Phillisburgh, Canadá.
Sentada en el piso, con la espalda apoyada en el umbral de la puerta de la cabaña, Bianca observa el sudoroso cuerpo de su protector. En circunstancias normales debería sentir temor de alguien que está terminando de cavar tres tumbas, tres muertes que ella provocó, ocultando la sangre que le ha hecho derramar por su culpa. Pero por el contrario, cerca de él se siente segura, con la certeza de que no desearía estar en ningún otro lugar.
“Lamento lo que sucedió con Patch, yo… no quería que nada de esto pasara”, se disculpa la mujer acercándose a Julio que permanece de pie frente al lugar de descanso de su fiel compañero.
“Era inevitable, sabía que alguien saldría lastimado si ponía una loba bajo mi techo”, murmura el hombre sin quitar la mirada del rectángulo de tierra negra, recriminandose no haber tenido la fuerza de voluntad para separarse de ella.
“¿Entonces siempre supiste que era una loba?”, interroga sorprendida, hasta ese momento creía que él no sabía lo que era.
“No es algo que le puedas ocultar a alguien de nuestra especie”, murmura el Alfa con desgano.
“Cierto, incluso ellos pudieron seguirme hasta aquí a pesar de estar tan lejos de Montreal. Ya ni siquiera sé si tiene sentido tratar de escapar de César, no hay nadie que conozca que lo haya logrado”, lamenta Bianca preguntándose cómo fue tan tonta de creer que estaba a salvo allí.
“¿César?”, masculla Julio que odia la sola mención de ese nombre.
“Sí, César Mattorio. El peor monstruo que alguna vez he conocido, no puedes imaginar la cantidad de sangre que ha derramado”.
“Eso es imposible… ¡César Mattorio está muerto!”, asegura el hombre con tanta certeza como de que es un lobo, prefiriendo no mencionar que fue él mismo quien lo mató.
“Es lo que más deseo en la vida, pero lo vi destrozar a mi familia con mis propios ojos, sé muy bien cuán vivo se encuentra”, replica Bianca con la voz quebrada, recordando esas garras y colmillos teñidos de sangre.
El Alfa niega con la cabeza mientras se pasa la mano por el rostro, no puede ser él, recuerda haberlo visto caer desde una altura de cuarenta metros sobre el río Mississippi. No pudo haber sobrevivido al impacto, no con las heridas que tenía por la lucha entre ellos, de solo pensar que lo ha dejado vivo todo este tiempo hace que se le revuelva el estómago.
“No puede ser él… no puede ser…”, murmura Julio negándose a aceptarlo, preguntándose por qué demonios no se aseguró de ver su cadáver, incluso aunque tuviera que esperar a verlo flotar sobre el agua.
´”Tengo una fotografía… mi padre insistió en que nuestro líder debía ser parte de la foto familiar”, dice Bianca sacando de su billetera de cuero una fotografía que si bien se ha maltratado por el agua aún se pueden distinguir los rostros de las seis personas en ella.
En cuanto Julio posa la mirada en la imagen su corazón da un vuelco, siente como si su cuerpo se fuese a desvanecer. Recuerda muy bien ese rostro afilado de crueles ojos grises, incluso hasta le parece oír su gruesa voz pidiendo que lo perdone antes de que lo embistiera para tirarlo del desfiladero. Lentamente sus manos se van cerrando en puños, su lobo quiere surgir, la rabia y la sed de venganza lo consumen por dentro como una especie de ácido.
“T-tienes que llevarme hasta donde está tu manada, yo mismo me encargaré de arrancarle la garganta”, asegura el enfurecido hombre con una mirada despiadada.
“¿Te enfrentarás a un Alfa por una desconocida? Es una locura, además sería un suicidio, tiene al menos a sesenta lobos que lo siguen como si fuera su dios”, replica la mujer negando con la cabeza, reconociendo que su única opción es tratar de poner la mayor distancia entre ellos y él.
“¿Sesenta lobos? Ninguna manada es tan grande, sería muy difícil mantenerla oculta de la gente”, comenta el Alfa que sabe muy bien lo complicado que puede llegar a ser seguir en las sombras, fuera de la vista de los curiosos y temerosos humanos.
“En Canadá hay mucho bosque, César ha ido absorbiendo las manadas cercanas una a una. Nadie sabe para que quiere a tantos lobos, pero parece que nunca le resultan suficientes”, informa la joven sabiendo que esa información podría hacer que su protector decida que no vale la pena arriesgarse tanto por ella, pero no queriendo cargar sobre sus hombros otra muerte más.
