El aire estaba impregnado de elegancia y promesas en la gala benéfica que Luciana Méndez había estado esperando durante semanas. Las luces brillantes del salón de baile danzaban sobre las mesas decoradas con arreglos florales, y el murmullo de conversaciones animadas creaba una atmósfera vibrante. Pero en el fondo de su corazón, Luciana sentía un nudo, una mezcla de emoción y ansiedad.
— ¿Por qué acepté venir? —se preguntó, ajustándose el escote de su vestido negro que abrazaba sus curvas de manera halagadora. Su mejor amiga, Clara, la había convencido de asistir, insistiendo en que necesitaba distraerse y dejar atrás el dolor de una ruptura que aún resonaba en su pecho. Sin embargo, esa misma mañana, había recibido un mensaje que la inquietó:
— Alejandro Ferrer será el invitado principal —
— No puedo creer que él esté aquí —susurró Luciana mientras tomaba un sorbo de champán, su mirada recorriendo la sala. La idea de encontrarse con el hombre que una vez había sido su mundo la llenaba de incertidumbre. Alejandro, el magnate que le había robado el corazón, que había sido su primer amor y su primera herida.
— Olvídalo, Luciana. Solo es una gala —se dijo a sí misma, aunque su voz interior no podía ocultar la anticipación que le recorría la piel.
El murmullo de la sala se hizo más fuerte cuando Alejandro apareció en la entrada, deslumbrante en su traje negro. Su presencia era magnética, como si la sala se iluminara a su alrededor. Luciana sintió que el aire le faltaba por un instante, recordando cada momento compartido con él, cada risa, cada susurro de promesas que parecían tan lejos ahora.
— Luciana —llamó Clara, sacándola de su trance—. Mira, ¡es Alejandro! ¿No es impresionante?
— Sí —respondió Luciana, tratando de sonar despreocupada—. Impresionante.
La mirada de Alejandro recorrió la sala, deteniéndose en ella como si la atracción fuera un hilo invisible. Sus ojos, oscuros y profundos, revelaron una sorpresa que Luciana no esperaba ver. Un instante eterno se desdobló entre ellos, lleno de memorias y preguntas sin responder.
— No puede ser —murmuró Clara—. ¿Vas a quedarte aquí parada? ¡Ve a hablar con él!
El corazón de Luciana latía con fuerza mientras sus pies parecían moverse por voluntad propia. — No estoy lista —pensó, pero antes de que pudiera retroceder, Alejandro ya se acercaba, su rostro iluminado por una sonrisa que había añorado durante tanto tiempo.
— Luciana —dijo él, su voz grave y suave como la seda—. No esperaba verte aquí.
— Yo tampoco —contestó ella, tratando de mantener la compostura—. Clara me convenció.
La conversación se estancó en la incomodidad, pero el magnetismo entre ellos seguía ardiendo. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y los recuerdos de su amor perdido inundaban sus mentes.
— Te ves… bien —dijo Alejandro, el tono de su voz reflejando una mezcla de admiración y nostalgia.
— Gracias. Tú también —Luciana sintió una oleada de calor—. ¿Cómo has estado?
— Ocupado —respondió él, la chispa de su mirada oscureciéndose un poco—. El trabajo no se detiene.
— Supongo que eso nunca cambia —comentó Luciana, deseando que la conversación fluyera con más facilidad.
La música de fondo cambió, y el ambiente se volvió más animado. Alejandro dio un paso más cerca, su proximidad enviando un cosquilleo por su piel.
— Luciana, hay algo que quiero decirte —comenzó, su voz baja y casi reverente.
Antes de que pudiera continuar, un grupo de invitados se acercó, interrumpiendo el momento con risas y charlas despreocupadas. Luciana sintió que su corazón se hundía. La oportunidad de escuchar lo que tenía que decir se desvanecía como un susurro en el viento.
— Lo siento, tengo que… atender esto —se excusó, dando un paso atrás. Pero en su interior, un torrente de emociones se agolpaba, la esperanza y el miedo luchando por salir.
— Luciana —la llamó Alejandro, pero ella ya se alejaba, sintiendo la mirada intensa de él en su espalda. El eco de su nombre resonaba en su mente mientras se perdía entre la multitud, el deseo y el dolor de su amor perdido pisándole los talones.
Mientras la gala continuaba a su alrededor, Luciana sabía que su mundo había cambiado de nuevo. Alejandro había vuelto, y con él, las sombras del pasado y las posibilidades de un futuro que apenas podía imaginar.
