La conversación dejó una ligera tensión en el aire.Alejandro aún seguía con la duda rondándole la cabeza. La forma en que Héctor había hablado de Isabella, esa frialdad calculada, lo había dejado con una sensación extraña en el pecho. Decidió no presionar más, pero algo en sus instintos le decía que la situación no era tan simple como Héctor la había pintado.—Bueno, si tú lo dices… —murmuró Alejandro, aunque su tono no era del todo convencido.Héctor lo ignoró, volviendo a su escritorio, revisando documentos con una concentración que parecía casi forzada. Alejandro, con las manos en los bolsillos, se acercó a la ventana. Desde allí, podía ver cómo Isabella se alejaba del edificio, ahora con esa peluca roja y ese vestido que la hacía destacar entre la multitud. La imagen de Luciana seguía apareciendo en su mente, como un fantasma que no podía sacudirse.—Es increíble cómo puede cambiar de identidad tan rápido… —murmuró para sí mismo, pero suficientemente alto para que Héctor lo escuc
En ese momento, su teléfono vibró en el bolsillo. Sacó el dispositivo y vio el nombre de Héctor en la pantalla. Alejandro suspiró, indeciso. Era una llamada que debía atender, pero no estaba listo para enfrentar también los problemas con Héctor. Con un gesto resignado, aceptó la llamada.—Alejandro —la voz de Héctor era grave, más de lo habitual—. ¿Cómo te fue con Luciana? ¿Le explicaste todo?Alejandro guardó silencio unos segundos, apoyando la cabeza contra la pared. No podía fingir que todo estaba bien.—No, Héctor. No lo hice —respondió finalmente, su voz cargada de cansancio—. No está bien… nada está bien.Héctor soltó un largo suspiro al otro lado de la línea.—Sabía que esto no iba a salir como planeábamos —murmuró, como si hablara para sí mismo—. ¿Está muy molesta?Alejandro se rió sin humor. Molesta no comenzaba a describirlo.—Está furiosa. Me acusa de dejarla fuera de todo, de tratarla como si fuera una pieza prescindible. Y lo peor es que… tiene razón.—Lo hicimos por su s
—Es posible, y deja de gritar, que pareces un aloca maniática —respondió Isabella, con una frialdad que helaba la sangre—. Y no solo es posible… es real. He sido colocada aquí, cerca de ti, cerca de Alejandro… para ocupar un lugar que, quizás, no puedas mantener por mucho más tiempo.Luciana sintió que sus rodillas flaqueaban, su respiración agitada. Intentó apartarse, pero su espalda chocó contra la pared. Estaba atrapada, sin salida, enfrentando a una mujer que decía ser su doble, su sombra.—¿Quién te envió? —logró preguntar, su voz quebrada por el miedo—. ¿Qué es lo que quieres?Isabella sonrió, una sonrisa vacía, sin emoción.—No es una cuestión de quién me envió —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—. La pregunta es… ¿qué harás tú ahora que sabes la verdad? ¿Ahora que sabes que Alejandro… que todos… podrían preferirme a mí?Luciana sintió una oleada de ira y desesperación crecer dentro de ella. Pero antes de que pudiera responder, Isabella se acercó aún más, hasta quedar
—No... No creo que hubiera podido hacerlo —admitió, bajando la mirada.Isabella se inclinó hacia adelante, su expresión casi comprensiva.—¿Ves? —dijo, con un tono que se acercaba a la dulzura—. Por eso Alejandro y Héctor hicieron lo que hicieron. No es que te subestimen, Luciana, solo intentan protegerte. A su manera, claro. Alejandro te ama, y solo quiere lo mejor para ti. Y Héctor… —sonrió con un destello de complicidad—. Bueno, él también está de tu lado. No deberías ponerte en ese plan, ¿sabes?Luciana sintió que la ira volvía a apoderarse de ella, pero esta vez no estaba segura de hacia dónde dirigirla.—No soy mala, querida —añadió Isabella, poniendo su mano en el hombro de Luciana de forma casi tranquilizadora—. O al menos, tu doble no lo es. Estoy aquí para ayudarte. Vine para hacer lo que tú no podías hacer. No lo tomes como una ofensa, sino como una lección.Luciana apartó la mirada, tratando de procesar todo lo que acababa de ver y escuchar. Aunque odiaba admitirlo, sabía
