Capítulo 9—No te confundas

Capítulo 9No te confundas

Narrador:

Franco permaneció en silencio durante el resto del trayecto a la finca. Aunque Lorena se esforzaba por sostenerlo y mantener un ritmo constante, cada paso era una tortura. No solo por el dolor físico, sino por la sensación persistente de su cuerpo contra el suyo, que parecía intensificarse con cada movimiento. Cuando finalmente cruzaron los límites de la propiedad, Franco se enderezó bruscamente, apartándose de Lorena con una mezcla de agradecimiento y resistencia.

—Ya no hace falta que me sostengas —murmuró, su tono más cortante de lo que pretendía.

Lorena lo miró con el ceño fruncido, pero no discutió. Sabía reconocer cuándo Franco estaba al borde de su límite, aunque no fuera capaz de admitirlo. Sin embargo, su carácter impulsivo no le permitió callarse del todo.

—No estaría de más un "gracias", ¿sabes? —dijo, cruzándose de brazos mientras lo seguía al interior de la casa.

Franco se detuvo en seco y giró la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de irritación y algo más profundo.

—Gracias —espetó con brusquedad, antes de continuar hacia su despacho.

Lorena lo observó irse, sacudiendo la cabeza. Aunque su exterior era frío como el acero, había algo en Franco que la intrigaba, algo que la empujaba a querer entenderlo, a querer quebrar esa barrera que parecía protegerlo de todo y de todos. Horas más tarde, Lorena estaba en su habitación, mirando por la ventana mientras el sol se ponía. Su mente volvía una y otra vez al momento en el bosque. Ver a Franco herido, vulnerable por primera vez, había despertado algo en ella que no sabía cómo manejar. Desde que era una niña, Franco había sido una figura distante, casi inalcanzable, pero esa distancia parecía estar desapareciendo poco a poco, dejando al descubierto una conexión que ni siquiera ella entendía del todo. Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—¿Qué? —preguntó, girándose hacia la entrada.

Luigi asomó la cabeza, su expresión más seria de lo habitual.

—Franco quiere verte en el despacho.

Lorena frunció el ceño, alarmada.

—¿Para qué?

—No soy su secretario, princesa —respondió Luigi con una sonrisa sarcástica —Baja y pregúntale tú misma.

Lorena lo fulminó con la mirada, pero su preocupación superó su irritación. Bajó las escaleras con pasos rápidos, el corazón latiéndole con fuerza. Franco nunca la llamaba a su despacho, y después de lo que había ocurrido en el bosque, temía lo peor. Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta. Golpeó suavemente antes de entrar, encontrándolo sentado detrás del escritorio, con el brazo vendado descansando sobre la mesa. Sus ojos se alzaron hacia ella en cuanto cruzó el umbral.

—¿Querías verme? —preguntó, tratando de sonar despreocupada, pero su tono delataba su inquietud.

Franco asintió, señalando la silla frente a él.

—Siéntate.

—¿Qué pasa? —insistió Lorena, ignorando la silla mientras se acercaba al escritorio. Sus ojos se posaron en su brazo vendado 

Franco levantó una mano para detenerla, su tono frío y directo.

—Estoy bien. Siéntate.

—¿Cómo está tu brazo? —preguntó Lorena con su mirada fija en el vendaje que cubría la herida.

—Está bien. Luigi se encargó de sacarme la bala —respondió con un tono casual, como si estuviera hablando del clima.

Lorena frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Luigi? ¿Me estás diciendo que Luigi, que apenas sabe sostener un tenedor correctamente, fue el que te operó?

Franco soltó una risa breve, inclinándose hacia un lado para coger un vaso con agua que estaba sobre el escritorio.

—Luigi puede ser muchas cosas, pero subestimas sus habilidades. Es ducho en estas cosas. No es la primera vez que lo hace —dijo, dejando el vaso sobre la mesa.

Lorena se acercó, su mirada alternando entre el vendaje y el frasco de pastillas que Franco tomó del escritorio.

—¿Y eso? —preguntó, señalando las pastillas.

Franco abrió el frasco, sacó un par y las tragó de un solo movimiento, acompañado por un sorbo de agua.

—Antibióticos. Con esto estaré bien en un par de días.

Lorena lo miró fijamente, como si intentara encontrar algún rastro de dolor en su expresión.

—Eres increíblemente terco, ¿lo sabías? Podrías haber llamado a un médico de verdad.

Franco dejó el vaso en la mesa con más fuerza de la necesaria, su expresión endureciéndose.

—No había tiempo para médicos. Y no es la primera vez que me pasa algo así. No necesito que nadie me mime.

Lorena rodó los ojos, pero su tono se suavizó.

—No se trata de mimarte, Franco. Se trata de que no sigas empeorando las cosas por tu orgullo. ¿Qué habría pasado si Luigi se equivocaba?

Franco la miró durante unos segundos, su expresión relajándose ligeramente.

