3- La cena con los Smith (I)

Amira estaba frente al espejo de su suite en el hotel, admiraba su reflejo en el enterizo gris perla de patas palazo, que había elegido. Las mangas largas y el escote cerrado en el cuello le daban una apariencia seria, formal, pero el verdadero impacto estaba en la espalda. El enterizo, ajustado como un guante en la parte superior, se abría por completo en la espalda, dejando la piel expuesta hasta la cintura. El contraste entre la sobriedad del frente y la audacia del diseño posterior era desconcertante, justo como a ella le gustaba. Sabía que causaría impresión, y eso era exactamente lo que quería. Una sonrisa traviesa en sus labios delataba su estado de ánimo. Sabía que la cena de esa noche no era una simple reunión de negocios. Algo en la forma en que Román Smith se lo había mencionado la inquietaba, pero no tenía miedo. Después de todo, ella no era fácil de intimidar, y menos por alguien como David Stone, el "bello gruñón", como ella había empezado a llamarlo en su mente.

Amira Gutiérrez

—Bueno, en dos horas tengo una cena y no tengo idea de cuál es el objetivo —se dijo mientras terminaba de retocar su maquillaje, para luego calzarse sus zapatos rojos de siete centímetros de tacón aguja como le gustaba usar. —. Por supuesto, sé que el jefecito "bello gruñón" va a estar. Pero esta vez, sí le voy a dar para que mire con ganas… y luego salga corriendo otra vez —sonrió, disfrutando de la anticipación.

—Esta vez, no sabrá si mirarme de frente o de espaldas —murmuró, satisfecha con su elección.

—Si pensó que me iba a intimidar por lo que hizo, se equivocó totalmente. Conmigo no se juega —dijo en voz alta, reafirmando su confianza.

Amira recordaba perfectamente su primer encuentro con David Stone. Su actitud arrogante y su tono cortante la habían irritado profundamente. Pero lo que más le había molestado era la manera en que la había dejado sin aliento, tanto por su presencia como por esa chispa intensa e inexplicable que había sentido en el ascensor. No iba a dejar que se repitiera. Esta vez, ella tenía el control, y estaba más que lista para jugar el juego.

Recogió su cabello en un moño alto, dejando algunos mechones sueltos que caían suavemente alrededor de su rostro, dándole un toque elegante pero seductor. Sabía que cada detalle de su apariencia esta noche estaba pensado para causar un impacto, y no precisamente uno pequeño. Amira era una mujer de negocios astuta, pero también sabía usar su encanto y presencia cuando era necesario, y esta vez planeaba dejar a David Stone sin palabras.

Lista para lo que viniera, se giró y tomó su bolso rojo. Esta cena sería su terreno, y David Stone no tendría ninguna ventaja sobre ella.

Cuando Amira bajó al lobby del hotel, notó de inmediato a un joven uniformado preguntando por ella. Con una postura profesional, el joven se acercó tan pronto la vio.

Chofer:

—Disculpe, ¿Srta. Gutiérrez? Soy su chofer para llevarla a la residencia de los Smith.

El hombre, aunque entrenado para mantener la compostura, no pudo evitar que sus ojos se agrandaran por un segundo al verla. El enterizo gris perla ajustado a la perfección y el toque inesperado de su espalda descubierta lo dejaron sin aliento, aunque lo disimuló con un rápido parpadeo. Su profesionalismo no permitía otra cosa, pero no había duda de que estaba impresionado.

Mientras Amira avanzaba con gracia hacia la puerta, sintió las miradas de todos los caballeros presentes en el lobby, como si el mundo se hubiera detenido por un momento. Cada paso que daba era acompañado por susurros y miradas admirativas. Sin querer, había robado la atención de toda la sala. Algunos hombres se quedaron embobados, mientras que las mujeres presentes intercambiaban miradas de envidia y admiración. Pero Amira no necesitaba confirmación externa; ella ya sabía que iba a ser el centro de atención desde el momento en que eligió su atuendo.

Con una media sonrisa en sus labios, se dirigió hacia el coche, sabiendo que apenas era el comienzo de una noche en la que ella tendría todo el control.

La mansión de los Smith estaba ubicada en una zona apartada y extremadamente exclusiva de la ciudad, casi oculta entre los árboles, cerca de un denso bosque que parecía envolver la propiedad en un aire de misterio. Desde el coche, Amira observó cómo el paisaje urbano iba dando paso a un entorno más natural, y pronto apareció ante ella la imponente residencia.

Era una mansión con un diseño clásico, construida con materiales que parecían haber resistido el paso del tiempo. La estructura tenía una elegancia atemporal, pero no era solo su tamaño lo que impresionaba. A diferencia de muchas mansiones enormes que parecen diseñadas para alardear de espacios vacíos e innecesarios, esta tenía una sensación de hogar. Amira pudo percibir, solo con verla desde afuera, que cada rincón y cada habitación probablemente tenían un propósito claro. No era solo una casa grande, era una casa pensada para una familia grande, quizás con la idea de tener mínimo cuatro o cinco niños correteando por los pasillos.

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