Luciana se encontraba en su apartamento, el ruido de las risas de la gala aún resonando en su mente. Las luces de la ciudad brillaban a través de la ventana, pero su corazón se sentía pesado, como si una sombra lo cubriera. Se dejó caer en el sofá, rodeada de la oscuridad de la noche, y permitió que los recuerdos la invadieran.
El primer recuerdo que emergió fue el de su ruptura con Alejandro. Había sido un día gris, con nubes pesadas que presagiaban tormenta, un reflejo del caos que se avecinaba en su vida. Luciana cerró los ojos y pudo volver a escuchar las palabras que habían desgarrado su corazón.
—No puedo seguir así, Luciana. Mi vida es demasiado complicada, y tú mereces más. — Las palabras de Alejandro resonaban en su mente como un eco doloroso.
En ese momento, Luciana había sentido que el suelo se desvanecía bajo sus pies. —¿Más? ¿Más qué? ¿Acaso no es suficiente lo que tenemos?— Su voz había temblado, llena de incredulidad y dolor.
—No es justo para ti, — había dicho él, su mirada evitando la suya. —No puedo amarte como mereces.
Era una herida que nunca sanaría del todo. Luciana apretó los puños, recordando la humillación de ver cómo su amor se desmoronaba en un instante. —No merezco esto,— murmuró para sí misma, la rabia comenzando a burbujear en su interior.
Las lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos. Ella sabía que había una parte de ella que aún lo amaba, que todavía sentía el calor de su abrazo y la ternura de sus caricias. Pero esa parte estaba en constante batalla con la que se sentía traicionada y herida. —¿Cómo puedes volver a mi vida después de todo esto?— susurró, sintiendo que la frustración se apoderaba de ella.
—Luciana,— se dijo a sí misma, tratando de ahogar los recuerdos. —No puedes dejar que él te afecte de nuevo. Ya no eres la misma. Has sobrevivido.— Pero las palabras no parecían tener peso, como si se disiparan en el aire.
En un intento de escapar de sus pensamientos, se levantó y se dirigió a la cocina. Preparó una taza de té, esperando que el calor del líquido la ayudara a calmarse. Mientras esperaba que el agua hirviera, miró por la ventana. Las luces de la ciudad seguían brillando, ajenas a su dolor.
De repente, el timbre sonó, resonando como un trueno en la quietud de la noche. Luciana sintió cómo su corazón se aceleraba al pensar que podría ser él, Alejandro. Pero la realidad la golpeó: no podía abrirle la puerta de su corazón tan fácilmente.
—¿Qué voy a hacer?— murmuró, mirando la puerta con ansiedad. Sabía que no podía seguir negando sus sentimientos, pero tampoco podía permitir que lo volviera a lastimar.
Se dejó caer de nuevo en el sofá, apretando la taza de té entre sus manos temblorosas. Las memorias la asaltaban como fantasmas, recordándole los momentos felices: las risas compartidas, los paseos bajo la luna, el suave roce de sus labios. Pero cada recuerdo venía acompañado de otro más doloroso: las discusiones, el abandono, las promesas rotas.
—No puedo ser una tonta, no otra vez,— se dijo, la rabia apoderándose de ella nuevamente. —Si vuelve a entrar en mi vida, no puedo permitir que me rompa de nuevo.
Mientras el té se enfriaba, Luciana sabía que tenía que tomar una decisión. La promesa de una segunda oportunidad la aterraba tanto como la idea de perderlo de nuevo. —Tal vez lo mejor sea dejarlo ir,— pensó, aunque su corazón le gritaba que eso era imposible.
Sin embargo, su mente insistía en que sería más fácil volver a cerrar la puerta de su corazón. —Eres fuerte,— se repitió, —Eres más fuerte que esto.—
Pero las palabras no tenían el mismo poder cuando recordaba cómo Alejandro la había mirado la noche anterior. La forma en que su sonrisa había iluminado la sala y cómo, por un breve instante, había sentido que todo podría volver a ser como antes. La nostalgia se deslizó a través de ella, arrastrando con él los recuerdos de amor que habían sido su refugio.
—¿Qué pasará si le doy otra oportunidad?— se preguntó, sintiendo que el deseo y el miedo chocaban dentro de ella. Con cada respiración, su corazón parecía inclinarse más hacia la posibilidad de un nuevo comienzo, pero el eco de su ruptura le advertía que tuviera cuidado.
Con un suspiro profundo, Luciana se levantó y se acercó a la ventana. La brisa fresca acarició su rostro, y en ese momento de calma, decidió que no podía huir de sus sentimientos. —Si voy a arriesgarme, necesito enfrentar mis demonios,— murmuró, sintiendo que el peso de la decisión empezaba a aliviarse.