La gala seguía en su apogeo, pero para Luciana, el bullicio del salón se convirtió en un murmullo distante. Sus pensamientos giraban en torno a Alejandro, cuya presencia aún la envolvía como un aroma familiar. Mientras Clara se perdía en las conversaciones con conocidos, Luciana se escabulló hacia un balcón que daba al jardín iluminado por la luna.
El aire fresco le acarició el rostro, y las estrellas brillaban en el cielo como pequeños testigos de su tormento interno.
— ¿Por qué tuvo que aparecer ahora? —murmuró para sí misma, sintiendo cómo la angustia y la nostalgia se entrelazaban en su pecho.
— Luciana —la voz profunda de Alejandro la interrumpió, y su corazón se detuvo por un instante. Se volvió lentamente, encontrándolo allí, en la entrada del balcón, con la luna iluminando su figura—. ¿Te importa si me uno a ti?
Ella tragó saliva, asintiendo con un gesto casi involuntario.
— No, claro. Adelante.
Alejandro dio un paso hacia ella, la cercanía intensificó la electricidad en el aire.
— Es hermoso aquí —dijo, mirando hacia el jardín—. No recordaba cuánto me gustaba este lugar.
— Siempre fue un refugio —respondió Luciana, sin poder evitar que su mente viajara a los días felices que habían compartido allí—. ¿Recuerdas cuando…?
— Cuando organizamos esas fiestas de verano —completó él, una sonrisa brotando en sus labios—. Eras la reina de los cócteles.
— Y tú eras el rey del baile —bromeó Luciana, pero su voz temblaba al recordar cómo sus cuerpos se movían al unísono, cómo cada baile era un susurro de promesas. La risa se desvaneció, dejando un silencio tenso entre ellos.
— Han pasado tantas cosas —dijo Alejandro, rompiendo la quietud—. Me arrepiento de no haberte buscado. Nunca debí dejar que te alejaras.
Luciana sintió una punzada en el corazón.
— No creo que hayas tenido opción, Alejandro. Las cosas no siempre son tan simples —su tono era defensivo, pero en su interior, una parte de ella anhelaba creer que aún había esperanza.
— Lo sé, pero te prometo que he cambiado —dijo él, su mirada intensa fija en la suya—. He pasado por muchas cosas desde nuestra ruptura. Cosas que me han hecho darme cuenta de lo que realmente importa.
— ¿Y eso incluye a la mujer que dejaste atrás? —Luciana no pudo evitar soltar la pregunta, sus emociones desbordándose—. ¿Qué me hace diferente esta vez?
— Porque te amo, Luciana —respondió Alejandro con una sinceridad que le quitó el aliento—. Siempre lo he hecho. No hay un día que pase en que no desee volver a estar contigo.
Las palabras flotaron en el aire, llenando el espacio entre ellos de un calor palpable. Luciana sintió cómo su corazón latía con fuerza, pero su mente se resistía.
— No podemos simplemente volver a lo que éramos. Las cosas son diferentes.
— ¿Por qué no? La vida es corta, y el tiempo que perdimos no lo recuperaremos —insistió él, acercándose un paso más, hasta que casi podía sentir su aliento—. Quiero arriesgarlo todo por ti.
La vulnerabilidad en su voz hizo que el corazón de Luciana se abriera, pero el miedo seguía presente.
— ¿Y si me rompes el corazón de nuevo? —la pregunta salió de sus labios como un susurro.
— No lo haré —prometió él, extendiendo su mano hacia ella—. Te lo juro.
Luciana miró su mano, la tentación era abrumadora.
— No sé si puedo confiar en ti.
— Dame una oportunidad —suplicó Alejandro, su voz resonando con anhelo—. Solo una. Y si no te convenzo, te dejaré ir.
El silencio se extendió entre ellos como un abismo. Luciana sintió que la lucha interna en su corazón alcanzaba su punto máximo. ¿Podría arriesgarse a abrir su corazón de nuevo? El amor, tan hermoso y doloroso, la llamaba como un canto lejano.
Finalmente, con un suspiro temeroso, extendió su mano hacia la suya.
— Una oportunidad.
Alejandro tomó su mano, una conexión que resonó en sus almas, y en ese instante, todo el dolor y el miedo parecieron desvanecerse. Mientras la noche los envolvía, Luciana supo que, aunque el futuro era incierto, el amor que compartían aún brillaba con la misma intensidad que antes.
