Isabella salió disparada de su pequeña casa como un animal en fuga, con el corazón retumbando en su tórax y la respiración entrecortada por el miedo y la adrenalina. Apenas llevaba encima su camisilla y pantaloncillos, pero no tenía tiempo de preocuparse por eso. Lo único que importaba era correr. Correr sin mirar atrás.El terreno era agreste, cubierto de ramas secas y piedras que se clavaban en la planta de sus pies descalzos, pero el dolor era un lujo que no podía permitirse sentir. Los pastizales se extendían frente a ella, oscuro y opresivo, y más allá, en la distancia, el reflejo de la luna temblaba sobre la superficie de un lago inmenso.Detrás de ella, el sonido de unos pasos pesados y rápidos se hizo cada vez más fuerte.Zaid.Él no iba a dejarla ir. No después de lo que había hecho.Desde la entrada de la casa, él la divisó en la penumbra y, sin dudarlo, salió tras ella. Era más veloz, más fuerte. No necesitaba apresurarse demasiado, porque sabía que la alcanzaría tarde o te
Con un esfuerzo casi sobrehumano, Isabella se obligó a ponerse de pie. Sus piernas temblaban por el agotamiento y el frío, pero no le importaba. Tenía que seguir. Con cada paso, la adrenalina volvía a impulsarla. Comenzó a correr otra vez, sin voltear, sin permitir que el miedo la paralizara. La única opción era desaparecer de la vista de Zaid.Corrió hasta que sus piernas le dolieron. Corrió hasta que sus pies descalzos apenas podían sostenerla. Finalmente, cuando su cuerpo no pudo más, redujo el ritmo y comenzó a caminar. Avanzó durante horas, ignorando el ardor en sus músculos y la forma en que su cuerpo suplicaba por descanso. Sus ropas mojadas y sucias se pegaban a su piel, haciéndola temblar bajo la brisa helada de la madrugada. De pronto, el amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados cuando, al fin, vio la silueta de la antigua granja en la que alguna vez había encontrado refugio. Si alguien podía ofrecerle un lugar seguro, eran Blanca y su esposo Roberto, los qu
Después de haber tomado un baño y cambiarse de ropa limpia que Blanca le había proporcionado, Isabella se sintió un poco mejor, aunque cierto miedo seguía latente en su pecho. Se sentó en el porche de la casa, observando el campo abierto mientras el sol de la mañana bañaba la tierra con su luz dorada. Fue entonces cuando Alexis se acercó a ella con una taza de café en la mano y una mirada inquisitiva en el rostro. Se sentó a su lado, le extendió la taza, y sin rodeos, le hizo una pregunta directa.—Isa, dime la verdad. ¿Qué fue lo que pasó?Isabella suspiró y tomó un sorbo de café. Sabía que tarde o temprano alguien le haría esa pregunta. —Ya dije que intentaron robar en mi casa. No hay más que decir.Alexis entrecerró los ojos, sin apartar su vista de ella.—No, no me lo creo —expuso—. Aquí no pasa eso. Tú lo sabes bien. Nadie entra a robar a una casa en esta zona, y menos de la forma en la que llegaste aquí... sucia, temblando, con la ropa destrozada y apenas pudiendo respirar. Hay
Los pensamientos de Isabella se arremolinaron con rapidez y la ansiedad comenzó a instalarse en su mente. Su jefa estaba allí, al igual que muchas otras personas que conocía. Sin dudarlo más, tomó una decisión.—Iré a ver qué pasa —declaró con firmeza.En lugar de ir a pie, como solía hacer cuando iba al mercado, corrió hacia el establo y desató uno de los caballos. Sabía que si iba caminando, perdería demasiado tiempo y no podía permitirse eso. Montó apresuradamente y con un chasquido de su lengua, hizo que el caballo galopara con rapidez en dirección al mercado.Mientras se acercaba, su inquietud crecía con cada metro recorrido. El humo se hacía más denso y el olor a madera quemada se volvía cada vez más fuerte. Al llegar a las afueras del mercado, su peor temor se confirmó: el mercado estaba envuelto en llamas. El fuego consumía los puestos de madera con una ferocidad aterradora y el calor era sofocante incluso desde la distancia.Varias personas trabajaban desesperadamente para ap