La verdad era que, por más dolorosa que fuera su ruptura, su amor por Alejandro seguía vivo. Tenía que enfrentar su miedo y descubrir si el amor que una vez compartieron podía renacer. —Una oportunidad más,— se dijo, —pero con la guardia en alto.—
Mientras las luces de la ciudad brillaban a su alrededor, Luciana tomó un sorbo de su té y se preparó para la batalla que estaba por venir, consciente de que el camino hacia el perdón y la reconstrucción podría ser tan doloroso como hermoso. Pero, al final, sería su decisión.
Luciana se sentó de nuevo en el sofá, el té apenas tibio en su mano. Su mente giraba entre los recuerdos y la incertidumbre del futuro. Entonces, como si el universo hubiera escuchado su angustia, el sonido del timbre volvió a interrumpir su caos interno.
Esta vez, Luciana se sintió empujada a moverse. —¿Quién será?— se preguntó, sintiendo un ligero escalofrío recorrer su espalda. Se acercó a la puerta, cada paso resonando como un tambor en su pecho. Con una mano temblorosa, abrió la puerta.
Y ahí estaba él. Alejandro.
Su presencia era tan intensa como en la gala; los ojos oscuros, el cabello ligeramente despeinado por el viento, su figura imponente. Luciana sintió que su respiración se detenía. En su rostro había una mezcla de determinación y vulnerabilidad que la hizo dudar.
—Luciana,— dijo él, su voz profunda, casi un susurro. —Necesito hablar contigo.—
La incredulidad la invadió. —¿Qué estás haciendo aquí?— La pregunta salió de sus labios con más fuerza de la que había pretendido, y vio cómo su expresión se tornaba sombría.
—No esperaba verte de nuevo tan pronto, pero lo que pasó anoche me ha dejado inquieto,— confesó Alejandro, dando un paso adelante. Luciana sintió que el aire se cargaba de una tensión palpable.
—¿Inquieto? ¿Te refieres a que simplemente me ignoraste durante años y ahora vienes a buscarme?— Su tono era más cortante de lo que había querido. La ira y la tristeza parecían fluir a través de ella, como si todas las emociones reprimidas se acumularan en ese instante.
—Lo sé, y me arrepiento de cada momento en que no estuve a tu lado,— respondió Alejandro, acercándose aún más. Luciana podía ver la sinceridad en sus ojos, pero el resentimiento todavía nublaba su juicio.
—¿De verdad? ¿Y qué hay de las promesas? ¿De todo lo que construimos juntos?— Luciana lo miró fijamente, deseando que él no viera lo vulnerable que se sentía. —¿Acaso eso no significó nada para ti?—
Alejandro bajó la mirada, como si cada palabra de Luciana fuera un golpe directo en su corazón. —Por favor, escúchame. He estado pensando en ti, en nosotros. El tiempo no ha borrado lo que siento.—
—¿Y qué es lo que sientes, Alejandro?— replicó Luciana, con la voz quebrada. —¿Sólo nostalgia? ¿O realmente has cambiado?—
Él la miró, su expresión cargada de emoción. —No solo nostalgia. Te he echado de menos cada día. No soy el mismo hombre que te rompió el corazón. He tenido que enfrentar mis propios demonios.—
Luciana sintió que su corazón se debatía entre el deseo de creerle y el miedo de ser herida de nuevo. —¿Y qué te hace pensar que estoy lista para esto? Después de todo lo que pasó…— Su voz se apagó, y los recuerdos de su ruptura inundaron su mente nuevamente.
—Porque sé que el amor entre nosotros es real, y vale la pena luchar por él,— insistió Alejandro, dando un paso más cerca. —Quiero demostrarte que estoy dispuesto a arriesgarlo todo. Solo dame la oportunidad de explicarte.—
Un silencio pesado se instaló entre ellos. Luciana pudo sentir la tensión entre el deseo de abrazarlo y el miedo de dejarse llevar. —¿Cómo puedo confiar en ti de nuevo? No quiero volver a sufrir.—
—Y yo no quiero hacerte daño,— dijo él, su voz baja y seria. —Prometo que no te fallaré. He trabajado en mis errores y quiero ser el hombre que te mereces.—
Luciana se quedó en silencio, su mente agitada por el tumulto de emociones. En ese instante, los recuerdos del pasado se entrelazaban con el presente: las risas compartidas, las noches de confidencias, y al mismo tiempo, el dolor de las traiciones y las lágrimas.
—No será fácil,— finalmente murmuró, sintiéndose casi al borde de la rendición. —Tendrás que demostrarme que no soy solo un capricho más en tu vida.—
—Lo haré,— prometió Alejandro, su mirada intensa y decidida. —Te demostraré que lo que siento por ti es lo más importante en mi vida.—
Luciana sintió un cosquilleo en su estómago, la chispa de la esperanza luchando por salir a la superficie. Pero, antes de que pudiera responder, el sonido del móvil interrumpió el momento. La realidad volvió a ella como un jarro de agua fría.
