Él asumía que, a esa hora, Luciana estaría o en la facultad o en el hospital, así que no habría problema. Se sentía obligado a darle algún reporte de su viaje, puesto que había tenido que salir con tanta prisa. Pero, para su sorpresa, Luciana rechazó la invitación:—Ve tú solo. Yo no iré. Ya lo visité en la mañana. Tengo asuntos que atender y, cuando termine, pasaré de nuevo a saludarlo antes de volver a casa.Alejandro guardó silencio. ¿Estaba realmente ocupada o es que no quería verlo? Después de unos instantes, preguntó:—¿Sigues molesta conmigo?Luciana soltó una risa suave:—¿Hiciste algo para que me enoje?Ni siquiera le dio tiempo de responder.—Te fuiste por trabajo, ¿no? Lo entiendo. No hay razón para estar molesta. También te pido que me comprendas: de verdad estoy ocupada. Tu abuelo te extraña bastante, así que ve a visitarlo. Bueno, corto.—De acuerdo.Tras colgar, Alejandro se quedó un momento con el teléfono en la mano, con el semblante pensativo. Se dijo que, dada la sit
Con cierto fastidio, agregó:—¿No sería más práctico que alguien nos diera el programa impreso para seguirlo al pie de la letra? Con eso no habría errores…—Luciana Herrera.Alejandro la interrumpió con un tono severo, y su expresión era tan fría que ella sintió un nudo en la garganta.—¿No te parece buena idea? —aventuró Luciana, sin atreverse a alzar demasiado la voz.Alejandro soltó una risa breve y sarcástica:—¿Todavía puedes ser más indiferente? ¿O prefieres que alguien más se encargue de tu propia boda?Ese comentario cargado de ironía hizo que Luciana se quedara en silencio un instante, sorprendida. Pero se repuso enseguida y contraatacó:—Mira quién habla, si tú tampoco estás dando mucho de ti.Él se quedó mudo por un segundo.—Sí, lo admito, estoy siendo indiferente —dijo Luciana con una sonrisa suave pero mordaz—. ¿No es lo mismo que haces tú? Seamos realistas: sin la insistencia de tu abuelo, jamás habría una boda entre nosotros. Ninguno de los dos lo desea. Solo estamos cu
Al enterarse de que Luciana iría a Isla Minia, Martina no pudo evitar preocuparse.—¿No sería mejor explicarle la verdad a Alejandro?Luciana negó con la cabeza, esbozando una sonrisa tranquila.—Es mi bebé, y él no tiene por qué asumir esa responsabilidad. Mientras menos sepa, mejor.—Luciana… —Martina la rodeó con los brazos, sintiendo un nudo en la garganta—. Si te sientes mal en cualquier momento, prométeme que me llamarás, ¿sí?—Está bien —aceptó Luciana con una ligera sonrisa.***A las cuatro en punto, Alejandro pasó a recogerla. Luciana lo aguardaba en la entrada del hospital universitario y, en cuanto el auto se detuvo, abrió la puerta por su cuenta y se sentó sin decir palabra. Se acomodó en una esquina del asiento y cerró los ojos, en busca de un momento de descanso.Alejandro la miró de reojo, notándola agotada.—¿Estás cansada?—Sí —respondió ella en un susurro, sin dar más explicaciones.—No puedes seguir así. Tienes que trabajar, estudiar, y tu salud no es la de una pers
Sin embargo, le indicó al gerente que se retirara por un momento:—Deje que lo discutamos.El gerente, muy prudente, salió de la habitación. Entonces Alejandro alzó un poco el mentón y se volvió hacia Luciana:—Aparte de Martina, ¿tienes alguna amiga cercana? Recuerdo que mencionaste a alguien de tu mismo departamento, ¿no?Luciana tardó un par de segundos en reaccionar, incrédula:—¿Estás pensando en buscarme una dama de honor?—¿No es lo usual? —replicó Alejandro, arqueando una ceja—. Primero define cuántas quisieras tener para que yo organice a mis padrinos…Pero Luciana lo interrumpió con una sonrisa que no llegaba a sus ojos:—Ya te lo dije: no necesito damas de honor. No voy a tener ninguna.¿Para qué querría una dama de honor? Conociendo el carácter de Martina, aparecería con lágrimas en los ojos. Mejor evitar ese drama.Alejandro la miró con el ceño cada vez más marcado. La vez anterior, Luciana reconoció que estaba siendo indiferente y, de paso, lo acusó a él de hacer lo mismo