“Los está reuniendo para una guerra, y sé bien cuál es su objetivo, debemos irnos, con suerte podremos hacer algo al respecto antes de que sea tarde”, informa Julio con seriedad, yendo hacia la cabaña para prepararse un bolso con ropa.
Stowe, Vermont.
Después de un largo viaje en la camioneta, Bianca abre los ojos sin siquiera recordar en qué momento se durmió, aunque no es una sorpresa con el agotamiento de la noche anterior. Al mirar por la ventanilla ve que está anocheciendo, y que la presencia de algunas casas a un lado de la carretera dan cuenta de estar entrando en algún pueblo.
¿Sería ese su destino final? La verdad es que no lo sabe, en este punto no tiene idea de muchas cosas. Como el hecho de que Julio conozca a César, de que lo diera por muerto, de cuál sería el pasado que comparten.
“Estamos bastante lejos de la cabaña, ¿verdad?”, murmura Bianca esperando conseguir algunas respuestas.
“Lo estamos, acabamos de entrar en el territorio de la manada Noche oscura”, responde Julio alternando la vista entre la carretera y la zona boscosa que comienza a extenderse a los lados de ésta por más de dos kilómetros.
“¿Estás bromeando? Esa manada es hostil con cualquiera que se mete en su territorio, entrar aquí es un suicidio”, cuestiona la mujer mirándolo con terror en los ojos.
“Y ser un desertor no lo hace menos peligroso, nuestra ley dice que no puedo volver bajo ninguna circunstancia, y que de hacerlo el Alfa lo tomará como un desafío”, informa el hombre sintiendo el peso de miradas que aún no es capaz de ubicar.
“¿Entonces qué hacemos aquí? Casi parece que quieres que nos maten, ¿y qué tiene que ver César esta manada?”. interroga la mujer creyendo estar al borde de un ataque de pánico.
“Si te hace sentir mejor, no es lo que quiero, aunque no puedo dar chances de que no suceda”, responde Julio torciendo los labios en una mueca de inseguridad, esperando haber tomado la decisión correcta.
Antes de poder responder de que eso está muy lejos de ser una respuesta tranquilizadora, Bianca suelta un grito al ver a una especie de animal cruzando frente a la camioneta. El conductor logra dar un volantazo para evitarlo, pero a costo de perder el control del vehículo. Las ruedas emiten un chirrido al desgastarse en el pavimento, dejando una estela de humo hasta caer a la banquina e impactar contra el tronco de un árbol.
“¿Qué demonios era eso?”, chilla la mujer soltando un gemido de dolor al haberse golpeado la cabeza contra la ventanilla, probablemente no tan fuerte como para provocar una contusión, pero sí un buen dolor de cabeza.
“Creo que nuestra comisión de bienvenida”, responde el compañero viendo una silueta conocida acercándose hacia él, y está seguro que no de manera amistosa.
Bianca que aún está tratando de recuperarse del golpe, ni siquiera tiene tiempo de reaccionar cuando un par de manos entran por la ventanilla del conductor y lo arrojan hacia afuera en solo un par de segundos.
“¡¿Qué demonios estás haciendo aquí?! ¡Creí que no serías tan tonto como para volver, pero creo que te subestimé!”, reclama una mujer de cabello castaño agarrándolo del cuello y empujándolo contra la camioneta con tal fuerza que hunde la carrocería.
“También me alegro de verte, hermanita”, saluda Julio con un hilo de voz, sintiendo que el aire que le entra a la garganta es cada vez menor.
“No te hagas el gracioso conmigo, dame una buena razón para no matarte aquí mismo”, exige la mujer con una expresión de furia en su rostro de piel trigueña.
“¡Por favor, no le hagas daño, él ha venido por mí, me está protegiendo de César Mattorio!”, ruega Bianca una vez que ha logrado salir de la camioneta.
“César está muerto, tú lo mataste”, replica la mujer mirando fijamente a su hermano.
“Es lo que creí, Alana, pero resulta que no solo se las apañó para sobrevivir, sino también para hacerse con una manada de sesenta lobos. Y creo que no necesito decirte contra quién querrá usarlos”, expone el hombre tomando una gran bocanada de aire cuando le suelta la garganta.
“¡Ese maldito desgraciado! No sé por qué no le arrancaste la garganta cuando tuviste la oportunidad, es lo que yo hubiera hecho, no se merecía nada menos luego de lo que le hizo a Kyra”, reclama Alana caminando de un lado a otro meneando la cabeza.
