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Capítulo 5 —La prisión dorada

Capítulo 5 —La prisión dorada

Narrador:

Lorena apenas podía creer que estaba de regreso en lo que debería ser su hogar. La finca de su padre, ubicada a las afueras de la ciudad, era imponente, rodeada de extensos campos y jardines perfectamente cuidados. El lujo y la ostentación de aquel lugar contrastaban drásticamente con la sensación de encierro que invadía su pecho. Para ella, no era más que una prisión adornada con oro. Don Enzo Barone la esperaba en la entrada principal. Su rostro, normalmente frío e impenetrable, se suavizó al verla descender del coche. Dio unos pasos hacia ella y extendió los brazos, invitándola a acercarse. Lorena dudó por un momento, pero la mezcla de cansancio y confusión la llevó a aceptar el gesto. Enzo la envolvió en un abrazo firme, casi desesperado.

—Mi niña... por fin estás en casa —murmuró, su voz cargada de emoción. Lorena no respondió. No podía. Todo en su interior estaba dividido entre el alivio de estar lejos de sus captores y la creciente incomodidad que sentía al estar cerca de aquel hombre al que apenas conocía. Una vez dentro, Enzo la condujo hasta uno de los dormitorios, lujosamente decorado. —allí tienes el baño, para que se asees, vendrá una mucama por si necesitas algo, también tiene ropa en el closet, espero haber dado con tu talla, aunque en realidad ha sido Franco... —Lorena lo miraba pero no le respondía —Bueno, te dejaré y te espero en mi despacho, te indicarán el camino, cuando termines, para que conversemos. —La joven hizo lo indicado, no porque se lo ordenara,  sino porque lo necesitaba y mucho. Luego, con las indicaciones de la mucama, llegó al despacho de su padre. Entró sin llamar y lo encontó sentado detrás de su escritorio. Le ofreció algo de beber, pero Lorena lo rechazó con un movimiento de cabeza. El silencio entre ambos se volvió insoportable hasta que Enzo lo rompió con una declaración inesperada.

—Hay reglas que debes seguir mientras estés aquí. Todo esto se hace por tu seguridad.

Lorena lo miró, incrédula. Ella era un jovencita de tan solo 13 años, pero siempre fue muy madura para su edad, y luego de lo ocurrido, lo era aún más.

—¿Seguridad? ¿Después de todo lo que pasó? —su voz temblaba de indignación —¿Ahora quieres hablar de seguridad?

Enzo ignoró su comentario y continuó, con un tono que no admitía réplica.

—No podrás salir de esta finca sin escolta. Tus movimientos estarán vigilados, y cualquier petición deberá pasar por Franco. Estas reglas no son negociables. —Lorena apretó los puños, conteniendo la rabia que hervía dentro de ella. Pero lo que Enzo dijo a continuación la dejó completamente desconcertada. —Y en cuanto a tu madre...

Lorena levantó la mirada bruscamente, sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y advertencia.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó, con la voz cargada de tensión.

Enzo se cruzó de brazos, su expresión se endureció como si recordara algo profundamente doloroso.

—Tu madre fue la culpable de todo esto. Su necesidad de "libertad" nos costó caro. Al divorciarse, rompió el equilibrio que teníamos. Fue su obstinación la que la llevó a la tumba... y casi te cuesta la vida a ti también.

Las palabras de Enzo cayeron como un mazazo. Lorena sintió un nudo en la garganta mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Ella no había tenido la oportunidad de despedirse de ella y el recuerdo de su cuerpo, ensangrentado y sin vida, cayendo frente a sus ojos, era algo que la perseguía y la perseguiría por el resto de su vida.

—¿Cómo te atreves? —murmuró al principio, su voz apenas un susurro que rápidamente se transformó en un grito —¿Cómo puedes culparla por lo que pasó? ¡Ella solo quería protegerme de ti! ¡Si alguien tiene la culpa de su muerte, eres tú!

Enzo no se inmutó ante la explosión de ira de Lorena. Su mirada permaneció fija en ella, fría y calculadora.

—Yo he hecho lo necesario para mantenerte con vida. Todo lo que he hecho, todo, ha sido para protegerte. Tu madre no entendió eso. Se rebeló, y las consecuencias fueron inevitables.

