Montreal, Canadá
Casi sin aire y con los ojos enrojecidos por el llanto, Bianca corre desesperada por el bosque, sintiendo el ardor de los pequeños cortes que las ramas de los árboles le abren en su joven rostro, pero esos simples arañazos no pueden compararse con el frenético golpeteo de los latidos de su corazón.
No sabe cuánto más soportará corriendo, pero detenerse no es una opción. De solo considerarlo la asalta la imagen de esa cabaña a la que solía llamar hogar, pero que ahora se ha convertido en la tumba de los cuerpos ensangrentados y sin vida de su familia.
Sintiendo que los ojos se le comienzan a llenar de espesas lágrimas , se reprocha haber sido tan tonta, tan ingenua de creer que podría rechazar al Alfa que la había reclamado como suya. Tendría que haber sabido que César no pararía hasta llegar a ella, y ahora se maldice por haber sido tan obstinada como para pensar que tenía elección, que podía decidir no convertirse en la hembra de un macho Alfa que estaba acostumbrado a tomar lo que quisiese.
“Y por mi culpa ellos ya no están: mamá… papá… Leonard… soy tan culpable de su muerte como ese monstruo”, reconoce entre jadeos al detenerse frente a un río que corre con demasiada fuerza como para creerse con las fuerzas necesarias para cruzarlo.
“¡Está cerca, puedo olerla!”, anuncia una excitada voz gruesa no muy lejos de ella.
Mordiéndose el labio inferior con miedo, Bianca comienza a descender por la orilla del río sabiendo que no tiene otra opción que intentar cruzarlo, porque no piensa dejar que la atrapen, prefiere morir ahogada que terminar siendo el juguete sexual del hombre que asesinó a su familia. Y al sentir la fuerza con la que la corriente le golpea las piernas casi derribándola, parece que esa será su tumba, no muy lejos de la de su familia.
“Las cosas no tienen que ser de esta manera, pequeña, tú me obligaste a hacer eso, tú te lo buscaste”, reclama una voz gruesa que la mujer ubica rápidamente al ver al enorme lobo negro a solo unos metros.
“¡Los mataste porque eres un maldito monstruo, porque no soportas que alguien te lleve la contraria, y por eso voy a odiarte por el resto de mi existencia, y si la diosa Luna me ayuda, un día voy a matarte como a un perro!”, grita la mujer con odio, cerrando sus manos en puños con tanta fuerza que comienza a clavarse las uñas en las palmas.
“Nadie me desafía, y mucho menos mi luna, alguien que es desafiado por su propia compañera es débil, no tiene lo necesario para ser un Alfa. Y yo no lo soy, por eso tuve que darte una lección, una que estoy dispuesto a determinar como único castigo si vuelves”, asegura el lobo comenzando a acercarse lentamente hacia ella, con sus ojos amarillos clavadas en el premio que recibirá después de esa agitada noche, tratando de hacer lo que mejor sabe: imponer su voluntad.
“Ser un maldito asesino no te hace fuerte, César, y te lo voy a demostrar el día que te mire a los ojos mientras te arranco el corazón”, promete Bianca decidida a cumplir su promesa, dejándose caer de espaldas en el río que sin piedad la arrastra cuesta abajo.
“¡No, m*****a zorra!”, grita el Alfa con furia al ver que se le vuelve a escapar. Al escuchar a sus subordinados que logran alcanzarlo en sus formas de lobo, los mira fijamente al punto de dejarlos temblando, “¡La quiero frente a mí antes de que termine la noche, y por su propio bien espero que lo logren, de lo contrario me desquitaré con ustedes!
César mira a sus matones desaparecer siguiendo el curso del agua, arrugando el hocico suelta un resoplido cargado de furia, sabe que no puede permitirse perderla. No luego de haber descubierto que ella es la llave hacia un poder superior, uno que podría ponerlo por encima de cualquier Alfa, de darle el lugar que ha perseguido por tanto tiempo, debe tenerla sin importar lo que le cueste, sin importar si para mantenerla a su lado tenga que encadenarla.
Phillisburg, Canadá.
“¡Ya basta, Patch, ya casi amanece, quiero volver a casa para una ducha caliente y un buen plato de comida! Además no quiero toparme con ese maldito Sheriff que querrá confiscarme medio ciervo”, reclama un fornido cazador a su perro pastor alemán que sale corriendo hacia la orilla del río como si hubiese encontrado algo.
Al ver que su mascota está lejos de prestarle atención, Julio suelta un suspiro de resignación y lo sigue para ver qué es lo que tanto le ha llamado la atención. Con suerte quizás se trate de un par de conejos que no le vendrán nada mal, para un estofado durante las noches frías no suele haber nada mejor.
