Capitulo 1

Los años habían dejado entrar a un James de hombros anchos, mandíbula definida, un cabello rubio abundante, y unos ojos azules de ensueño. Un muchacho joven de veintitres años en toda la era de su esplendida belleza.

James era la fascinación de cualquier chica. Todas quedaban sin aliento al mirarlo. Y el había estado con muchas a lo largo de los años, porque era lo que se esperaba de él. Que el fuera inalcanzable, pero a la vez juguetón, dándole la oportunidad a todas, no eligiendo a ninguna.

No es que algo de eso lo hubiera llenado, solía sentir que andaba por el mundo con un vacío en su pecho. Un hueco imposible de rellenar, sin importar con cuantas personas lo intentara.

Una actitud coqueta, e ingeniosa lo ayudo a esconder muchas inseguridades. Era una persona carismática, no es como si realmente lo fuera, pero se esforzaba en serlo, o aparentarlo como minimo. Siempre se esforzaba en hacer buena cara. A pesar de los años aún seguía tratando de ser alguien que no era, y jamás seria verdaderamente feliz, ¿a quién quería impresionar?

« Al mundo » pensó. « Debo impresionar al mundo»

—¿Me llevaras a tu cama de nuevo hoy?

El alza una ceja casi divertido — hoy no.

—¿Ah? ¿Por qué no?— se queja mientras la boca de la chica forma un puchero

—Hoy me llega algo muy importante.

—¿Algo? — ella lo piensa — no me digas, ¿otra sirena? ¿Cuándo será el dia que se extingan esas cosas?— la mujer suspira — mientras más pronto desaparezcan de nuestros mares mejor será para nuestros negocios

—Son seres muy territoriales, atacan a todos quienes entran en sus aguas

—¡Pero es el camino mas corto a sus destinos! Tomar una ruta más larga implicaría un viaje de días, y muchos recursos malgastados.

—No necesitas decirme lo que yo ya se.

—¿Entonces?

—La gente ha tomado el hecho de cazarlas como un hobby, y mucha gente joven y estúpida se adentra en el mar sin saber lo que verdaderamente les espera allá adentro.

—¿Y que les espera?

—La muerte— dice y un sabor amargo llena su boca —nada más saldrá jamás de una sirena. En esos seres solo puede habitar la crueldad.

Porque después de todo, sus ojos dorados no lo habían abandonado, al contrario, lo han perseguido por años, ha ofrecido sumas exorbitantes de dinero por tenerla a ella, y solo a ella. Y sabe, que a pesar de los años aquella sirena debía seguir allá afuera, y algún dia la tendría, seria suya, y la mataría con sus propias manos, iba a ser la única privilegiada de morir entre sus brazos. Quizás ella no alcanzo a matarlo a el cuando era un niño, pero el no fallaría.

¿Por qué se había obsesionado tanto con una sola? A pesar de que veía muchas a diario. Pero aun así la recordaba, ella poseía un rostro que jamás pudo sacarse de la cabeza, a veces se maldecía por su buena memoria al recordarla tan bien, con tanto detalle, sus ojos y sus cabellos eran del color del sol, y su cola dorada, con una piel tan blanca que era casi pálida bajo el brillo de la luz de la luna.

« En esos seres solo puede habitar la crueldad » se recordó a si mismo. La belleza solo era un disfraz que escondía la maldad hasta que era demasiado tarde.

Con el pasar de los años empezo a salir mas información sobre las sirenas, muchas al ser capturadas fueron interrogadas, muchas no hablaban su idioma, y las otras pocas que si lo hacían morían sin decir ni una sola palabra. Negarse a hablar era su modo de mostrar rebeldía, una muestra de que no doblegarían su espíritu, y de alguna forma, James sabia que ellas ya debían conocer su destino hablaran o no. Ellas sabían lo que les esperaba al final. Una muerte rápida debia ser al menos su consuelo.

Solo unas pocas, que eran muy fácilmente contadas con los dedos de la mano hablaron. El había preguntado por la única sirena que le interesaba conocer. Y allí lo había descubierto.

La familia real. Ellos son los únicos que poseen la cola dorada. Y desde entonces no ha parado de buscarla, a la tan famosa sirena dorada. A la princesa del mar.

Pero por el momento, seguiría cazando a todas, y destinándoles la muerte. Hasta encontrar a su tan ansiada princesa.

Algún dia vengaría a su padre, algún dia su madre tendría el descanso que se merecía en su tumba, pero por el momento debía seguir en pie, y confiar que estos ocho años no habían transcurrido en vano.

Cuando se despidió de la mujer de vestido rojo ceñido, empezó a caminar fuera del edificio y se subió al carro que lo llevaría hasta su destino.

Hoy, casi como era su rutina, interrogaría a una sirena. Esta vez, aquella mujer de cintura y rostro perfecto sonreía hacia él. Lo cual no era lo usual. Después de todo, muchas al verlo solo mostraban miedo.

—Habla bestia. háblale al señor y dile todo lo que necesita saber— el hombre la pincho con una especie de palo que sostenía en su mano derecha, para el cual la punta de esta terminaba en una especie de gancho

La sirena de ojos violetas soltó un grito estremecedor. Al inicio aquello lo había impactado, ahora, esto era rutina.

—Tu…—su voz sonaba a eco contra las paredes de la inmensa pecera —humano cobarde, que solo te marchas y nos das la espalda cuando nos asesinan

James se mantuvo callado, y la mirada no le había flaqueado en ningún momento.

El tenia un rostro inmutable, donde sus expresiones eran inescrutables.

—Preguntas por la sirena dorada, pero jamás la tendrás. Todo el océano sabe que la estas buscando. Nunca podrás tenerla.

No es que eso le sorprendiera, el hecho de saber que ellas sabían sus planes, después de todo, no es como si alguna sirena secuestrada haya logrado escapar de aquí y vivir para contarlo, pero asumía que los marineros tiraban mucha lengua en aquellos paseos marítimos, no era de extrañar que algo así se supiera pronto en el reino submarino.

—La sirena que buscas...—dijo — se llama Kaia.

"Kaia…" ahora podía ponerle un nombre a aquel rostro que vio de niño…

Eso era un comienzo. Mas que un comienzo, una esperanza de un conflicto interno por solucionarse, y algo en todo su ser tenia miedo.

—Todas se negaron a decírmelo ¿Por qué lo haces tú ahora?

Ella sonríe de medio lado, y sus cabellos oscuros ondulan en el agua como un mal presagio — solo quiero que sepas el nombre de la poseedora de las manos por la cual morirás, James Blake.

El joven se incorpora y sus ojos por primera vez en años estan cargados de algo.

—Ya veremos quien asesina a quien

—Eres un asesino.

—De sirenas— objeta el — y bajo mis ojos ustedes no tienen alma.

—La princesa Kaia tiene el alma mas grande de todas. Y si dejas a este mundo sin su luz, nos habrás condenado a todos.

James no entendió que quiso decir con eso. Hace pocos segundos había pintado a la princesa de las sirenas como alguien que acabaría con su vida, y ahora prácticamente estaba diciendole que ella era ¿una buena chica? ¡Por favor!

—Fueron ustedes las que me lo arrebataron todo. Mi luz fue robada hace mucho tiempo, quizás sea justo regresar el favor, y que yo robe la tuya.

—No entiendes de lo que estás hablando…—eso casi parecía una advertencia. ¿Por qué James no escuchaba?

Dio media vuelta dispuesto a marcharse, después de todo, aquella sirena estaba en lo correcto. El jamás se quedaba a presenciar la muerte de ellas. Quizás ella tenía razón, quizás si era un cobarde.

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