Capítulo 7—Bajo la Superficie
Narrador:
El sol brillaba con fuerza sobre la finca Barone, pero la atmósfera dentro del comedor era mucho más fría. Lorena estaba sentada a la larga mesa de madera, mirando su plato sin tocar la comida. Frente a ella, Franco permanecía imperturbable, sosteniendo un vaso de vino en una mano mientras su mirada se clavaba en un punto indefinido de la pared.
—Espero que aprovechen este momento para conocerse mejor —dijo Don Enzo, rompiendo el silencio con su voz grave mientras se servía un poco más de vino. Sus ojos pasaron de Franco a Lorena, evaluándolos como si fueran piezas en un tablero de ajedrez.
Lorena soltó una risita sarcástica y levantó la vista.
—¿Conocernos? —dijo, ladeando la cabeza con incredulidad —Claro, porque eso arreglará que me estés obligando a casarme con un completo desconocido.
Franco apretó la mandíbula, pero no respondió. Sus dedos se tensaron alrededor del vaso, pero mantuvo la calma, dejando que el comentario pasara.
—Lorena —advirtió Enzo, su tono autoritario cortando cualquier réplica —Esta no es una discusión. Es un almuerzo. Compórtate como la joven que he criado.
—¿Criado? —espetó ella, sus ojos brillando con rebeldía —Apenas he tenido contacto contigo en años. ¿O vas a fingir que sabes algo de mí?
Franco finalmente dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco, atrayendo la atención de ambos. Su voz era baja, pero cargada de un filo cortante.
—No estoy aquí para discutir. Si tienes algo que decir, dilo y terminemos con esto.
Lorena lo miró fijamente, desafiándolo con la barbilla en alto.
—¿Qué puedo decirle a alguien que me ve como una misión más? —preguntó, su tono ácido —Porque eso soy para ti, ¿no? Un trabajo que no pediste pero que aceptaste porque no puedes negarte al gran Don Enzo Barone.
Franco sostuvo su mirada por un instante, sin inmutarse.
—Mi trabajo es mantenerte a salvo —respondió con una frialdad calculada —No importa cómo me veas. Solo cumplo con mi deber.
Lorena soltó una carcajada amarga, llevándose la servilleta a los labios antes de arrojarla sobre la mesa.
—Perfecto. Entonces seguiré esperando a que continúes con tu "deber" y me dejes vivir en paz.
—Basta —intervino Enzo, golpeando la mesa con fuerza —Franco, acompáñala a los establos. Quizás algo de aire fresco le aclare las ideas.
Franco se levantó sin decir una palabra, y Lorena lo siguió, murmurando por lo bajo algo que él eligió no escuchar. El trayecto hacia los establos fue tenso, ambos caminaban en silencio hasta que finalmente llegaron a los caballos.
—¿Sabes montar? —preguntó Franco, con un tono seco y sin mirarla.
Lorena cruzó los brazos, adoptando una pose defensiva.
—¿A caso eso te importa? No necesito tu ayuda.
Franco dejó escapar un suspiro exasperado antes de acercarse a uno de los caballos. Tomó las riendas y se las tendió.
—Sube —ordenó, con su tono habitual de autoridad.
—¿Perdón? —preguntó Lorena, levantando una ceja.
—Sube al caballo. Es lo que Don Enzo espera. Si quieres fastidiarlo, adelante, pero yo prefiero terminar con esto rápido.
Lorena alzó una ceja, cruzando los brazos mientras lo miraba con una mezcla de desafío y burla.
—¿Y si no quiero? —preguntó, ladeando la cabeza con fingida inocencia.
Franco soltó un suspiro pesado y dejó caer las riendas por un momento. Se acercó un paso más, reduciendo la distancia entre ellos, su imponente figura proyectaba una sombra sobre la de ella que la hizo estremecer.
—Entonces te subiré yo mismo —respondió, su voz baja pero cargada de determinación.
Lorena soltó una risa breve, casi burlona.
—Y si haces eso, me bajaré al instante —replicó, retándolo con una mirada chispeante de diversión.
Franco no perdió la calma, pero su mandíbula se tensó. Se inclinó ligeramente hacia ella, su tono volviéndose más seco y cortante.
