Poco después de la conversación en la piscina, Strauss y los demás regresaron a sus habitaciones Francesco tardo unos minutos en hacer lo mismo, en cuanto entro a la habitación vio a Isabella profundamente dormida, tomo una pijama del closet y siguió hacia el baño sin hacer ruido, después de cambiarse estuvo unos segundos parado frente a la cama observando lo tranquila que estaba. Era imposible no detenerse a mirar lo jodidamamente hermosa que era, se acostó a su lado dándole un beso mientras la rodeaba con su brazo quedándose dormido.En la mañana, el primer rayo de sol apenas se asomaba cuando Francesco despertó. Con cuidado de no interrumpir el sueño de Isabella, se levantó y se vistió rápidamente. Sentía que debía enmendar las cosas, aunque no estaba seguro de por dónde empezar.En su camino hacia la construcción, hizo una parada en una floristería. Escogió un enorme arreglo de rosas rojas y un oso de peluche blanco, ambos envueltos con esmero. Escribió una nota breve pero direct
El sol brillaba tímido aquella mañana, con un aire fresco que acariciaba la piel y una brisa suave que traía consigo el aroma salado del mar. Isabella observaba a Alessa y Leonardo subir al auto con las maletas, listos para llevar a Nicolás al aeropuerto. Aunque sonreía, una leve melancolía se reflejaba en sus ojos al despedirse de su amigo.Cuando el auto desapareció por el largo camino bordeado de cipreses, Isabella sintió las manos de Francesco rodear su cintura. Su toque era cálido, firme, y al mismo tiempo lleno de algo que ella no había visto en él en mucho tiempo: tranquilidad.— ¿Lista para un día diferente? —le preguntó con una sonrisa que tenía un toque de misterio.Isabella ladeó la cabeza, intrigada.— ¿Diferente? ¿A qué te refieres?Francesco apretó suavemente su mano y la guió hacia el auto.—Ya lo verás. Confía en mí.El motor rugió suavemente mientras se adentraban en el paisaje italiano. El camino serpenteaba entre colinas verdes y viñedos interminables, y el murmullo
Luego de sentir cómo el bebé se movía, Francesco fue interrumpido al escuchar un leve toque en la ventanilla. El sonido resonó en la quietud del auto, mezclándose con el murmullo lejano de los árboles mecidos por la brisa. Levantó la mirada y encontró a uno de los hombres de seguridad. Con un ademán pausado, bajó la ventanilla.—Señor, ¿todo está bien? Vimos que se detuvo y vine para saber si ocurría algo —dijo Alberto, con tono de genuina preocupación.Francesco respondió, dejando entrever una sonrisa serena.—Nada, simplemente mi hijo se movió y disfrutábamos del momento. Es lo más maravilloso que se puede experimentar en la vida. Bueno, regresa al auto; nos movemos.Antes de que Alberto pudiera marcharse, Isabella habló con suavidad, como si estuviera recordando algo precioso.—Fran, ¿recuerdas esa pequeña heladería a la que tu padre y mi padrino nos llevaban cuando íbamos a la cabaña? —Sus ojos brillaban con una mezcla de nostalgia y anhelo.Francesco asintió lentamente, una sombra
La noche avanzaba y el aire en la habitación principal era cálido, con un leve aroma a lavanda que Isabella había elegido para relajarse. Francesco, en silencio, preparó la bañera, vertiendo aceites esenciales y formando una espuma que reflejaba la luz tenue del candelabro. Isabella lo observó desde la cama, con una mano descansando sobre su vientre.—Gracias por esto, no tenías que molestarte tanto, Francesco. —su voz apenas fue un susurro, pero llevaba consigo todo el peso de la gratitud y el cansancio.Francesco levantó la mirada hacia ella mientras cerraba el grifo. —Claro que tenía. —Se acercó a la cama, arrodillándose frente a ella para quedar a su altura—. ¿Cómo podría no hacerlo? Quiero que te sientas cómoda… siempre. Tú haces todo el trabajo duro, Isabella. Esto es lo mínimo que puedo hacer.Isabella lo miró fijamente, notando la sinceridad en sus palabras, pero también algo más, un brillo de inseguridad que no lograba ocultar del todo.—Has estado muy atento últimamente. ¿Po
