Capítulo 6 —El precio de la protección
Narrador:
Don Enzo Barone entró en la finca con una determinación implacable. La gravedad de su diagnóstico pesaba sobre él como una losa, pero no podía permitirse el lujo de flaquear. Su tiempo se estaba acabando, y tenía que asegurarse de que su hija estuviera protegida, incluso después de su muerte. No había margen para errores. Subió las escaleras con paso firme y encontró a Lorena en el salón principal, hojeando un libro en uno de los sofás. La joven levantó la vista al escuchar sus pasos, pero al notar la seriedad en el rostro de su padre, cerró el libro de golpe y se puso de pie.
—¿Qué pasa ahora, Enzo? —preguntó con un tono que mezclaba desconfianza y aburrimiento.
Enzo se detuvo frente a ella, cruzando los brazos sobre su pecho. Su voz era grave, cargada de una solemnidad que no pasó desapercibida.
—Lorena, hay algo de lo que tenemos que hablar. Es importante.
Lorena rodó los ojos y volvió a sentarse, dejando escapar un suspiro.
—Siempre es importante contigo. Adelante, dime qué nueva regla absurda debo seguir.
Enzo ignoró su sarcasmo y se sentó frente a ella. Su postura era tensa, y por un instante, sus ojos mostraron una vulnerabilidad que rara vez permitía salir a la superficie.
—Cuando cumplieras la mayoría de edad, había planeado darte la libertad de tomar tus propias decisiones. Te lo prometí. —Hizo una pausa, bajando la mirada brevemente antes de regresar sus ojos a los de ella —La haz cumplido esa edad, pero las cosas han cambiado.
Lorena frunció el ceño, alarmada.
—¿De qué hablas? ¿Qué cosas han cambiado?
—Mi tiempo se está acabando, hija. —Su voz tembló ligeramente, pero rápidamente recuperó la firmeza —No puedo dejarte sola en este mundo sin garantizar que estarás protegida.
Lorena se levantó de un salto, los ojos chispeando de ira.
—¿Qué estás diciendo? ¡No estoy sola, y no necesito que me protejas más! He pasado toda mi vida encerrada en esta mal*dita finca. ¿Ahora qué? ¿Quieres enjaularme para siempre?
Enzo se puso de pie también, su presencia imponente llenando la habitación.
—Esto no es una jaula, Lorena. Es una garantía de que nadie podrá hacerte daño.
—¿Y qué planeas hacer? ¿Encadenarme al lugar? ¿Ponerme un guardián de por vida?
Enzo la miró directamente a los ojos, dejando caer la bomba con una frialdad calculada.
—Te vas a casar.
La habitación quedó en silencio, roto solo por la respiración entrecortada de Lorena. Finalmente, ella se echó a reír, pero el sonido era hueco, casi histérico.
—¡Estás loco, Enzo! ¡Eso es lo más ridículo que he escuchado en mi vida! No puedes obligarme a casarme, ¡simplemente, no puedes!
Enzo dio un paso hacia ella, su voz baja pero cargada de autoridad.
—Puedo y lo haré. Porque es la única manera de asegurarme de que estarás a salvo.
Lorena lo empujó con ambas manos, sus ojos llenos de lágrimas de rabia.
—¡Eres un mon*struo! ¡Nunca te he importado realmente! Todo este tiempo, todo lo que has hecho, ha sido para controlarme, para manipularme. ¿Ni siquiera puedes cumplir tu mal*dita promesa? Mamá tuvo razón al alejarse de ti...
Enzo no se movió ante el empujón. Su mirada permanecía fija en ella, implacable.
—Puedes odiarme todo lo que quieras, pero estoy haciendo lo que es mejor para ti. No tiene opción y lo sabes, ya no eres una ni*ña, comprendes bien las implicaciones de quedarte desprotegida y sin dinero —Lorena lo miró con ira —No me mires así, si no obedeces te quedarás sola y no heredarás ni un pu*to centavo de mi —terminó sentenciando.
Lorena sabía que no tenía opción, se alejó tambaleándose, llevando las manos a su cabeza como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Su voz se volvió más baja, más controlada, aunque su furia seguía latente.
—¿Con quién? —preguntó finalmente, girándose hacia él. Su tono era casi un susurro, pero la tensión en su voz era palpable—¿Con quién planeas casarme?
Enzo se tomó un momento antes de responder, sus palabras cayendo como un mazazo.
—Con Franco.