—Escucha bien, princesa. Si te subo, te aseguro que te quedarás en esa silla de montar. Y si tengo que clavarte a ella para lograrlo, lo haré. No lo dudes ni por un instante.
Por un segundo, Lorena no pudo ocultar la sorpresa en su rostro. Pero rápidamente recuperó la compostura y lo fulminó con la mirada.
—Eres un imbécil, ¿lo sabes, no? —dijo, aunque la risa que acompañó sus palabras le restó fuerza al insulto.
—Sí, no es la primera vez que me lo dicen, y tú eres una testaruda —respondió Franco, sin ceder terreno —Pero vamos a cumplir con lo que Don Enzo espera, así que decide; ¿subes sola o te subo yo?
—Ok, lo haré ¿Contento ahora?
Franco asintió, ajustando las riendas de su propio caballo antes de montar.
—Por el momento. Ahora solo falta que no te caigas.
—No te daré ese gusto...
Lorena lo miró con desdén, pero finalmente aceptó las riendas. Apenas puso un pie en el estribo, el caballo se movió bruscamente, haciendo que perdiera el equilibrio. Franco reaccionó de inmediato, sujetándola por la cintura y manteniéndola en pie.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz más suave que antes.
Lorena apartó sus manos con brusquedad.
—No necesito que me salves, Franco. Ni ahora, ni nunca.
Franco dio un paso atrás, su expresión volviendo a ser impasible.
—Entonces deja de actuar como una malcriada, Lorena, el mundo no esté en tu contra —respondió —Tienes que entender de una buena vez, que no estoy aquí para pelear contigo. Hazlo fácil para los dos.
Finalmente, ambos subieron a sus caballos y comenzaron a cabalgar por el sendero que rodeaba la finca. Al principio, el silencio entre ellos era ensordecedor, roto solo por el sonido de los cascos de los caballos contra el suelo.
—¿Siempre eres así de encantador? —preguntó Lorena finalmente, su tono cargado de sarcasmo.
Franco no la miró, pero respondió con frialdad.
—¿Y tú siempre tan insoportable?
Lorena soltó una carcajada, pero no había humor en ella.
—Bueno, considerando que me están obligando a casarme contigo, creo que tengo derecho a serlo.
Franco apretó las riendas con fuerza, pero mantuvo su tono controlado.
—No soy yo quien toma esas decisiones. Si tienes algún problema, díselo a Don Enzo.
—¿Por qué no lo haces tú? —lo desafió ella, inclinándose ligeramente hacia él desde su caballo —Pareces ser su favorito. Seguro que te escucharía.
Franco finalmente giró la cabeza para mirarla. Sus ojos eran fríos, pero en su voz había un atisbo de cansancio.
—Porque mi opinión no importa. Igual que la tuya. Solo estamos cumpliendo con lo que se espera de nosotros.
Lorena lo miró fijamente por un momento antes de soltar un suspiro pesado.
—¡Qué vida tan miserable debes llevar!
—¿Crees que la tuya es mejor? —respondió Franco, con una media sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Eso fue grosero... —rezongó, pues Franco tenía razón, su vida era aún más miserable que la de él.
Franco esbozó una sonrisa ladeada, aunque no había calidez en ella. Se encogió de hombros como si lo que acababa de decir no tuviera mayor importancia.
—La verdad suele serlo.
Lorena lo fulminó con la mirada, pero en lugar de callarse, continuó.
—¿Siempre haces eso? —preguntó, su voz más baja pero cargada de intensidad.
—¿Hacer qué? —inquirió Franco, levantando una ceja.
—Atacar cuando alguien te dice algo que no te gusta —contestó Lorena, sus ojos clavados en los de él —Tal vez no eres tan fuerte como pretendes ser.
Franco sostuvo su mirada, su mandíbula tensándose. Durante un momento, el silencio entre ellos fue más elocuente que cualquier palabra.
—Tal vez no lo soy —admitió finalmente, su tono más bajo, pero igual de firme —Pero eso no cambia nada.
El resto del paseo continuó en silencio, la tensión entre ambos creciendo con cada minuto.
