Entre el odio y el deseo

Luciana se metió a la oficina de su amiga Clara porque Alejandro la estaba siguiendo, y lo último que quería era verle la cara después de recordar cómo él le pegaba y la maltrataba. Incluso le dijo que no quería tener un bebé con ella.

—Amiga, es mi oficina, ¿qué haces aquí? —preguntó Clara.

—Clara, no es un buen momento para que me veas así —respondió Luciana, rodando los ojos.

Clara no dijo nada, pero sus gestos hablaban por sí solos.

Luciana todavía sentía el peso de la conversación reciente con Alejandro, pero decidió dejar a un lado la montaña rusa emocional que suponía verlo nuevamente. Se sentó y vio a Alejandro.

—No quiero hablar —añadió seria.

—Luciana, tenemos que... no me dejes solo, te lo suplico —agregó Alejandro con esos ojos que la caracterizan cuando estaba enojada.

—Perdón, mi vida —añadió Alejandro.

Luciana, en un momento de ira, le dio a Alejandro una bofetada en la cara y lo agarró de la corbata.

—Te odio, al diablo con todo. No mereces una oportunidad. Recordé que no querías, y no sé si quieres tener hijos conmigo, idiota —dijo Luciana, enojada.

Alejandro la sujetó de los hombros y la miró con intensidad.

—Tienes derecho a odiarme, pero no soy el hombre de antes —dijo Alejandro, tratando de recuperarla.

—¿Me vas a pegar? Pégame ya, y que todos te vean y se den cuenta del monstruo que eres —dijo en voz fuerte.

Sentada frente a él, Alejandro la miraba con una intensidad que hacía que a Luciana le resultara difícil sostener su mirada sin que su corazón comenzara a latir con fuerza. Aunque para ella, eso fuera una locura total.

—Tengo algo que quiero mostrarte —dijo Alejandro, sacando una tarjeta de invitación del bolsillo interior de su chaqueta. Sus ojos no se apartaron de los de ella mientras deslizaba un sobre de terciopelo rojo sobre la mesa—. Este evento es muy importante para mí. Se llevará a cabo este sábado. Me gustaría que vinieras... a acompañarme.

Luciana tomó la tarjeta con cuidado, sintiendo no sólo el delicado papel en sus manos, sino también el peso de lo que representaba la invitación. Alejandro no sólo la estaba invitando a un evento; la estaba invitando a volver a su vida. Los latidos de su corazón se hicieron más fuertes, casi ensordecedores en sus oídos.

—Quizás me vaya. ¿Qué puede salir mal? —susurró ella, con voz suave pero temblorosa, mientras mantenía sus ojos fijos en él. Una parte de ella quería rechazar la invitación, sabiendo que no estaba lista para enfrentar todo lo que implicaba. Sin embargo, otra parte, pequeña pero persistente, la instaba a aceptar. Sabía que volver a verlo no sería fácil, pero la forma en que Alejandro la miraba hacía que fuera casi imposible resistirse.

Mientras tanto, Clara, sentada en su silla de oficina, se preguntaba cuándo su amiga Luciana finalmente saldría de su oficina. Clara miró los papeles que tenía sobre su escritorio y meneó la cabeza, sabiendo muy bien lo complicadas que se volverían las cosas si aparecía el otro hombre que pretendía a su amiga. Estaría entre dos hombres, y todo se pondría tenso. Sólo de pensar que los dos hombres por los que se derriten por Luciana fueron amigos en el pasado, eso le frustraba.

En el momento en que Luciana se levantó de su silla para intentar extender su mano y dar una señal a Alejandro para que se fuera y dejara de aturdir su mente, un repentino mareo la invadió. Todo a su alrededor parecía girar y, antes de que pudiera perder el equilibrio, Alejandro la agarró rápidamente, sujetándola en posición vertical con un rápido movimiento. Siempre se había caracterizado por su rapidez y esos ojos atractivos.

—¡Luciana! —Su voz estaba llena de preocupación—. ¿Estás bien?

Antes de que pudiera responder, Clara se acercó corriendo, con el rostro desencajado por la preocupación.

—¡Luciana! Te dije que desayunaras antes de venir a trabajar. Esto es lo que pasa cuando te saltas comidas. Nunca escuchas, siempre eres tan terca. Siempre te aflige trabajar, ni que te estuvieran poniendo un cuchillo enfrente para que no comas.

Luciana esbozó una leve sonrisa en un intento de tranquilizar a su amiga, aunque todavía sentía los efectos del mareo.

—Estoy bien, debería haber desayunado. Sólo tengo hambre —respondió, aunque su voz carecía de convicción.

