Luego de sentir cómo el bebé se movía, Francesco fue interrumpido al escuchar un leve toque en la ventanilla. El sonido resonó en la quietud del auto, mezclándose con el murmullo lejano de los árboles mecidos por la brisa. Levantó la mirada y encontró a uno de los hombres de seguridad. Con un ademán pausado, bajó la ventanilla.—Señor, ¿todo está bien? Vimos que se detuvo y vine para saber si ocurría algo —dijo Alberto, con tono de genuina preocupación.Francesco respondió, dejando entrever una sonrisa serena.—Nada, simplemente mi hijo se movió y disfrutábamos del momento. Es lo más maravilloso que se puede experimentar en la vida. Bueno, regresa al auto; nos movemos.Antes de que Alberto pudiera marcharse, Isabella habló con suavidad, como si estuviera recordando algo precioso.—Fran, ¿recuerdas esa pequeña heladería a la que tu padre y mi padrino nos llevaban cuando íbamos a la cabaña? —Sus ojos brillaban con una mezcla de nostalgia y anhelo.Francesco asintió lentamente, una sombra
La noche avanzaba y el aire en la habitación principal era cálido, con un leve aroma a lavanda que Isabella había elegido para relajarse. Francesco, en silencio, preparó la bañera, vertiendo aceites esenciales y formando una espuma que reflejaba la luz tenue del candelabro. Isabella lo observó desde la cama, con una mano descansando sobre su vientre.—Gracias por esto, no tenías que molestarte tanto, Francesco. —su voz apenas fue un susurro, pero llevaba consigo todo el peso de la gratitud y el cansancio.Francesco levantó la mirada hacia ella mientras cerraba el grifo. —Claro que tenía. —Se acercó a la cama, arrodillándose frente a ella para quedar a su altura—. ¿Cómo podría no hacerlo? Quiero que te sientas cómoda… siempre. Tú haces todo el trabajo duro, Isabella. Esto es lo mínimo que puedo hacer.Isabella lo miró fijamente, notando la sinceridad en sus palabras, pero también algo más, un brillo de inseguridad que no lograba ocultar del todo.—Has estado muy atento últimamente. ¿Po
Desde aquella noche, las semanas siguientes transcurrieron con una calma inusual en la mansión Moretti, mientras Isabella y Francesco se sumergían en los últimos preparativos para la llegada del bebé. Las mañanas comenzaban con un desayuno en la terraza, donde el viento fresco traía consigo el aroma de las flores recién regadas. A pesar de los pequeños desacuerdos y preocupaciones, habían aprendido a encontrar un equilibrio en su nueva rutina.Entre risas y expectativas, compartían experiencias nuevas, como las clases prenatales, que rápidamente se convirtieron en parte esenciales de sus días. En una de esas clases, Isabella intentaba contener la risa mientras Francesco luchaba por dominar una técnica de respiración.—Inhala… exhala… Francesco, estás respirando como si estuvieras corriendo un maratón —bromeó Isabella, mordiéndose el labio para no soltar una carcajada.Francesco entrecerró los ojos, frunciendo el ceño con fingida indignación.— ¿Sabes lo difícil que es concentrarse con
Era un sábado perfecto, con el cielo despejado y una brisa suave que llenaba el ambiente de frescura. En la mansión Rossi, Alessa y Chiara lideraban la transformación del salón principal, mientras Leonardo, Carter y Arthur se encargaban de los detalles más prácticos. El lugar estaba irreconocible: guirnaldas de colores pastel colgaban del techo, globos en tonos suaves flotaban por todo el salón, y un mural en la pared principal anunciaba: "Bienvenido al mundo, Marco Antonio."Don Marcos, siempre impecable en su porte, se paseaba entre los preparativos con una sonrisa orgullosa. Aunque no participaba directamente, supervisaba con su presencia imponente, dejando escapar algún que otro consejo.—Asegúrense de que los globos no estén tan altos. Queremos que Isabella los note de inmediato, no que se pierdan en el techo. —dijo con su tono autoritario, pero lleno de ternura.Finalmente, todo estuvo listo. Cuando Isabella y Francesco llegaron, creyendo que asistirían a una reunión de negocios
