Capítulo 6.

Morgan detuvo su Bentley frente a la entrada del Pediatric Day Hospital. Con su habitual caballerosidad, bajó del auto y abrió la puerta para Glenda.

—Ven, Carter, te voy a mostrar algo.

Ambos ingresaron al hospital, donde los esperaba el director, el doctor Hubert, con una cálida sonrisa.

—Buenos días, Sr. Harris. Es un placer tenerlo por aquí nuevamente. Señorita... —dijo extendiendo la mano.

—Carter. Glenda Carter. —respondió ella, devolviendo el gesto con profesionalidad.

—Doctor Hubert, le presento a la señorita Carter, nuestra nueva gerente de relacionista pública. Estamos aquí para que conozca el trabajo que, por iniciativa del señor Adams Smith, se realiza en este hospital —dijo Morgan con tono seguro.

—Encantado, señorita Carter. Por favor, acompáñenme. Les daré un recorrido mientras les explico más detalles.

El doctor Hubert los guio por las instalaciones, deteniéndose en áreas clave mientras hablaba con pasión sobre la labor del hospital.

—Aunque este hospital ya cuenta con bastante apoyo por ser uno de los más reconocidos del estado. Muchos de nuestros logros recientes no habrían sido posibles sin las donaciones del señor Smith. Su aporte ha sido crucial, especialmente en la investigación sobre el cáncer en niños y en el área de apoyo a las familias de los pacientes. Como podrá entender, señorita Carter. Las familias donde existen personas adultas con este tipo de enfermedad, se enfrentan al dolor emocional, y también al peso económico del tratamiento. Pero cuando el paciente es un niño todo se multiplica de manera exponencial, por eso el apoyo emocional y la atención psicológica al paciente es muy útil durante todo el proceso.

Durante el recorrido, Glenda observó las instalaciones remodeladas y ampliadas como parte de un proyecto conjunto del Corporativo. Habló con el personal, quienes con orgullo destacaron los avances logrados gracias al apoyo financiero de Adams. También conversó con familias de pacientes, quienes expresaron su agradecimiento por el cuidado y las facilidades que recibían.

Pasaron casi todo el día en el hospital, inmersos en las historias y los rostros de aquellos que, en medio de su lucha, encontraban un rayo de esperanza.

De regreso en el auto, Glenda rompió el silencio, superando cualquier protocolo.

—Morgan, ¿por qué nadie habla de esto? ¿Cómo es posible que todo este trabajo maravilloso del señor Smith pase desapercibido? Ni un tabloide ni una red social lo mencionan.

Morgan la miró de reojo antes de responder, con un tono algo sarcástico.

—Porque eso no vende, Carter. En esta sociedad, exaltar el trabajo de los ricos por el bien de la comunidad no es lo que interesa. Lo que realmente genera interés es denigrar o destacar las superficialidades del mundo de los millonarios.

Hizo una pausa, como si reflexionara sobre sus propias palabras, y luego continuó:

—Vendernos como gente que no trabaja, que vive de fiesta en fiesta y creando escándalos, es lo que realmente da clics. Ahora, no me malinterpretes, no nos estamos victimizándonos. Los escándalos son reales, y sí, hay quienes heredaron fortunas y no hacen nada útil con ellas. Pero el problema es que nos meten a todos en el mismo saco.

Glenda se quedó en silencio, mirando por la ventana mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Morgan le había mostrado un lado de Adams que no esperaba, y las palabras que este le había dicho, daban vueltas en su cabeza, desafiando sus primeras impresiones.

El viaje de regreso al corporativo continuó en un silencio reflexivo, con el eco de las historias del hospital aún fresco en el aire.

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Adams estaba en su oficina, esperando la llegada de Morgan. Había pedido a su asistente que, tan pronto como llegara Morgan, subiera a su despacho. Había pasado el día con un malhumor constante, pues Morgan y Glenda se habían ido juntos en la mañana, y ya eran las cuatro de la tarde y aún no se dignaban a regresar.

-Buenas tardes. ¿Cómo te fue con la Emperatriz Carter? ¿Te alcanzó el tiempo para todo? -preguntó Adams, con la irritación y los celos claramente marcados en sus palabras. Al punto de no darse cuenta lo ofensivo que sonaban sus cometarios.

Morgan lo miró con dureza. -No seas pendejo, Adams. Estábamos trabajando. No soy como tú. Que en estos momentos solo estás pensando con lo que tienes entre las piernas. ¡Te calmas y me escucha!

El tono de Morgan no fue menos mordaz, pero con su firmeza logró tranquilizar a Adams, quien, aunque reticente, hizo un esfuerzo por calmar su temperamento.