Lorena sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Su rostro, antes encendido de ira, quedó petrificado en una expresión de incredulidad.
—¿Franco? —repitió, como si el nombre fuera un idioma extranjero que no pudiera entender —¿Franco?
Enzo asintió lentamente, sus ojos no dejaban lugar a dudas.
—Es el único hombre en quien confío para protegerte. Ha demostrado su lealtad una y otra vez. No hay nadie más adecuado. Sin decir lo más evidente; te rescató y te ha mantenido a salvo todos estos años.
Lorena comenzó a reírse de nuevo, pero esta vez su risa estaba impregnada de un dolor profundo.
—¿Y qué pasa con lo que yo quiero? ¿Con lo que siento? ¡No soy un objeto que puedas entregar al mejor postor!
—No es una cuestión de lo que quieres, Lorena. Es una cuestión de lo que necesitas.
Ella se quedó en silencio por un largo momento, temblando de rabia. Finalmente, levantó la cabeza, sus ojos clavándose en los de su padre.
—Si haces esto, Enzo, nunca te lo perdonaré.
Enzo cerró los ojos por un instante, dejando escapar un suspiro pesado.
—Ya estoy acostumbrado a tu od*io, hija. Pero prefiero que me odi*es viva a que mueras sin haber hecho nada para protegerte.
Con esas palabras, se dio media vuelta y salió de la habitación, dejando a Lorena sola con su tormenta de emociones. Horas más tarde, Enzo se reunió con Franco en la oficina de la finca. Franco se levantó al verlo entrar, percibiendo de inmediato que algo grave se avecinaba.
—Don Enzo —saludó, inclinando ligeramente la cabeza.
Enzo cerró la puerta tras de sí y caminó hacia el escritorio, apoyándose en el borde con un suspiro profundo. Lo miró directamente a los ojos.
—Franco, hay algo que debes saber. Mi tiempo se está acabando. —La mandíbula de Franco se tensó, pero no dijo nada. Esperó a que Enzo continuara. —Los médicos me han dado un diagnóstico definitivo. No tengo mucho tiempo. Unos meses, tal vez un año, si tengo suerte.
Franco sintió como si el aire en la habitación se volviera más pesado. Tragó saliva, intentando asimilar la noticia.
—Don Enzo... Lo siento. No sé qué decir.
—No hay nada que decir, muchacho. Pero sí hay cosas que hacer. He tomado decisiones importantes, y tú estás en el centro de ellas.
Franco frunció el ceño, confundido.
—¿Qué quiere decir?
Enzo se enderezó, cruzando los brazos.
—Te dejaré todo, Franco. Serás el CEO de mis empresas, el jefe de la familia. Todo será tuyo cuando yo no esté.
Los ojos de Franco se abrieron con sorpresa, y por un momento, su mente se debatió entre el dolor por la inminente pérdida de Enzo y la responsabilidad abrumadora que se le estaba entregando.
—No sé si merezco tanto, Don Enzo. Usted me salvó la vida, me dio todo lo que tengo...
Enzo alzó una mano, interrumpiéndolo.
—Y tú has demostrado tu lealtad, Franco. Has trabajado duro, has cumplido con cada tarea que te he encomendado. Pero hay una condición.
Franco lo miró con cautela, sintiendo que el peso de esas palabras era más grande de lo que podía anticipar.
—¿Qué condición?
Enzo lo miró fijamente, sus ojos oscuros cargados de una determinación inquebrantable.
—Tendrás que casarte con Lorena.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Franco parpadeó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Está bromeando? —preguntó finalmente, aunque sabía que Enzo no era un hombre de bromas.
—Nunca he estado más serio, Franco. Lorena necesita estar protegida, y tú eres el único en quien confío para hacerlo.
Franco negó con la cabeza, dando un paso hacia atrás.
—Don Enzo, con todo respeto, no puedo hacer eso. Ella no se merece... no se merece un sicario, huérfano y ex pandillero como esposo. No soy digno de ella.
—Eres exactamente lo que necesita. Alguien fuerte, alguien que pueda mantenerla a salvo en este mundo. Esto no es una petición, Franco. Es un requisito. Si quieres todo lo que te estoy dejando, cumplirás con tu parte.
Franco apretó los puños, luchando por mantener la calma.
—¿Qué dijo Lorena? —preguntó finalmente, con un hilo de voz.
Enzo dejó escapar una leve risa.
—No se puso muy contenta que digamos. Pero eso no cambia nada.