Capítulo 8 - La EmboscadaNarrador:El regreso a la finca había comenzado en silencio. Lorena cabalgaba detrás de Franco, dejando que el viento alborotara su cabello mientras trataba de procesar todo lo que estaba sucediendo. Cada crujido de las hojas bajo los cascos de los caballos parecía amplificar la incomodidad que flotaba entre ellos.—¿Siempre eres así de aburrido? —preguntó finalmente, su tono cargado de sarcasmo.Franco no se giró. Su postura, erguida y firme sobre el caballo, no dio indicios de que hubiera oído, aunque su respuesta no tardó en llegar.—¿Siempre eres así de molesta? —respondió sin emoción.Lorena soltó una risa corta, pero la frialdad de sus palabras la hizo sentir pequeña por un momento. Sin embargo, se recuperó rápidamente.—Bueno, considerando que me están obligando a pasar tiempo contigo, creo que tengo derecho a serlo.Franco apretó las riendas ligeramente, pero mantuvo su voz calmada.—Nadie te está obligando a hablar.—Ah, claro —replicó Lorena, inclin
Capítulo 9—No te confundasNarrador:Franco permaneció en silencio durante el resto del trayecto a la finca. Aunque Lorena se esforzaba por sostenerlo y mantener un ritmo constante, cada paso era una tortura. No solo por el dolor físico, sino por la sensación persistente de su cuerpo contra el suyo, que parecía intensificarse con cada movimiento. Cuando finalmente cruzaron los límites de la propiedad, Franco se enderezó bruscamente, apartándose de Lorena con una mezcla de agradecimiento y resistencia.—Ya no hace falta que me sostengas —murmuró, su tono más cortante de lo que pretendía.Lorena lo miró con el ceño fruncido, pero no discutió. Sabía reconocer cuándo Franco estaba al borde de su límite, aunque no fuera capaz de admitirlo. Sin embargo, su carácter impulsivo no le permitió callarse del todo.—No estaría de más un "gracias", ¿sabes? —dijo, cruzándose de brazos mientras lo seguía al interior de la casa.Franco se detuvo en seco y giró la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros br
Capítulo 10 —Confesiones veladasNarrador:La tarde se colaba a través de las ventanas de la finca, bañando el interior con una luz cálida que no lograba suavizar la tensión en el aire. Lorena estaba sentada junto a la chimenea, con la mirada perdida en las llamas que crepitaban. Habían pasado días desde que su padre le anunciara que debía casarse con Franco, y la idea seguía girando en su mente como un torbellino incontrolable. Se pasó las manos por el cabello, frustrada, intentando ahogar el revoltijo de emociones que la dominaba. Desde que Franco abrió la puerta de su prisión hace cinco años, había sentido algo indescriptible por él. Una mezcla de admiración y un afecto que, con el tiempo, creció hasta convertirse en algo más profundo. Pero no se engañaba; Franco la veía como una ni*ña, una responsabilidad impuesta por su jefe. Justo cuando pensaba que el silencio se convertiría en su único consuelo, Luigi entró en la habitación, cargando una caja de herramientas.—¿Otra vez con es
Capítulo 1 (ADELANTO) —Mia, en cuerpo y almaNarrador:Lorena estaba de pie frente a él, sus manos temblaban ligeramente a los costados de su vestido. La habitación del hotel, lujosa y sofocante, parecía encerrar cada respiro entre sus paredes doradas. Franco, de pie junto a la cama, la observaba con una intensidad que hacía que su piel se erizara. Había algo en él, algo oscuro y dominante, que la hacía retroceder un paso sin darse cuenta.Franco avanzó, despacio, sin prisa, dejando que el sonido de sus zapatos sobre el suelo llenara el silencio. Cada paso hacia ella era como un golpe en su pecho. Lorena apretó los labios, intentando controlar su respiración, pero esta se volvía cada vez más entrecortada. Él lo notó.Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó una mano y tomó su cuello. No fue un agarre violento, pero tampoco dejaba lugar a dudas sobre quién tenía el control. Su pulgar rozó la piel suave de su garganta, y Lorena cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera desaparec
