Capítulo 2

—Jorge Márquez. ¡Qué gusto saber de ti! ¿Cómo estás?  Cuéntame, ¿a qué debo el honor de tu llamada después de tantos años?

—Hola, Glen. Estoy bien, gracias por preguntar —respondió Jorge, genuinamente alegre por hablar con su amiga de la universidad—. Glen, ¿cómo estás de trabajo? ¿Todo bien con tu vida? ¿Te casaste?

—No, Jorge, no me he casado, gracias a Dios tengo muchísimo trabajo aquí en Miami y en California como relacionista pública. Por eso y otras cosas, mi vida social y sentimental está multiplicada por cero —dijo Glenda Carter con una sonrisa. – Pero a que viene el interrogatorio, además, de querer saber muy rápido de la vida de tu amiga. Vamos, que te conozco. Cuéntame en qué andas y para qué me necesitas.

—Bueno, sabes que me encanta el chisme. -dijo su amigo -Pero si, acertaste, Glen, hay algo que te quiero preguntar.  ¿Tienes interés en expandir tu carrera hacia la política, cambiarte de estado y jugar en las grandes ligas? —preguntó Jorge, buscando motivar la curiosidad de su amiga.

—Jorge, ¿en qué andas? ¿Por qué me lo ofreces a mí si tú ya estás allá?

—Glen, querida, no se te escapa nada. Pero dime, ¿te interesaría, sí o no?

—Bueno... sí. Dime de qué estamos hablando y cuánto gano si acepto.

—¡Esa es la amiga que conozco! La mejor graduada de mi curso. Te cuento: mi exjefe planea lanzarse como candidato a gobernador del estado de Nueva York. Está buscando una nueva relacionista pública. Yo le hablé de ti, y me pidió que te llamara para ver tu disponibilidad. -dijo Jorge -En cuanto a beneficios son espectaculares. Un departamento de cuatro dormitorios en Manhattan, un carro a tu disposición, un sueldo de seis cifras, más bonos y viáticos. ¿Qué dices?

—Jorge, es tan bueno que me parece que tu exjefe es un problema con letras mayúsculas y carteles de neón. Pero creo que es un reto que quiero asumir. Estaba pensando en cambiarme a la política, y realmente me caíste del cielo con esa propuesta. Dime qué debo hacer y cuándo voy a la entrevista.

—No, Glen. No hay entrevista. Si te interesa, el trabajo es tuyo. Mejor dime cuándo puedes empezar.

—¿Tan desesperado está el hombre? Creo que voy a pedir algunas cosas más —dijo Glen riendo—Hagamos el viernes una videollamada con tu exjefe, y si todo sale bien, en una semana me mudo. Después de todo, será lindo pasar el verano en Nueva York.

—Listo, linda, así quedamos. Estamos en contacto.

Jorge colgó su teléfono, bajo la atenta mirada de Morgan que seguía cada uno de sus movimientos.

—Listo, mi amiga aceptó. Al menos a la reunión inicial. Después depende de ustedes, aunque estoy convencido de que, si alguien puede hacer lo que buscan, es Glenda Carter —dijo Jorge con confianza.

—Gracias, Jorge. Espero que con esto te redimas de todas tus cagadas. Adams está furioso contigo, pero por los viejos tiempos te deja ir en paz. Además, yo te voy a agradecer mucho si todo sale bien con tu amiga. Pero, amigo, la cláusula de confidencialidad no es negociable. Tienes que firmarla —sentenció Morgan con seriedad.

—¡Pero, Morgan! La multa es de cincuenta millones. Mi patrimonio apenas llega a veinte, y si acaso hablara, solo me pagarían un millón —dijo Jorge, haciéndose la víctima.

—No, amigo. Sabes perfectamente que pagarían mucho más. Así que firma.

—Bueno, ok. Todo sea por salir bien de aquí.

Con todo firmado, Jorge entregó a Morgan los datos y el número de teléfono de Glenda para que él continuara con las negociaciones.

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Esa tarde, Glenda salió de su oficina apresurada rumbo a casa. La posibilidad de un cambio la asustaba, pero le inyectaba adrenalina a su monótona, y exitosa, vida.