Las estrellas brillaban sobre ellos, testigos silenciosas del nuevo comienzo que se estaba gestando en aquel balcón. El toque de la mano de Alejandro contra la de Luciana era cálido, familiar, como si el tiempo no hubiera pasado, como si todas las barreras que los habían separado se desvanecieran en un solo instante. Pero mientras sus manos estaban entrelazadas, Luciana sabía que no todo sería tan fácil.
— Alejandro —dijo, su voz suave pero firme—, no puedo ignorar lo que pasó entre nosotros. No puedo pretender que el dolor y la desconfianza desaparezcan de la noche a la mañana.
Él asintió, su expresión mostrando una mezcla de comprensión y determinación.
— Sé que te hice daño, Luciana. Lo último que quiero es repetir ese error. Pero también sé que lo que sentíamos el uno por el otro nunca se ha apagado. No puedo negar que aún te amo, y estoy dispuesto a demostrarte que esta vez es diferente.
Luciana apartó la mirada, observando el jardín iluminado por las luces suaves que titilaban como luciérnagas. Había un nudo en su pecho, un miedo a volver a caer en las mismas trampas del pasado. Sin embargo, una parte de ella, la parte que aún lo amaba, quería creer en su sinceridad.
— No sé si puedo arriesgarme otra vez —susurró—. Cuando me dejaste, sentí como si una parte de mí se rompiera, como si nada pudiera volver a ser como antes.
— No te pido que olvides —dijo Alejandro, su voz teñida de remordimiento—. Te pido que me des la oportunidad de enmendar lo que hice. Sé que será difícil, pero estoy dispuesto a luchar por ti, por nosotros. Esta vez, no hay barreras ni excusas. Estoy aquí por ti, Luciana, y no pienso volver a perderte.
El corazón de Luciana latía con fuerza, dividido entre el deseo de protegerse y el anhelo de dejarse llevar por las emociones que aún la ataban a él. Todo lo que había sucedido entre ellos —el amor, la pasión, las lágrimas— volvía a su mente como una película que no podía detener.
— ¿Y si no funciona? —preguntó, su voz apenas un murmullo—. ¿Y si volvemos a hacernos daño?
Alejandro dio un paso más cerca, levantando su mano libre para acariciar suavemente su rostro. El contacto fue delicado, como si temiera romperla.
— Si no lo intentamos, siempre nos quedará la duda. Siempre nos preguntaremos qué pudo haber sido. Pero si me das la oportunidad, te prometo que lucharé cada día para que nunca te arrepientas de haberme dado una segunda chance.
Luciana cerró los ojos un momento, dejando que el calor de su mano en su rostro la reconfortara. Aún podía sentir el peso de la traición pasada, pero también el latido persistente del amor que nunca había desaparecido.
— No, pero podemos intetarlo por la gala —dijo finalmente, abriendo los ojos para mirarlo de frente—. Te daré una oportunidad, si lo arruinas en la gala pues no te la acabaras commigo, pero es lo unico que nos une que lastima. Pero esto no significa que todo esté resuelto, Alejandro. Tendremos que trabajar en esto, en nosotros, y necesitaré tiempo.
Alejandro sonrió, una sonrisa cargada de alivio y esperanza.
— Lo que sea necesario. Solo quiero estar contigo, Luciana.
Por un momento, el mundo exterior dejó de existir. Solo estaban ellos dos, bajo el cielo estrellado, con el viento suave que acariciaba sus rostros. Alejandro se inclinó lentamente hacia ella, sus labios rozando los de Luciana en un beso que fue al principio vacilante, pero luego se profundizó, cargado de todas las emociones reprimidas durante tanto tiempo.
Cuando se separaron, Luciana sintió que algo dentro de ella había cambiado, como si un muro invisible hubiera comenzado a desmoronarse. Aún había miedo, sí, pero también había esperanza.
— Será mejor que volvamos adentro —dijo ella con una pequeña sonrisa—. Clara probablemente me esté buscando.
Alejandro rió suavemente.
— No quiero monopolizarte toda la noche… aún.
Luciana sintió que una chispa de felicidad florecía en su interior. Mientras caminaban de vuelta al salón de la gala, tomados de la mano, supo que aunque el camino hacia la reconciliación sería largo, al menos estaban comenzando de nuevo.
