—¿Convencerlo de qué? —repitió Alejandro, atónito. Poco a poco, la calidez de su sonrisa se fue disipando, dejando entrever un gélido matiz en sus ojos—. Explícate.Luciana, sintiendo que ya no podía guardarse nada, se atrevió:—Te gusta tanto Mónica… ¿no podrías volver a hablar con tu abuelo? Tal vez, si él la aceptara como tu pareja, así no tendríamos que seguir atados el uno al otro.Era obvio que, en el fondo, a ella le pesaba el destino que los unía, así, sin amor. Los brazos de Alejandro se tensaron alrededor de su cintura, presionándola con algo más de fuerza.—Ah… —se quejó Luciana—. Alejandro…Él se disculpó con un susurro, aflojando un poco el abrazo, pero su semblante ya se había endurecido.—Descuida —dijo—. No hay forma de hacer cambiar de opinión a mi abuelo. Por lo tanto, solo nos queda casarnos, Luciana.—¿Solo nos queda…? —repitió ella, con un sabor amargo en el pecho.Aunque la respuesta era la que esperaba, no pudo evitar sentir la punzada de la desilusión. Si de ver
En su mente no dejaba de repetirse la imagen de Luciana. Recordó sus palabras, cuando le dijo que sus problemas nunca tendrían solución porque los padres de Fernando jamás los aprobarían. Entonces, él no quiso creerlo.—Ja… —soltó una risa irónica—. Luciana tenía razón.Ahora sus padres, con una sola mentira, habían echado todo a perder. Mañana era el día de la boda de Luciana, obligada a casarse con Alejandro por culpa de su engaño.Fernando aspiró con fuerza, con la garganta en un nudo que le calaba el corazón:—Destruyeron mi relación con ella. Y, encima, han acabado con la última pizca de confianza que me quedaba en ustedes.Las manos le temblaban de coraje y de pena:—Esta noche saldré por esa puerta… y no volveré jamás.—¡Fernando…! —exclamó Victoria, saltando de la cama mientras Diego trataba de sostenerla.Pero Fernando ya había dado media vuelta, corriendo escaleras abajo y saliendo de la casa a toda prisa. Sus padres quisieron perseguirlo, pero él era joven, con pasos largos
—Luciana… Luciana… —repitió él, con un nudo en la garganta, sin encontrar las palabras.Luciana lo escuchó con dolor contenido:—Adiós, Fer.Pasaron un par de segundos de tenso silencio; luego, ella colgó. No dijo nada, su mirada se mantuvo fija en un punto. Martina, a su lado, la observó en silencio. El maquillaje le cubría el rostro, pero las emociones eran evidentes, aunque sin lágrimas. Luciana no lloró.En ese instante, Martina sintió un leve pinchazo de compasión. No por Luciana, sino por Fernando.Ella, alzando un poco el mentón y esbozando una pequeña sonrisa, dejó escapar un suspiro:—Sigamos con el maquillaje, ¿sí?***Hoy, la boda estaba en su punto álgido, con el salón repleto de invitados. Mientras Alejandro recibía a los recién llegados, Sergio se le acercó con discreción y le susurró:—Alejandro, Fernando está aquí. Lo han detenido en la entrada y no lo han dejado pasar.Tras dudar un instante, añadió:—Parece que también llamó a Luciana.—¿Ah, sí? —Alejandro arqueó una
A diferencia de Alejandro, Luciana conocía bien a Fernando; sabía que él nunca la presionaría para que hiciera algo en contra de su voluntad. Desde la distancia, leyó con claridad el mensaje que transmitían los ojos de Fernando: había venido sólo para cerciorarse de que ella estuviera bien.De pronto, Luciana extendió la mano y presionó el botón para bajar la ventanilla.—¡Luciana! —soltó Alejandro, alarmado—. ¿Qué pretendes?Ella ni se molestó en contestarle; ya había llamado la atención de Fernando, que la vio al instante. Sus miradas se encontraron y, sin poder contenerlo, los ojos de Luciana se humedecieron.Al otro lado, Fernando apretó la mandíbula. Parecía pronunciar su nombre en silencio: “Luciana…”.Ella lo miró con lágrimas temblando en las pestañas, pero aun así esbozó una ligera sonrisa. Luego movió los labios: “Estoy bien.”Fernando lo entendió de inmediato. Sintió un agudo dolor punzante en el corazón, pero le respondió con un firme asentimiento desde lejos. Había compren
