Inicio / Hombre-lobo / Atada a los Alfas / Cap. 3: Enemigo en común
Cap. 3: Enemigo en común

Phillisburgh, Canadá.

Sentada en el piso, con la espalda apoyada en el umbral de la puerta de la cabaña, Bianca observa el sudoroso cuerpo de su protector. En circunstancias normales debería sentir temor de alguien que está terminando de cavar tres tumbas, tres muertes que ella provocó, ocultando la sangre que le ha hecho derramar por su culpa. Pero por el contrario, cerca de él se siente segura, con la certeza de que no desearía estar en ningún otro lugar.

Lamento lo que sucedió con Patch, yo… no quería que nada de esto pasara”, se disculpa la mujer acercándose a Julio que permanece de pie frente al lugar de descanso de su fiel compañero.

“Era inevitable, sabía que alguien saldría lastimado si ponía una loba bajo mi techo”, murmura el hombre sin quitar la mirada del rectángulo de tierra negra, recriminandose no haber tenido la fuerza de voluntad para separarse de ella.

“¿Entonces siempre supiste que era una loba?”, interroga sorprendida, hasta ese momento creía que él no sabía lo que era.

No es algo que le puedas ocultar a alguien de nuestra especie”, murmura el Alfa con desgano.

Cierto, incluso ellos pudieron seguirme hasta aquí a pesar de estar tan lejos de Montreal. Ya ni siquiera sé si tiene sentido tratar de escapar de César, no hay nadie que conozca que lo haya logrado”, lamenta Bianca preguntándose cómo fue tan tonta de creer que estaba a salvo allí. 

“¿César?”, masculla Julio que odia la sola mención de ese nombre.

“Sí, César Mattorio. El peor monstruo que alguna vez he conocido, no puedes imaginar la cantidad de sangre que ha derramado”.

“Eso es imposible… ¡César Mattorio está muerto!”, asegura el hombre con tanta certeza como de que es un lobo, prefiriendo no mencionar que fue él mismo quien lo mató.

“Es lo que más deseo en la vida, pero lo vi destrozar a mi familia con mis propios ojos, sé muy bien cuán vivo se encuentra”, replica Bianca con la voz quebrada, recordando esas garras y colmillos teñidos de sangre.

El Alfa niega con la cabeza mientras se pasa la mano por el rostro, no puede ser él, recuerda haberlo visto caer desde una altura de cuarenta metros sobre el río Mississippi. No pudo haber sobrevivido al impacto, no con las heridas que tenía por la lucha entre ellos, de solo pensar que lo ha dejado vivo todo este tiempo hace que se le revuelva el estómago.

“No puede ser él… no puede ser…”, murmura Julio negándose a aceptarlo, preguntándose por qué demonios no se aseguró de ver su cadáver, incluso aunque tuviera que esperar a verlo flotar sobre el agua.

´”Tengo una fotografía… mi padre insistió en que nuestro líder debía ser parte de la foto familiar”, dice Bianca sacando de su billetera de cuero una fotografía que si bien se ha maltratado por el agua aún se pueden distinguir los rostros de las seis personas en ella.

En cuanto Julio posa la mirada en la imagen su corazón da un vuelco, siente como si su cuerpo se fuese a desvanecer. Recuerda muy bien ese rostro afilado de crueles ojos grises, incluso hasta le parece oír su gruesa voz pidiendo que lo perdone antes de que lo embistiera para tirarlo del desfiladero. Lentamente sus manos se van cerrando en puños, su lobo quiere surgir, la rabia y la sed de venganza lo consumen por dentro como una especie de ácido.

“T-tienes que llevarme hasta donde está tu manada, yo mismo me encargaré de arrancarle la garganta”, asegura el enfurecido hombre con una mirada despiadada.

“¿Te enfrentarás a un Alfa por una desconocida? Es una locura, además sería un suicidio, tiene al menos a sesenta lobos que lo siguen como si fuera su dios”, replica la mujer negando con la cabeza, reconociendo que su única opción es tratar de poner la mayor distancia entre ellos y él.

“¿Sesenta lobos? Ninguna manada es tan grande, sería muy difícil mantenerla oculta de la gente”, comenta el Alfa que sabe muy bien lo complicado que puede llegar a ser seguir en las sombras, fuera de la vista de los curiosos y temerosos humanos.

“En Canadá hay mucho bosque, César ha ido absorbiendo las manadas cercanas una a una. Nadie sabe para que quiere a tantos lobos, pero parece que nunca le resultan suficientes”, informa la joven sabiendo que esa información podría hacer que su protector decida que no vale la pena arriesgarse tanto por ella, pero no queriendo cargar sobre sus hombros otra muerte más.

“Los está reuniendo para una guerra, y sé bien cuál es su objetivo, debemos irnos, con suerte podremos hacer algo al respecto antes de que sea tarde”, informa Julio con seriedad, yendo hacia la cabaña para prepararse un bolso con ropa.

Stowe, Vermont.