—Don Enzo, nunca he custionado una orden suya, si bien no creo que sea lo mejor para su hija, esta vez tampoco lo haré —respiró profundo —Así que lo haré, me casaré con Lorena y la protegeré con mi vida como he hecho hasta ahora. —Enzo se acercó y le dio un apretado abrazo.
—Gracias, hijo, sabía que no me fallarías, ahora puedo irme en paz.
Franco cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de la decisión que se había tomado. Sabía que podría proteger a Lorena, pero nunca hacerla feliz.
Capítulo 7—Bajo la SuperficieNarrador:El sol brillaba con fuerza sobre la finca Barone, pero la atmósfera dentro del comedor era mucho más fría. Lorena estaba sentada a la larga mesa de madera, mirando su plato sin tocar la comida. Frente a ella, Franco permanecía imperturbable, sosteniendo un vaso de vino en una mano mientras su mirada se clavaba en un punto indefinido de la pared.—Espero que aprovechen este momento para conocerse mejor —dijo Don Enzo, rompiendo el silencio con su voz grave mientras se servía un poco más de vino. Sus ojos pasaron de Franco a Lorena, evaluándolos como si fueran piezas en un tablero de ajedrez.Lorena soltó una risita sarcástica y levantó la vista.—¿Conocernos? —dijo, ladeando la cabeza con incredulidad —Claro, porque eso arreglará que me estés obligando a casarme con un completo desconocido.Franco apretó la mandíbula, pero no respondió. Sus dedos se tensaron alrededor del vaso, pero mantuvo la calma, dejando que el comentario pasara.—Lorena —adv
Capítulo 8 - La EmboscadaNarrador:El regreso a la finca había comenzado en silencio. Lorena cabalgaba detrás de Franco, dejando que el viento alborotara su cabello mientras trataba de procesar todo lo que estaba sucediendo. Cada crujido de las hojas bajo los cascos de los caballos parecía amplificar la incomodidad que flotaba entre ellos.—¿Siempre eres así de aburrido? —preguntó finalmente, su tono cargado de sarcasmo.Franco no se giró. Su postura, erguida y firme sobre el caballo, no dio indicios de que hubiera oído, aunque su respuesta no tardó en llegar.—¿Siempre eres así de molesta? —respondió sin emoción.Lorena soltó una risa corta, pero la frialdad de sus palabras la hizo sentir pequeña por un momento. Sin embargo, se recuperó rápidamente.—Bueno, considerando que me están obligando a pasar tiempo contigo, creo que tengo derecho a serlo.Franco apretó las riendas ligeramente, pero mantuvo su voz calmada.—Nadie te está obligando a hablar.—Ah, claro —replicó Lorena, inclin
Capítulo 9—No te confundasNarrador:Franco permaneció en silencio durante el resto del trayecto a la finca. Aunque Lorena se esforzaba por sostenerlo y mantener un ritmo constante, cada paso era una tortura. No solo por el dolor físico, sino por la sensación persistente de su cuerpo contra el suyo, que parecía intensificarse con cada movimiento. Cuando finalmente cruzaron los límites de la propiedad, Franco se enderezó bruscamente, apartándose de Lorena con una mezcla de agradecimiento y resistencia.—Ya no hace falta que me sostengas —murmuró, su tono más cortante de lo que pretendía.Lorena lo miró con el ceño fruncido, pero no discutió. Sabía reconocer cuándo Franco estaba al borde de su límite, aunque no fuera capaz de admitirlo. Sin embargo, su carácter impulsivo no le permitió callarse del todo.—No estaría de más un "gracias", ¿sabes? —dijo, cruzándose de brazos mientras lo seguía al interior de la casa.Franco se detuvo en seco y giró la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros br
Capítulo 10 —Confesiones veladasNarrador:La tarde se colaba a través de las ventanas de la finca, bañando el interior con una luz cálida que no lograba suavizar la tensión en el aire. Lorena estaba sentada junto a la chimenea, con la mirada perdida en las llamas que crepitaban. Habían pasado días desde que su padre le anunciara que debía casarse con Franco, y la idea seguía girando en su mente como un torbellino incontrolable. Se pasó las manos por el cabello, frustrada, intentando ahogar el revoltijo de emociones que la dominaba. Desde que Franco abrió la puerta de su prisión hace cinco años, había sentido algo indescriptible por él. Una mezcla de admiración y un afecto que, con el tiempo, creció hasta convertirse en algo más profundo. Pero no se engañaba; Franco la veía como una ni*ña, una responsabilidad impuesta por su jefe. Justo cuando pensaba que el silencio se convertiría en su único consuelo, Luigi entró en la habitación, cargando una caja de herramientas.—¿Otra vez con es