“¿Qué demonios es eso?”, exclama el cazador con sorpresa al ver a su perro lamiendo el rostro de una inconsciente mujer empapada.
Sin perder un segundo, Julio corre hacia ella para comprobar que tenga pulso, al ver que aunque es débil, su corazón aún sigue latiendo, la levanta en sus brazos y vuelve con prisa hacia su camioneta. Tal vez debería llevarla al hospital, pero el más cercano está a más de veinte kilómetros, la única manera de que no muera de hipotermia será llevarla a su cabaña y hacerla entrar en calor.
Una vez que la ha recostado en el asiento trasero y cubierto con una manta, enciende el motor mirando por el retrovisor el rostro de la mujer que presenta varios cortes, como si hubiese estado huyendo.
Mientras conduce se dice a sí mismo que si alguien está detrás de ella, no debería involucrarse, sobre todo cuando ha ido a esa cabaña alejada de todo para desaparecer, pero por alguna extraña razón es incapaz de abandonarla, casi como si se sintiera responsable de ella.
“Será solo por hoy, muchacho, sabes que no me gustan las visitas… por muy linda que ella sea”, murmura a su mascota que sentado en el asiento del acompañante lo mira ladeando la cabeza hacia un costado, como si reconociera que esa mujer no saldrá rápidamente de sus vidas.
Soltando un quejido al sentir que todo su cuerpo adolorido, Bianca comienza a abrir los ojos lentamente. Por unos segundos su mirada empañada mira a su alrededor al parecerle que su cuarto está muy diferente.
¿Acaso se quedó dormida en el de sus padres? No… ella… estaba recostada en el sillón cuando… cuando derribaron la puerta y a su madre… cuando… cuando… Al ser asaltada por los recuerdos de las últimas horas, se levanta de un salto de la cama, temiendo que César la haya encontrado, que haya logrado atraparla.
“¿Q-qué… qué es esto?”, se pregunta al mirarse y verse vestida con una camisa de hombre que le llega hasta las rodillas, con nerviosismo gira sobre sus talones tratando de reconocer algo de esa habitación para lograr ubicarse, pero nada le resulta conocido.
Con la respiración agitada y los nervios alertas, Bianca abre lentamente la puerta de la habitación desconocida, acercándose con sigilo al pasillo desde el que ve su ropa secándose frente a una ardiente chimenea. Con pasos silenciosos avanza un poco más hasta divisar a un hombre de espalda ancha que parece estar preparando algo en la cocina. Y si bien no le parece que sea César, no descarta que se trate de uno de sus hombres, por lo que al divisar un b**e de béisbol lo toma entre sus manos y se acerca lentamente por detrás de él.
Pero a mitad de camino se paraliza al ver a un enorme perro recostado junto a la chimenea, espera por unos segundos a que el animal la ataque para defender a su amo, o al menos que lo alerte con un ladrido. Pero el can solo la sigue con la mirada despreocupadamente, como si no la viese como una amenaza, algo que la confunde, pero que no deja que la distraiga demasiado de su objetivo, ya podrá encargarse de él luego de derribar al dueño. Una vez que ha llegado frente al extraño levanta el b**e y con todas sus fuerzas lo hace descender.
“¿Esa te parece una buena manera de agradecer que te haya salvado la vida?”, pregunta Julio con una media sonrisa en los labios, girando a tiempo para detener con la mano el b**e sin mucho esfuerzo.
“¿Quién eres tú? ¿Y por qué me tienes aquí?”, interroga Bianca retrocediendo al ser desprovista de su arma tan fácilmente como si hubiesen quitado un dulce a un niño.
“Soy Julio, y estás aquí porque Patch te encontró en el río a punto de morirte congelada”, responde el hombre dejando el b**e a un lado de la mesada y llevando un par de platos de sopa a la mesita situada frente a la chimenea.
“¿Patch?”, murmura la mujer, recibiendo como respuesta que el perro levante su cabeza al oír pronunciar su nombre. “¿Tú me salvaste? ¿Tú… me sacaste la ropa?”, susurra con las mejillas ruborizadas al darse cuenta que incluso su ropa interior está colgada allí.
“Sí, tal vez no fue muy caballeroso, pero en ese momentos me pareció más importante salvarte la vida que los modales”, responde el cazador encogiéndose de hombros mientras se sienta en su sillón de dos cuerpos frente a la mesita.
“Eso creo, pero… pero…”, balbucea Bianca con nerviosismo, sin duda no es la forma en la que esperaba que un hombre la viera sin ropa por primera vez.