—¡Bruna! —La voz de Fernando sonó más áspera. Para él, era inusual expresarse con tanta severidad—. ¿No entiendes? No necesito que te involucres. Por favor, lárgate.Dicho esto, hizo un gesto de apremio para que ella se moviera.La chica se quedó helada, tratando de comprender el súbito rechazo.—¿Pero por qué? —susurró, con el miedo asomando en sus ojos—. Pensé que teníamos una buena relación, que te gustaba mi compañía… ¿Hice algo que te molestara?Ese comentario encendió un foco en la mente de Fernando. De pronto, todo resultó cristalino. Bruna, que siempre decía ser una “amiga” sin intención alguna, en realidad albergaba sentimientos por él. Se dio cuenta de que Luciana, desde el principio, había captado esa tensión, y él se empeñó en negarlo. Pensar que, de alguna forma, esto también había contribuido a perder a Luciana…Soltó una risa amarga:—Ya veo. Era mi error no darme cuenta antes.Se serenó un poco, al tiempo que su voz se volvía más fría:—Bruna, no me interesas. Ni siquie
Fue como si la dulzura de una brisa primaveral se mezclara con un aguacero de verano. Para cuando Luciana se dio cuenta, tenía el corazón desbocado y los párpados tan pesados que apenas los mantenía abiertos.—Toma un poco de agua —susurró Alejandro, sentándola en su regazo y acercándole un vaso—. Anda, bebe.—Gracias —alcanzó a responder ella, con un suspiro suave, casi inaudible. No se parecía en nada a la Luciana terca del día.Alejandro sonrió:—De nada, amor.Esa vieja expresión de que en la cama se arreglan las peleas tenía más razón de la que él nunca habría admitido. A veces hablar no resuelve tanto como un contacto sincero y directo.Recordó entonces que había visto el talón de Luciana enrojecido. Fue hasta el tocador y buscó un ungüento cicatrizante. Alzó la colcha y sostuvo con cuidado el tobillo de ella:—Noté que te lastimaste el talón. Déjame ponerte un poco de esto. Mañana amaneces mejor.Al contacto del ungüento frío y ligeramente picante, Luciana se estremeció.—¡Ay! —
—¿Te llevo directo a la cama?—Ajá —admitió Luciana. Ya le dolían los pies, y total, ¿qué más daba?La depositó en el colchón y ella se desperezó, frotándose la zona lumbar.—Lo ves, todo tu culpa…—Sí, toda mía —contestó él con una risita socarrona, encogiéndose de hombros.—Entonces, si no vas a echarte, ayúdame un poco. Me duele la espalda.Si tenía que cargar con la fama de “marido a las órdenes de su mujer”, pues lo haría bien. Sin protestar, Alejandro se sentó a su lado y empezó a masajearle la zona lumbar con movimientos firmes:—Tal vez no sea tan bueno como tú en esto, pero puedo al menos ayudar un poco.—Mmm… sí, justo así… —susurró Luciana, cerrando los ojos con alivio, como un pequeño gato amodorrado.Sin darse cuenta, se quedó dormida. Cuando volvió a abrir los ojos, casi era mediodía. Se levantó de un salto, con el corazón en la garganta.—¿Por qué no me despertaste? —le reclamó a Alejandro, quien la observaba con toda tranquilidad.—Ya sabes cómo es esto: si te despierto
Mientras tanto, Luciana y Alejandro fueron los últimos en llegar, lo cual dio pie a las típicas bromas.—¿No se habrán desvelado mucho anoche, cierto, Alex? —bromeó uno.—¡Pobre de ti, Luciana, menudo trajín!—¿Ustedes no piensan casarse nunca o quieren quedarse de solterones? —replicó Alejandro, fingiendo enojo.Sergio, Salvador y los demás, que ya rebasaban la edad para juegos infantiles, se comportaban, sin embargo, como si fuesen un grupo de adolescentes, dándose picones y burlas constantes. Luciana, por su parte, prefirió centrarse en Pedro. El chico estaba sentado junto a Miguel, jugando una partida de ajedrez en un silencio casi solemne.Martina se le acercó y le habló en voz baja:—Ya llevan rato en eso. Al principio, don Miguel le explicaba las jugadas, pero luego se quedaron en silencio.¿Se habría vuelto todo muy serio? Luciana observó el semblante de Miguel, que mostraba cierta tensión. El anciano parecía casi atormentado por la partida. A Miguel siempre le había fascinado