Alina De VolkovEran casi las cinco de la mañana cuando escuché la puerta principal abrirse. No necesitaba mirar el reloj. Mi cuerpo ya sabía que había pasado toda la noche sin dormir, caminando de un lado a otro de la habitación, sintiendo que el corazón se me saldría del pecho.Sergei me había dicho unas horas atrás que Viktor estaba "resolviendo algo importante". No necesitaba muchas palabras para entender que esa "resolución" tenía que ver con Evelyn. Con su odio. Con su venganza.Corrí escaleras abajo, y allí estaba. Viktor, de pie en medio del recibidor, bañado en sangre. Su camisa blanca manchada, los pantalones llenos de polvo y su rostro más tenso que nunca. Por un segundo, el miedo me paralizó. Mi respiración se atascó en la garganta mientras mis ojos recorrían su cuerpo buscando una herida abierta, pero no identifique nada por toda esa sangre.—¡Viktor! —grité, y corrí hasta él.Él levantó la mirada justo antes de que me lanzara a sus brazos. Su cuerpo estaba frío, tenso, p
La capilla era pequeña, rústica, con bancos de madera gastada y vitrales que dejaban pasar la luz del sol en tonos suaves. Era el tipo de lugar que uno imaginaría como refugio de paz, y de alguna forma, lo era. Dmitry venía aquí a veces. Lo había dicho una vez en voz baja, cuando aún le costaba expresar cosas que no fueran bromas o sarcasmo. Decía que el silencio de esa capilla lo ayudaba a pensar. A respirar.Por eso Viktor decidió que ese sería el lugar.No había flores exageradas, ni candelabros dorados. Solo una foto de Dmitry sobre el altar, su sonrisa ladeada congelada para siempre, y velas encendidas alrededor que llenaban el lugar de un aroma cálido a cera y madera.Estaba rodeada de silencio. De un dolor contenido. Había hombres de Viktor, algunos de los más cercanos, vestidos de negro y con rostros serios. Sergei se mantenía cerca de la entrada. Matteo, el primo de Viktor, estaba en un rincón, de pie junto a la señora Fiorella y el señor Ricardo. Todos sabían lo que Dmitry r
Pasó un mes desde aquella noche en que Viktor se quebró frente a mí por primera vez. Y desde entonces, algo cambió. No de golpe, no con magia… pero sí con pasos lentos, reales, y llenos de intención.El primer cambio fue evidente: dejó el alcohol.Lo hizo sin anunciarlo, sin discursos. Solo dejó de llegar oliendo a whisky o a vodka, y en lugar de eso, lo encontraba cada noche acostado a mi lado, con sus brazos alrededor de mí y sus labios posados sobre mi vientre, como si con eso pudiera protegernos de todo lo que él mismo había traído a nuestras vidas.Las primeras noches sin alcohol fueron duras. Tenía pesadillas. Lo despertaba el sudor, la tensión en los músculos, las imágenes que se negaban a abandonarlo. A veces solo se sentaba en la orilla de la cama, con el rostro entre las manos, respirando como si se estuviera ahogando. Yo me despertaba cada vez, sin fallar. Me acercaba, pasaba mis manos por su espalda y lo abrazaba hasta que volvía a acostarse.No hablábamos mucho en esas ma
Alina dormía, acurrucada en medio de las almohadas con mi camisa puesta, esa que insiste en robarme a cada rato porque, según ella, huele a mí. Aunque yo había enviado a perfumar muchas cosas en nuestra habitación con mi perfume favorito. A veces la veo dormir y me cuesta creer que esta sea mi vida. Que esta mujer, tan fuerte, tan dulce, tan jodidamente valiente, me haya elegido a mí. Me quedé observándola un rato, acariciando su vientre con la yema de los dedos. Nuestros hijos. Tres benditos milagros latiendo bajo su piel. Y yo... yo todavía intentando aprender a ser digno de ellos, se mueven con mi toque y sonrió. —Deberían dejar dormir a su madre —susurro ante de dejar un beso en esa pancita que ha crecido de manera hermosa. Fue entonces cuando me levanté en silencio, tomé mi teléfono y salí de la habitación. Esta sorpresa debía terminar hoy. Había planeado cada detalle durante semanas con ayuda de Darya y una decoradora de interiores de quien no recuerdo su nombre, ya que Darya
