Alina dormía, acurrucada en medio de las almohadas con mi camisa puesta, esa que insiste en robarme a cada rato porque, según ella, huele a mí. Aunque yo había enviado a perfumar muchas cosas en nuestra habitación con mi perfume favorito. A veces la veo dormir y me cuesta creer que esta sea mi vida. Que esta mujer, tan fuerte, tan dulce, tan jodidamente valiente, me haya elegido a mí. Me quedé observándola un rato, acariciando su vientre con la yema de los dedos. Nuestros hijos. Tres benditos milagros latiendo bajo su piel. Y yo... yo todavía intentando aprender a ser digno de ellos, se mueven con mi toque y sonrió. —Deberían dejar dormir a su madre —susurro ante de dejar un beso en esa pancita que ha crecido de manera hermosa. Fue entonces cuando me levanté en silencio, tomé mi teléfono y salí de la habitación. Esta sorpresa debía terminar hoy. Había planeado cada detalle durante semanas con ayuda de Darya y una decoradora de interiores de quien no recuerdo su nombre, ya que Darya
Alina De VolkovNunca pensé que el día más esperado de mi vida fuera también el más agotador.Estábamos listos. Lo estábamos desde hacía semanas. Las maletas, las cosas esenciales, la seguridad reforzada en el hospital privado, los nombres... todo. Solo faltaban ellos: nuestros tres pequeños, y fue esa madrugada, a las 3:12 a.m., cuando los primeros calambres me despertaron. No eran los típicos dolores que había sentido semanas atrás. Esto era diferente. Más profundo, más constante. La Dra. Romanov, nos advirtió que todo se podía adelantar, que era normal dado que son trillizos.—Viktor… —murmuré, tocándole el brazo.Él abrió los ojos de inmediato, su instinto siempre alerta. Al verme sosteniéndome el vientre con una expresión de incomodidad, se incorporó al instante, lo vi incluso dejar su pistola en la mesita de noche.—¿Es hora? —preguntó con voz ronca.Asentí. No necesité decir más. En cuestión de minutos, Sergei estaba activando el operativo, la maleta lista bajaba por las escale
Viktor VolkovJamás pensé que ver una sala blanca, repleta de luces frías y quirófano estéril, pudiera ser el lugar donde mi vida entera se quebrara para reconstruirse en algo mejor o el miedo de perder a uno de ellos cuatros. Tenía la bata quirúrgica, el gorro, la mascarilla, todo lo necesario… menos las palabras. No había una sola palabra en ruso, inglés o italiano que pudiera describir lo que sentía en ese momento.Alina estaba en la camilla, medio dormida por la anestesia, pero consciente. Sus ojos estaban cansados, su cuerpo agotado, pero cuando me miró… todavía estaba ahí. Todavía era ella. Mi malyshka. Mi esposa. La madre de mis hijos.Le tomé la mano mientras la doctora Romanov me indicó que podía quedarme junto a su cabeza. No lo habría hecho de otra forma. No pensaba dejarla sola ni un segundo.—Estoy contigo —le dije, acercando mis labios a su frente—. Ya casi, mi amor. Solo un poco más.Ella solo apretó mis dedos con debilidad, pero fue suficiente. Me quedé mirándola, acar
Alina De Volkov—Estás lista, mamá —dijo la enfermera con una sonrisa amable mientras me ayudaba a acomodarme la bata hospitalaria abierta por el frente.La habitación era cálida. Habían bajado la intensidad de las luces, el murmullo de las máquinas era un sonido constante pero suave, casi como un arrullo. A lo lejos, escuchaba el clic de los zapatos del personal de neonatología y las voces bajas que se movían con experiencia, pero yo solo podía mirar a ese pequeño ser que me acercaban con delicadeza.Mi hijo.Milan.Mi corazón latía con fuerza. Estaba nerviosa, emocionada, asustada… todo a la vez. Lo habían sacado de la incubadora apenas cinco minutos antes. Estaba tan chiquito. Tan rojo, tan arrugado, pero perfecto, y era mío.Cuando lo colocaron sobre mi pecho, entre mis senos, sentí un calor tan profundo que las lágrimas simplemente brotaron sin permiso. Era tan ligero como una pluma, y tan pequeño que cabía entero entre mis manos.—Hola… hola, mi amor… —susurré con voz rota—. Soy
