Capítulo 5

-Hola.

- ¿Morgan?¡Eres un hijo de tu señora madre! Yo creí que eras mi amigo. -Dijo Adams cuando Morgan contestó el teléfono

La risa de Morgan se escuchaba fuerte a través del teléfono. Él sabía el motivo del insulto de su amigo. Todo porque él, decidió intencionalmente omitir el hecho de que Carter, su gerente de relaciones públicas era una mujer deslumbrante.

-¿Y qué, divina la Sta. Carter, no? Estoy seguro que te quedaste babeando.

-¡Hermano, esa mujer es un sueño! Y tiene un culo que me dejó durísimo solo con verla caminar hacia la puerta. Te juro que antes de que renuncie debido a mis hijueputadas, yo la tengo en mi cama, como quiero.

-Verás, so pendejo, que ella no es tu puta de turno. Vino a trabajar, y me parece que tiene lo necesario para hacer el trabajo. No más llegó y ya disipó el escándalo. Así que te aguantas usa tus manos y la imaginación. Que ya estás muy viejo para echar todo a perder por una calentura.

- ¿Pero Morgan, tú la viste? -Preguntó Adams, algo agitado.

-Sí, en la videollamada.

- ¡No! T****o, tienes que verla en vivo y en directo. Las yeguas de raza de tu padre no son ni la mitad de grandes y ni están tan buenas como esa mujer. ¡Hermano, mide casi un metro ochenta con unas curvas, mejor que las de Monte Carlo! Y lo mejor es que se carga un carácter que me dan unas ganas locas de dominarla. Nada que si la consigo, creo que me caso.

- ¡Na, espérate! ¿Quién eres y dónde está Adams Smith? Amigo, yo no te oía decir eso desde que regresaste ese verano de Miami. Cuando me tenías hasta las pelotas hablándome de la “Reina”.

-Bueno, amigo, es que la “Reina” … era insuperable,  hasta que llegó la Emperatriz Carter, esa mujer me dejó loco.

-Veras, mi pendejito. Viejo por gusto, – dijo Morgan a modo de advertencia. -Recuerda lo que te dije. Cualquiera menos Carter, ella para ti es otro macho. No te la puedes tirar. Recuerda que quieres ser Gobernador.

-Morgan, te juro que lo sé, pero esa mujer… Pienso en ella y no me puedo controlar, parezco adolescente. Imagínate que cuando se acabó la reunión, me fui directo al baño a darme una mano durísima, para bajar todo lo que ella levantó en mí, y eso que ella tenía muchísima ropa puesta, para mi gusto.

Morgan no podía dejar de reír con las cosas de su amigo.

Realmente, Adams, era un mujeriego, al que ninguna mujer que conoció, le movió el piso. Peor aún, después de pasar aquella noche en Miami con la mujer a la que, él siempre llamó la “Reina”.

Por su cama había desfilado lo mejor de lo mejor, si de mujeres hermosas se trataba. Pero para él, era como ver pares de medias iguales, las usaba, pero no las diferenciaba. Por eso, Morgan se preocupó cuando vio la efusividad de su amigo con su nueva gerente de relaciones pública. Pero por el momento, no dijo nada, tomando a chiste la situación.

-Mira, ya que estás tan loco, hagamos algo, trabaja con ella primero y después de tres meses, si te sigue la calentura, me dices qué estás dispuesto a hacer para tenerla en tu cama -le dijo Morgan.

-Hecho, hermano, te prometo que voy a cooperar, si con eso la consigo.

-Adams, recuerda que esa mujer sabe todas las cagadas que te has tirado en estos últimos años y se va a encargar de limpiar toda tu m****a previa a la campaña. Ten eso en cuenta, para cuando ella te mande a volar bien lejos y sin escoba. -le advirtió Morgan

- ¡Mierda! Morgan, la suerte es que eres mi mejor amigo. ¡Qué esperanzas de m****a me estás dando!

-Es para que sepas a lo que te enfrentas. Y ya. Te dejo, que yo sí tengo sueño y mañana tengo una reunión a primera hora con la Emperatriz Carter. Tengo que estar alerta, porque ella es una combinación perfecta entre la Reina de Hielo y el sable de un samurái, en pocas palabras letal.