El silencio volvió a caer sobre ellas. Luciana pudo sentir el peso de la verdad acercándose, como una sombra. Su madre suspiró al otro lado de la línea, y lo que dijo a continuación fue como una daga directa al corazón de Luciana.—Alejandro nunca fue bueno para ti, Luciana. Sabía que te arrastraría a un mundo del que no saldrías bien parada. Y sí, quizás... quizás moví algunos hilos para que te alejaras de él. Para protegerte.Luciana se quedó sin aliento, su pecho se apretó dolorosamente.—¿Mover hilos? —susurró, incrédula—. ¿Qué hilos, mamá? ¡Me engañaste! ¿Le pagaste a alguien para destrozar mi relación?—No fue tan simple, Luciana. —Su madre seguía hablando con esa frialdad—. Hice lo que tenía que hacer. Hablé con personas. Gente que sabía lo que él estaba haciendo. Te estaba destruyendo, y no podía quedarme de brazos cruzados.Luciana se quedó helada, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Su propia madre... manipulando su vida, interfiriendo en su relación con Alejandr
—Gracias por no rendirte conmigo —susurró Luciana, inclinándose hacia él y dejando que sus labios rozaran los de Alejandro en un beso suave, lleno de promesas no dichas.Cuando se separaron, ella lo miró con una pequeña sonrisa, esa chispa de luz que siempre había sido parte de Luciana comenzando a brillar de nuevo.—Entonces… —dijo ella, con un tono juguetón que Alejandro reconocía bien—. ¿Vas a quedarte conmigo esta noche o solo viniste a traerme una rosa?Él sonrió, inclinándose un poco más hacia ella.—No vine solo por la rosa —respondió, sus labios a centímetros de los de ella—. Vine porque no quiero pasar ni una noche más sin ti.Luciana suspiró, un sonido suave y lleno de alivio. Y en ese momento, todo lo que los había separado parecía desvanecerse.—Quédate entonces —murmuró, envolviéndolo en sus brazos—. Esta vez, no quiero que te vayas.Y mientras el reloj avanzaba, las heridas del pasado comenzaron a sanar, con el peso de la oscuridad desvaneciéndose poco a poco en el abraz
Alejandro tomó la caja y miró el collar, pasando los dedos por las perlas brillantes.—Esto parece demasiado controlado, Héctor —dijo Alejandro, con una mezcla de escepticismo y preocupación—. No me gusta la idea de que estemos vigilándola como si fuera una prisionera.—No lo estamos haciendo para controlarla, sino para protegerla —insistió Héctor—. Con todo lo que ha pasado, hay demasiadas amenazas alrededor, y no podemos dejar que se vea envuelta en algo peligroso sin tener un plan de contingencia.Alejandro suspiró, su cabeza dándole vueltas con todas las nuevas piezas que Héctor le estaba presentando. Finalmente asintió, sabiendo que era lo mejor para Luciana, por muy desconfiado que se sintiera de la situación.—¿A qué hora empieza todo esto? —preguntó finalmente, su voz resignada.—Las clases empiezan hoy mismo, de 10 a 12 del mediodía. Así que más vale que Luciana se levante, se duche, se vista y desayune bien. Isabella la estará esperando para llevarla —explicó Héctor, su tono
—Buenos días, querida. —Isabella la saludó con una dulzura artificial—. ¿Lista para el gran día?Luciana sostuvo su mirada con firmeza, sin parpadear.—Siempre lo he estado —respondió, su tono más frío de lo que había planeado.Isabella soltó una risa suave, como si todo esto fuera un juego para ella. Se acercó y tomó el brazo de Luciana, tirando ligeramente de ella hacia la puerta.—Vamos, entonces. Tenemos mucho que hacer, tu desayuno esta en la maleta, come mientras yo manejo.Pero antes de que pudiera avanzar más, Luciana se detuvo y miró a Alejandro una vez más.—Te amo —dijo en un susurro apenas audible, como si esas palabras fueran más para ella que para él.Alejandro asintió, sus ojos brillando con una calidez que hacía eco en su corazón.—Y yo a ti, siempre.Con eso, Luciana se dejó llevar por Isabella hacia el coche que las esperaba. Sabía que este era solo el comienzo, pero algo en su interior le decía que estaba lista. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba rec