Primer cumpleaños de nuestros hijosUn año.Doce meses.Tres bebés que ahora gateaban, decían "papá" más que "mamá", y se reían como si el mundo fuera un lugar suave, tibio y seguro.El salón principal de la mansión había sido decorado en tonos marfil, dorado y azul suave. Lo sabía: Viktor quería algo elegante, nada de payasos ni globos chillones. Solo lo mejor para "sus hijos". Contrató a los mejores organizadores, chefs, fotógrafos… aunque juró que todo había sido idea mía ¡Mentiroso encantador!—¿Están listos los príncipes? —preguntó desde la puerta, con un traje gris claro, con corbata y camisa blanca. Ese hombre era el caos y la perfección juntos.—Dmitry no quiere ponerse los zapatos —respondí riendo, mientras sujetaba al rebelde en cuestión que pataleaba como si le pusiera cadenas en los pies.Milan ya estaba vestido, jugueteando con su peluche de oso. Aleksandr, sentado en el centro de la cuna, simplemente observaba todo como si fuera el jefe del lugar. Era curioso cómo ya emp
Alina PetrovnaEn el pequeño cuarto de limpieza del Hotel Nevsky, ubicado en el frío y desolado barrio de Vyborgskoye, en San Petersburgo, Rusia, la luz parpadeante de una lámpara barata proyecta sombras inestables sobre las paredes desgastadas. Me siento en una silla desvencijada frente a un pequeño espejo empañado.Mi uniforme manchado por café, ya que no tuve chance de limpiarlo, suspiro observando mi cabello castaño que a menudo cae en suaves ondas alrededor de mi rostro, ahora está recogido en un moño desordenado, oculto bajo un gorro de lana gris.Coloco un poco de base bajo mis ojos azules para disimular las ojeras profundas y el cansancio que cada noche deja su huella en mi rostro. No puedo hacer mucho por mi apariencia, me siento cansada pero decidida a terminar mi jornada laboral y volver a mi casa llena de recuerdo de mis padres en donde mi único acompañante es mi gato Teodoro, un gordito hermoso de pelo blanco.Teodoro es la compañía que tengo, mis padres murieron en un ac
Un dolor palpitante me obligo llevar mi mano hasta mi cabeza, sentía que iba a explotarme en cualquier momento. Abrí mis ojos como pude, no había mucha luz en este lugar, ni tenía idea de donde me encontraba hasta que recuerdos de lo que me paso azotaron mi mente provocando más dolor en todo mi cuerpo.Respire profundo tratando de no entrar en pánico captando en seguida un olor a madera, cuero y especias quizás orientales. Junto a ello, una ligera esencia a tabaco caro y almizcle penetraba suavemente en cada respiro, como si cada objeto en la habitación tuviera su propia huella olfativa, cuidadosamente seleccionada.Poco a poco mi vista enfocaba más los detalles de la habitación que claramente no es mi aposento lo que me llevaba a hacerme la pregunta, ¿Dónde estoy? Entonces en ese momento la máscara roja llego a mis recuerdos, ¿Quién es ese hombre? El ruido de los disparos erizan cada vello de mi piel, él… él asesino a esos hombres.Debo salir de este lugar, me descubro notando que ll
No pude tocar nada de la comida, no tenía ganas de comer. Solo pensaba en Teodoro, mi pobre gato, seguro estaría esperando en casa, pensando que lo he abandonado a su suerte. Mi corazón se contraía solo imaginarlo solo en algún rincón, esperándome. El dispensador de comida y agua le duraría una semana más, pero después de eso estaría completamente a su suerte.La puerta se abrió horas más tarde, y nuevamente la señora del servicio entró. Se mostró preocupada al ver que no había tocado la comida, pero no dijo nada y recogió lo que antes me había dejado, lo siento, pero mi apetito se había esfumado.Me recosté, mirando al techo. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera con brusquedad.—Come —ordenó esa voz grave y implacable. Me vi obligada a sentarme, y observé en sus manos una bandeja con comida. El hombre de la máscara, o en este caso, el coronel, avanzó con pasos pesados hasta quedar frente a mi cama. Deposito la bandeja en mis piernas y se quedó parado frente a mí, mi