La puerta se abrió de golpe, y el sonido de madera astillándose llenó el aire. Tomás se mantuvo firme, con el arma apuntada hacia el pasillo. A través de la tenue luz que provenía de las escaleras, una figura alta y sombría emergió de las sombras.—¿Quién está ahí? —gritó Tomás, con la voz temblando por la tensión.La figura avanzó lentamente, y cuando salió por completo de las sombras, Tomás contuvo el aliento. Frente a él estaba el hombre que había causado tanto miedo y dolor en la vida de Luciana. Su ex, el hombre que se había cambiado el nombre para ocultar su pasado.—Así que tú eres el valiente guardaespaldas de Luciana, el que no pudo convencerles de que te dieran dinero —dijo el hombre, con una sonrisa sarcástica—. Has hecho un buen trabajo manteniéndola a salvo hasta ahora, pero tu tiempo ha terminado. He venido por lo que es mío.Tomás no bajó el arma, pero su mente trabajaba frenéticamente, buscando una manera de sacar a Luciana y a los niños de ahí sin que nadie resultara
Luciana se encontraba en la cocina, con las manos temblorosas, preparando la merienda para las gemelas. Ellas, como siempre, estaban inquietas, correteando por la casa mientras reían y jugaban con sus muñecas. Pero algo en el aire estaba distinto, algo que las pequeñas sin entenderlo, percibían. Luciana, con una sonrisa forzada, les pasó los platos con el yogurt y las frutas.—Aquí, mis amores, coman... —su voz se quebraba apenas terminaba la frase. Las gemelas, con sus ojos grandes y curiosos, no dejaron de mirarla con un leve rastro de inquietud.De repente, las niñas comenzaron a llorar al unísono, como si sus corazones sintieran la tensión que flotaba en la casa. Luciana las miró, y sin pensarlo, las abrazó, tomando a ambas en sus brazos. Las pequeñas, con su inocencia pura, solo pudieron decir:—Tranquila, mamá...El sonido de sus pequeñas voces, tan dulces y tan llenas de confianza, rompió algo dentro de Luciana. Aquella dulzura inesperada, el amor sin reservas, fue lo que la hi
Un año depsues las gemelas ya tenian 5 años .... después de todo lo que habian pasado, la vida en la mansión había tomado un giro diferente. Luciana y Alejandro, ahora más unidos que nunca, disfrutaban de noches de pasión que se alargaban hasta las primeras horas de la mañana. Habían retomado su relación de una manera intensa, arriesgada, como si se estuvieran redescubriendo en cada caricia, en cada susurro, y las horas pasaban sin que se dieran cuenta. La tensión de los últimos meses, las preocupaciones, los miedos… todo eso parecía haberse desvanecido, reemplazado por un deseo que los envolvía en cada rincón de su hogar.Pero aquel día, mientras Luciana se preparaba para la rutina diaria, algo diferente le llamó la atención. Se miró al espejo mientras se ponía el pantalón que había usado hacía unas semanas y, de repente, notó que ya no le quedaba bien. El tejido que antes se ajustaba perfectamente ahora le quedaba ajustado, demasiado ajustado. El vestido que se había puesto después
El aire de la habitación parecía pesado, cargado de tensión y ansiedad, mientras Luciana intentaba procesar todo lo que había ocurrido en esos breves pero largos minutos. Alejandro, a su lado, no dejaba de mirarla, vigilando cada uno de sus movimientos, como si su vida dependiera de ello. Su corazón seguía acelerado, aún recorriendo los retazos de miedo que había experimentado al ver a Luciana desmayada, a punto de perderla.De repente, el sonido de un coche que frenaba frente a la mansión llegó hasta ellos. En cuestión de segundos, la puerta se abrió y apareció el enfermero, un hombre joven, de unos 30 años, con una expresión seria pero profesional. Traía una maleta médica en mano, y su rostro reflejaba un enfoque calmado, como si ya hubiera visto muchas situaciones similares.—Señor Alejandro, ¿cómo está ella? —preguntó el enfermero con voz firme, pero también con una suave preocupación. Se acercó rápidamente a Luciana, que, aunque ya respiraba con normalidad, seguía débil y desorie