Alina De VolkovNunca pensé que el día más esperado de mi vida fuera también el más agotador.Estábamos listos. Lo estábamos desde hacía semanas. Las maletas, las cosas esenciales, la seguridad reforzada en el hospital privado, los nombres... todo. Solo faltaban ellos: nuestros tres pequeños, y fue esa madrugada, a las 3:12 a.m., cuando los primeros calambres me despertaron. No eran los típicos dolores que había sentido semanas atrás. Esto era diferente. Más profundo, más constante. La Dra. Romanov, nos advirtió que todo se podía adelantar, que era normal dado que son trillizos.—Viktor… —murmuré, tocándole el brazo.Él abrió los ojos de inmediato, su instinto siempre alerta. Al verme sosteniéndome el vientre con una expresión de incomodidad, se incorporó al instante, lo vi incluso dejar su pistola en la mesita de noche.—¿Es hora? —preguntó con voz ronca.Asentí. No necesité decir más. En cuestión de minutos, Sergei estaba activando el operativo, la maleta lista bajaba por las escale
Viktor VolkovJamás pensé que ver una sala blanca, repleta de luces frías y quirófano estéril, pudiera ser el lugar donde mi vida entera se quebrara para reconstruirse en algo mejor o el miedo de perder a uno de ellos cuatros. Tenía la bata quirúrgica, el gorro, la mascarilla, todo lo necesario… menos las palabras. No había una sola palabra en ruso, inglés o italiano que pudiera describir lo que sentía en ese momento.Alina estaba en la camilla, medio dormida por la anestesia, pero consciente. Sus ojos estaban cansados, su cuerpo agotado, pero cuando me miró… todavía estaba ahí. Todavía era ella. Mi malyshka. Mi esposa. La madre de mis hijos.Le tomé la mano mientras la doctora Romanov me indicó que podía quedarme junto a su cabeza. No lo habría hecho de otra forma. No pensaba dejarla sola ni un segundo.—Estoy contigo —le dije, acercando mis labios a su frente—. Ya casi, mi amor. Solo un poco más.Ella solo apretó mis dedos con debilidad, pero fue suficiente. Me quedé mirándola, acar
Alina De Volkov—Estás lista, mamá —dijo la enfermera con una sonrisa amable mientras me ayudaba a acomodarme la bata hospitalaria abierta por el frente.La habitación era cálida. Habían bajado la intensidad de las luces, el murmullo de las máquinas era un sonido constante pero suave, casi como un arrullo. A lo lejos, escuchaba el clic de los zapatos del personal de neonatología y las voces bajas que se movían con experiencia, pero yo solo podía mirar a ese pequeño ser que me acercaban con delicadeza.Mi hijo.Milan.Mi corazón latía con fuerza. Estaba nerviosa, emocionada, asustada… todo a la vez. Lo habían sacado de la incubadora apenas cinco minutos antes. Estaba tan chiquito. Tan rojo, tan arrugado, pero perfecto, y era mío.Cuando lo colocaron sobre mi pecho, entre mis senos, sentí un calor tan profundo que las lágrimas simplemente brotaron sin permiso. Era tan ligero como una pluma, y tan pequeño que cabía entero entre mis manos.—Hola… hola, mi amor… —susurré con voz rota—. Soy
Primer cumpleaños de nuestros hijosUn año.Doce meses.Tres bebés que ahora gateaban, decían "papá" más que "mamá", y se reían como si el mundo fuera un lugar suave, tibio y seguro.El salón principal de la mansión había sido decorado en tonos marfil, dorado y azul suave. Lo sabía: Viktor quería algo elegante, nada de payasos ni globos chillones. Solo lo mejor para "sus hijos". Contrató a los mejores organizadores, chefs, fotógrafos… aunque juró que todo había sido idea mía ¡Mentiroso encantador!—¿Están listos los príncipes? —preguntó desde la puerta, con un traje gris claro, con corbata y camisa blanca. Ese hombre era el caos y la perfección juntos.—Dmitry no quiere ponerse los zapatos —respondí riendo, mientras sujetaba al rebelde en cuestión que pataleaba como si le pusiera cadenas en los pies.Milan ya estaba vestido, jugueteando con su peluche de oso. Aleksandr, sentado en el centro de la cuna, simplemente observaba todo como si fuera el jefe del lugar. Era curioso cómo ya emp