Cap. 5: Estrategia

Luego de tener que esperar lo que a Julio le resulta una eternidad en la sala de la casa de su padre, por fin ve al doctor bajando por las escaleras y anunciarle que todo está bien con solo asentir con la cabeza. Restregándose las manos con nerviosismo mira a Bianca y juntos se dirigen al encuentro del ahora derrocado Alfa, al verlo con el rostro pálido sentado en la cama, no puede evitar sentir una punzada de culpa. 

“No me mires como si fuese un trapo viejo, solo fueron un par de costillas rotas, nada mal  para haber estado frente a una mirada carmesí”, comenta Francis con una media sonrisa, tratando de restar importancia al asunto.

“¿Por qué hiciste eso? Podías ganar esa batalla, lo que me dijiste fue a propósito, provocaste la mirada carmesí”, protesta Julio sin poder entender por qué su padre se arriesgó tanto, y sabe que no es solo por amor fraternal.

“Yo soy un viejo al que le queda poco hilo en el carretel, y como Alfa no podía permitir que cualquier idiota presumido viniera después de mí y llevara a la manada a su fin. Contigo sé que estarán bien, ese era tu lugar desde que Alfred murió”, determina el padre pasando la mirada entre sus dos hijos, sintiendo que ya está en paz para morir al verlos reunidos de nuevo en la manada.

“No estoy preparado para dirigir, y habrá quienes cuestionarán que los lidere luego de que… los abandoné”, murmura el nuevo líder sentándose en el borde de la cama.

“Sabes que para un lobo la lealtad está por encima de cualquier pensamiento individual, vive para la manada, y la manada es fuerte solo cuando está unida”, le recuerda Francis mirándolo con severidad, omitiendo que de todas maneras nadie en su sano juicio se atrevería a enfrentar una mirada carmesí.

“Ya tienes lo que querías, así que ya es muy tarde para volverte atrás, querías ser un Alfa para poder hacer frente a Cesar, ya lo eres”, señala Alina parada en un rincón de la habitación, dispuesta a pelear al lado de su hermano como en los viejos tiempos.

“¿Cesar?”, pregunta el padre con un gruñido en la garganta al escuchar ese nombre que le causa repulsión.

“Es el Alfa de la manada de la que viene esta mujer, y por lo visto sigue siendo el mismo maldito de siempre. Ha reunido unos sesenta lobos, y Julio cree que es para venir contra nosotros”, le informa la hija posando la mirada en Bianca que se ha mantenido al margen al sentirse como una entrometida entre ellos.

“¿Está buscando una guerra entre manadas? Aunque con ese ejército sería más un exterminio, ni siquiera nosotros podríamos con algo así”, expone Francis con preocupación, jamás ha habido una manada tan grande.

“¿Y qué es lo que propones?”, pregunta el Alfa con atención, queriendo saber su opinión.

“Solo hay algo que podemos hacer, aliarnos con la manada Aullido plateado”, declara el anciano sin sorprenderse por la mirada de incredulidad que sus hijos le dedican.

“No puedes estar hablando en serio, nuestras manadas han sido rivales desde siempre”, replica Alina que se ha encargado más de una vez de sacar a esos intrusos de su territorio.

“Pues las rivalidades deberán quedar de lado por el momento, y estoy seguro que Ayrton lo comprenderá. Si hay algo que él detestaría más que aliarse con nosotros, sería que alguien lo gobernara”, asegura Francis con convicción, estando seguro de que no cuentan con otra opción.

Una vez que la familia del Alfa comenzó a discutir sobre los próximos pasos a dar para el bienestar de la manada, Bianca salió de la habitación convencida de que estaba de más allí. Y sin tener mucha idea de que hacer, se dispuso a explorar esa enorme mansión, que para ella le resultaba una especie de castillo.

Mientras avanza por los pasillos, no puede dejar de admirar los finos muebles de madera labrada, los hermosos cuadros colgados de las paredes que uno solo esperaría ver en un museo. Pero ninguna de esas cosas llega a comparecer con la belleza que sus ojos ven al cruzar un par de puertas dobles de caoba, al ingresar en la biblioteca de la casa y ver paredes inmensas cubiertas por estanterías de libros de todos los tamaños y colores no puede evitar sentirse en el cielo, o al menos en el suyo personal.