Cuatro meses habían pasado desde que Luciana y Alejandro recibieron la noticia de que esperarían un bebé. El tiempo volaba entre los preparativos, los cambios de Luciana y las pequeñas sorpresas que la vida les ofrecía cada día. La emoción era palpable en la mansión, pero ambos sabían que era el momento adecuado para compartir con sus familias la gran noticia.Alejandro, con una sonrisa de complicidad, miró a Luciana desde el salón mientras se preparaba para reunir a su familia. Ambos sabían que el momento llegaría, y al fin el día había llegado. Después de todo, habían tenido un tiempo para adaptarse a la idea, para sentirse listos. El amor que compartían había crecido, y la promesa de ser una familia aún más unida se volvía cada vez más real.—¿Lista, mi amor? —preguntó Alejandro, acercándose a Luciana mientras ella ajustaba su vestido. Había algo mágico en el ambiente, algo que los hacía sentir más cerca de lo que nunca habían estado.—Estoy nerviosa, pero emocionada. —Luciana sonr
Alejandro la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su corazón aún latía desbocado. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero al mismo tiempo, sentía una profunda gratitud al ver que Luciana había recuperado la conciencia. Sus manos temblaban mientras le acariciaba el rostro, su voz quebrada por la emoción.—No quiero perderte... No puedo vivir sin ti, Luciana. —dijo, en un susurro, como si esas palabras fueran las más importantes que había pronunciado en su vida.Luciana lo miró, aún débil, pero con una sonrisa tímida en sus labios. —No me vas a perder, amor... Estoy aquí. Estoy aquí contigo. —su voz era suave, pero llena de fuerza, como si estuviera luchando por él tanto como él por ella.La enfermera observó con cuidado cómo Luciana comenzaba a estabilizarse y respiraba con más calma. —Vamos a tener que hacer más pruebas, pero por ahora, ella está fuera de peligro. —dijo con voz tranquila, pero con un leve toque de preocupación en su tono. —Necesitamos que se recupere completamente. Vam
La mañana siguiente, la luz suave del sol se filtraba por las cortinas, bañando la habitación en un tono cálido. Luciana despertó lentamente, el dolor y la fatiga todavía presentes en su cuerpo, pero al abrir los ojos, vio a Alejandro sentado junto a ella, con su mirada fija y protectora.—¿Cómo te sientes? —preguntó él, con voz suave pero cargada de preocupación.Luciana sonrió débilmente, levantando una mano para acariciar su rostro. —Mucho mejor, amor. Gracias por no dejarme sola... por estar aquí, siempre.Alejandro apretó su mano, sus ojos reflejando todo el amor que sentía por ella. —No tienes que agradecerme, Luciana. No me voy a separar de ti, nunca más.Con un suspiro, Luciana trató de incorporarse, aunque el cansancio aún pesaba en su cuerpo. El simple hecho de estar allí, rodeada de la tranquilidad de la habitación y del amor de Alejandro, la hacía sentir más fuerte. Pero algo seguía en su mente, algo que no podía ignorar.—¿Cómo están los bebés? —preguntó, su mirada buscan
El aire estaba impregnado de elegancia y promesas en la gala benéfica que Luciana Méndez había estado esperando durante semanas. Las luces brillantes del salón de baile danzaban sobre las mesas decoradas con arreglos florales, y el murmullo de conversaciones animadas creaba una atmósfera vibrante. Pero en el fondo de su corazón, Luciana sentía un nudo, una mezcla de emoción y ansiedad.— ¿Por qué acepté venir? —se preguntó, ajustándose el escote de su vestido negro que abrazaba sus curvas de manera halagadora. Su mejor amiga, Clara, la había convencido de asistir, insistiendo en que necesitaba distraerse y dejar atrás el dolor de una ruptura que aún resonaba en su pecho. Sin embargo, esa misma mañana, había recibido un mensaje que la inquietó:— Alejandro Ferrer será el invitado principal —— No puedo creer que él esté aquí —susurró Luciana mientras tomaba un sorbo de champán, su mirada recorriendo la sala. La idea de encontrarse con el hombre que una vez había sido su mundo la llenab