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CAPÍTULO 3. Una propuesta imposible de rechazar

Si aquel Ferrari rojo la hubiera impactado en pleno pecho en ese momento, probablemente Blair hubiera lucido mucho mejor. Nate observó cada detalle de su reacción, pero todo lo que podía ver en la cara de la muchacha era miedo y confusión mientras ella le devolvía una mirada de absoluta incredulidad.

—¿Qué está diciendo…? —balbuceó ahogándose con sus propias palabras—. Que tenga… que tenga un… para usted…?

—La explicación es bastante simple…

—¡Más le vale! ¿Cómo es eso de que tenga un bebé para usted? ¿Qué le parezco, útero móvil o qué? ¿Usted está drogado?... —exclamó la muchacha espantada—. ¡Oh Dios, perdón…! ¡Estoy tan nerviosa…! ¡Lo siento…!

Nate se pasó la mano por el cabello, alisándolo y tratando de pensar muy bien cómo iba a decirle aquello.

—Eres una mujer inteligente, debe saber lo que son los vientres subrogados, ¿verdad?

Blair pestañeó despacio, encajando el concepto.

—Pues sí, pero...

—Algo como eso es lo que necesito. Una mujer que acepte tener un hijo para mí. Tú ya tienes una hija sana, así que no hay problemas contigo, y además necesitas el dinero con desesperación, y yo estoy dispuesto a pagar bien.

La muchacha abrió y cerró la boca varias veces intentando responder algo, pero su respiración se hacía cada vez más entrecortada. Finalmente, se tambaleó un poco hacia una de las sillas frente al escritorio y se sentó allí, mirándolo aturdida.

—Es que... ¿Un bebé...? Pero... ¿por qué? ¿Usted es estéril o algo así? ¿O su esposa no puede tener hijos? – lo interrogó.

—No estoy casado —replicó Nate con tono áspero, pero luego fue a sentarse en la butaca frente a ella—. Y no tengo intención de casarme nunca, pero necesito tener un hijo.

—¿Necesita? —Para Blair aquello era cada vez más absurdo, así que él respiró profundo y se llevó dos dedos al puente de la nariz antes de responderle.

—Mi padre quiere un nieto, y yo no estoy dispuesto a casarme o a tener una relación para conseguir eso —le explicó—. Me dio cierto tiempo de plazo para tener un hijo, o de lo contrario perderé el control de esta compañía, porque al parecer no doy una buena imagen.

La boca de Blair hizo una pequeña O, comprendiendo.

—¡Ah...! Cree que usted es un mujeriego.

—Cree que soy gay —gruñó Nate.

—¿Y lo es?

—¡¿Y te importa?!

—Perdón... —susurró Blair, y él volvió a bufar con frustración.

—¡Mira, no, no soy gay, y tampoco soy un mujeriego! ¡Simplemente no quiero tener una pareja y necesito un bebé! Esto es una propuesta de trabajo como otra cualquiera, quizás con algunas diferencias mínimas...

—¿Mínimas? —La muchacha lo miró como si fuera alguien de otro planeta.

—¡Ok, quizás es un poco significativa la diferencia porque mi padre no va a aceptar a un banco de inseminación...!

La vio levantarse y retroceder un par de pasos.

—¡¿Disculpe?! —balbuceó.

—A ver, ¿sí sabes lo que es el sexo tradicional o a tu hija te la hizo el Espíritu Santo? —gruñó Nate en respuesta, y Blair se abrazó el cuerpo con inquietud.

—Yo... no sé si podría aceptar algo como eso, Señor Vanderwood —murmuró con sinceridad—. Tener un hijo para personas que lo esperan y saben que van a amarlo es una cosa, pero tener a un bebé para entregarlo por un negocio no es...

—¡Hey, hey, hey, alto ahí! ¿En algún momento te dije que no seré capaz de amar a mi hijo? —espetó él—. ¡Y encima va a ser el único hijo que tenga! Así que créeme, no voy a ser un padre desnaturalizado que solo se lo tira a la niñera como si fuera un objeto. Vengo de una buena familia, tuve una buena crianza, y ese bebé va a estar rodeado de tíos, primos y abuelos que lo van a adorar, y con los que siempre me estaré peleando para que no lo malcríen. ¡Pero en ningún momento permitiré que mi hijo sea solo un accesorio de mi vida!

Por primera vez desde que lo había conocido, Blair sabía que necesitaba mirarlo directamente a los ojos para saber si estaba siendo honesto, y no encontró en su expresión ni un solo indicio de que aquellas intenciones que declaraba fueran falsas. Estaba molesto, y eso lo decía todo; su hijo iba a ser un bebé querido, sin importar cómo llegara a él.