“Lamento no haberlo hecho, pero no tiene caso pensar en eso. Él podría venir en cualquier momento, y tienen que estar preparados, nunca enfrentamos algo así”, señala Julio una vez que ha logrado recuperar la respiración.
“Así que vienes como el salvador, a evitar que nos exterminen. Que gran héroe”, murmura la hermana con una sonrisa altanera en los labios.
“No soy ningún héroe, solo vine a darles el aviso, y seguir mi camino”, responde el hermano poniéndose de pie.
“Conoces bien nuestras leyes, si un desertor vuelve debe enfrentarse al Alfa. Así que espero que estés preparado para pelear con papá, será una buena forma de liberar la tensión que ha quedado entre ustedes cuando desapareciste”, declara Alana con una media sonrisa, dejando en claro que al único lugar al que irán será con la manada.
Mientras caminan por el bosque guiados por Alina y escoltados por otros dos matones, Bianca no puede evitar pensar que ni siquiera habrá lucha, que solo los llevan a un lugar lo suficientemente apartado para asesinarlos como a perros. Es cierto que Julio pertenecía a esa manada, pero por la manera en que lo ha tratado parece que el amor fraternal que se supone debería haber entre ellos ha desaparecido por completo.“Puedes calmarte, pequeña, nadie te va a hacer daño, aunque si sigues apestando a miedo alguno podría emocionarse y salir a perseguirte como si fueras una jugosa cierva”, murmura la guía con un tono divertido en la voz, comenzando a subir por una pendiente cubierta de hojas secas.“Creo que tengo muy buenas razones para tenerlos miedo, nos sacaron de la carretera y tecnicamente nos han secuestrado”, masculla Bianca con más insolencia de la que estaba dispuesta a demostrar.Alina se para en seco y volteandose la mira de arriba abajo con el ceño fruncido, como si estuviese tr
Luego de tener que esperar lo que a Julio le resulta una eternidad en la sala de la casa de su padre, por fin ve al doctor bajando por las escaleras y anunciarle que todo está bien con solo asentir con la cabeza. Restregándose las manos con nerviosismo mira a Bianca y juntos se dirigen al encuentro del ahora derrocado Alfa, al verlo con el rostro pálido sentado en la cama, no puede evitar sentir una punzada de culpa. “No me mires como si fuese un trapo viejo, solo fueron un par de costillas rotas, nada mal para haber estado frente a una mirada carmesí”, comenta Francis con una media sonrisa, tratando de restar importancia al asunto.“¿Por qué hiciste eso? Podías ganar esa batalla, lo que me dijiste fue a propósito, provocaste la mirada carmesí”, protesta Julio sin poder entender por qué su padre se arriesgó tanto, y sabe que no es solo por amor fraternal.“Yo soy un viejo al que le queda poco hilo en el carretel, y como Alfa no podía permitir que cualquier idiota presumido viniera d
“No puedo creer que ahora que Julio ha vuelto, tenga a esa mocosa persiguiendolo por detrás como perro faldero. Puede haberlo engañado a él, pero sé muy bien lo que intenta, quiere enlazarse con él, y solo lo logrará sobre mi cadáver”, masculla una mujer de cabello rubio y figura esbelta.La mujer espera al pie de la escalera de la mansión, con los labios apretados en una fina línea, esperando a ver a esa entrometida bajar y poder poner en marcha el plan para deshacerse de ella. Será una jugada arriesgada, a todo o nada, pero debe hacerlo, no puede permitir que se repita la historia como cuando estuvo Kayla. Perdió al Alfa de la manada una vez, y no piensa volver a repetir el mismo error.Soltando una pequeña risita divertida, Bianca desciende por la escalera detrás de Julio, la noche que ha pasado allí parece ser la mejor en toda su vida. Aunque tal vez podría haber sido mejor si él le hubiese hecho una visita a su habitación, de hecho hasta cree haber soñado con algo así. De solo re
“¡¿En el calabozo? ¿Acaso están locos? ¿Cómo van a ponerla ahí?!”, reclama Julio queriendo hacer a un lado a su hermana para salir del estudio.“Tienes que calmarte, ha sido acusada de intentar asesinar a uno de nuestros miembros. Solo están siguiendo el protocolo, y lo sabes”, le recuerda Alana empujándolo hacia atrás, sabiendo que no puede permitirle salir fuera de allí en ese estado.“Ella no lo hizo, ¿por qué lo haría? Si hubiese querido matar a alguien tendría que ser a uno de nosotros, hasta estuvo a sola con papá que está postrado en cama”, expone el Alfa dispuesto a defenderla ante quien sea.“Tampoco tiene mucho sentido para mí, pero tienes que ver esto con la mente en frío. Es la palabra de una forastera contra una de nuestra manada, así que creo que es bastante claro a quienes apoyarán todos”, intenta hacerlo entrar en razón la hermana.“Y apoyarán también que decrete la muerte de Bianca, es el castigo por la vida de uno de nuestra manada.Y no pienso hacerlo, me importa un
