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CAPÍTULO 5. Un contrato doloroso

El contrato parecía simple, pero estaba lleno de palabras que pesaban demasiado en el corazón de Blair. Estaba sentada a un lado de aquella mesa de juntas y Nate estaba sentado del otro lado. Y entre ellos se ubicaban dos testigos: El señor Müller, abogado de confianza y Ranger.

—Las cláusulas son muy sencillas —expresó el abogado—. Ambas partes cooperarán para conseguir un embarazo exitoso y luego el señor Vanderwood se quedará con la custodia no solo de su hijo biológico, sino también de la hija mayor de la señora Sagal.

El abogado los miró a los dos y cada uno asintió a modo de confirmación antes de que él siguiera.

—Durante todo el proceso y para facilitar el mismo, la señora Sagal deberá mudarse a la residencia del señor Vanderwood, donde se dedicará únicamente y por entero a la tarea especificada en el contrato, es decir: a darle un hijo; para lo cual el Señor Vanderwood proveerá las comodidades que la señora Sagal pueda necesitar. ¿Alguna duda hasta aquí?

Nate y Blair se miraron durante un instante fugaz y negaron al mismo tiempo.

—Muy bien, en ese caso solo queda confirmar la última de las cláusulas, y esta es condición inquebrantable del señor Vanderwood: Después del nacimiento del bebé, se establecerá una custodia cerrada y la señora Sagal renunciará a la patria potestad de los dos menores, es decir: no volverá a verlos nunca, no intentará contactarlos, y jamás molestará al señor Vanderwood con respecto a sus hijos. Si ambos están de acuerdo, pueden firmar.

Blair sintió el cosquilleo doloroso de las lágrimas en sus mejillas, pero firmó aquel papel sin que la mano le temblara y lo empujó hacia el abogado.

Nate apretó los dientes, porque aunque aquello era lo que él quería y se estaban cumpliendo sus condiciones, seguía odiando la manera tan fácil en que la veía renunciar a sus hijos.

—Muy bien, el acuerdo queda cerrado a partir de hoy —sentenció el abogado y todos se levantaron de aquella mesa para dejarlos solos.

Nate respiró pesadamente y luego se levantó, abotonándose el saco.

—A las ocho en punto de esta noche debes estar lista. Ranger es mi jefe de seguridad, él pasará a buscarlas a esa hora.

Parecía que no había nada más que decir, así que Nate se despidió sin muchos protocolos y Blair se fue a casa, a enfrentar otro tipo de dolor que era el de explicarle a su madre la decisión que había tomado.

La pobre señora Margo ya estaba demasiado destrozada con las últimas noticias como para poner objeciones, así que solo se despidió de su hija y de su nieta entre lágrimas y les pidió que fueran a verla a menudo.

A las seis en punto Ranger llegó a aquella casita y media hora más tarde las dejaba en la puerta de la mansión Vanderwood. El lugar era indudablemente hermoso, lleno de lujos, y Blair decidió que aunque a ella no le trajera felicidad, al menos le daría la tranquilidad de saber que sus hijos no pasarían carencias.

Nate estaba ya esperándolas en el recibidor, y solo él sintió aquel tironcito extraño cuando vio a la bebé. Era una monada de ocho meses que le dedicó una sonrisa radiante apenas lo vio.

—Veo que llegaron sin problemas —dijo intentando romper el hielo de alguna forma.

—Sí... este... Ella es mi hija, Nathalie —la presentó Blair y a la nena se le escapó una risa emocionada al escuchar su nombre.

Nate arrugó el ceño y la muchacha enseguida se puso nerviosa.

—¿Pasa algo, señor Vanderwood?

—No, solo es algo... una curiosidad acerca de su nombre —respondió él señalando a la bebé, pero de inmediato cambió de tema—. Sígueme por aquí —dijo subiendo las escaleras a la segunda planta—. Mi habitación es la que está al fondo del corredor. Tú te quedarás en esta habitación, y justo al lado hay una para tu hija.

Blair estaba a punto de decirle que no dejaría a su bebé ni una sola noche, pero él no parecía muy dispuesto a entablar conversaciones más allá de lo estrictamente necesario.

—Ranger se ocupará de ti mañana —le anunció Nate con tono frío—. Por supuesto, yo iré a todas las consultas del embarazo, pero la cita de mañana es solo control básico, así que Ranger se encargará de traerte y llevarte del hospital. Ya hice una cita con el mejor ginecólogo de la ciudad para que...