Morgan colgó la llamada sin que Adams pudiera objetara nada.

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A las ocho en punto de la mañana, Carter entró a la oficina impecable como siempre. Llevaba un vestido camisero blanco, ajustado a su cintura con un cinturón color café que combinaba perfectamente con sus elegantes zapatos So Kate y su bolso Chanel. En su mano derecha, llevaba su portafolios de trabajo, lista para empezar el día.

Su nueva oficina, situada un piso debajo de la presidencia. Glenda ya había dejado su huella en la decoración: además elegir tonos beige, dorado y café para crear un espacio sofisticado, acogedor y armonioso.

Carter dispuso todo para su reunión con Morgan. Incluso preparó café para hacer más llevadera la jornada. El tema principal sería delinear las fortalezas de Adams, y crear estrategias que permitieran resaltarlas y redirigir la atención pública hacia ellas, alejándola de su polémica vida personal.

Para Glenda, aquello parecía una misión imposible. No estaba convencida de que las virtudes de Adams fueran lo suficientemente sólidas para sostener tal estrategia, pero decidió no adelantar juicios. Sabía que Morgan no tardaría en darle o quitarle la razón.

A las ocho y media, Morgan tocó a la puerta de la oficina de Glenda.

—Pase, por favor, señor Morgan. Buenos días. ¿Le gustaría una taza de café?

—Buenos días, señorita Carter. Por favor, llámeme solo Morgan, y sí, acepto el café.

—Bien, Morgan, tome asiento en la mesa de reuniones. Enseguida le traigo el café.

Morgan obedeció, tomando asiento, mientras esperaba el café,

—Aquí está su café. ¿Le parece bien si comenzamos? Y …, por favor Morgan, puede llamarme solo Carter. Así me siento más cómoda; en el trabajo suelo usar únicamente mi apellido.

—Muy bien, Carter. Comencemos. Pero antes, permítame felicitarla. Su oficina quedó realmente hermosa.

—Gracias —respondió ella con una sonrisa cortés, mientras se sentaba con todo listo para dar inicio a la reunión.

—Verás, Morgan, tenemos seis meses para borrar cualquier rastro de los escándalos de Adams y construir una imagen sólida: la de un hombre trabajador, comprometido con la comunidad. No “el niño rico que es”.

Morgan notó un leve desdén en las últimas palabras de Glenda, pero no se lo tomó a mal. Sabía que solo los más cercanos entendían la verdadera esencia y potencial de Adams. Precisamente por eso, Carter debía conocer ese lado oculto de él, si quería que lo apoyara; su respaldo sería fundamental.

—Bien, Carter, veo que tienes claro el tiempo que manejamos. Sin embargo, creo que esta reunión no será productiva si no te llevo a dar un paseo por Nueva York.

—¿Un paseo? —Glenda arqueó una ceja, entre curiosa y escéptica.

—No me malinterpretes. Es necesario. Quiero que veas algo que te ayudará a entender mejor lo que acabas de plantear. ¿Me sigues?

—De acuerdo, Morgan. Estoy abierta a cualquier cosa que nos ayude a trabajar mejor.

—Permíteme hacer unos ajustes y nos vamos —dijo Morgan con un tono serio, dejando claro que no estaba bromeando. Luego agregó—: Carter, por favor, no planifiques nada en tu agenda esta semana. Todo tu tiempo es conmigo. El viernes cerramos y el lunes presentas tu plan de acciones.

Glenda lo miró con preocupación y a la vez escepticismo. Pero decidió confiar en él. Pues Morgan no parecía ser el tipo de hombre que tomara su trabajo a la ligera.

—Está bien, Morgan. Así lo haré.

—Perfecto. Te veo en la recepción en media hora.

Sin más, Morgan dejó sus cosas en la oficina de Glenda y salió hablando por teléfono, sin mirar atrás. Glenda quedó en su despacho, inmersa en sus pensamientos y con una sensación de sorpresa que casi la dejó en estado de shock.

Tal como habían acordado, Morgan recogió a Carter en su Bentley, esperándola puntual en la puerta del edificio. Durante el trayecto, ambos avanzaron en un cómodo silencio, observando cómo la ciudad despertaba a su alrededor. Finalmente, llegaron a su destino.

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