Desde aquella noche, las semanas siguientes transcurrieron con una calma inusual en la mansión Moretti, mientras Isabella y Francesco se sumergían en los últimos preparativos para la llegada del bebé. Las mañanas comenzaban con un desayuno en la terraza, donde el viento fresco traía consigo el aroma de las flores recién regadas. A pesar de los pequeños desacuerdos y preocupaciones, habían aprendido a encontrar un equilibrio en su nueva rutina.Entre risas y expectativas, compartían experiencias nuevas, como las clases prenatales, que rápidamente se convirtieron en parte esenciales de sus días. En una de esas clases, Isabella intentaba contener la risa mientras Francesco luchaba por dominar una técnica de respiración.—Inhala… exhala… Francesco, estás respirando como si estuvieras corriendo un maratón —bromeó Isabella, mordiéndose el labio para no soltar una carcajada.Francesco entrecerró los ojos, frunciendo el ceño con fingida indignación.— ¿Sabes lo difícil que es concentrarse con
Era un sábado perfecto, con el cielo despejado y una brisa suave que llenaba el ambiente de frescura. En la mansión Rossi, Alessa y Chiara lideraban la transformación del salón principal, mientras Leonardo, Carter y Arthur se encargaban de los detalles más prácticos. El lugar estaba irreconocible: guirnaldas de colores pastel colgaban del techo, globos en tonos suaves flotaban por todo el salón, y un mural en la pared principal anunciaba: "Bienvenido al mundo, Marco Antonio."Don Marcos, siempre impecable en su porte, se paseaba entre los preparativos con una sonrisa orgullosa. Aunque no participaba directamente, supervisaba con su presencia imponente, dejando escapar algún que otro consejo.—Asegúrense de que los globos no estén tan altos. Queremos que Isabella los note de inmediato, no que se pierdan en el techo. —dijo con su tono autoritario, pero lleno de ternura.Finalmente, todo estuvo listo. Cuando Isabella y Francesco llegaron, creyendo que asistirían a una reunión de negocios
El aire estaba cargado de una mezcla de emoción y ansiedad mientras Isabella y Francesco se dirigían al último control prenatal. El sol de la mañana iluminaba el camino, pero en el interior del automóvil, el ambiente estaba impregnado de una expectante tensión. Francesco mantenía una mano firme sobre el volante y la otra descansaba sobre la pierna de Isabella, acariciándola con el pulgar en un gesto inconsciente de protección.— ¿Estás bien? —preguntó él, sin apartar la vista del camino, pero con el ceño ligeramente fruncido.—Sí… solo un poco nerviosa —confesó Isabella, entrelazando sus dedos con los de él. Su voz apenas era un susurro, como si al decirlo en voz alta se hiciera más real.Francesco giró la cabeza brevemente para mirarla. Sus ojos reflejaban una mezcla de orgullo, amor y una pizca de inquietud.—Lo estamos haciendo bien, Isa —le aseguró, llevándose su mano a los labios para depositar un beso en sus nudillos—. Falta poco para que lo tengamos en brazos.El hospital tenía
El día transcurría con intensidad en la constructora. Francesco, junto a los chicos, estaba sumergido en reuniones y supervisando el avance de la obra. Había sido una jornada agotadora, llena de decisiones y planificación. Mientras tanto, Isabella permanecía en casa, disfrutando de un merecido descanso. Sin embargo, un antojo repentino de pastel de chocolate la hizo levantarse de la cama.Se dirigió a la cocina, abrió la nevera y cortó un generoso trozo de pastel, acompañándolo con un vaso de jugo. Se sentó en la mesa, disfrutando cada bocado con calma. Al terminar, llevó los platos al fregadero y los lavó. Pero justo cuando estaba a punto de regresar a la sala, un punzante dolor en la espalda la hizo detenerse en seco.Llevó una mano a su vientre, respirando hondo para controlar la incomodidad. Entonces, sintió una repentina humedad recorrer sus piernas y, en cuestión de segundos, comprendió lo que estaba sucediendo. Su bolsa se había roto.— ¡Vicenzo! —gritó con urgencia, sosteniénd