—¡No, Enzo! —gritó Lorena, llamándolo por su nombre por primera vez —Esto no es protección. Esto es control. Nunca te importó lo que ella quería ni lo que yo quería. Solo te importa tu maldito orgullo.

Antes de que Enzo pudiera responder, un sonido de pasos interrumpió la tensa conversación. Ambos voltearon hacia la puerta, donde apareció Franco. Aún llevaba un vendaje en el hombro, y su rostro mostraba los signos del agotamiento, pero su postura seguía siendo firme y dominante. Al entrar, sus ojos se encontraron con los de Lorena. La sala se llenó de un silencio pesado. Las miradas de Lorena y Franco estaban cargadas de tensión.

—Espero... no estar interrumpiendo nada —dijo Franco finalmente, su tono fue seco.

Lorena apretó los labios y desvió la mirada. Enzo se mantuvo en silencio, observando la interacción entre ambos con un destello de satisfacción en sus ojos. La atmósfera se volvió aún más densa, dejando en claro que aquel encuentro apenas era el comienzo de una nueva etapa llena de conflictos y decisiones imposibles. Ella, notoriamente tensa, dio un paso hacia la salida. Antes de cruzar la puerta, se giró hacia Franco. Su mirada se suavizó con un toque de ternura. Sin decir nada al principio, se acercó lo suficiente como para posar suavemente su mano en el brazo de Franco.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en un tono bajo, casi neutral, aunque sus ojos reflejaban una leve señal de preocupación.

Franco la miró sorprendido por el gesto. Una sonrisa tenue curvó sus labios mientras respondía:

—Mejor. Gracias por salvarme. Si no fuera por ti, habría muerto desangrado. Fuiste una ni*ña muy valiente.

La palabra "niña" hizo que el rostro de Lorena se endureciera al instante. Aunque intentó disimular su irritación, sus ojos brillaron con una chispa de molestia. En un movimiento repentino, apretó ligeramente el brazo herido de Franco, arrancándole un gesto de dolor.

—No fue nada —dijo ella con una sonrisa sarcástica —Favor por favor, ¿no? Me salvaste de una muerte segura, supongo que estamos a mano.

Franco soltó una risa breve, entre el dolor y la diversión.

—Supongo que sí.

Lorena no dijo nada más. Soltó su brazo con suavidad y se dio media vuelta, saliendo de la sala con pasos firmes. Franco la observó irse, su sonrisa permaneció, aunque sus pensamientos eran un enigma. La tensión en el ambiente parecía haberse disipado, solo para ser reemplazada por algo aún más complejo.

Cuando Lorena desapareció tras la puerta, Enzo se dirigió hacia Franco con paso firme. Su mirada era una mezcla de evaluación y severidad. Franco se enderezó ligeramente, a pesar de su hombro herido, preparándose para lo que sabía que vendría.

—A partir de ahora, cuidarás de Lorena personalmente —dijo Enzo sin rodeos, su voz cargada de autoridad.

Franco frunció el ceño, aunque mantuvo el respeto en su tono.

—Con todo respeto, Don Enzo, soy un sicario, no una ni*ñera.

Enzo se acercó un paso más, dejando clara su posición.

—No hay tarea más importante que esta, Franco. Ella es mi hija, mi único legado. No confío en nadie más para protegerla como es debido.

Franco soltó un leve suspiro, sus ojos bajaron por un instante antes de volver a enfrentarse a la mirada del capo.

—Luigi es mi hombre de confianza. Puede hacerse cargo de ella. Él es leal y competente, y yo necesito recuperarme si quiere que esté en forma para las próximas tareas.

Enzo se cruzó de brazos, claramente molesto, pero tras unos segundos asintió.

—Está bien. Luigi puede encargarse de los detalles diarios, pero que te quede claro: la responsabilidad final sigue siendo tuya. Si algo le pasa a Lorena, será tu cabeza la que pague el precio.

Franco mantuvo su expresión seria y asintió lentamente.

—Entendido, Don Enzo.

—Bien —murmuró Enzo, dándose la vuelta para salir de la sala —Parto a la ciudad mañana. Espero no tener que preocuparme por nada aquí.

Franco lo observó irse, su mente ya calculando las implicaciones de lo que acababa de aceptar. Había protegido muchas cosas en su vida, pero nunca algo tan delicado ni tan complicado como la hija de Don Enzo Barone.

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