada.La sola imagen le aclaró el semblante, como si borrara de un plumazo cualquier malestar.—¿No ibas a esperar la pasta? —se burló con un dejo de ternura—. ¿Por qué comienzas con la codorniz?—Puedo comer ambas cosas —contestó ella, quitándole carne al ave—. Tranquilo, que esta codorniz es tan pequeña que me cabe un plato más sin problema.Alejandro se sentó a su lado y le dio una palmadita cariñosa en la cabeza:—Qué linda. Sigue disfrutando, entonces.Después de que terminaran de desayunar, ella y Alejandro se dirigieron sin prisa al salón donde la esperaban para prepararla como novia. El
—¿Convencerlo de qué? —repitió Alejandro, atónito. Poco a poco, la calidez de su sonrisa se fue disipando, dejando entrever un gélido matiz en sus ojos—. Explícate.Luciana, sintiendo que ya no podía guardarse nada, se atrevió:—Te gusta tanto Mónica… ¿no podrías volver a hablar con tu abuelo? Tal vez, si él la aceptara como tu pareja, así no tendríamos que seguir atados el uno al otro.Era obvio que, en el fondo, a ella le pesaba el destino que los unía, así, sin amor. Los brazos de Alejandro se tensaron alrededor de su cintura, presionándola con algo más de fuerza.—Ah… —se quejó Luciana—. Alejandro…Él se disculpó con un susurro, aflojando un poco el abrazo, pero su semblante ya se había endurecido.—Descuida —dijo—. No hay forma de hacer cambiar de opinión a mi abuelo. Por lo tanto, solo nos queda casarnos, Luciana.—¿Solo nos queda…? —repitió ella, con un sabor amargo en el pecho.Aunque la respuesta era la que esperaba, no pudo evitar sentir la punzada de la desilusión. Si de ver
En su mente no dejaba de repetirse la imagen de Luciana. Recordó sus palabras, cuando le dijo que sus problemas nunca tendrían solución porque los padres de Fernando jamás los aprobarían. Entonces, él no quiso creerlo.—Ja… —soltó una risa irónica—. Luciana tenía razón.Ahora sus padres, con una sola mentira, habían echado todo a perder. Mañana era el día de la boda de Luciana, obligada a casarse con Alejandro por culpa de su engaño.Fernando aspiró con fuerza, con la garganta en un nudo que le calaba el corazón:—Destruyeron mi relación con ella. Y, encima, han acabado con la última pizca de confianza que me quedaba en ustedes.Las manos le temblaban de coraje y de pena:—Esta noche saldré por esa puerta… y no volveré jamás.—¡Fernando…! —exclamó Victoria, saltando de la cama mientras Diego trataba de sostenerla.Pero Fernando ya había dado media vuelta, corriendo escaleras abajo y saliendo de la casa a toda prisa. Sus padres quisieron perseguirlo, pero él era joven, con pasos largos
—Luciana… Luciana… —repitió él, con un nudo en la garganta, sin encontrar las palabras.Luciana lo escuchó con dolor contenido:—Adiós, Fer.Pasaron un par de segundos de tenso silencio; luego, ella colgó. No dijo nada, su mirada se mantuvo fija en un punto. Martina, a su lado, la observó en silencio. El maquillaje le cubría el rostro, pero las emociones eran evidentes, aunque sin lágrimas. Luciana no lloró.En ese instante, Martina sintió un leve pinchazo de compasión. No por Luciana, sino por Fernando.Ella, alzando un poco el mentón y esbozando una pequeña sonrisa, dejó escapar un suspiro:—Sigamos con el maquillaje, ¿sí?***Hoy, la boda estaba en su punto álgido, con el salón repleto de invitados. Mientras Alejandro recibía a los recién llegados, Sergio se le acercó con discreción y le susurró:—Alejandro, Fernando está aquí. Lo han detenido en la entrada y no lo han dejado pasar.Tras dudar un instante, añadió:—Parece que también llamó a Luciana.—¿Ah, sí? —Alejandro arqueó una
A diferencia de Alejandro, Luciana conocía bien a Fernando; sabía que él nunca la presionaría para que hiciera algo en contra de su voluntad. Desde la distancia, leyó con claridad el mensaje que transmitían los ojos de Fernando: había venido sólo para cerciorarse de que ella estuviera bien.De pronto, Luciana extendió la mano y presionó el botón para bajar la ventanilla.—¡Luciana! —soltó Alejandro, alarmado—. ¿Qué pretendes?Ella ni se molestó en contestarle; ya había llamado la atención de Fernando, que la vio al instante. Sus miradas se encontraron y, sin poder contenerlo, los ojos de Luciana se humedecieron.Al otro lado, Fernando apretó la mandíbula. Parecía pronunciar su nombre en silencio: “Luciana…”.Ella lo miró con lágrimas temblando en las pestañas, pero aun así esbozó una ligera sonrisa. Luego movió los labios: “Estoy bien.”Fernando lo entendió de inmediato. Sintió un agudo dolor punzante en el corazón, pero le respondió con un firme asentimiento desde lejos. Había compren
—¡Bruna! —La voz de Fernando sonó más áspera. Para él, era inusual expresarse con tanta severidad—. ¿No entiendes? No necesito que te involucres. Por favor, lárgate.Dicho esto, hizo un gesto de apremio para que ella se moviera.La chica se quedó helada, tratando de comprender el súbito rechazo.—¿Pero por qué? —susurró, con el miedo asomando en sus ojos—. Pensé que teníamos una buena relación, que te gustaba mi compañía… ¿Hice algo que te molestara?Ese comentario encendió un foco en la mente de Fernando. De pronto, todo resultó cristalino. Bruna, que siempre decía ser una “amiga” sin intención alguna, en realidad albergaba sentimientos por él. Se dio cuenta de que Luciana, desde el principio, había captado esa tensión, y él se empeñó en negarlo. Pensar que, de alguna forma, esto también había contribuido a perder a Luciana…Soltó una risa amarga:—Ya veo. Era mi error no darme cuenta antes.Se serenó un poco, al tiempo que su voz se volvía más fría:—Bruna, no me interesas. Ni siquie
Fue como si la dulzura de una brisa primaveral se mezclara con un aguacero de verano. Para cuando Luciana se dio cuenta, tenía el corazón desbocado y los párpados tan pesados que apenas los mantenía abiertos.—Toma un poco de agua —susurró Alejandro, sentándola en su regazo y acercándole un vaso—. Anda, bebe.—Gracias —alcanzó a responder ella, con un suspiro suave, casi inaudible. No se parecía en nada a la Luciana terca del día.Alejandro sonrió:—De nada, amor.Esa vieja expresión de que en la cama se arreglan las peleas tenía más razón de la que él nunca habría admitido. A veces hablar no resuelve tanto como un contacto sincero y directo.Recordó entonces que había visto el talón de Luciana enrojecido. Fue hasta el tocador y buscó un ungüento cicatrizante. Alzó la colcha y sostuvo con cuidado el tobillo de ella:—Noté que te lastimaste el talón. Déjame ponerte un poco de esto. Mañana amaneces mejor.Al contacto del ungüento frío y ligeramente picante, Luciana se estremeció.—¡Ay! —