—¡Adri, mi amor! Llego mami, y con un trabajo nuevo —anunció con entusiasmo al entrar en su casa, con la certeza absoluta de que aceptaría, aunque fuera solo por cambiar de aires.

—¡Mami! Entonces yo me quedo con el abuelito —respondió Adri, feliz, mientras besaba a su madre. Para ella, quedarse con su abuelo significaba helado, películas de Disney o paseos en el parque.

Glenda sonrió y aclaró:

—No corazón esta vez es distinta a cuando mami se va de viaje. En esta ocasión todos nos vamos a mudar de ciudad. Y claro que cuando yo esté trabajando el abuelo te cuidará como siempre. Ah, y te aviso desde ya: nada de helados.

Adri hizo un puchero y protestó:

—¿Mami? ¿Pero solo un poquitito?

Glenda la miró y con una firmeza que al final no podía sostener ante su hija dijo:

—No, señorita. Nada de helado. Pero, tal vez, si te portas bien, mami te lleve al parque de diversiones el próximo domingo.

—¡Eeeeh! ¡Ya me porto bien! —exclamó la pequeña mientras daba saltos de alegría, emocionada con la idea de la salida.

Adriana Carter era su pequeña hija de apenas seis años. Fruto de lo que Glenda solía llamar "un accidente de una noche". Aunque la situación no fue la mejor, Glenda nunca ocultó a su hija, Adriana era la mayor alegría de su vida, su motor y su razón para seguir adelante. Sin embargo, tampoco era algo que proclamara al mundo, después de todo, ni siquiera sabía el nombre de su padre. Aunque de algo si estaba segura Adriana fue su mejor decisión.

Recordó que: tres meses después del "accidente de una noche", su amiga, la doctora Martha, mientras tomaban té en su consultorio, esta confirmó lo que Glenda ya se imaginaba y temía escuchar.

—Pues sí, amiga bella, esas náuseas, vómitos y mareos tienen un por qué: estás embarazada. Así que ahora tú decides qué vas hacer.

Glenda dejó la taza de té sobre la mesa, y muy seria, con toda la determinación de la que era capaz, le respondió:

—¿Cómo que qué haré? Pues tenerlo, Marty. No estarás insinuando otra cosa, ¿verdad? Este bebé que viene es mi responsabilidad, aunque yo no lo pedí. Además, ya tengo trabajo, mis padres no me van a hacer problemas, y no estamos en la ruina como para no poder criar a un bebé.

Martha la observó con orgullo y preocupación. Luego, con una sonrisa pícara, añadió:

—¿Suenas muy segura de que será un varón? Glen.

Glenda sonrió por primera vez en días, relajándose un poco en su silla.

—No, querida. En realidad, me gustaría que fuera una niña. Pero eso sí, que salga tan linda como el “Dios” que es su padre, pues no puedo negar que ese hombre era una obra de arte. Sólo me arrepiento de no recordar nada de esa noche… bueno, salvo cómo quedó su cuello lleno de marcas y lo mucho que me dolía el cuerpo al día siguiente. Así que, asumo que el “combate” fue épico.

Martha no pudo contenerse y estalló en carcajadas, abrazando a su amiga.

—Glen, no sé cómo lo haces, pero hasta en medio de todo este lío, logras hacerme reír. Eres una fuerza de la naturaleza, mujer.

Y así, fue que el 31 de mayo del 2019, nació, Adriana Carter, llamada así por su abuela materna.

—Mami. ¡Mamiií! -gritó la niña para llamar la atención de su mamá. - ¿Y a dónde nos mudamos? —preguntó Adri.

—A Nueva York, mi amor. - Contestó Glenda volviendo a la realidad y dejando sus pensamientos de lado.

—¡Ah! ¡Pues no quiero! Quiero estar aquí con mis amiguitos. Eso está muy lejos —dijo la niña molesta, haciendo un puchero cruzó los brazos sobre su pecho, dejando atrapado entre ellos a su peluche de unicornio.

Glenda se agachó a la altura de su pequeña, y con dulzura la contó las posibilidades de tener nuevos amiguitos y de pasear en un coche tirado por caballos en el Central Park. Adri no estuvo muy de acuerdo, pero la idea de ver caballos de cerca le gustó.