Capítulo 2 —Un pacto con el diabloNarrador:La sangre goteaba lenta desde el costado de Franco, mezclándose con el suelo sucio de la bodega. Su pecho subía y bajaba con dificultad, pero su mirada seguía fija, desafiante, en los ojos fríos de uno de sus torturadores. Los golpes habían dejado su rostro casi irreconocible, y sus manos atadas tras la silla eran una masa de carne herida. Aún así, no había emitido ni un solo grito. No les daría ese placer.—Admítelo, chico —gruñó uno de los hombres mientras limpiaba la hoja ensangrentada de su cuchillo. —Nadie resiste tanto. Dime, ¿por qué no te quiebras?Franco no respondió. Apenas podía sostenerse despierto, pero su silencio era su única arma. Los hombres intercambiaron miradas, frustrados. Habían intentado todo: golpes, cortes, incluso amenazar con mutilarlo. Pero Franco seguía siendo una roca. Su temple comenzaba a incomodarlos, como si el chico supiera algo que ellos ignoraban.—Podemos seguir toda la noche, ¿sabes? —dijo otro de los
Capítulo 3 —La encontramosNarrador:El estruendo de la puerta al derrumbarse llenó la casa, seguido de los gritos desesperados de su madre. Lorena, con solo ocho años, se escondió bajo la mesa del comedor, apretando contra su pecho una vieja muñeca de trapo. Sus pequeños dedos temblaban mientras trataba de silenciar su respiración. Los pasos resonaban como martillazos en el suelo, acercándose cada vez más.—¡Lorena, corre! —gritó su madre desde la entrada, pero Lorena no pudo moverse. Estaba paralizada por el miedo, aferrándose a la esperanza de que si permanecía quieta, todo desaparecería.Dos hombres armados la arrastraron desde del pasillo hasta el centro de la habitación principal. Uno de ellos tenía una sonrisa cruel, mientras el otro mantenía un rostro inexpresivo, casi aburrido. La madre de Lorena forcejeaba, gritándoles que se fueran, que no había nada que pudieran llevarse.—Esto no es un robo, señora —dijo uno de los hombres con frialdad, empujándola al suelo —Esto es un me
Capítulo 4 - La misión de FrancoNarrador:Los intentos de negociar habían fracasado. Durante días, Don Enzo Barone había tratado de convencer al capo rival para que liberara a su hija. Las reuniones se prolongaban en interminables intercambios de amenazas veladas y ofertas que parecían no satisfacer a nadie. Finalmente, Enzo decidió que era suficiente.—Si no entienden razones, entenderán la fuerza —murmuró, con el ceño fruncido y una mirada que podía helar el aire a su alrededor. —Llamó a Franco al despacho, donde el ambiente era pesado y cargado de tensión. Enzo estaba sentado tras su imponente escritorio de caoba, un cigarillo encendido en una mano y un vaso de licor en la otra. —Franco, esta será tu primera misión importante. Es hora de demostrarme de qué estás hecho —dijo, su voz grave resonando en la habitación —Quiero que entres a esa maldita mansión, encuentres a Lorena y la traigas de vuelta. Viva y sin un rasguño. Pero escucha bien: si fallas, ni te molestes en regresar.Fr
Capítulo 5 —La prisión doradaNarrador:Lorena apenas podía creer que estaba de regreso en lo que debería ser su hogar. La finca de su padre, ubicada a las afueras de la ciudad, era imponente, rodeada de extensos campos y jardines perfectamente cuidados. El lujo y la ostentación de aquel lugar contrastaban drásticamente con la sensación de encierro que invadía su pecho. Para ella, no era más que una prisión adornada con oro. Don Enzo Barone la esperaba en la entrada principal. Su rostro, normalmente frío e impenetrable, se suavizó al verla descender del coche. Dio unos pasos hacia ella y extendió los brazos, invitándola a acercarse. Lorena dudó por un momento, pero la mezcla de cansancio y confusión la llevó a aceptar el gesto. Enzo la envolvió en un abrazo firme, casi desesperado.—Mi niña... por fin estás en casa —murmuró, su voz cargada de emoción. Lorena no respondió. No podía. Todo en su interior estaba dividido entre el alivio de estar lejos de sus captores y la creciente incomo