Isabella sintió que su corazón estaba a punto de explotar dentro de su caja torácica cuando Zaid continuó acercándose a ella con pasos lentos y decididos. Su presencia llenaba la habitación de una ansiedad sofocante, como si el aire mismo se hubiera vuelto irrespirable con su sola existencia. Entonces, Isabella levantó una mano con firmeza, estirando los dedos en un gesto claro de advertencia.—Detente. No te acerques más —impuso.Zaid, sin embargo, ignoró su súplica por completo. Una sonrisa apenas perceptible se asomó en sus labios mientras continuaba avanzando con la seguridad de alguien que ya ha tomado una decisión inamovible.Isabella sintió su pulso acelerarse y, en un acto reflejo, comenzó a retroceder, un paso tras otro, sintiendo cómo la distancia entre ellos se acortaba peligrosamente. Su espalda finalmente chocó contra la dura superficie de la puerta y un escalofrío recorrió su cuerpo al darse cuenta de que estaba acorralada.Zaid se detuvo apenas a un suspiro de distancia
Isabella sintió el miedo treparle por la columna como un frío gélido, inmovilizándola por un instante al comprender la peligrosa determinación de Zaid. Evidentemente no iba a retroceder, para él no importaban sus súplicas ni su rechazo. Isabella se lo había dicho con claridad: no quería estar con él, no le gustaba, no sentía nada por él. Pero Zaid simplemente lo había ignorado con una sonrisa cruel y unas palabras que la hicieron estremecer: "No me importa que no te guste".El significado de esas palabras se clavó en su pecho como un cuchillo afilado. No iba a dejarla ir, sino que iba a obligarla a estar con él. Isabella sintió un nudo de desesperación formarse en su garganta, pero no iba a rendirse sin luchar. No se quedaría de brazos cruzados, permitiendo que Zaid hiciera lo que quisiera con ella. Entonces, su instinto de supervivencia se encendió como una llama furiosa.Zaid la sujetaba del hombro con fuerza y su agarre era férreo, como si quisiera aferrarla a él sin dejarle escape
Isabella retrocedió sobre la cama, pegándose a la cabecera, mientras que Zaid se inclinó hacia el colchón, apoyando un codo mientras la miraba con una sonrisa ladeada, casi perezosa, pero con un brillo peligroso en sus pupilas.—Voy a disfrutar esto como no tienes idea —musitó—. Desde aquí puedo oler que no tienes ningún tipo de experiencia, ¿no es así?No era una pregunta, era una afirmación. Una certeza que lo deleitaba.—Y eso… —exhaló lentamente, como si saboreara la idea— eso me encanta. Me emociona, pues significa que nadie ha puesto las manos en ti. Que nadie ha recorrido tu piel… Que nadie, absolutamente nadie, te ha hecho sentir placer. No en la forma en la que el cuerpo puede hablar.Se detuvo un momento, como si estudiara su reacción. No necesitaba que ella hablara. Lo veía en su mirada.—No hace falta que me lo digas. Lo noto en la forma en la que miras, en el aroma de tu cabello… en la manera en la que hablas, en cómo te mueves... Todo de ti grita que estás intacta. He co
Isabella salió disparada de su pequeña casa como un animal en fuga, con el corazón retumbando en su tórax y la respiración entrecortada por el miedo y la adrenalina. Apenas llevaba encima su camisilla y pantaloncillos, pero no tenía tiempo de preocuparse por eso. Lo único que importaba era correr. Correr sin mirar atrás.El terreno era agreste, cubierto de ramas secas y piedras que se clavaban en la planta de sus pies descalzos, pero el dolor era un lujo que no podía permitirse sentir. Los pastizales se extendían frente a ella, oscuro y opresivo, y más allá, en la distancia, el reflejo de la luna temblaba sobre la superficie de un lago inmenso.Detrás de ella, el sonido de unos pasos pesados y rápidos se hizo cada vez más fuerte.Zaid.Él no iba a dejarla ir. No después de lo que había hecho.Desde la entrada de la casa, él la divisó en la penumbra y, sin dudarlo, salió tras ella. Era más veloz, más fuerte. No necesitaba apresurarse demasiado, porque sabía que la alcanzaría tarde o te