—Yo... lo siento, señor Vanderwood, pero no puedo hacer esto —dijo por fin.

—No respondas ahora. Voy a darte cuarenta y ocho horas para pensarlo —replicó Nate con frialdad, levantándose de su silla.

—¡Ya le dije que no voy a aceptar! —insistió Blair pero fue como si él eligiera no escucharla.

Le dio la espalda, concluyendo la conversación por completo y la muchacha tomó su bolsa y se dirigió a la puerta con paso rápido; su corazón le martilleaba furioso en el pecho y las lágrimas cosquilleaban en sus ojos. Dos días. ¡No los necesitaba! ¡Jamás haría algo como eso! 

Llegó a casa y lo primero que hizo fue levantar a su pequeña en brazos y estrecharla. ¡Estaba tan chiquita! Se le rompía el corazón solo de pensar que Nathalie ni siquiera la recordaría.

—¿Sabes qué? Mamá ha tenido algunos días difíciles, mi amor, pero ¿qué crees si salimos a tomar un helado? ¿Eh? Solas tú y yo, ¡a la aventura!

La bebé contestó con una risa dulce, y Blair intentó dejar atrás por un instante toda su desesperación, y pasar un momento que pudiera recordar con su bebé. Caminaron hasta una tiendecita cercana y ella disfrutó viendo a su hija ponerse perdida de helado de vainilla.

—Y ahora vamos a jugar con tu… —Blair sabía lo que iba a decir a continuación, pero fue como si su cerebro comenzara a apagarse en cámara lenta.

La invadió la horrible sensación de no poder gritar para pedir ayuda mientras sus ojos se cerraban, y la desesperación de saber que se iba al suelo con su bebé en los brazos en medio de una calle.

Para ella fue un segundo. Para el mundo fueron dos horas. 

Blair despertó sobresaltada y se sentó en aquella cama de hospital.

—¡Nathalie! ¡Mi bebé! ¡Por favor!...

Una enfermera se acercó corriendo y Blair vio que tras ella venía su madre, llorando.

—¡Mamá…! ¿Qué le pasó a Nathalie? ¡¿Dónde está mi hija…?!

—Cálmese, señora Sagal, por favor, la bebé está bien —la tranquilizó la enfermera.

—Yo… yo me desmayé. ¿Ella…? ¿Nathalie se lastimó?

Su madre apretó los labios con un gesto de tristeza y le hizo un gesto a la enfermera para que las dejara solas.

—Nathy se lastimó un hombrito al caer de tus brazos, hija. Dicen que no es nada grave, pero le van a poner algo para inmovilizárselo por unos días.

Blair se llevó las manos al rostro y sollozó por la culpa tan grande que sentía.

—Hija, ¿por qué no me lo dijiste? —susurró su madre con un hilo de voz y los ojos llenos de lágrimas, y Blair se dio cuenta de que ya el médico le había informado de lo que tenía. 

—¡Mamá…! ¡Lo siento, lo siento mucho, yo no quise…! 

Su madre la abrazó con fuerza y durante un momento las dos se permitieron sacar todo aquello que las estaba asfixiando. Pero mientras a la pobre señora Margo en algún momento tendría que llegarle la resignación, para Blair la angustia solo creció.

¡Había lastimado a su hija! Había tenido un episodio producto de su enfermedad y aunque fuera sin querer había puesto en peligro a la personita que más amaba en el mundo. 

Blair no sabía ni cómo empezar a pedir perdón por eso, y esa noche cuando regresaron a casa, y vio a su madre intentando dormir en un sillón a la bebé que estaba tan incómoda por su golpe… fue como si algo en su alma terminara de romperse. Su madre a duras penas era capaz de encargarse de la bebé y ya no podía trabajar. ¿Qué iba a hacer cuando ella faltara? ¿Cómo podrían sobrevivir?

Y solo en ese momento Blair se dio cuenta de que la decisión había sido tomada por ella. Fue del todo incapaz de dormir esa noche, y al día siguiente, después de agotar hasta su última opción, se dirigió al edificio de oficinas Vanderwood.

Apenas puso un pie dentro fue anunciada, y cuando entró al despacho en los ojos de Nate solo había expectación.

—Parece que ya tomaste una decisión —murmuró él, achicando los ojos y acercándose a ella.

—Sí, ya tomé una decisión... —murmuró Blair con el corazón estrujado—. Pero tengo condiciones.

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