Después de revisar una última vez su reflejo, Isabella sacó un pequeño dispositivo que le permitiría interferir con las cámaras de seguridad de la empresa. Su objetivo era claro: hacerse pasar por una mujer desesperada en busca de empleo como secretaria o recepcionista y, mientras tanto, infiltrarse lo suficiente para instalar las cámaras sin que nadie lo notara. Si lograba acceder al sistema de seguridad, podría apagarlas temporalmente o incluso redirigir las grabaciones, garantizando que nadie sospechara de sus movimientos.—Estás lista —se dijo a sí misma con determinación, revisando su cartera donde llevaba no solo el dispositivo para las cámaras, sino también el sedante que Héctor le había dado, por si necesitaba neutralizar a alguien. Dos gotas serían suficientes.Arrancó el motor, y la camioneta rugió suavemente. Isabella respiró hondo una vez más, calmando cualquier resto de nerviosismo. Condujo hacia su primer objetivo, la empresa de César Robles, con la frialdad y precisión
César Robles seguía hablando, pero Isabella ya no prestaba tanta atención. La misión estaba en marcha, y lo que se avecinaba sería mucho más peligroso de lo que él podría imaginar.Isabella sonrió suavemente cuando César Robles tomó su currículum de nuevo, evaluando sus posibilidades con una mirada casi calculadora.—Puedes escanear y quedarte con mi hoja de vida, si hay alguna posibilidad de que quede seleccionada —dijo Isabella con una expresión de falsa inocencia, inclinándose ligeramente hacia él, lo suficiente para mantener su atención.César la observó detenidamente, desde su cabello hasta la punta de sus zapatos, con una mezcla de admiración y curiosidad en su mirada.—Eso mismo iba a preguntarte —respondió él, relajando los hombros—. Si te parece bien, sacaré una copia para revisarla más tarde. Tendré que analizar algunos detalles, pero te avisaré en unos días si eres aceptada o no.—Por supuesto —contestó Isabella, mientras le extendía nuevamente su hoja de vida—. Y… ¿sería m
Se tomó su tiempo para asegurarse de que no quedara rastro de su presencia. Recorría rápidamente el sistema, eliminando cualquier pista que pudiera delatarla, mientras se mantenía alerta, consciente de la necesidad de irse sin ser vista.Cuando estuvo segura de que había cumplido su tarea, dio una última mirada a los monitores, apagándolos uno por uno. Luego, caminó con cautela por algunos pasillos cercanos, asegurándose de que no quedara grabada en ningún otro lugar. Se movió con sigilo, tan hábil como una sombra, sabiendo exactamente qué hacer para borrar todo lo que podría vincularla a ese lugar.Antes de salir, dio un último vistazo a los dos hombres dormidos y, con una sonrisa satisfactoria, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.Isabella salió de la oficina de César Robles con una calma exterior que ocultaba el ritmo acelerado de su corazón. Cada paso que daba la alejaba más de su objetivo, y aunque parecía tranquila, su mente estaba alerta, calculando sus próx
Cuando llegó a la entrada de la empresa de Víctor Espinoza, una sensación de tensión se apoderó de ella. Esta no era una misión de infiltrarse en la vida personal de alguien, sino de crear una red de espionaje que se conectara perfectamente con lo que ya había hecho en la empresa de César Robles. Sin embargo, no podía permitir que ninguno de los empleados se diera cuenta de que algo no encajaba.Estacionó con cautela en el aparcamiento y salió del vehículo con paso firme, segura de su papel. A medida que se acercaba a la entrada, los ojos de algunos empleados se posaron en ella. La miraban, pero no de la manera en que lo hacían los hombres en la empresa de César. Aquí, la observaban con una mezcla de curiosidad y respeto. "Perfecto," pensó, "esto va a ser más fácil de lo que imaginaba."Dentro, se dirigió al mostrador, donde una secretaria la observó por un momento.—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la mujer, con una sonrisa cortés.Isabella se presentó con una voz suave y tranquila.
