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Capítulo 2: Sedúceme

Aitana no supo cuánto tiempo se quedó allí, frente a él, sintiendo la electricidad entre sus cuerpos sin siquiera haberse tocado. Iván era una presencia imponente, pero no de una manera que asustaba, sino de una que encendía algo dentro de ella. Algo primitivo, desconocido.

—Déjame invitarte a un trago —dijo él, su voz como un roce en su piel.

Aitana asintió, aunque no estaba segura de qué estaba aceptando realmente. Un cóctel apareció en la barra frente a ella, rojizo, con un leve aroma a frutos silvestres. Lo probó y el sabor fuerte y dulce se deslizó por su lengua. Iván la observaba, atento a cada una de sus reacciones.

—¿Te gusta? —preguntó él.

Ella asintió, pero sus ojos estaban más interesados en él que en la bebida.

—Dime algo, Aitana… —Iván se inclinó levemente, reduciendo la distancia entre ellos—. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

—Quería… salir de mi zona de confort —respondió, sincera.

Él sonrió de lado.

—Me gusta eso. ¿Quieres que te ayude?

La forma en que lo dijo, la intensidad en su mirada, el calor que se acumulaba en su pecho… Todo en él era una provocación. Aitana no era ingenua, sabía lo que estaba ocurriendo. Sabía que con un solo "sí" podía adentrarse en un mundo completamente nuevo.

Y por primera vez en su vida, quiso saltar al vacío.

—Sí —susurró.

Iván deslizó sus dedos por su muñeca, un roce apenas perceptible que envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo.

—Bien —dijo él, su tono bajo y cargado de promesas—. Ven conmigo.

Aitana sintió que su corazón latía desbocado cuando Iván la guió a través del bar, pasando por una puerta discreta en la parte trasera. Subieron unas escaleras angostas y llegaron a un pasillo iluminado con una luz tenue. Él abrió una puerta y la dejó pasar.

El apartamento de Iván era amplio y masculino, con tonos oscuros y muebles elegantes. La ventana mostraba la ciudad iluminada, y la música del bar llegaba como un murmullo lejano.

Él cerró la puerta detrás de ella.

—¿Te asusta estar aquí conmigo?

Aitana se giró para mirarlo. Él estaba cerca, demasiado cerca. Su olor a madera y especias la envolvía.

—No —respondió, aunque su respiración traicionaba su nerviosismo.

Iván alzó una ceja, su expresión era una mezcla de diversión y deseo.

—¿Quieres que te bese, Aitana?

Su nombre en sus labios sonaba diferente, como una caricia. Ella mordió su labio inferior sin darse cuenta, sintiendo que el aire se espesaba a su alrededor.

—Sí —susurró.

Él deslizó sus dedos por su mejilla, bajando hasta su cuello con una lentitud que la hizo contener el aliento. Su pulgar rozó su mandíbula mientras sus labios apenas rozaban los de ella. Un roce leve, un juego de provocación que la hizo estremecerse. Aitana cerró los ojos, esperando, anticipando el momento en que finalmente la besara. Pero Iván no tenía prisa.

—Tienes miedo —murmuró contra su piel, su aliento cálido enviando escalofríos por su espalda.

—No —negó ella, abriendo los ojos para encontrarse con su mirada intensa.

Él sonrió de lado, sus dedos deslizándose hasta su nuca, enterrándose suavemente en su cabello.

—Entonces, dime que me deseas.

El atrevimiento de sus palabras la hizo sentir un fuego inesperado en su vientre. Aitana no estaba acostumbrada a ese tipo de juegos, pero algo en Iván la impulsaba a explorar, a dejarse llevar.

Su corazón latía con fuerza cuando levantó la mirada, su voz apenas un susurro.

—Te deseo.

Fue todo lo que él necesitó.

Iván inclinó la cabeza y atrapó su boca con la suya en un beso profundo y exigente. No hubo suavidad en el primer contacto, solo una necesidad contenida que explotó entre ellos. Su lengua se deslizó dentro de su boca, reclamándola, probándola con un hambre que la hizo gemir contra sus labios.

Aitana sintió cómo su cuerpo se derretía contra el suyo, sus manos aferrándose a su camisa mientras Iván la estrechaba más contra él. Sus labios eran hábiles, dominantes, pero también juguetones, alternando entre besos profundos y mordidas suaves que la dejaban sin aliento.

Sus dedos viajaron por la curva de su cintura, bajando con lentitud hasta el borde de su blusa. La tela se deslizó entre sus dedos cuando la levantó ligeramente, dejando su piel expuesta al aire fresco del apartamento.

—Eres tan suave… —susurró contra su cuello, dejando un rastro de besos ardientes por su clavícula.

Aitana jadeó cuando sus labios encontraron el punto sensible bajo su oreja. Su piel hormigueaba bajo cada caricia, su mente nublada por el deseo creciente.

—Dime que siga… —pidió él, su voz ronca y cargada de promesas.

Ella no podía negarse. No quería.

—Sigue…

Iván sonrió contra su piel antes de levantar su blusa y deslizarla por sus brazos, dejándola en ropa interior frente a él. Sus ojos recorrieron cada centímetro de su piel con adoración y deseo.

—Eres hermosa… —murmuró, deslizando las yemas de los dedos por la línea de su cintura.

Aitana sintió su piel arder bajo su toque, su respiración entrecortada mientras él bajaba lentamente, dejando besos húmedos sobre su abdomen.

Pero justo cuando sintió que estaba a punto de perderse por completo en el momento, Iván se detuvo.

Levantó la cabeza y la miró con una intensidad que la dejó sin aire.

—Esta noche no voy a tomarte, Aitana… —dijo con una sonrisa traviesa—. Quiero que pienses en este momento. Que lo sueñes. Que me desees tanto que la próxima vez seas tú quien me pida más.

Su cuerpo tembló ante sus palabras, una mezcla de frustración y deseo puro corriendo por sus venas. Pero en el fondo, sabía que eso solo hacía que lo quisiera más.

Esa noche, mientras intentaba dormir, con el sabor de sus besos aún en sus labios, Aitana entendió algo.

Iván no solo despertaba su deseo.

La estaba volviendo adicta a él.

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