“Si te hace sentir mejor, no me pareció una experiencia agradable, ven a comer”, invita Julio comenzando a comer su plato de sopa.
“¿No fue una experiencia agradable?”, reclama la mujer no pudiendo evitar sentirse ofendida, creyendo que tiene los suficiente como para ser considerada atractiva.
“Osea… no me refería a que no fuera un cuerpo… quiero decir que me sentí como una especie de pervertido al tener que desvestirte estando tú inconsciente”, se explica Julio sin entender por qué siente que debe explicárselo, ella es una desconocida, incluso aunque no la sienta de esa manera.
Al sentir la cercanía de ella al sentarse a su lado no puede evitar contener la respiración, por alguna razón esa mujer le produce un extraño cosquilleo en el cuerpo. Y si bien intenta convencerse de que solo se trata del hecho de que en el año que lleva allí no ha traído a nadie a la cabaña. Sabe que esa es una mentira, ese sentimiento es algo que conoce, pero que no piensa aceptar, hace tiempo que tomó la decisión de no abrirle su corazón a nadie más.
Bajo la ducha, Bianca siente el agua corriendo por su piel con una sensación tan reconfortante que por un momento se permite olvidar todo. A su perseguidor, la trágica muerte de su familia, el no tener a donde ir, incluso el estar al cuidado de un completo extraño. Cosas que deberían hundirla en un profundo sentimiento de soledad y angustia, pero que ha tratado de evitar convenciéndose de que debe seguir adelante, que debe hallar la manera de mantenerse firme hasta llegar a César y cumplir con la promesa que le ha hecho. Algo de lo que no será capaz si se deja quebrar, si se queda llorando en un rincón, simplemente esperando que la encuentren tarde o temprano. “¿Y quién será ese tal Julio? ¿Y por qué se me hace extrañamente familiar, pero no como si lo conociera, sino más bien como si compartiéramos algo?”, se pregunta mientras se seca frente al espejo, ese hombre representa un gran interrogante, uno que necesita responder, sobre todo al notar que tiene una inusual facilidad para mo
Phillisburgh, Canadá.Sentada en el piso, con la espalda apoyada en el umbral de la puerta de la cabaña, Bianca observa el sudoroso cuerpo de su protector. En circunstancias normales debería sentir temor de alguien que está terminando de cavar tres tumbas, tres muertes que ella provocó, ocultando la sangre que le ha hecho derramar por su culpa. Pero por el contrario, cerca de él se siente segura, con la certeza de que no desearía estar en ningún otro lugar.“Lamento lo que sucedió con Patch, yo… no quería que nada de esto pasara”, se disculpa la mujer acercándose a Julio que permanece de pie frente al lugar de descanso de su fiel compañero.“Era inevitable, sabía que alguien saldría lastimado si ponía una loba bajo mi techo”, murmura el hombre sin quitar la mirada del rectángulo de tierra negra, recriminandose no haber tenido la fuerza de voluntad para separarse de ella.“¿Entonces siempre supiste que era una loba?”, interroga sorprendida, hasta ese momento creía que él no sabía lo qu
Mientras caminan por el bosque guiados por Alina y escoltados por otros dos matones, Bianca no puede evitar pensar que ni siquiera habrá lucha, que solo los llevan a un lugar lo suficientemente apartado para asesinarlos como a perros. Es cierto que Julio pertenecía a esa manada, pero por la manera en que lo ha tratado parece que el amor fraternal que se supone debería haber entre ellos ha desaparecido por completo.“Puedes calmarte, pequeña, nadie te va a hacer daño, aunque si sigues apestando a miedo alguno podría emocionarse y salir a perseguirte como si fueras una jugosa cierva”, murmura la guía con un tono divertido en la voz, comenzando a subir por una pendiente cubierta de hojas secas.“Creo que tengo muy buenas razones para tenerlos miedo, nos sacaron de la carretera y tecnicamente nos han secuestrado”, masculla Bianca con más insolencia de la que estaba dispuesta a demostrar.Alina se para en seco y volteandose la mira de arriba abajo con el ceño fruncido, como si estuviese tr