—Disculpa,— dijo, retrocediendo un paso. —Necesito contestar.— Se apartó y tomó su teléfono, sintiendo cómo la conexión entre ellos se tensaba.
Mientras hablaba, su mente seguía atrapada entre la posibilidad de un nuevo comienzo y la sombra del pasado. Al terminar la llamada, se dio cuenta de que Alejandro no había movido un músculo, observándola con una mezcla de preocupación y anhelo.
—Lo siento,— dijo ella, sintiéndose abrumada. —Esto es demasiado…—
Alejandro se acercó lentamente, sus pasos casi imperceptibles. —Lo sé,— respondió con una suavidad que la sorprendió. —Pero estoy aquí para quedarme, Luciana. Si me das la oportunidad, te mostraré que puedo ser el hombre que siempre necesité ser para ti.—
Luciana respiró profundamente, mirando a Alejandro por un momento eterno, preguntándose si estaba lista para arriesgar su corazón nuevamente. La decisión estaba en sus manos, pero ¿estaba dispuesta a tomarla?
El silencio volvió a caer, pero esta vez no era incómodo. Era un momento suspendido en el tiempo, donde la posibilidad de un nuevo amor empezaba a florecer entre las espinas del pasado. Luciana sabía que estaba arriesgando su corazón de nuevo, pero en el fondo, el deseo de reconectar con Alejandro era más fuerte que el miedo.Con un suspiro profundo, hizo un movimiento hacia él, y en ese instante, el mundo exterior desapareció, dejando solo a dos almas que aún creían en el poder del amor.La mañana siguiente, Luciana se despertó con una mezcla de ansiedad y emoción. La conversación con Alejandro había dejado una huella profunda en su corazón. Sabía que la vida no podía regresar a la normalidad después de ese encuentro, pero también sentía un miedo latente al dejarse llevar por los viejos sentimientos.Se preparó para el trabajo, cada movimiento en el espejo parecía más pesado de lo habitual. La sombra de Alejandro persistía en su mente, sus palabras resonando como un eco: “Te prometo
Luciana se metió a la oficina de su amiga Clara porque Alejandro la estaba siguiendo, y lo último que quería era verle la cara después de recordar cómo él le pegaba y la maltrataba. Incluso le dijo que no quería tener un bebé con ella.—Amiga, es mi oficina, ¿qué haces aquí? —preguntó Clara.—Clara, no es un buen momento para que me veas así —respondió Luciana, rodando los ojos.Clara no dijo nada, pero sus gestos hablaban por sí solos.Luciana todavía sentía el peso de la conversación reciente con Alejandro, pero decidió dejar a un lado la montaña rusa emocional que suponía verlo nuevamente. Se sentó y vio a Alejandro.—No quiero hablar —añadió seria.—Luciana, tenemos que... no me dejes solo, te lo suplico —agregó Alejandro con esos ojos que la caracterizan cuando estaba enojada.—Perdón, mi vida —añadió Alejandro.Luciana, en un momento de ira, le dio a Alejandro una bofetada en la cara y lo agarró de la corbata.—Te odio, al diablo con todo. No mereces una oportunidad. Recordé que
"¿Por qué lo dejé ir?" murmuró para sí misma, sin encontrar una respuesta clara. Las imágenes del pasado la envolvían, la hacían sentir el roce de sus caricias, el susurro de su voz en la oscuridad de la noche. "Todo lo que pasamos..."Pero también recordaba el dolor, el vació que dejó cuando todo se rompió entre ellos. Y la pregunta que ahora la atormentaba: ¿podría realmente perdonarlo? ¿Sería capaz de dejar atrás el rencor y la desconfianza para abrir su corazón de nuevo?"¿Qué quiero realmente?" pensó en voz baja, mientras cerraba los ojos, sintiendo el peso de su propio deseo. ¿Era capaz de perdonarlo, de dejar que lo que fue entre ellos volviera a florecer? O ¿sería esa solo una ilusión que acabaría por destruirla de nuevo?El aire en la oficina se volvía denso, como si la respuesta estuviera al alcance de su mano, pero Luciana no podía alcanzarla aún. Necesitaba tiempo. Pero el tiempo, sabía, no siempre es un lujo que uno puede darse cuando los sentimientos son tan intensos. Y
Alejandro la observó, la tensión en su cuerpo aún palpable. Se dio cuenta de que su comentario sobre la comida había sido una manera de suavizar el ambiente, de restarle peso a la situación incómoda que los rodeaba.—Sí —dijo después, más en voz baja, con sinceridad—. Lo sé. Te conozco mejor de lo que te imaginas, Luciana. Y aunque no quiero admitirlo, claro que me puse celoso.Luciana levantó la vista, sus ojos buscando los de él. Un suspiro salió de su boca sin que pudiera evitarlo, como si lo que él acababa de decir la dejara sin palabras por un momento.—¿Celoso? —repitió, con una ligera sonrisa en los labios, aunque sus ojos mostraban una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no quería admitir—. Y ahora vienes a decirme que, además de todo lo que pasó, te has estado muriendo de celos por Héctor. ¿Eso es lo que intentas decirme?Alejandro desvió la mirada, algo incómodo, pero a la vez, el ardor de la confesión lo había liberado, aunque no quisiera mostrar demasiado de sus sentim