“Esto es increíble”, murmura pasando la yema de los dedos por una fila de libros, leyendo algunos de los títulos en letras doradas, pero deteniéndose repentinamente ante un enorme cuadro colgado en una de las paredes.

Como si una especie de magnetismo procediera de la pintura, se acerca a ella sin poder apartar la mirada de la mujer de cabellos castaños que con la luna encima de su cabeza acaricia el mentón de un lobo que parado sobre sus patas traseras extiende una mano semihumana hacia ella.

“El despertar del lobo primigenio”, anuncia Julio desde el umbral de la puerta, haciendo sobresaltar a la mujer que logra escapar de esa especie de trance en el que se había sumido.

“¿El lobo qué?”, pregunta Bianca tratando de disimular el susto de la repentina aparición.

“El lobo primigenio, es una antigua leyenda de nuestra manada. Dice que en el momento de mayor oscuridad, la protegida de la diosa luna despertara en quien sea digno, al lobo primigenio. Una mezcla entre la fuerza del lobo y la mente del hombre, capaz de doblegar la voluntad de cualquier Alfa”, relata Julio contemplando esa pintura que creía no volvería a ver en su vida.

“Tu familia parecer ser la realeza de los lobos, comienzo a preguntarme qué hago en medio de ustedes”, murmura la mujer avergonzada, recordando que la cabaña entera en la que vivía era tres veces más pequeña que esa biblioteca. 

“Pues yo no desearía que estés en ningún otro lugar, debo admitir que me gusta… tenerte cerca”, confiesa el Alfa volviendo su mirada hacia ella, no puede decir que esté feliz de haber ganado esa batalla para ser el líder, pero sí para poder contemplar ese bello rostro una vez más.

“¿Lo dices en serio? Yo… no entiendo por qué lo sería,  esta mansión no parece el lugar para una débil huérfana desertora”, suspira Bianca bajando la cabeza con decepción.

“¿Débil? ¿En verdad crees eso? Has escapado de tu Alfa, has sobrevivido a las corrientes de un río, y ahora estás en la Mansión de la Manada oscura, para lograr eso se necesita mucho coraje y fuerza de voluntad”, declara Julio levantándole el mentón con su dedo índice, deseando que ella sea capaz de verse como él al ve.

“Solo quieres hacerme sentir mejor conmigo misma. Porque no siento que sea capaz de lograr nada, no me siento fuerte, me siento como una débil rama que va a quebrarse en cualquier momento”, solloza la mujer sintiendo como sus ojos se llenan de lágrimas.

“Yo no dejaré que eso suceda, eres una mujer muy especial, eres…”, murmura el Alfa interrumpiéndose al sentir una presión en el pecho al estar a punto de confesar lo que siente.

“¿Soy qué?”, pregunta Bianca mirándolo con anhelo, deseando escuchar lo que quiere decirle como si su vida dependiese de eso.

Julio la observa apoyando las manos a los lados de la cintura de la mujer, atrayéndola lentamente hacia él. Hay tantas cosas que quiere decirle, desea abrirle sus corazón, pero ha pasado tanto tiempo desde que se permitió sentir algo por alguien que no puede evitar sentir miedo, temor de perderla a ella también.

Pero por más miramientos que tiene, no puede resistirse, ya no puede hacerlo. Lentamente se acerca a ella y funde sus labios en los de ella, el calor que emana de la boca es tan extasiante como la electricidad que le recorre el cuerpo. Y el hecho de que ella se deje llevar por ese beso hace que solo desee más, e incluso que se reclame haberse resistido tanto tiempo.

“¿Por qué fue eso”, pregunta Bianca una vez que se separan a pesar de los reproches de sus cuerpos.

“Para que tengas la certeza de que tu lugar es aquí, a mí lado”, responde Julio acariciándole la mejilla con el dorso del dedo.

“Par de tórtolos, ¿qué tal si dejan la telenovela para cuando ya tengamos hecha la alianza que permita que no nos exterminen?”, cuestiona Alana apoyada en el umbral de la puerta, mirando con una media sonrisa a la pareja.

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