—¡Señorita! ¿Está bien? —dijo alarmado, acercándose rápidamente a ella.Isabella, con una mano en la frente como si tratara de calmar su mareo, respondió con voz suave, casi quebrada.—No... no me siento bien. —Hizo una pausa, como si se estuviera desorientando aún más—. No recuerdo... mi nombre... siento que todo da vueltas...El hombre, visiblemente preocupado, se inclinó hacia ella y le preguntó con suavidad.—¿Cómo te llamas? ¿Te ayudo a llevarte al médico?Isabella, fingiendo confusión, murmuró con voz baja, pero clara.—No lo recuerdo... me siento... muy mal... —su rostro mostró una expresión de aflicción, mientras luchaba por mantener su actuación.El hombre, con un gesto de preocupación genuina, la levantó un poco para estabilizarla. Le pasó un brazo por la espalda y la sostuvo con suavidad.—Tranquila, tranquila, señorita. —La sostuvo cerca de él—. Lo siento mucho, es una pena que el alcohol solo esté en la oficina de seguridad, donde están todas las cámaras...Isabella, escu
La conversación dejó una ligera tensión en el aire.Alejandro aún seguía con la duda rondándole la cabeza. La forma en que Héctor había hablado de Isabella, esa frialdad calculada, lo había dejado con una sensación extraña en el pecho. Decidió no presionar más, pero algo en sus instintos le decía que la situación no era tan simple como Héctor la había pintado.—Bueno, si tú lo dices… —murmuró Alejandro, aunque su tono no era del todo convencido.Héctor lo ignoró, volviendo a su escritorio, revisando documentos con una concentración que parecía casi forzada. Alejandro, con las manos en los bolsillos, se acercó a la ventana. Desde allí, podía ver cómo Isabella se alejaba del edificio, ahora con esa peluca roja y ese vestido que la hacía destacar entre la multitud. La imagen de Luciana seguía apareciendo en su mente, como un fantasma que no podía sacudirse.—Es increíble cómo puede cambiar de identidad tan rápido… —murmuró para sí mismo, pero suficientemente alto para que Héctor lo escuc
En ese momento, su teléfono vibró en el bolsillo. Sacó el dispositivo y vio el nombre de Héctor en la pantalla. Alejandro suspiró, indeciso. Era una llamada que debía atender, pero no estaba listo para enfrentar también los problemas con Héctor. Con un gesto resignado, aceptó la llamada.—Alejandro —la voz de Héctor era grave, más de lo habitual—. ¿Cómo te fue con Luciana? ¿Le explicaste todo?Alejandro guardó silencio unos segundos, apoyando la cabeza contra la pared. No podía fingir que todo estaba bien.—No, Héctor. No lo hice —respondió finalmente, su voz cargada de cansancio—. No está bien… nada está bien.Héctor soltó un largo suspiro al otro lado de la línea.—Sabía que esto no iba a salir como planeábamos —murmuró, como si hablara para sí mismo—. ¿Está muy molesta?Alejandro se rió sin humor. Molesta no comenzaba a describirlo.—Está furiosa. Me acusa de dejarla fuera de todo, de tratarla como si fuera una pieza prescindible. Y lo peor es que… tiene razón.—Lo hicimos por su s
—Es posible, y deja de gritar, que pareces un aloca maniática —respondió Isabella, con una frialdad que helaba la sangre—. Y no solo es posible… es real. He sido colocada aquí, cerca de ti, cerca de Alejandro… para ocupar un lugar que, quizás, no puedas mantener por mucho más tiempo.Luciana sintió que sus rodillas flaqueaban, su respiración agitada. Intentó apartarse, pero su espalda chocó contra la pared. Estaba atrapada, sin salida, enfrentando a una mujer que decía ser su doble, su sombra.—¿Quién te envió? —logró preguntar, su voz quebrada por el miedo—. ¿Qué es lo que quieres?Isabella sonrió, una sonrisa vacía, sin emoción.—No es una cuestión de quién me envió —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—. La pregunta es… ¿qué harás tú ahora que sabes la verdad? ¿Ahora que sabes que Alejandro… que todos… podrían preferirme a mí?Luciana sintió una oleada de ira y desesperación crecer dentro de ella. Pero antes de que pudiera responder, Isabella se acercó aún más, hasta quedar