—Pero no lo hizo. Estoy bien, ¿ves? —dijo, levantando el brazo herido con cuidado para mostrárselo.

Lorena negó con la cabeza, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se asomara en sus labios.

—Eres un caso perdido.

Franco se inclinó hacia atrás en su silla, un brillo divertido en sus ojos.

—Eso ya lo dijiste antes.

—Y lo seguiré diciendo. No creo que cambies nunca.

—Ahora quiero que te sientes, que tenemos que hablar —Ordenó, en un tono tan autoritario, que erizó la piel de la Lorena, quien frunció el ceño, pero obedeció. Cruzó las piernas y lo miró fijamente, esperando una explicación. —Lo de hoy no volverá a pasar —dijo finalmente Franco, con un tono firme que le recordó al hombre imperturbable que siempre había conocido.

—¿Qué cosa no volverá a pasar? ¿Que casi te maten? Porque si es así, tendrás que esforzarte más para evitarlo —respondió Lorena, su sarcasmo una capa que apenas ocultaba su preocupación.

Franco suspiró, ignorando su comentario.

—No debiste haberte expuesto de esa manera. Si algo te hubiera pasado, Don Enzo nunca me lo perdonaría. Yo nunca me lo perdonaría.

Lorena lo miró sorprendida, sus palabras lograron desarmarla. Durante un instante, no supo qué responder, pero finalmente encontró su voz.

—No soy una niña, Franco. Puedo cuidarme sola.

—Eso no está en discusión —replicó él, inclinándose hacia adelante —Pero mientras esté a cargo de tu seguridad, mis decisiones no están sujetas a debate. ¿Entendido?

Lorena apretó los labios, tratando de contener su frustración. Pero en lugar de discutir, cambió el rumbo de la conversación.

—¿Y tú, Franco? —preguntó, con su tono más suave —¿Quién te cuida a ti?

Franco pareció desconcertado por la pregunta. Por un momento, el endurecimiento de su rostro se relajó, pero rápidamente volvió a erguirse.

—No es tu problema.

Lorena no pudo evitar levantarse, caminando hacia él con una mezcla de desafío y preocupación.

—Quizás debería serlo. Porque claramente no eres muy bueno cuidándote solo.

Franco la miró con una intensidad que hizo que su estómago se revolviera. Cuando finalmente habló, su voz era baja, pero cargada de un tono peligroso.

—No juegues conmigo, Lorena.

Ella se detuvo frente a él, mientras lo miraba directamente a los ojos.

—¿Y qué pasa si no estoy jugando? —le dijo casi en un susurro que logró descolocarlo un poco.

—¿Por qué te importa tanto? —preguntó Franco, mientras la miraba con esa mezcla de desconcierto y dureza que parecía reservada solo para ella.

—Porque debo preocuparme por ti —respondió Lorena, su tono cargado de ironía pero con un trasfondo de sinceridad —Al fin y al cabo, voy a ser tu esposa, ¿no? Y eso es lo que hacen, además no quiero enviudar tan joven.

Franco entrecerró los ojos, poniendose de pie. Su presencia llenó el espacio, como si su sola proximidad pudiera aplastarla.

—Esto no es un juego, Lorena —dijo, su voz grave y firme, cargada de advertencia —Lo que está pasando aquí no tiene nada que ver con lo que tú crees que es un matrimonio.

—¿Y qué se supone que creo? ¿Que esto será amor a primera vista? —soltó una carcajada sarcástica —Por favor, Franco, no soy una niña ingenua. Pero tampoco soy estúpida. Si vamos a estar atados el uno al otro, al menos podría preocuparme por ti sin que lo tomes como un mal*dito insulto.

Franco se quedó en silencio por un momento, su mirada oscureciéndose aún más. Finalmente, sacudió la cabeza y apartó la vista.

—No necesitas preocuparte por mí.

—Pero lo haré —insistió ella, dando un paso hacia él —Porque si algo te pasa, no solo será tu problema. También será el mío.

Franco volvió a mirarla, y por un instante, algo pareció quebrarse en su expresión. Pero se recuperó rápidamente, endureciendo la mandíbula.

—Haz lo que quieras, Lorena. Pero recuerda una cosa... —su voz se volvió más baja, casi un susurro peligroso —no confundas lo que es este matrimonio con algo que no será nunca.

Lorena sostuvo su mirada, su pecho subiendo y bajando con fuerza.

—Tú tampoco lo confundas, Franco.

El silencio entre ellos se llenó de electricidad. Finalmente, Franco dio un paso atrás, rompiendo el momento.

—Ve a descansar. Ya es suficiente por hoy. Ha sido un día largo.

—Si alguna vez necesitas algo, no tienes que hacer esto solo, Franco.

Él no respondió, pero el leve temblor en su mandíbula fue suficiente para que Lorena supiera que sus palabras no habían caído en saco roto. Mientras cerraba la puerta tras ella, su mente ya trabajaba en descubrir cómo romper las barreras que Franco se empeñaba en construir.

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