PENDIENDO DE UN HILO

El sonido de la puerta al cerrarse tras Vítale resonó en los vastos pasillos de la majestuosa mansión Rossi. Un silencio pesado, casi opresivo, se instaló en la sala principal, donde Don Marcos, Francesco y Leonardo permanecían inmóviles. La despedida de Vítale no había sido más que el preludio de una jornada que prometía ser tan sombría como turbulenta.

La mirada de Don Marcos, aguda y penetrante, recorrió a sus nietos, midiendo cada palabra antes de romper ese denso silencio.

—Sabemos que Rebeca está en Sicilia —comenzó Don Marcos, con una voz firme y cargada de gravedad—. Esto no es solo una imprudencia juvenil; Salvadore tiene otros motivos, algo oscuro que debemos desentrañar. Antonio es un hombre sensato, pero está claro que su control sobre su hijo es frágil, si es que aún lo tiene.

Francesco, con la mente trabajando a mil revoluciones, asintió lentamente. Sus ojos, oscurecidos por la preocupación, reflejaban un cálculo frío y meticuloso.

—Salvadore es ambicioso, abuelo. No me
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