La cena con los Smith (III)

Ocho en punto. Justo cuando el reloj marcó la hora, las puertas del salón se abrieron, y Amira Gutiérrez hizo su entrada. Todo lo que había estado preocupando a David Stone hasta ese momento desapareció en un instante. La sala, repleta de su círculo cercano, quedó sumida en un silencio absoluto. Era como si el mundo mismo hubiese hecho una pausa para admirarla.

Amira, con su piel color canela que brillaba bajo la luz suave del salón, caminaba con una gracia natural y una presencia que llenaba todo el espacio. Vestida con su impresionante enterizo gris perla, el contraste entre su frente serio y la sensualidad de su espalda descubierta era suficiente para dejar a todos sin palabras. Parecía una reina que acababa de entrar en la presencia de sus súbditos, como si el silencio y la admiración de todos en la sala hubiesen sido orquestados solo para ella.

David, que había estado conteniendo su impaciencia toda la noche, sintió cómo su lobo, Zeus, se removía con fuerza dentro de él. Sus ojos dorados, normalmente controlados y fríos, la siguieron con una intensidad que no pudo ocultar. Parecía que todos en la sala sabían, aunque ninguno comprendía del todo, que Amira no era solo una invitada más. Era su Reina. Y aunque David no lo admitiera abiertamente, la fuerza de la atracción que sentía hacia ella era palpable. Cada fibra de su ser lo empujaba a acercarse a ella, a reclamarla.

Sin embargo, en ese mismo instante, Zaira, que estaba a su lado, también notó la atención que David le daba a Amira, y una pequeña chispa de celos brilló en sus ojos. Pero David estaba tan concentrado en Amira que ni siquiera notó la incomodidad de Zaira. Para él, el resto de la sala había dejado de existir.

David apretó los puños, intentando contener la oleada de emociones que lo invadía. El pensamiento surgió en su mente con una mezcla de frustración y asombro:

M*****a sea, sólo faltaba que todos se inclinaran ante ella. -pensó

Mientras tanto, Zeus, su lobo interior, no mantenía la misma compostura. Era como si el Alfa dominante y feroz que David había sido durante siglos se desmoronara ante la presencia de Amira. Zeus, que normalmente gruñía con fiereza, estaba prácticamente babeando como un cachorro emocionado.

Mate —susurraba Zeus una y otra vez dentro de su mente, como un mantra. El lobo estaba completamente hipnotizado por ella, incapaz de ver más allá de su "Luna". David, sin embargo, luchaba por mantener su fachada fría y distante, por más que su cuerpo lo traicionara con la urgencia de acercarse a ella, de tocarla, de hacerla suya.

Amira continuaba caminando con una elegancia que parecía natural, sin ser consciente del caos interno que había desatado en David. Para los demás en la sala, ella era una mujer impactante, pero solo David y su lobo sabían la verdad: ella era su compañera destinada. Cada paso que daba, cada mirada que lanzaba, lo envolvía más y más en ese torbellino de deseo, posesión y vulnerabilidad que no había sentido nunca antes.

Zeus quería reclamarla en ese mismo momento, gritarle al mundo que Amira era suya, pero David, con todo su autocontrol, seguía reprimiendo el impulso, aunque cada segundo que pasaba lo hacía más difícil.

David Stone:

¿Qué tanto le miran al pasar, por qué se le quedan viendo? Si está hermosa, es una Diosa, pero su traje no tiene nada de extraordinario, aunque le queda muy muy bien.

¿Por qué la expresión de Román luego de que les pasar por el lado, que tiene?

Román caminaba junto a Amira, acompañándola en su recorrido por el salón mientras saludaba cordialmente a los invitados. A pesar de la apariencia tranquila y diplomática que ella mantenía, yo sabía que Amira no estaba simplemente siendo amable. Había un aire de desafío en su forma de comportarse, una sutileza en su sonrisa que dejaba claro que ella sabía exactamente el impacto que estaba causando, y la muy condenada lo estaba disfrutando.

Cuando finalmente llegaron frente a , el ambiente en el salón parecía contener la respiración. Amira me saludó con una cortesía impecable, pero yo, con mis sentidos agudos, notaba cómo sus palabras eran una especie de juego que ocultaba lo que en realidad estaba sucediendo debajo de la superficie. Amira no solo me estaba saludando. Ella estaba, metafóricamente, rompiendo toda la vajilla, dejándome claro que no se dejaría intimidar por mí.

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