El incendio había consumido casi todo el mercado. Desde la mañana hasta bien entrada la tarde, Isabella había permanecido allí, ayudando en lo que podía. Se quedó moviendo escombros, asistiendo a los que intentaban salvar algo de los restos carbonizados, escuchando los lamentos de aquellos que lo habían perdido todo. Había sentido el ardor del humo en la garganta y los ojos, la piel pegajosa por el hollín y el sudor. Se había quedado también para procesar el hecho de que su jefa había muerto en aquel infierno. Su trabajo ya no existía, y aunque los campesinos eran resilientes y volverían a levantar el mercado, tardaría meses en estar listo. No podía quedarse allí esperando. De hecho, ya no podía seguir en el campo de cualquier forma.Cuando el sol comenzó a descender, Isabella decidió regresar a la granja. La jornada había sido agotadora y su mente bullía de pensamientos mientras cabalgaba. La luz dorada del atardecer bañaba los campos, pero ella apenas lo notaba. Su corazón aún latía
Isabella sintió su estómago hundirse en un abismo de puro horror cuando sus ojos se encontraron con la imagen de Zaid, de pie en la penumbra, sosteniendo la cabeza cercenada de Blanca. Su corazón percutió con vehemencia en su pecho y cada latido desgarraba su cordura mientras Zaid la miraba con una sonrisa depredadora.—Isabella... —pronunció su nombre con una dulzura espeluznante, saboreándolo en su lengua como si fuera un manjar exquisito. De pronto, el hombre lanzó la cabeza y el peso del cráneo cercenado impactó contra el suelo con un sonido húmedo, rodando unos centímetros antes de detenerse justo frente a Isabella. Sus cabellos oscuros con ciertas tiras blancas se esparcieron sobre el piso y el rostro sin vida de Blanca quedó mirando directamente hacia ella.En ese momento, Isabella percibió que algo dentro de ella se quebró para siempre.Un alarido desgarrador brotó de su garganta, un grito que no parecía humano, sino el clamor de un alma destrozada.—¡AAAAAAAAAHHHHHHHH! —el
Zaid se acuclilló frente a Isabella, inclinándose lo suficiente para que sus rostros quedaran a centímetros de distancia. —Todo esto es tu culpa —agregó, disfrutando cada palabra—. Si hubieras aceptado tu destino, nada de esto habría pasado. Pero no... Decidiste desafiarme. Esta es mi venganza por el golpe bajo que me diste. Eso no te lo iba a dejar pasar por nada en el mundo. ¿Creíste que lo olvidaría? ¿Que podías humillarme de esa manera y salir ilesa? Ya ves que no. Cometiste un grave error, y te lo haré pagar muy caro.El recuerdo de aquella patada que ella le había dado en los testículos resurgió como un relámpago en su mente. Fue un golpe desesperado, una reacción de supervivencia que ahora Zaid le hacía pagar con creces. Isabella sintió un estremecimiento de rabia, pero estaba atrapada en un torbellino de impotencia y dolor. Su pecho dolía, su cabeza zumbaba y el peso de la culpa la aplastaba sin misericordia.Zaid se incorporó con calma, como si la escena fuera un mero trámit
Cada movimiento le exigía más de lo que su cuerpo podía dar. Sus brazos temblaban y sus dedos entumecidos apenas lograban sostener la sierra. La hoja, ahora cubierta de sangre y tejido, se atascaba a mitad del corte, forzándola a ejercer más presión, a moverla de un lado a otro con una desesperación creciente.El sudor le resbalaba por la frente, combinándose con las lágrimas y la suciedad. Sus músculos protestaban con un dolor punzante, y cada vez que intentaba serrar, el temblor en sus manos hacía que la herramienta resbalara. —Date prisa, Isabella —apuraba Zaid.Ella no podía responder. No podía gritarle que ya no podía más, que sus fuerzas se habían ido hace rato. Solo podía seguir moviendo la sierra con torpeza, jadeando, sintiendo cómo la fatiga la arrastraba al borde de la locura.Finalmente, cuando terminó de descuartizar a Roberto, tocó hacerlo con el cuerpo de Blanca.*****Isabella apenas podía sostener los restos con sus manos entumecidas. Cada trozo del cuerpo que levant