Luego de tener que esperar lo que a Julio le resulta una eternidad en la sala de la casa de su padre, por fin ve al doctor bajando por las escaleras y anunciarle que todo está bien con solo asentir con la cabeza. Restregándose las manos con nerviosismo mira a Bianca y juntos se dirigen al encuentro del ahora derrocado Alfa, al verlo con el rostro pálido sentado en la cama, no puede evitar sentir una punzada de culpa. “No me mires como si fuese un trapo viejo, solo fueron un par de costillas rotas, nada mal para haber estado frente a una mirada carmesí”, comenta Francis con una media sonrisa, tratando de restar importancia al asunto.“¿Por qué hiciste eso? Podías ganar esa batalla, lo que me dijiste fue a propósito, provocaste la mirada carmesí”, protesta Julio sin poder entender por qué su padre se arriesgó tanto, y sabe que no es solo por amor fraternal.“Yo soy un viejo al que le queda poco hilo en el carretel, y como Alfa no podía permitir que cualquier idiota presumido viniera d
“No puedo creer que ahora que Julio ha vuelto, tenga a esa mocosa persiguiendolo por detrás como perro faldero. Puede haberlo engañado a él, pero sé muy bien lo que intenta, quiere enlazarse con él, y solo lo logrará sobre mi cadáver”, masculla una mujer de cabello rubio y figura esbelta.La mujer espera al pie de la escalera de la mansión, con los labios apretados en una fina línea, esperando a ver a esa entrometida bajar y poder poner en marcha el plan para deshacerse de ella. Será una jugada arriesgada, a todo o nada, pero debe hacerlo, no puede permitir que se repita la historia como cuando estuvo Kayla. Perdió al Alfa de la manada una vez, y no piensa volver a repetir el mismo error.Soltando una pequeña risita divertida, Bianca desciende por la escalera detrás de Julio, la noche que ha pasado allí parece ser la mejor en toda su vida. Aunque tal vez podría haber sido mejor si él le hubiese hecho una visita a su habitación, de hecho hasta cree haber soñado con algo así. De solo re
“¡¿En el calabozo? ¿Acaso están locos? ¿Cómo van a ponerla ahí?!”, reclama Julio queriendo hacer a un lado a su hermana para salir del estudio.“Tienes que calmarte, ha sido acusada de intentar asesinar a uno de nuestros miembros. Solo están siguiendo el protocolo, y lo sabes”, le recuerda Alana empujándolo hacia atrás, sabiendo que no puede permitirle salir fuera de allí en ese estado.“Ella no lo hizo, ¿por qué lo haría? Si hubiese querido matar a alguien tendría que ser a uno de nosotros, hasta estuvo a sola con papá que está postrado en cama”, expone el Alfa dispuesto a defenderla ante quien sea.“Tampoco tiene mucho sentido para mí, pero tienes que ver esto con la mente en frío. Es la palabra de una forastera contra una de nuestra manada, así que creo que es bastante claro a quienes apoyarán todos”, intenta hacerlo entrar en razón la hermana.“Y apoyarán también que decrete la muerte de Bianca, es el castigo por la vida de uno de nuestra manada.Y no pienso hacerlo, me importa un
Sentado en el borde de la cama, Julio observa a Bianca dormir placidamente, y a pesar de que ha ido hasta allí para darle el desayuno, se ha sentido incapaz de despertarla. Después de lo que le ha tocado pasar merece un buen descanso, y la verdad es que retrasar la conversación que quiere tener con ella no le parece mal.“¿Acaso que sea un Alfa el que te mira dormir no lo convierte en acoso?”, murmura Bianca abriendo los ojos lentamente, esbozando una sonrisa al verlo allí.“Supongo que depende de cómo lo toma la persona observada, ¿te sientes acosada?”, pregunta Julio no pudiendo evitar curvar sus labios en una pequeña sonrisa.“Lo que pienso es que estás demasiado lejos para un beso de Buenos días”, reclama la mujer, que le hubiese gustado despertar entre sus brazos, pero la verdad es que en cuanto tocó cama cayó rendida entre las sábanas.“Tengo un desayuno de Buenos días, que creo te vendrá mucho mejor”, responde el Alfa acercándole la bandeja y volviendo a donde estaba sentado.“
“¿De qué rayos estás hablando?”, reclama Julio convirtiendo su rostro en una mueca de furia, su anfitrión está jugando con fuego y va a quemarse.“Necesita aliarte conmigo, y yo una compañera. Ambos conseguimos lo que necesitamos, no es más que negocios”, responde Stephan encogiéndose de hombros como si fuese algo de lo más natural.“Ella ni siquiera pertenece a nuestra manada, así que no podemos sellar el trato enlazándola contigo”, comenta Alana tratando de calmar las cosas de manera racional, antes de que su hermano pierda el control.“En ese caso no tienes de qué preocuparte, tu manada no estaría entregando nada, es un gran negocio”, señala el Alfa centrando su atención en Bianca que se ha quedado helada, comenzando a creer que debería haber hecho caso a Julio y quedarse en la mansión.“No, ella… es mía, si esa es tu condición entonces no tenemos nada más que hablar”, declara Julio poniéndose de pie para dar por terminada esa reunión.“Lo siento, amigo, pero no puedo dejarlos marc