—Ni una sola palabra —advirtió el desconocido.—De acuerdo —susurró Luciana, intentando mantener la calma.—¿Tú eres la esposa de Alejandro Guzmán?—Sí.Luciana lo admitió en voz baja, preguntándose en silencio si esto estaba sucediendo por culpa de los enemigos de Alejandro… Recordó que él tenía adversarios peligrosos, del tipo que no se anda con juegos.—Tu vientre… ¿de cuántos meses estás?El ceño de Luciana se frunció aún más. Aquel tipo conocía bastantes detalles, incluida su gravidez.—Cuatro meses —respondió, pensando que justamente ese día cumplía las dieciséis semanas.—Perfecto —murmuró el agresor con un deje de satisfacción.Detrás de ella, Luciana notó un cambio de postura. Alzó la mano y le mostró un trapo o toalla impregnada de algo. Su instinto de doctora la alertó al instante: ¡era un fuerte olor a éter! En el segundo en que el paño rozó su rostro, Luciana contuvo el aliento, cerró los ojos y se dejó caer al suelo.La persona la sujetó con rapidez, y con habilidad le cu
El lugar entero se llenó de gritos y murmullos, creando un gran alboroto. El falso empleado de limpieza que había raptado a Luciana quedó perplejo. «¿No la había drogado con éter? ¿Cómo se despertó tan rápido?», pensó, sorprendido de que la sustancia no surtiera efecto.—¡Alguien avise a seguridad! —gritó una voz.Varias personas corrieron hacia Luciana para ayudarla.—¿Estás bien? ¿Dónde está la persona que te hizo esto?Alejandro corría en dirección a la zona donde había escuchado el alboroto. A la distancia, notó la aglomeración de gente y, en el centro de todo, vislumbró a Luciana tirada en el suelo.Los guardias de seguridad del hotel también llegaron enseguida.—¡Señor Guzmán! —lo llamaron, nerviosos.Él les dirigió una mirada helada.—¿Qué hacen parados? ¡Atrapen a ese desgraciado! ¡Quiero ver a mi esposa sana y salva, ahora mismo!El individuo que fingía ser personal de limpieza, al verse descubierto, salió corriendo. Pero no tenía ayuda y, a plena luz, no podía competir con el
Cuando Alejandro llegó a la habitación de hospital, descubrió que su abuelo Miguel aún seguía despierto.—¿A esta hora por aquí? Se supone que deberías estar en Isla Minia, acompañando a Luciana.—Ella está descansando —respondió Alejandro, y al mencionar a Luciana, sus facciones se suavizaron de inmediato—. Dentro de un rato volveré con ella.—Entonces, ¿qué te trae por aquí? —inquirió el abuelo.—Abuelo, alguien intentó secuestrar a Luciana —soltó Alejandro sin rodeos—. Si no fuera porque actuó con astucia, se la habrían llevado.—¿Qué? ¡No puede ser! —La expresión de Miguel se tensó, y sus ojos brillaron con furia—. ¡Tienen agallas! Salen con artimañas repugnantes una tras otra.Al oír esas palabras, a Alejandro le quedó casi claro que lo que pasó con Mónica tiempo atrás no fue obra de su abuelo.—Abuelo, ¿por qué te responsabilizaste de aquello con Mónica? ¿Acaso sabías quién estaba detrás?Miguel titubeó, con gesto incómodo. ¿Cómo explicarle? Su único nieto había sufrido demasiado
Alejandro abandonó el hospital y se dirigió de prisa a Isla Minia. Durante todo el trayecto, no pronunció una sola palabra. Simón, a su lado, sentía en el ambiente la tristeza que emanaba de él.Con los ojos cerrados, Alejandro repasaba las escenas más dolorosas de su infancia: el recuerdo de su padre marchándose en el auto mientras él, todavía un niño, corría tras él gritando “¡Papá, no te vayas!” sin recibir respuesta. Su madre también falleció poco tiempo después… Más tarde, viajó a Canadá en busca de aquel padre, pero solo encontró puertas cerradas y la frialdad de un hombre que lo ignoró a través de sus empleados.Aquella indiferencia de sangre y carne lo había congelado desde dentro, como si cada gota de su sangre se volviera hielo, crujiendo al menor intento de moverse. Ahora, después de tantos años, ese mismo frío volvía a envolverse en su pecho.Era un frío que calaba hasta los huesos.Y necesitaba con urgencia a alguien que le devolviera el calor.***Luciana despertó con el