Coyote de ciudad

Tony y Frank caminaban por las calles de Nueva York, el estómago de Tony gruñendo ruidosamente.

—Señor Frank —dijo Tony, rascándose la nuca —odio ser una carga, pero estoy más pelado que una res en el matadero, no tengo ni un centavo para comprar comida.

Frank lo miró con una sonrisa astuta.

—No te preocupes, chico, tengo una idea que podría sacarte del apuro.

—¿Ah sí? — preguntó Tony, intrigado — ¿De qué se trata?

—Conozco a alguien que podría darte trabajo, es la dueña de un bar aquí cerca.

Tony sintió que se le helaba la sangre.

—Pero señor Frank, ¿No cree que podrían reconocerme y entregarme a la policía?

Frank soltó una carcajada áspera.

—Chico, ese bar es más seguro que Fort Knox, todos los que van ahí tienen cuentas pendientes con la ley.

—Bueno — dijo Tony, no muy convencido —si usted lo dice.

Caminaron unas cuantas cuadras más hasta llegar a un callejón oscuro. Al final, había una puerta roja con un letrero de neón que parpadeaba débilmente: "El Paraíso de Lola".

— ¿Este es e
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