Con una suavidad que la sorprendió, Alejandro le dio un beso en la mejilla, un roce que dejó su piel ardiendo.—Te llamo después —murmuró con una sonrisa ladeada que solo ella pudo notar—. No olvides almorzar, ¿sí?La sensación del contacto de Alejandro sobre su piel fue un recordatorio crudo y visceral de lo que habían sido, y de lo que, tal vez, todavía podrían ser. Luciana cerró los ojos por un segundo, tratando de contener el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarla.Pero cuando sintió que Alejandro se alejaba, algo en ella reaccionó de forma casi instintiva. Su mano se alzó y atrapó la corbata de él, un gesto que no había planeado pero que se sintió tan natural, tan... necesario. Al tocar la tela suave entre sus dedos, su corazón empezó a latir más rápido, como si su propio cuerpo la traicionara, reconociendo lo que su mente se negaba a admitir.Alejandro se detuvo, sorprendido. Bajó la mirada hacia su corbata y luego hacia ella. Sus ojos se encontraron, y en ese ins
Clara se sentó frente a ella y, con ese aire de complicidad que siempre la acompañaba, apoyó los codos sobre el escritorio. "Alejandro. El evento de este sábado. Me dijo que te invitó, pero también mencionó que, de alguna forma, ya sabe que irás, aunque digas que lo pensaras o que quizá o tal vez, ya sabes, tambien me invitó a mí, lo cual es impresionante, ya que comeré gratis, y hay unos bocadillos ricos, sabes que mi vida es comer y buscar hombres millonarios y guapos que me den cariño."Luciana se quedó en silencio, sus pensamientos haciendo los recordatorios de las palabras de Clara. La invitación. Recordaba el momento en que Alejandro, con ese gesto tan suyo, le había dejado caer la idea de que debería asistir. No había confirmado nada, solo había murmurado un —quizá —, pero... ¿ya daba por hecho que estaría allí?—No he decidido nada aún, por lo que no sé porque dice que iré— respondió, aunque la duda en su voz era evidente.Clara soltó una pequeña risa, como si no se creyera ni
No necesito que me cuiden, se me arreglo yo misma, Héctor vete, estaré bien. Luciana lo dijo en tono incómodo; ella sabía que Héctor no solo quería ser su amigo, sino algo más.—No me rechaces, por favor —dijo Héctor, mirándola a los ojos.—Héctor, no seas intenso. Ven conmigo, quiero mostrarte dónde está la comida —agregó Clara, amiga de Luciana, sujetando la mano de Héctor y dejando a Luciana completamente sola.Clara y Héctor se fueron, mientras Luciana se quedó completamente quieta, esperando cuatro minutos, mirando de un lado a otro.Luciana caminó por el pasillo, olvidándose de lo que había pasado con Héctor hace segundos atrás. Su vestido de seda se movía suavemente con cada paso, como si fuera una extensión de su propia piel. Atravesaba el lugar con una elegancia natural, pero su corazón latía con fuerza, sabiendo que, en cualquier momento, su mirada se encontraría con la de Alejandro.Lo vio a lo lejos, hablando con algunos ejecutivos. Estaba impecablemente vestido, como siem
—Luciana sintió el pulso de su corazón acelerarse en sus oídos, una señal de que había perdido la batalla interna antes de siquiera empezar.—Alejandro la tenía atrapada, no solo con su mano en su cintura, sino con esa súplica en sus ojos, esa vulnerabilidad que jamás había mostrado antes. Pero era el pasado, era ese mismo Alejandro que le había roto el corazón, que la había dejado desmoronarse en mil pedazos.Se mordió el labio, queriendo resistir. Queriendo recordar el dolor en lugar del deseo, la traición en lugar del calor que su cuerpo aún sentía al estar cerca de él. Pero todo era en vano. ¿Cómo se suponía que luchara contra algo que parecía tan inevitable?—Alejandro, no puedo seguir haciendo esto —dijo Luciana finalmente, su voz temblorosa, apenas un susurro.Él, sin embargo, no la soltó. Su agarre en su cintura se mantuvo firme pero suave, como si temiera que ella se desvaneciera si la soltaba.—No estoy pidiendo que lo hagas, Luciana —respondió, su voz baja y cargada de emoc