La verdad que nunca imaginaste

—Es posible, y deja de gritar, que pareces un aloca maniática —respondió Isabella, con una frialdad que helaba la sangre—. Y no solo es posible… es real. He sido colocada aquí, cerca de ti, cerca de Alejandro… para ocupar un lugar que, quizás, no puedas mantener por mucho más tiempo.

Luciana sintió que sus rodillas flaqueaban, su respiración agitada. Intentó apartarse, pero su espalda chocó contra la pared. Estaba atrapada, sin salida, enfrentando a una mujer que decía ser su doble, su sombra.

—¿Quién te envió? —logró preguntar, su voz quebrada por el miedo—. ¿Qué es lo que quieres?

Isabella sonrió, una sonrisa vacía, sin emoción.

—No es una cuestión de quién me envió —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—. La pregunta es… ¿qué harás tú ahora que sabes la verdad? ¿Ahora que sabes que Alejandro… que todos… podrían preferirme a mí?

Luciana sintió una oleada de ira y desesperación crecer dentro de ella. Pero antes de que pudiera responder, Isabella se acercó aún más, hasta quedar
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