Capítulo 11—El avismo personalNarrador:Habían pasado semanas desde que Don Enzo le ordenara casarse con su hija, pero la idea seguía rondando, sin agradarle demasiado, en la mente de Franco como un espectro del que no podía escapar. Casarse con Lorena... Era ridículo, ilógico, y, sobre todo, un peso que no estaba dispuesto a cargar. Estaba sentado en el almacén donde solía reunirse con Luigi y otros hombres de confianza. Luigi, como siempre, mantenía una actitud relajada mientras limpiaba su arma en la mesa. Franco lo observó mientras este continuaba limpiando su arma con esmero, casi con un exceso de dedicación. Una pequeña sonrisa burlona apareció en el rostro de Franco.—Dime algo, Luigi. ¿Extrañas la acción?Luigi levantó la vista, arqueando una ceja, aunque no dejó de pasar el paño por el cañón de la pistola.—¿Y a ti qué te importa?—Te lo noto —respondió Franco, encogiéndose de hombros como si la respuesta fuera obvia.Luigi dejó de limpiar por un instante, frunciendo el ceño
Capítulo 12 —RenataNarrador:Franco salió del almacén con el ceño fruncido, la mandíbula apretada y los pensamientos dando vueltas en su cabeza. Las palabras de Luigi seguían resonando en su mente, pero en lugar de calmarlo, solo lograban alimentarle la frustración. Encendió un cigarrillo mientras caminaba hacia su coche, pero incluso el humo que solía tranquilizarlo no conseguía aliviar el nudo que sentía en el pecho. Sin pensarlo demasiado, arrancó el motor y tomó el camino que llevaba al consultorio de Renata, la doctora que había curado sus heridas cuando los hombres de Enzo lo torturaron. Era tarde, pero sabía que ella estaría ahí. Siempre lo estaba. Y aunque se había prometido no volver a buscarla para este tipo de encuentros, esta noche necesitaba algo que apagara el caos que llevaba dentro. Al llegar, apagó el motor y se quedó unos segundos mirando la pequeña luz que brillaba detrás de las cortinas del consultorio. Sabía que lo que estaba por hacer no resolvería nada, pero al
Capítulo 13 —ConocernosNarrador:Franco estaba en su despacho, inmerso en los documentos que Enzo le había enviado. Su brazo herido seguía doliendo, pero no le daba importancia; estaba acostumbrado a ignorar el dolor físico. Lo que no podía ignorar era la sensación constante de estar en un callejón sin salida, atrapado entre lo que debía hacer y lo que realmente quería. El sonido de pasos apresurados fuera de la puerta lo puso en alerta. Levantó la mirada justo cuando Lorena apareció en el marco de la entrada, con el ceño fruncido y los ojos brillando con determinación.—¿Qué haces aquí? —preguntó Franco, dejando los papeles sobre la mesa.Lorena cerró la puerta detrás de ella, apoyándose contra esta como si estuviera reuniendo fuerzas antes de hablar.—Quiero conocerte —soltó de golpe, cruzándose de brazos.Franco arqueó una ceja, claramente desconcertado por sus palabras.—¿Qué?—Lo que oíste —replicó Lorena, dando un paso hacia él —Luigi me dijo que, si iba a casarme contigo, serí
Capítulo 14 —La amenaza inminenteNarrador:Franco conducía hacia la ciudad con el ceño fruncido, sus manos apretando el volante con más fuerza de la necesaria. La llamada de Enzo había sido breve, pero lo suficientemente contundente como para saber que algo grave estaba sucediendo. Sin embargo, por mucho que intentara concentrarse en lo que venía, su mente seguía volviendo a la conversación con Lorena.—¡Esa mal*dita mocosa! —rezongó casi en un grito. Cada palabra que había dicho, cada desafío que había lanzado, se había clavado en él como un aguijón. No era solo las palabras, sino la forma en que lo miraba, como si pudiera atravesar todas sus defensas y ver lo que él no quería que nadie viera. Se pasó una mano por el cabello, frustrado consigo mismo. Lorena lo estaba volviendo loco, y ni siquiera lo sabía. —¿Cómo se supone que voy a protegerla si ella insiste en complicarlo todo? —soltó un largo suspiro, mientras entablaba esta discusión consigo mismo —y peor aún, ¿cómo voy a manten