Después de un largo viaje en la camioneta, Bianca abre los ojos sin siquiera recordar en qué momento se durmió, aunque no es una sorpresa con el agotamiento de la noche anterior. Al mirar por la ventanilla ve que está anocheciendo, y que la presencia de algunas casas a un lado de la carretera dan cuenta de estar entrando en algún pueblo.

¿Sería ese su destino final? La verdad es que no lo sabe, en este punto no tiene idea de muchas cosas. Como el hecho de que Julio conozca a César, de que lo diera por muerto, de cuál sería el pasado que comparten.

Estamos bastante lejos de la cabaña, ¿verdad?”, murmura Bianca esperando conseguir algunas respuestas.

Lo estamos, acabamos de entrar en el territorio de la manada Noche oscura”, responde Julio alternando la vista entre la carretera y la zona boscosa que comienza a extenderse a los lados de ésta por más de dos kilómetros.

“¿Estás bromeando? Esa manada es hostil con cualquiera que se mete en su territorio, entrar aquí es un suicidio”, cuestiona la mujer mirándolo con terror en los ojos.

Y ser un desertor no lo hace menos peligroso, nuestra ley dice que no puedo volver bajo ninguna circunstancia, y que de hacerlo el Alfa lo tomará como un desafío”, informa el hombre sintiendo el peso de miradas que aún no es capaz de ubicar.

“¿Entonces qué hacemos aquí? Casi parece que quieres que nos maten, ¿y qué tiene que ver César esta manada?”. interroga la mujer creyendo estar al borde de un ataque de pánico.

“Si te hace sentir mejor, no es lo que quiero, aunque no puedo dar chances de que no suceda”, responde Julio torciendo los labios en una mueca de inseguridad, esperando haber tomado la decisión correcta.

Antes de poder responder de que eso está muy lejos de ser una respuesta tranquilizadora, Bianca suelta un grito al ver a una especie de animal cruzando frente a la camioneta. El conductor logra dar un volantazo para evitarlo, pero a costo de perder el control del vehículo. Las ruedas emiten un chirrido al desgastarse en el pavimento, dejando una estela de humo hasta caer a la banquina e impactar contra el tronco de un árbol.

“¿Qué demonios era eso?”, chilla la mujer soltando un gemido de dolor al haberse golpeado la cabeza contra la ventanilla, probablemente no tan fuerte como para provocar una contusión, pero sí un buen dolor de cabeza.

“Creo que nuestra comisión de bienvenida”, responde el compañero viendo una silueta conocida acercándose hacia él, y está seguro que no de manera amistosa.

Bianca que aún está tratando de recuperarse del golpe, ni siquiera tiene tiempo de reaccionar cuando un par de manos entran por la ventanilla del conductor y lo arrojan hacia afuera en solo un par de segundos. 

“¡¿Qué demonios estás haciendo aquí?! ¡Creí que no serías tan tonto como para volver, pero creo que te subestimé!”, reclama una mujer de cabello castaño agarrándolo del cuello y empujándolo contra la camioneta con tal fuerza que hunde la carrocería.

“También me alegro de verte, hermanita”, saluda Julio con un hilo de voz, sintiendo que el aire que le entra a la garganta es cada vez menor.

“No te hagas el gracioso conmigo, dame una buena razón para no matarte aquí mismo”, exige la mujer con una expresión de furia en su rostro de piel trigueña.

“¡Por favor, no le hagas daño, él ha venido por mí, me está protegiendo de César Mattorio!”, ruega Bianca una vez que ha logrado salir de la camioneta.

“César está muerto, tú lo mataste”, replica la mujer mirando fijamente a su hermano.

“Es lo que creí, Alana, pero resulta que no solo se las apañó para sobrevivir, sino también para hacerse con una manada de sesenta lobos. Y creo que no necesito decirte contra quién querrá usarlos”, expone el hombre tomando una gran bocanada de aire cuando le suelta la garganta.

“¡Ese maldito desgraciado! No sé por qué no le arrancaste la garganta cuando tuviste la oportunidad, es lo que yo hubiera hecho, no se merecía nada menos luego de lo que le hizo a Kyra”, reclama Alana caminando de un lado a otro meneando la cabeza.

“Lamento no haberlo hecho, pero no tiene caso pensar en eso. Él podría venir en cualquier momento, y tienen que estar preparados, nunca enfrentamos algo así”, señala Julio una vez que ha logrado recuperar la respiración.

“Así que vienes como el salvador, a evitar que nos exterminen. Que gran héroe”,  murmura la hermana con una sonrisa altanera en los labios.

“No soy ningún héroe, solo vine a darles el aviso, y seguir mi camino”, responde el hermano poniéndose de pie.

“Conoces bien nuestras leyes, si un desertor vuelve debe enfrentarse al Alfa. Así que espero que estés preparado para pelear con papá, será una buena forma de liberar la tensión que ha quedado entre ustedes cuando desapareciste”, declara Alana con una media sonrisa, dejando en claro que al único lugar al que irán será con la manada.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo