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Capítulo 1: Regreso a La Victoria.

          El amanecer en La Victoria pintaba el cielo con tonos de coral y dorado, mientras yo observaba el paisaje desde la ventanilla del autobús. El camino serpenteaba a través de campos de caña de azúcar y plantaciones de cacao, reminiscencias de un pasado que nunca había olvidado. Cada kilómetro que me acercaba a mi destino hacía que mi corazón latiera con más fuerza, una mezcla de emoción y nerviosismo llenando mi pecho.

          Tras varios años viviendo en el extranjero, recorriendo selvas inexploradas y capturando con mi cámara la esencia indómita de la naturaleza, regresaba a mi ciudad natal. La idea de volver a pisar las calles empedradas de mi infancia me provocaba un torrente de emociones. Las caras conocidas, los aromas y los sonidos familiares de la ciudad habían habitado en mis recuerdos, anclados en un tiempo que ahora me parecía lejano.

          El autobús finalmente llegó a su destino, y me bajé con una mochila al hombro y mi cámara colgando del cuello, como una extensión de mí misma. El terminal de autobuses estaba tan bullicioso como lo recordaba: vendedores ambulantes ofreciendo sus productos, estudiantes corriendo apresurados y familias despidiéndose con abrazos y lágrimas.

          Tomé un taxi hacia la casa de mi infancia, sintiendo una punzada de nostalgia al reconocer cada esquina y cada edificio por el que pasábamos. Al llegar, bajé del coche y me quedé un momento contemplando la fachada de la casa. La pintura estaba un poco desgastada, pero seguía siendo el hogar que recordaba. Tomé una profunda bocanada de aire y empujé la puerta.

-¡Mamá, ya llegué! —llamé desde la entrada.

-¡Valeria! —gritó mi madre desde la cocina, saliendo apresuradamente para abrazarme.

          El abrazo fue largo y reconfortante. Me dejé envolver por los brazos de mi madre, sintiendo la calidez y el amor que tanto había extrañado. Después de unos momentos, nos separamos y mi madre me miró con lágrimas en los ojos.

-Has cambiado tanto, hija. Te ves increíble —dijo mi madre, acariciando mi mejilla.

-Tú también, mamá. Estaba deseando verte —respondí con una sonrisa.

          Pasamos el resto de esa mañana y parte de la tarde poniéndonos al día, compartiendo historias y risas como si el tiempo no hubiera pasado. Pero yo tenía una misión, y el tiempo apremiaba. Mi exposición fotográfica estaba programada para el día siguiente, y quería asegurarme de que todo estuviera perfecto.

-Mamá, me encantaría seguir charlando, pero debo prepararme para mi exposición de mañana –dije a mi madre, obviamente mi madre no pudo evitar entristecerse un poco.

-Pero si acabas de llegar después de un viaje tan largo. Deberías descansar mi niña –dijo mi madre preocupada por el bienestar de su amada y única hija. Miré al techo un momento como si buscara en las diminutas partículas de polvo que bailaban ante la luz de la bombilla una respuesta digna de ser excusa.

-Lo siento mamá, pero debo recordarle que por culpa del mal clima retrasaron mi vuelo y llegué un día más tarde de lo planeado, lamentablemente no pude reservar antes de ese momento. Sabes que cuando hay obstáculos en nuestros planes se debe a fuerzas mayores, tal vez no era voluntad de Dios que llegara antes –Dije con toda la sinceridad que me daba mi criterio. Mi madre me miró con cara de tristeza, pero asintió con la cabeza y me dio un último abrazo antes de que me retirara a mi habitación para ordenar mis cosas.

          Me retiré a mi habitación, todo estaba como antes, pero no me sentía igual, algo había cambiado, lo que era una joven con un sueño aventurero, ahora es una mujer formada casi por completo, con diferente carácter y temperamento. Lamentablemente al estar tanto tiempo lejos de mi amada Victoria y la casa de mi infancia, tenía un sentimiento desagradable de impertenencia, solo que no eran mis muebles, parecía que la que estaba sobrando era yo, a pesar de eso no quise hacerle mucha cabeza a esos pensamientos por lo que comencé a desempacar y a darle un toque más personal o acogedor a mi habitación, la cual parecía de una adolescente, yo, ya con mis 23 años, no me sentía atraída a estas cosas de joven, mi cuarto estaba lleno de posters de bandas de k-pop, personajes masculinos de anime y algunas estatuillas de dichos personajes o de videojuegos, sentí un poco de nostalgia mezclada con vergüenza, aunque aún me gustaran algunas de esas cosas, no creo apropiado tener todo abarrotado de ellas, por lo que tomé una caja y guardé la mayoría dejando únicamente las que le tenía más cariño o que no resaltaban tanto.

          Luego de recoger tantas cosas, me sentí algo cansada, pero no quería dormir, mi ansiedad sobre la exposición del día de mañana me tenía perturbada y no me dejaba pensar con claridad. Al ver la hora ya eran las 21:34, un crujir se dispuso a retumbar por la aún callada habitación, al posar una mano en mi estómago me di cuenta de que era mi naturaleza pidiendo una recarga de nutrientes, al pensarlo un poco ni siquiera había comido nada desde el almuerzo.

          Al salir de mi alcoba, observé que ya todo estaba callado, mi madre se había ido a dormir, caminé hacia la cocina y en la mesa estaba un envase con tapa y una nota “Valeria, aquí tienes una arepa con un guiso de pescado, no te acuestes sin comer” acaricié la nota con mi dedo índice y sonreí al pensar en el cariño de mi madre y lo atenta que es. Después de comer y beber un vaso de agua, mi hambre se calmó, más no mi mente, todavía tenía ese sentimiento de ansiedad, por lo que pensé en salir a caminar un rato por la cuadra, tal vez dar una vuelta a la manzana.

          Fui a mi cuarto y tomé una chaqueta para abrigarme del frio de la noche, me coloqué unas botas negras y salí a la calle, no había casi nadie, solo algunos niños corriendo en las veredas a estas horas de la noche, a lo lejos estaban unos ancianos jugando dominó en una mesita cuadrada y tenían algunas cervezas a los lados de las piezas, eso es muy común aquí en mi amada Venezuela, ya extrañaba estas cosas sencillas que me hacen sentir en casa pensaba con ternura al caminar un poco más me encontré un carrito de perros calientes y al ver la mezcla del humo de las salchichas calientes a la par de las salsas colocadas sobre el carrito y la manera en que la muchacha adornaba los perros calientes, no pude evitar sentir un poco de tristeza al no haber traído mi cámara para capturar este momento, salí distraída y se me olvidó una parte de mí en mi cuarto, pero a pesar de ello, solo continué caminando un rato más mirando las pocas estrellas que iluminaban el cielo, escuchaba y admiraba cada pequeño sonido, los perros ladrando a lo lejos, el viento soplando a través de las hojas de los árboles, por fin sentí un poco de paz y me llené más de confianza.

          Nuevamente miré mi teléfono y ya eran las 22:13, por lo que pensé que ya era hora de volver, después de todo, a veces estos lugares pueden ser peligrosos, conservando ese pensamiento me di la vuelta y de pronto choqué con un extraño y al perder el equilibrio caí al suelo. Al subir la mirada observé un muchacho de unos 17 años, con unos shorts al nivel de la mitad de sus glúteos, una camiseta, un corte de cabello con un símbolo de dólar echo con hojilla, y varios tatuajes en sus brazos, me impresionó un poco su apariencia, pero trataré de no ser prejuiciosa.

-Lo siento, estaba inmersa en mis pensamientos y no te vi –dije pasando de estar sentada a semi arrodillada.

-¿Qué acento es ese? ¿No eres de por aquí verdad? –preguntó el chico mientras levantaba un poco su camiseta mostrando una pistola que tenía metida en sus shorts.

          Yo que estaba a punto de levantarme, al ver la pistola me asusté y en un movimiento forzado volví al suelo en un estado de nervios muy notables. El chico solo me miraba desde arriba mientras buscaba una respuesta.

-Acabo de volver del extranjero, creo que se me pegó un poco la forma de hablar de allá, pero yo nací en este mismo barrio –afirmé aún asustada en el piso.

          El muchacho se agachó a mi nivel y colocó su mano en mi mentón subiéndome la mirada, al quedar cara a cara yo de forma involuntaria comencé a temblar ligeramente y el chico que estaba a una distancia casi de besarme, giró su cabeza de lado como si estuviera recordando algo, de pronto una epifanía llegó a su rostro –¿Valeria? –preguntó extrañado. Aparentemente me conoce, pero yo no recuerdo haber visto a este chico nunca, con algo de miedo respondí –Sí ¿Cómo sabes mí nombre? –Ante mi respuesta el chico sonrió y con un gesto me indicó que podía levantarme, me tomó de la mano y me ayudó a incorporarme, confundida pregunté –No entiendo –El me miró de arriba abajo con una cara algo pervertida y luego con la mirada en mis ojos me dijo –Tu madre siempre que se me antoja me da almuerzo, así que no tengo porque hacerle algo a ella, de hecho no robo a la gente del barrio, a menos que vea algún desconocido, tu madre siempre me habla de ti e incluso me mostró una fotografía de cuando eras más joven, aunque los años y la madurez te pegaron muy bien –Dijo esto último fijando su mirada en mis voluptuosos pechos, yo me tensé y llevé mi mirada a otra dirección Así que es un malandro “tranquilo”, según él, solo se mete con personas ajenas al barrio menos mal me reconoció –Preciosa, ya tu madre me había mencionado que volverías, pero no me dijo cuándo –que momento tan extraño, pero lleve mi mirada otra vez a sus ojos y le pregunté de forma sumisa –Sí sabes que soy mayor que tú ¿Verdad? –Él sonrió y con cara pícara me dijo –Sí, pero eso no es impedimento para jugar un poco ¿Me entiendes? –Por supuesto que entiendo, pero no lo admitiré, solo cerré mis ojos un segundo y suspiré –Tranquila Valeria, no te haré nada que tu no quieras. Ven ya es tarde, te llevaré a tu casa –sin más remedio accedí y nos fuimos caminando rumbo a mi casa.

          En el camino él no dejaba de mirarme y eso me hacía sentir algo incomoda, podía sentir la sangre en mi rostro –Y bueno Valeria ¿Cómo es el extranjero, a dónde fuiste? –Por fin, una pregunta casual y normal para romper el hielo, tal vez se dio cuenta de mi incomodidad –Ah, depende, todo tiene sus partes de belleza y partes que carecen de ella. Estuve en Colombia, Ecuador, México y Argentina, pero siempre extrañé Venezuela –él me observa curioso, pero no dice nada más, unos metros después ya estamos en mi casa.

-Gracias por traerme a casa –dije algo nerviosa y él solo sonríe.

-De nada preciosa, eres muy linda, que no se te olvide –Me dijo mientras daba unos pasos hacia atrás y luego se dio la vuelta para irse.

          Que situación más extraña, no pensé que mi primera noche de vuelta sería así, pero bueno, ya es tarde, me desvestí quedándome solo con una camiseta de tiras y una pantie de encaje, ambas de color morado, luego de ponerme cómoda me acosté para por fin dormir.

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