Capítulo LXIII

Un gemido quebró el silencio de la habitación al momento en que su cuerpo se estremecía alrededor de mi polla, temblorosa y completamente entregada a mí. Alina estaba ahorcajada sobre mis piernas, su frente pegada a la mía, los labios entreabiertos, jadeando. La sostuve firme por las caderas, guiándola mientras buscaba su propio orgasmo, disfrutando con cada contracción que me arrancaba un gruñido bajo.

Inhalé su olor con devoción. Ese aroma dulce mezclado con el sudor de su piel era una maldita droga. Besé su cuello y lo mordí con ansias, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba al instante, apretándose con más fuerza a mi alrededor. Sé que no le gusta que le deje marcas, pero cuando estoy dentro de ella, cuando siento su cuerpo abrazando el mío con esa intensidad, se me hace imposible contenerme. Su placer se convierte en el mío, y la necesidad de reclamarla me domina.

—Mi mujer —susurré contra su piel mientras dejaba un camino de besos desde su cuello hasta su barbilla, lento, posesivo
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