Sentado en el borde de la cama, Julio observa a Bianca dormir placidamente, y a pesar de que ha ido hasta allí para darle el desayuno, se ha sentido incapaz de despertarla. Después de lo que le ha tocado pasar merece un buen descanso, y la verdad es que retrasar la conversación que quiere tener con ella no le parece mal.“¿Acaso que sea un Alfa el que te mira dormir no lo convierte en acoso?”, murmura Bianca abriendo los ojos lentamente, esbozando una sonrisa al verlo allí.“Supongo que depende de cómo lo toma la persona observada, ¿te sientes acosada?”, pregunta Julio no pudiendo evitar curvar sus labios en una pequeña sonrisa.“Lo que pienso es que estás demasiado lejos para un beso de Buenos días”, reclama la mujer, que le hubiese gustado despertar entre sus brazos, pero la verdad es que en cuanto tocó cama cayó rendida entre las sábanas.“Tengo un desayuno de Buenos días, que creo te vendrá mucho mejor”, responde el Alfa acercándole la bandeja y volviendo a donde estaba sentado.“
“¿De qué rayos estás hablando?”, reclama Julio convirtiendo su rostro en una mueca de furia, su anfitrión está jugando con fuego y va a quemarse.“Necesita aliarte conmigo, y yo una compañera. Ambos conseguimos lo que necesitamos, no es más que negocios”, responde Stephan encogiéndose de hombros como si fuese algo de lo más natural.“Ella ni siquiera pertenece a nuestra manada, así que no podemos sellar el trato enlazándola contigo”, comenta Alana tratando de calmar las cosas de manera racional, antes de que su hermano pierda el control.“En ese caso no tienes de qué preocuparte, tu manada no estaría entregando nada, es un gran negocio”, señala el Alfa centrando su atención en Bianca que se ha quedado helada, comenzando a creer que debería haber hecho caso a Julio y quedarse en la mansión.“No, ella… es mía, si esa es tu condición entonces no tenemos nada más que hablar”, declara Julio poniéndose de pie para dar por terminada esa reunión.“Lo siento, amigo, pero no puedo dejarlos marc
“Alana, ¿a dónde vamos? Está volando de fiebre, está empeorando”, gime Bianca con temor, sentada en el asiento trasero del auto con la cabeza ardiente de Julio sobre sus piernas.“Solo hay un lugar al que podemos ir, y que puedan salvarlo, al menos si está interesada en ayudarnos”, murmura la conductora mordiéndose el labio con nerviosismo. “¡¿Cómo que si esta interesada ayudarnos?! No creo que aguante mucho más”, reclama la pelirroja observando las muecas de dolor que el Alfa hace entre sueños.“Solo una bruja puede hacer algo con la plata inundando todo su sistema, pero las cosas no terminaron muy bien con ella la ultima vez que nos vimos”, responde Alana frunciendo los labios al ingresar al pueblo de Middlebury, viniendole la mente recuerdos no muy gratos.“¿Brujas? Tratar con ellas es como hacer un pacto con el demonio”, murmura Bianca viendo a través de la ventanilla los rostros de los transeúntes girando para mirar ese auto extraño.“Y las cosas no se ponen mejor si no tienes u
“¿Por qué no nos habías dicho nada sobre este cazador? Podríamos haberte escuchado”, indaga Alana una vez que le han contado lo que ha sucedido.“Era un problema mío, iba a solucionarlo en algún momento, además que no quería meter en problemas a tu padre”, responde Margo preparando un té para Julio que ya ha despertado, pero que lo han obligado a seguir en cama por un rato más.“Papá hubiese venido corriendo por ti, lo sabes”, comenta la loba indagandola con la mirada.“No era necesario, Francis ya tiene mucho de lo que ocuparse”, comenta la bruja de manera cortante.“Él tenía un amuleto de deuda con tu sangre, ¿qué fue tan importante como para que le dieras tanto poder sobre ti?”, pregunta Alana sabiendo que ese amuleto debe ser otorgado voluntariamente por la bruja.“Podía hacer daño a alguien importante para mí, eso es todo, ya deja de interrogarme, Alana”, responde Margo no pudiendo ocultar su incomodidad.“Alguien importante…”, murmura la loba comenzando a caminar por la casa, pr