—Hoy me fui con Carter a visitar el Pediatric Day Hospital. Quería que viera tu trabajo, es la única manera de que cambie su opinión sobre ti. Después de haber leído toda la m****a que dicen sobre ti. Si ella va a ser quien salve tu imagen, tiene que estar convencida de que no eres lo que todos dicen. Te cuento que te tachó de "niño rico". Si lo piensas bien, hasta te conviene —dijo Morgan, mientras Adams se relajaba en su sillón. Él sintió que había hablado desde la ira. De pronto, levantó una ceja y una sonrisa macabra se reflejó en su rostro.

Morgan lo miró con preocupación.

—Morgan, discúlpame, no debí dudar de ti. Siempre he sabido que eres un genio, “Pinqui”. A partir de mañana, yo acompañaré a la Srta. Carter en las visitas. Dame los lugares que tienes pensados visitar. T tú encárgate de ir a las reuniones por mí —dijo Adams, ahora con un tono más calculador.

Morgan se rió, notando que su amigo por fin comenzaba a usar la cabeza.

—Listo, “Cerebro”, así lo haremos, “ya veo que tienes un plan para conquistar el universo”. -dijo Morgan haciendo referencia al dibujo animado. - Pero por favor, no la cagues, compórtate. Aprovecha la oportunidad y sé genuino, no el patán que sueles ser con las mujeres.

—Hecho, hermano. Dile a Carter que venga mañana con ropa cómoda y que esté lista a las siete de la mañana —respondió Adams con una determinación fría.

—Listo, pendejo, pero recuerda que es a trabajar —le reafirmó Morgan, antes de ir a recoger sus cosas y dirigirse a casa.

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Tal como le dijo Morgan, a las siete en punto, Glenda llegó a la entrada del edificio. Con zapatillas deportivas, jeans y una camisa blanca de hombre, complementados con un bolso grande tipo deportivo, gorra y gafas de sol, su estilo era completamente diferente al de la ejecutiva rígida que solía ser. Aunque lucía muy bien, nadie habría adivinado que era la misma mujer que se presentaba impecable todos los días en el Corporativo.

Un Mercedes Benz tipo jeep se acercó y se estacionó frente a ella. La puerta se abrió y un sonriente Adams apareció, su aspecto relajado le sorprendió aún más. Su cabello, peinado al descuido, camisa y jeans negros, y unas botas militares del mismo color, le daban un aire descomplicado y accesible. Se quitó las gafas de sol y, con su mejor sonrisa, dijo:

—Buenos días, Carter.

—¿Señor Smith? Buenos días… ¿Por qué usted? —preguntó Glenda, algo sorprendida.

—Ayer decidimos Morgan y yo que debía ser yo quien la llevara y le mostrara mi trabajo, además de explicarle todo. No le parece que, ¿si es mi imagen la que va a limpiar, debo estar completamente involucrado en el proceso? —respondió Adams, extendiendo la mano para ayudarla a subir al auto.

En el momento en que sus manos se rozaron, ambos sintieron una corriente que los estremeció, aunque prefirieron callar y centrarse en lo que tenían que hacer.

—Señorita Carter, hoy le voy a mostrar uno de mis proyectos favoritos —dijo Adams, sin perder su sonrisa. —¿Le gustan los niños, Carter? -preguntó Adams, con la misma jovialidad.

—Sí, realmente me encantan. ¿Por qué me pregunta?  Me dirá que a usted también.

—Pues sí, realmente me encantan. Creo que, aunque no me case, sí querría tener hijos. Los niños son espectaculares. Interactuar con ellos es relajante y es una fuente de aprendizaje, siempre me enseñan algo —respondió Adams, bajo la atenta mirada de Glenda. Ella notó que, mientras hablaba su sonrisa iluminaba por completo su rostro, sintiéndose genuina.

—Me sorprende, Sr. Smith. Nunca pensé que pensara así. -Dijo Glenda, sorprendida por lo que acababa de escuchar.

—Hay muchas cosas que no conoces de mí, Carter, pero no se preocupes, las conocerás. Yo se las enseñaré —dijo Adams, con un toque de doble sentido en sus palabras.

El comentario de Adams hiso que Glenda se sonrojara. Rápidamente, ella bajó un poco la ventanilla para tomar aire y retomar el control de la situación.

—Bien, señor Smith, entonces estoy lista para que me lo muestre —respondió, tratando de mantener la compostura.

Él la miró complacido sin dejar de sonreír, pero no dijo nada más. Solo volvió a fijar su vista en la carretera.

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