El bullicio de la fiesta los recibió cuando cruzaron la entrada del balcón, pero todo parecía más liviano, como si la noche les hubiera dado una nueva oportunidad. Clara los vio acercarse y alzó una ceja en señal de sorpresa, pero con una sonrisa cómplice en su rostro.
— Parece que las cosas han cambiado un poco —murmuró Clara cuando Luciana llegó a su lado.
Luciana solo asintió, sin poder contener la sonrisa que aparecía en sus labios. Sí, las cosas habían cambiado, y aunque el futuro seguía siendo incierto, por primera vez en mucho tiempo, sentía que había algo por lo que valía la pena luchar.
La semana posterior a la gala fue un torbellino de emociones para Luciana. Cada día parecía arrastrarla entre la nostalgia y la incertidumbre, mientras sus pensamientos giraban en torno a Alejandro. Las imágenes de sus ojos intensos y la promesa de una segunda oportunidad la perseguían, dejándola en un estado de anhelo.Era una mañana soleada cuando decidió acudir a la exposición de arte que se celebraba en el centro cultural de la ciudad. Había decidido dejar que la belleza de las obras la distraiga, al menos por un tiempo. Sin embargo, en el fondo de su mente, sabía que la posibilidad de cruzarse con Alejandro en ese lugar estaba presente.Mientras caminaba por las salas, contemplando las pinturas vibrantes, sintió una corriente de energía recorrer el espacio. Era como si cada trazo de color hablara de amor y pérdida, reflejando su propia lucha interna. Se detuvo frente a una obra en particular, una representación de un cielo estrellado que la hizo recordar las noches que había comp
Luciana se encontraba en su apartamento, el ruido de las risas de la gala aún resonando en su mente. Las luces de la ciudad brillaban a través de la ventana, pero su corazón se sentía pesado, como si una sombra lo cubriera. Se dejó caer en el sofá, rodeada de la oscuridad de la noche, y permitió que los recuerdos la invadieran.El primer recuerdo que emergió fue el de su ruptura con Alejandro. Había sido un día gris, con nubes pesadas que presagiaban tormenta, un reflejo del caos que se avecinaba en su vida. Luciana cerró los ojos y pudo volver a escuchar las palabras que habían desgarrado su corazón.—No puedo seguir así, Luciana. Mi vida es demasiado complicada, y tú mereces más. — Las palabras de Alejandro resonaban en su mente como un eco doloroso.En ese momento, Luciana había sentido que el suelo se desvanecía bajo sus pies. —¿Más? ¿Más qué? ¿Acaso no es suficiente lo que tenemos?— Su voz había temblado, llena de incredulidad y dolor.—No es justo para ti, — había dicho él, su
El silencio volvió a caer, pero esta vez no era incómodo. Era un momento suspendido en el tiempo, donde la posibilidad de un nuevo amor empezaba a florecer entre las espinas del pasado. Luciana sabía que estaba arriesgando su corazón de nuevo, pero en el fondo, el deseo de reconectar con Alejandro era más fuerte que el miedo.Con un suspiro profundo, hizo un movimiento hacia él, y en ese instante, el mundo exterior desapareció, dejando solo a dos almas que aún creían en el poder del amor.La mañana siguiente, Luciana se despertó con una mezcla de ansiedad y emoción. La conversación con Alejandro había dejado una huella profunda en su corazón. Sabía que la vida no podía regresar a la normalidad después de ese encuentro, pero también sentía un miedo latente al dejarse llevar por los viejos sentimientos.Se preparó para el trabajo, cada movimiento en el espejo parecía más pesado de lo habitual. La sombra de Alejandro persistía en su mente, sus palabras resonando como un eco: “Te prometo
Luciana se metió a la oficina de su amiga Clara porque Alejandro la estaba siguiendo, y lo último que quería era verle la cara después de recordar cómo él le pegaba y la maltrataba. Incluso le dijo que no quería tener un bebé con ella.—Amiga, es mi oficina, ¿qué haces aquí? —preguntó Clara.—Clara, no es un buen momento para que me veas así —respondió Luciana, rodando los ojos.Clara no dijo nada, pero sus gestos hablaban por sí solos.Luciana todavía sentía el peso de la conversación reciente con Alejandro, pero decidió dejar a un lado la montaña rusa emocional que suponía verlo nuevamente. Se sentó y vio a Alejandro.—No quiero hablar —añadió seria.—Luciana, tenemos que... no me dejes solo, te lo suplico —agregó Alejandro con esos ojos que la caracterizan cuando estaba enojada.—Perdón, mi vida —añadió Alejandro.Luciana, en un momento de ira, le dio a Alejandro una bofetada en la cara y lo agarró de la corbata.—Te odio, al diablo con todo. No mereces una oportunidad. Recordé que