—Mami, yo quiero un caballo. -dijo de repente - ¿Será que puedo montar?

—Bueno, mi amor, esos caballos son para tirar el coche. Pero te prometo que veré si existe la posibilidad de que recibas clases. -dijo la madre asombrada con la repentina petición de su hija. -Pero eso sí, no me pidas un caballo, porque allá no llego, amor mío. -agregó riendo mientas besaba la mejilla de su niña

—¡Eeeeh! ¡Qué rico, aprenderé a montar a caballo! ¡Abuelo, abu, mami me va a dejar montar a caballo! —salió Adri gritando en busca de su abuelo.

—Dios mío. ¿Qué hice? Esta niña no me deja ni razonar lo que digo. Ahora me va a volver loca con lo de las clases de equitación. Por suerte le dije que no, a lo del caballo —hablaba Glenda consigo misma, al darse cuenta de lo que acababa de prometerle a su hija.

—Cariño, ¿Cómo es eso que dice Adri? ¿Nos mudamos a Nueva York y además la vas a dejar montar a caballo? —preguntó el señor Carter, mirando a su hija con curiosidad y preocupación.

—Ven, papi, siéntate que te lo explico... Hoy me llamó Jorge. ¿Te acuerdas de él? Era el pelirrojo que estaba en nuestro grupo y que te decía “tío”.

—Ah, sí, lo recuerdo —respondió él. — Ese muchacho se fue justo después de graduarse. Incluso vino a despedirse, si no me equivoco.

—¡Exacto! Su exjefe es un hombre importante, que quiere lanzarse como gobernador en Nueva York. Al parecer, tiene un montón de escándalos que están dañando su imagen, y Jorge pensó que yo podría ayudar a limpiarla.

El señor Carter frunció el ceño.

—¿Y aceptaste?

—No del todo, pero casi. —Glenda suspiró y se frotó las manos—. Papi, estos últimos años han sido muy duros, para todos. La muerte de mamá nos dejó muy mal, hemos sufrido mucho.

-Pero Glen cariño, es dejar todo para empezar de nuevo. -dijo el Sr. Carter con cierto pesar en su vos -todos nuestros recuerdos están en esta casa.

-No pá, los recuerdos están con nosotros y siempre será así. -dijo Glenda. – Y créeme, que si no fuera por esta oportunidad jamás hubiera pensado en moverme. Pero llegó y eso me hiso pensar que era el momento perfecto para un cambio radical. Este trabajo no será fácil, lo sé, pero es una oportunidad increíble para mi carrera.

El silencio cayó entre ambos por un momento.

—Hija, no sé... No es que no confíe en ti, pero esta es un cambio grande, y Adri ya tiene su vida aquí, sus amiguitos. ¿Estás segura?

Glenda se inclinó hacia él, tomando sus manos con ternura.

—Lo he pensado mucho, papi. Y sé que será un cambio grande, pero siento que, si no lo hago ahora, nunca lo haré. Por favor, confía en mí una vez más.

El señor Carter soltó un largo suspiro y finalmente sonrió con resignación.

—Está bien, hija. Si estás tan convencida, yo te apoyo. Tú y Adri son lo único que me queda desde que perdimos a tu madre, así que... dime cuándo empezamos a empacar.

Los ojos de Glenda se llenaron de lágrimas mientras se inclinaba para abrazar a su padre.

—Te amo, papi. Gracias por siempre apoyarme.

—Te amo, mi niña. Y por favor, no le prometas más caballos a esa pequeña, porque ya me veo detrás de ella cuidándola mientras aprende a montar. —Su risa cálida llenó la sala, relajando el ambiente.

En ese momento, Adri apareció corriendo.

—¡Abu, abu! ¡Mami dijo que voy a aprender a montar caballos! ¿Tú también vienes?

El señor Carter miró a Glenda, fingiendo estar exasperado, y luego a su nieta.

—Claro que sí, mi pequeña princesa. Aunque creo que tu mami y yo necesitamos hablar un poquito más de eso.

Adriana saltó de felicidad y salió corriendo de nuevo, dejando a Glenda y a su padre compartiendo una sonrisa cómplice.

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