Alejandro, que seguía sujetándola por la cintura, frunció el ceño.

—Clara tiene razón, debiste haber comido algo. No puedes seguir descuidándote así. No entiendo por qué el trabajo siempre es tu prioridad cuando apenas te cuidas.

Su tono, aunque preocupado, tenía un dejo autoritario que le recordó a Luciana por qué alguna vez sintió algo tan profundo por él.

—Eso te lo he dicho. Todo era más fácil cuando Alejandro estaba contigo, Luciana. Siempre te cuidaba. No entiendo tu obsesión con el trabajo. No todo es dinero, también debes cuidarte a ti misma. Tu cuerpo te está enviando una advertencia. ¿Por qué no van los dos a desayunar?

Antes de que Luciana pudiera responder, la puerta de la oficina se abrió de golpe. Un hombre alto y apuesto, impecablemente vestido, entró con una sonrisa llena de confianza. Cuando sus miradas se cruzaron, una chispa de reconocimiento iluminó su mirada.

—Luciana —dijo el recién llegado con una sonrisa encantadora—. Estaba pensando en ti. ¿Te gustaría desayunar conmigo? Parece que lo necesitas.

El tono relajado del hombre contrastaba marcadamente con la tensión que se sentía en el aire. Alejandro apretó ligeramente la cintura de Luciana, un gesto que ella no pasó desapercibido. Sin volverse para mirar al recién llegado, Alejandro respondió en voz baja, cargada de advertencia.

—Es mejor que te vayas. Yo me encargaré de Luciana. No es necesario que intervengas.

El hombre alzó una ceja, claramente sorprendido por la actitud posesiva de Alejandro, pero mantuvo la calma.

—¿Tú te ocuparás de ella? No parece que estés en posición de decidir eso, amigo.

Luciana podía sentir que la tensión entre los dos hombres iba en aumento, como una tormenta a punto de estallar.

—¡Basta, Alejandro! —intervino ella, tratando de calmar la situación—. Sólo estaba siendo educado.

—No necesito que ningún otro hombre te cuide —murmuró Alejandro, con un dejo de celos en la mirada—. Eres mi... eres importante para mí, Luciana.

Esas últimas palabras quedaron flotando en el aire, sorprendiendo no solo al otro hombre y a Clara, sino también a Luciana. Su rostro se sonrojó mientras su corazón se aceleraba ante la intensidad de la voz de Alejandro. No había querido causar una escena, pero estaba claro que este reencuentro no iba a ser fácil. Y con la aparición de otro hombre, las cosas parecían complicarse aún más.

—Vamos, Luciana, deberíamos irnos antes de que esto empeore —sugirió Clara sensatamente, tomando a Luciana del brazo para alejarla de la creciente tensión.

Antes de seguir el ejemplo de Clara, Luciana miró a Alejandro una última vez. Por un momento, vio algo en sus ojos más allá de los celos; vio la mirada de un hombre que no estaba listo para perderla de nuevo. Eso la hizo cuestionar sus propios sentimientos. Mientras se alejaba, todavía podía sentir el calor de sus manos en su cintura y se dio cuenta de que esta historia entre ellos estaba lejos de terminar.

Luciana caminaba rápidamente por el pasillo, Clara a su lado, con paso firme, casi como si estuviera marcando el ritmo de lo que debía ser una conversación seria. El sonido de sus tacones resonaba en el silencio de la oficina, y aunque su mente estaba abrumada por lo sucedido en la sala de reuniones, el peso de las palabras de Clara no hacía más que intensificar su confusión.

—Luciana —comenzó Clara con un tono bajo pero directo, sin dejar de caminar a su lado—. Tienes que decidir qué hacer con todo esto. No puedes seguir escondiéndote de tus propios sentimientos.

Luciana no respondió de inmediato. La conversación anterior había dejado una sensación amarga en su boca, una mezcla de incomodidad y necesidad de huir. Sin embargo, las palabras de Clara resonaban en su cabeza. ¿Qué iba a hacer con Alejandro? ¿Podía realmente volver a confiar en él después de todo lo que había pasado entre ellos?

—No sé qué quiero —admitió finalmente Luciana, bajando la vista mientras avanzaba, como si las paredes a su alrededor pudieran ofrecerle respuestas—. Es complicado. Todo esto es tan complicado.

Clara la miró de reojo, su expresión firme, pero también llena de comprensión.

—Lo sé. Pero tienes que ser honesta contigo misma. Si sigues ocultándote, el único que va a salir herido eres tú. Y lo peor es que te vas a perder a ti misma en el proceso.

Luciana suspiró, sintiendo el peso de las palabras de su amiga.

