Cruel destino

Tony se quedó parado en el marco de la puerta, sintiendo como si le hubieran echado un balde de agua helada encima.

Sarah estaba ahí, parada en su porche como si los últimos casi dos años no hubieran existido, como si el abandono de Lupita hubiera sido solo un mal sueño.

El rostro que tantas veces había visto reflejado en los ojos de su hija ahora lo miraba fijamente, esperando una respuesta.

La mandíbula de Tony se tensó, y su habitual sonrisa desapareció como sol en día lluvioso. Era raro ver al alegre vaquero tan serio, pero la situación lo ameritaba.

— ¿Qué quieres, Sarah? — su voz salió más dura de lo que pretendía, pero no le importó.

— Ya te dije, necesito hablar contigo — respondió ella, sosteniendo su mirada sin pestañear.

Tony pensó en Lupita, dormida en su camita con sus nuevas botas vaqueras junto a la cama. No había manera en el infierno de que dejara que Sarah se acercara a ella así como así. Su instinto protector se disparó como un caballo salvaje.

— Espérame aquí — dij
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