Con un esfuerzo casi sobrehumano, Isabella se obligó a ponerse de pie. Sus piernas temblaban por el agotamiento y el frío, pero no le importaba. Tenía que seguir. Con cada paso, la adrenalina volvía a impulsarla. Comenzó a correr otra vez, sin voltear, sin permitir que el miedo la paralizara. La única opción era desaparecer de la vista de Zaid.Corrió hasta que sus piernas le dolieron. Corrió hasta que sus pies descalzos apenas podían sostenerla. Finalmente, cuando su cuerpo no pudo más, redujo el ritmo y comenzó a caminar. Avanzó durante horas, ignorando el ardor en sus músculos y la forma en que su cuerpo suplicaba por descanso. Sus ropas mojadas y sucias se pegaban a su piel, haciéndola temblar bajo la brisa helada de la madrugada. De pronto, el amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados cuando, al fin, vio la silueta de la antigua granja en la que alguna vez había encontrado refugio. Si alguien podía ofrecerle un lugar seguro, eran Blanca y su esposo Roberto, los qu
Después de haber tomado un baño y cambiarse de ropa limpia que Blanca le había proporcionado, Isabella se sintió un poco mejor, aunque cierto miedo seguía latente en su pecho. Se sentó en el porche de la casa, observando el campo abierto mientras el sol de la mañana bañaba la tierra con su luz dorada. Fue entonces cuando Alexis se acercó a ella con una taza de café en la mano y una mirada inquisitiva en el rostro. Se sentó a su lado, le extendió la taza, y sin rodeos, le hizo una pregunta directa.—Isa, dime la verdad. ¿Qué fue lo que pasó?Isabella suspiró y tomó un sorbo de café. Sabía que tarde o temprano alguien le haría esa pregunta. —Ya dije que intentaron robar en mi casa. No hay más que decir.Alexis entrecerró los ojos, sin apartar su vista de ella.—No, no me lo creo —expuso—. Aquí no pasa eso. Tú lo sabes bien. Nadie entra a robar a una casa en esta zona, y menos de la forma en la que llegaste aquí... sucia, temblando, con la ropa destrozada y apenas pudiendo respirar. Hay
Los pensamientos de Isabella se arremolinaron con rapidez y la ansiedad comenzó a instalarse en su mente. Su jefa estaba allí, al igual que muchas otras personas que conocía. Sin dudarlo más, tomó una decisión.—Iré a ver qué pasa —declaró con firmeza.En lugar de ir a pie, como solía hacer cuando iba al mercado, corrió hacia el establo y desató uno de los caballos. Sabía que si iba caminando, perdería demasiado tiempo y no podía permitirse eso. Montó apresuradamente y con un chasquido de su lengua, hizo que el caballo galopara con rapidez en dirección al mercado.Mientras se acercaba, su inquietud crecía con cada metro recorrido. El humo se hacía más denso y el olor a madera quemada se volvía cada vez más fuerte. Al llegar a las afueras del mercado, su peor temor se confirmó: el mercado estaba envuelto en llamas. El fuego consumía los puestos de madera con una ferocidad aterradora y el calor era sofocante incluso desde la distancia.Varias personas trabajaban desesperadamente para ap
El incendio había consumido casi todo el mercado. Desde la mañana hasta bien entrada la tarde, Isabella había permanecido allí, ayudando en lo que podía. Se quedó moviendo escombros, asistiendo a los que intentaban salvar algo de los restos carbonizados, escuchando los lamentos de aquellos que lo habían perdido todo. Había sentido el ardor del humo en la garganta y los ojos, la piel pegajosa por el hollín y el sudor. Se había quedado también para procesar el hecho de que su jefa había muerto en aquel infierno. Su trabajo ya no existía, y aunque los campesinos eran resilientes y volverían a levantar el mercado, tardaría meses en estar listo. No podía quedarse allí esperando. De hecho, ya no podía seguir en el campo de cualquier forma.Cuando el sol comenzó a descender, Isabella decidió regresar a la granja. La jornada había sido agotadora y su mente bullía de pensamientos mientras cabalgaba. La luz dorada del atardecer bañaba los campos, pero ella apenas lo notaba. Su corazón aún latía