El aire estaba cargado de una mezcla de emoción y ansiedad mientras Isabella y Francesco se dirigían al último control prenatal. El sol de la mañana iluminaba el camino, pero en el interior del automóvil, el ambiente estaba impregnado de una expectante tensión. Francesco mantenía una mano firme sobre el volante y la otra descansaba sobre la pierna de Isabella, acariciándola con el pulgar en un gesto inconsciente de protección.— ¿Estás bien? —preguntó él, sin apartar la vista del camino, pero con el ceño ligeramente fruncido.—Sí… solo un poco nerviosa —confesó Isabella, entrelazando sus dedos con los de él. Su voz apenas era un susurro, como si al decirlo en voz alta se hiciera más real.Francesco giró la cabeza brevemente para mirarla. Sus ojos reflejaban una mezcla de orgullo, amor y una pizca de inquietud.—Lo estamos haciendo bien, Isa —le aseguró, llevándose su mano a los labios para depositar un beso en sus nudillos—. Falta poco para que lo tengamos en brazos.El hospital tenía
El día transcurría con intensidad en la constructora. Francesco, junto a los chicos, estaba sumergido en reuniones y supervisando el avance de la obra. Había sido una jornada agotadora, llena de decisiones y planificación. Mientras tanto, Isabella permanecía en casa, disfrutando de un merecido descanso. Sin embargo, un antojo repentino de pastel de chocolate la hizo levantarse de la cama.Se dirigió a la cocina, abrió la nevera y cortó un generoso trozo de pastel, acompañándolo con un vaso de jugo. Se sentó en la mesa, disfrutando cada bocado con calma. Al terminar, llevó los platos al fregadero y los lavó. Pero justo cuando estaba a punto de regresar a la sala, un punzante dolor en la espalda la hizo detenerse en seco.Llevó una mano a su vientre, respirando hondo para controlar la incomodidad. Entonces, sintió una repentina humedad recorrer sus piernas y, en cuestión de segundos, comprendió lo que estaba sucediendo. Su bolsa se había roto.— ¡Vicenzo! —gritó con urgencia, sosteniénd
El sol de la mañana se filtraba por las amplias ventanas de la habitación del hospital, proyectando una luz cálida sobre Isabella, quien sostenía en brazos a su hijo recién nacido. Francesco estaba sentado a su lado, observando cada pequeño gesto del bebé con una devoción absoluta. La quietud del momento fue interrumpida cuando la puerta se abrió lentamente y un grupo de personas entró con pasos silenciosos y sonrisas expectantes.Alessa fue la primera en acercarse, sus ojos brillaban con emoción contenida mientras miraba al pequeño envuelto en una manta azul.—Es tan pequeño… y perfecto —susurró, llevando una mano temblorosa a la mejilla del bebé.Leonardo se colocó al otro lado de la cama y sonrió con ternura.—Bienvenido al mundo, pequeño Rossi. No tienes idea de lo afortunado que eres de tener a estos dos como padres y a mí como tío, ya verás que te enseñaré a jugar fútbol y a conquistar chicas lindas, pero no se lo digas a la tía Alessa.Alessa le dio un golpe en el brazo a Leona
Las semanas que siguieron fueron una verdadera aventura. Francesco e Isabella pasaban los días en casa disfrutando de su pequeño y las noches pasaban entre arrullos, cambios de pañal y canciones de cuna. Ambos estaban tan comprometidos que Francesco atendía al bebe para que Isabella descansara. Muchas veces, amanecía dormido con el bebe sobre su pecho.Una de tantas mañanas, Isabella despertó y allí estaba Francesco justo a su lado con el bebe sobre su pecho. Ambos estaban sumergidos en un sueño profundo. Isabella los observó durante varios minutos, era adorable verlos así. Con cuidado tomó el celular y capturó el momento. No solo quería que quedara guardado en su mente, también quería que Marcos viera el amor tan grande que su padre sentía por él.Isabella los vio un poco más y de pronto escuchó la voz somnolienta de Francesco. —Si continúas viéndonos de esa manera, no vas a desgastar mi hermosa reina.—Buen día, amor, y tú sabes que si continúas dejándolo dormir sobre tu pecho, lo v