"¿Por qué lo dejé ir?" murmuró para sí misma, sin encontrar una respuesta clara. Las imágenes del pasado la envolvían, la hacían sentir el roce de sus caricias, el susurro de su voz en la oscuridad de la noche. "Todo lo que pasamos..."Pero también recordaba el dolor, el vació que dejó cuando todo se rompió entre ellos. Y la pregunta que ahora la atormentaba: ¿podría realmente perdonarlo? ¿Sería capaz de dejar atrás el rencor y la desconfianza para abrir su corazón de nuevo?"¿Qué quiero realmente?" pensó en voz baja, mientras cerraba los ojos, sintiendo el peso de su propio deseo. ¿Era capaz de perdonarlo, de dejar que lo que fue entre ellos volviera a florecer? O ¿sería esa solo una ilusión que acabaría por destruirla de nuevo?El aire en la oficina se volvía denso, como si la respuesta estuviera al alcance de su mano, pero Luciana no podía alcanzarla aún. Necesitaba tiempo. Pero el tiempo, sabía, no siempre es un lujo que uno puede darse cuando los sentimientos son tan intensos. Y
Alejandro la observó, la tensión en su cuerpo aún palpable. Se dio cuenta de que su comentario sobre la comida había sido una manera de suavizar el ambiente, de restarle peso a la situación incómoda que los rodeaba.—Sí —dijo después, más en voz baja, con sinceridad—. Lo sé. Te conozco mejor de lo que te imaginas, Luciana. Y aunque no quiero admitirlo, claro que me puse celoso.Luciana levantó la vista, sus ojos buscando los de él. Un suspiro salió de su boca sin que pudiera evitarlo, como si lo que él acababa de decir la dejara sin palabras por un momento.—¿Celoso? —repitió, con una ligera sonrisa en los labios, aunque sus ojos mostraban una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no quería admitir—. Y ahora vienes a decirme que, además de todo lo que pasó, te has estado muriendo de celos por Héctor. ¿Eso es lo que intentas decirme?Alejandro desvió la mirada, algo incómodo, pero a la vez, el ardor de la confesión lo había liberado, aunque no quisiera mostrar demasiado de sus sentim
Con una suavidad que la sorprendió, Alejandro le dio un beso en la mejilla, un roce que dejó su piel ardiendo.—Te llamo después —murmuró con una sonrisa ladeada que solo ella pudo notar—. No olvides almorzar, ¿sí?La sensación del contacto de Alejandro sobre su piel fue un recordatorio crudo y visceral de lo que habían sido, y de lo que, tal vez, todavía podrían ser. Luciana cerró los ojos por un segundo, tratando de contener el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarla.Pero cuando sintió que Alejandro se alejaba, algo en ella reaccionó de forma casi instintiva. Su mano se alzó y atrapó la corbata de él, un gesto que no había planeado pero que se sintió tan natural, tan... necesario. Al tocar la tela suave entre sus dedos, su corazón empezó a latir más rápido, como si su propio cuerpo la traicionara, reconociendo lo que su mente se negaba a admitir.Alejandro se detuvo, sorprendido. Bajó la mirada hacia su corbata y luego hacia ella. Sus ojos se encontraron, y en ese ins
Clara se sentó frente a ella y, con ese aire de complicidad que siempre la acompañaba, apoyó los codos sobre el escritorio. "Alejandro. El evento de este sábado. Me dijo que te invitó, pero también mencionó que, de alguna forma, ya sabe que irás, aunque digas que lo pensaras o que quizá o tal vez, ya sabes, tambien me invitó a mí, lo cual es impresionante, ya que comeré gratis, y hay unos bocadillos ricos, sabes que mi vida es comer y buscar hombres millonarios y guapos que me den cariño."Luciana se quedó en silencio, sus pensamientos haciendo los recordatorios de las palabras de Clara. La invitación. Recordaba el momento en que Alejandro, con ese gesto tan suyo, le había dejado caer la idea de que debería asistir. No había confirmado nada, solo había murmurado un —quizá —, pero... ¿ya daba por hecho que estaría allí?—No he decidido nada aún, por lo que no sé porque dice que iré— respondió, aunque la duda en su voz era evidente.Clara soltó una pequeña risa, como si no se creyera ni