Luciana se quedó en silencio mientras continuaban caminando por el pasillo. Sabía que Clara tenía razón, pero enfrentar sus sentimientos hacia Alejandro no era tan fácil. Había demasiado dolor en su historia, demasiadas cicatrices que aún no habían sanado. Pero también había algo más, algo que no podía ignorar: la intensidad de lo que alguna vez sintió por él, esa conexión que nunca había podido romper completamente.

Llegaron al ascensor y Clara presionó el botón, cruzándose de brazos mientras esperaba a su amiga para hablar.

—Mira, no te estoy diciendo que lo perdones así de fácil. Alejandro ha cometido muchos errores y tú no tienes que olvidar lo que pasó. Pero tienes que decidir si estás lista para cerrar ese capítulo o si, de alguna manera, te queda algo por resolver con él.

Luciana la miró, con el ceño fruncido. El ascensor se abrió y ambas entraron. Clara, siempre directa, tenía una forma de empujarla a enfrentarse a lo que más temía, aunque sabía que lo hacía por su bien.

—Lo que más me confunde es cómo él ha cambiado tanto —dijo Luciana finalmente, con la mirada perdida en las puertas cerradas del ascensor—. No es el mismo hombre que solía conocer, Clara. Se ve diferente, habla diferente, pero... no puedo olvidar lo que me hizo. Es como si estuviera atrapada entre el pasado y lo que está ocurriendo ahora.

Clara asintió, pero no dijo nada de inmediato, dándole a Luciana espacio para desahogarse.

—¿Y qué pasa con este otro hombre? —preguntó Clara, rompiendo el silencio con un tono más suave—. El tipo que apareció en la oficina, ¿qué es lo que sientes por él?

Luciana se encogió de hombros.

—Es diferente. Él es encantador, es atento... pero no es Alejandro —respondió Luciana, mordiendo su labio inferior con una mezcla de frustración y culpa—. A veces siento que me gusta porque me ofrece algo que Alejandro no pudo: paz, estabilidad, respeto. Pero eso no significa que lo ame. Con Alejandro es como... una tormenta. No puedo estar con él sin sentir cada emoción al máximo.

Clara la miró fijamente mientras hablaba, asintiendo lentamente.

—Entonces, tienes una elección difícil por delante, amiga. Una vida con paz y tranquilidad, o una vida llena de intensidad y... riesgos. Pero no importa cuál elijas, tiene que ser tu decisión. Nadie puede decirte qué es lo correcto.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Luciana salió primero, inhalando profundamente el aire fresco que le golpeó el rostro cuando salieron al vestíbulo de la planta baja. Clara le dio una palmada en la espalda, un gesto que siempre la reconfortaba.

—Quizá lo que necesitas es un poco de tiempo a solas. Sin Alejandro, sin este otro hombre. Tal vez, sólo debes encontrar quién es Luciana en medio de todo este caos.

—Tal vez tengas razón —respondió Luciana en un murmullo.

Pero, aunque intentara convencerse de que necesitaba distancia, sabía que las respuestas no llegarían tan fácilmente. La pregunta que seguía rondando en su mente era simple, pero dolorosa: ¿podía Alejandro realmente cambiar lo suficiente como para que lo considerara nuevamente, o todo era un espejismo que la arrastraría de nuevo al dolor del pasado?

Mientras caminaban juntas hacia la salida, un mensaje de texto iluminó la pantalla del móvil de Luciana. Era de Alejandro.

“Sé que no será fácil, pero quiero demostrarte que he cambiado. No te pediré que me perdones hoy, ni mañana. Pero estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que me veas de nuevo, como el hombre que puedo ser. Si me das la oportunidad, quiero demostrarte que esta vez es diferente.”

Luciana cerró los ojos por un momento, sintiendo que su corazón latía con fuerza mientras sus dedos se cerraban alrededor del teléfono. Sabía que no podía tomar una decisión impulsiva, pero las palabras de Alejandro la habían tocado de una manera que no había anticipado. La pregunta era: ¿estaba dispuesta a abrirle una puerta que había cerrado hacía tanto tiempo?

Clara, como si hubiera intuido la batalla interna que se libraba en su mente, le dio un último consejo antes de despedirse.

—El amor no siempre tiene sentido. A veces, es más complicado de lo que quisiéramos. Pero lo importante es que seas honesta contigo misma. No tomes decisiones por miedo o culpa. Hazlo porque sientes que es lo correcto para ti, no para nadie más.

Luciana asintió, agradecida por tener a Clara a su lado en medio de todo este torbellino emocional. Sin embargo, mientras observaba cómo su amiga se alejaba, supo que la verdadera batalla aún no había comenzado.

karli_estrella

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