—No… Disculpe, señor Vanderwood, pero prefiero ir a mi propia ginecóloga —lo interrumpió ella, y Nate negó como si fuera un asunto decidido.

—No sé quién sea tu ginecóloga, pero prefiero ser yo quien elija quién va a atenderte y este ginecólogo es el mejor.

El corazón de Blair se detuvo solo por un instante. No podía ir con otro doctor que no conociera, porque eso sería arriesgarse a que pudieran descubrir que estaba enferma y entonces todo se iría al traste.

—Señor Vanderwood, de verdad se lo agradezco, y sé que su decisión es porque quiere lo mejor para el bebé, pero lo mejor para el bebé es que la madre se sienta cómoda y con una persona de confianza -le explicó ella, rezando para que le creyera.

-Eso no cambia mi decisión -gruñó él con molestia.

-Señor Vanderwood, ¡por favor! -Blair sentía que la angustia iba a superarla-. ¡Mi ginecóloga de verdad es excelente y ya me conoce, se sabe de memoria mi historial médico, fue la que atendió todo el embarazo de Nathalie y mi hija vino al mundo sin ningún problema! ¡Yo confío plenamente en ella, así que por favor voy a pedirle que usted también lo haga y me deje atender el embarazo con alguien que me conoce!

Nate se quedó en silencio durante un largo segundo. Aquello era un simple negocio para él, y como en todos los negocios a veces tenía que fiarse de los que tenían más experiencia. Miró a la pequeña bebé que de verdad se veía muy sana y vivaracha, y tomó la decisión de ceder.

—Muy bien, si consideras que tu ginecóloga es la doctora con la que te sientes a gusto y puede ayudarnos a tener un bebé sano, entonces lo acepto.

Blair pasó saliva y asintió en silencio tratando de que el alivio no se le notara demasiado. Pero él no tenía intención de quedarse mucho más, así que se despidió dejándolas en sus habitaciones y Blair no volvió a verlo hasta el día siguiente muy temprano, cuando bajó con la pequeña y lo encontró bebiéndose apurado una taza de café.

—Buenos días —murmuró cohibida y él solo le dirigió una mirada de reconocimiento a su existencia.

—Buenos días —respondió con su misma indiferencia de siempre; pero luego se metió una mano en el saco y puso sobre la mesa una tarjeta bancaria.

—Tiene crédito ilimitado —le avisó—. Puedes usarla como mejor dispongas, paga con ella lo que quieras: consultas del médico, ropa, yo qué sé, lo que sea que las mujeres compren.

Blair tomó la tarjeta con indecisión y la guardó en uno de sus bolsillos mientras él se despedía como un par de monosílabos.

—En la noche nos vemos, para que me expliques cómo fue la consulta —dijo sin ninguna emoción y luego Blair se quedó completamente sola con su hija.

Apenas unos pocos minutos después, una mujer mayor que parecía muy emocionada llegó al comedor y las saludó con amabilidad. Era la señora Pompkins, el ama de llaves de la mansión, y solo fue cuestión de segundos para hacerse querer por Blair y por la pequeña Nathalie. Las hizo desayunar como princesas, y luego la muchacha se alistó cuando le avisaron que Ranger ya la estaba esperando para llevarla a la consulta.

La camioneta ya había sido equipada con una sillita para bebés en la que sentaron a Nathalie, y cuando Blair fue entrar a la consulta ya Ranger se había ganado la simpatía de la bebida lo suficiente como para llevársela a tomar helado mientras su mamá era atendida.

—¡Blair, esta es una locura...! —murmuró su doctora cuando ella le explicó que comenzaría a intentar quedarse embarazada—. Esto te hará daño...

—Doctora, me estoy muriendo, ya nada puede hacerme más daño —replicó ella con un nudo en la garganta.

—Pues pareciera que no, pero todas las hormonas del embarazo solo van a acelerar tu enfermedad.

—¿No podría llevarlo a término? —preguntó ella con angustia.

—Pues... Mira, la verdad es que sí, pero tendrás un embarazo difícil, y tu expectativa de vida quizás se reduzca algunos meses. Blair... si haces esto, es probable que no sobrevivas al parto.

La muchacha pasó saliva y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Entonces me quedan nueve meses! —sentenció con determinación, y aunque la doctora no estaba de acuerdo, no le quedaba más remedio que respetar su decisión como paciente y ayudarla en todo lo que pudiera.

Así que le hizo los exámenes previos correspondientes y luego puso frente a ella un pequeño calendario.

—Tus días de ovulación están marcados ahí —le dijo—. Si estás decidida, puedes comenzar a intentarlo a partir de mañana.

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