—Gracias por no rendirte conmigo —susurró Luciana, inclinándose hacia él y dejando que sus labios rozaran los de Alejandro en un beso suave, lleno de promesas no dichas.Cuando se separaron, ella lo miró con una pequeña sonrisa, esa chispa de luz que siempre había sido parte de Luciana comenzando a brillar de nuevo.—Entonces… —dijo ella, con un tono juguetón que Alejandro reconocía bien—. ¿Vas a quedarte conmigo esta noche o solo viniste a traerme una rosa?Él sonrió, inclinándose un poco más hacia ella.—No vine solo por la rosa —respondió, sus labios a centímetros de los de ella—. Vine porque no quiero pasar ni una noche más sin ti.Luciana suspiró, un sonido suave y lleno de alivio. Y en ese momento, todo lo que los había separado parecía desvanecerse.—Quédate entonces —murmuró, envolviéndolo en sus brazos—. Esta vez, no quiero que te vayas.Y mientras el reloj avanzaba, las heridas del pasado comenzaron a sanar, con el peso de la oscuridad desvaneciéndose poco a poco en el abraz
Alejandro tomó la caja y miró el collar, pasando los dedos por las perlas brillantes.—Esto parece demasiado controlado, Héctor —dijo Alejandro, con una mezcla de escepticismo y preocupación—. No me gusta la idea de que estemos vigilándola como si fuera una prisionera.—No lo estamos haciendo para controlarla, sino para protegerla —insistió Héctor—. Con todo lo que ha pasado, hay demasiadas amenazas alrededor, y no podemos dejar que se vea envuelta en algo peligroso sin tener un plan de contingencia.Alejandro suspiró, su cabeza dándole vueltas con todas las nuevas piezas que Héctor le estaba presentando. Finalmente asintió, sabiendo que era lo mejor para Luciana, por muy desconfiado que se sintiera de la situación.—¿A qué hora empieza todo esto? —preguntó finalmente, su voz resignada.—Las clases empiezan hoy mismo, de 10 a 12 del mediodía. Así que más vale que Luciana se levante, se duche, se vista y desayune bien. Isabella la estará esperando para llevarla —explicó Héctor, su tono
—Buenos días, querida. —Isabella la saludó con una dulzura artificial—. ¿Lista para el gran día?Luciana sostuvo su mirada con firmeza, sin parpadear.—Siempre lo he estado —respondió, su tono más frío de lo que había planeado.Isabella soltó una risa suave, como si todo esto fuera un juego para ella. Se acercó y tomó el brazo de Luciana, tirando ligeramente de ella hacia la puerta.—Vamos, entonces. Tenemos mucho que hacer, tu desayuno esta en la maleta, come mientras yo manejo.Pero antes de que pudiera avanzar más, Luciana se detuvo y miró a Alejandro una vez más.—Te amo —dijo en un susurro apenas audible, como si esas palabras fueran más para ella que para él.Alejandro asintió, sus ojos brillando con una calidez que hacía eco en su corazón.—Y yo a ti, siempre.Con eso, Luciana se dejó llevar por Isabella hacia el coche que las esperaba. Sabía que este era solo el comienzo, pero algo en su interior le decía que estaba lista. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba rec
Luciana no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Se trataba de un juego? ¿De una estrategia que iba más allá de todo lo que había imaginado?Isabela continuó hablando sin detenerse, como si estuviera dando un informe de lo más natural.—Usaremos tecnología para comunicarnos de manera eficiente. Un micrófono oculto y un In-Ear Monitor estarán en funcionamiento, permitiéndonos hablar sin que nadie lo note. Y más importante aún, tú me enseñaras a conectar esa página que creaste para bloquear el sistema de seguridad de la empresa, de manera que nadie más pueda acceder a los secretos de Alejandro. ¿Entiendes? Así podremos proteger todo lo que queremos.Luciana sentía una mezcla de miedo, desesperación y rabia. ¿Todo esto era parte de un juego sucio? ¿Y por qué estaba ella metida en medio de todo esto? No quería ser una pieza en un tablero que no comprendía del todo.Marcela, como si leyera sus pensamientos, agregó:—Sé que esto no es fácil de aceptar, Luciana, pero este es el precio que d
Marcela arqueó una ceja, como si la respuesta de Luciana no tuviera sentido alguno en el contexto de lo que estaba ocurriendo.—¡Por favor! No estamos aquí para hacer turismo —dijo Marcela, señalando la pantalla de la computadora. —Necesitamos ver la cámara que apunta a la oficina de César. Ese es el primer paso.Luciana observó la pantalla de la computadora, y su mirada se detuvo en el video que aparecía frente a ella. Las cámaras estaban bien dispuestas, y en la imagen, César Robles y algunos de sus colaboradores se veían inmersos en una conversación importante. Marcela se acercó al monitor y presionó un par de teclas, aumentando el volumen para que todos pudieran escuchar mejor.—Mira esto, Luciana —dijo Isabela, sus palabras llenas de ironía mientras observaba detenidamente. —Están hablando de "la misteriosa chica" que acaba de llegar a la oficina... la famosa Clara Méndez. ¿Sabes qué significa eso? ¡Que están hablando de mí! Es tan cómico que no puedo evitar reír.Luciana no podí
Luciana se quedó petrificada por un instante, como si el tiempo hubiera dejado de moverse. El hombre que tenía frente a ella no era el mismo que recordaba. Había cambiado. Mucho. Ya no era el joven inexperto que había amado años atrás. Ahora era un hombre adulto, con una presencia imponente, mucho más seguro de sí mismo. Sus ojos, sin embargo, seguían siendo los mismos, aquellos ojos que alguna vez la habían hecho sentir viva.Él no se dio cuenta al principio, pero cuando Luciana se movió para levantarse de la silla, sus caminos se cruzaron. Luciana, con la mirada fija en él, tropezó y cayó hacia el suelo. Un sonido sordo resonó en la habitación, y el hombre reaccionó inmediatamente, extendiendo su mano para ayudarla.—¿Estás bien? —preguntó, y al mirarla fijamente a los ojos, Luciana sintió que el tiempo se detuvo.Los dos se quedaron allí, en silencio, como si todo el mundo hubiera desaparecido alrededor de ellos. Luciana lo miraba fijamente, pero al mismo tiempo evitaba sus ojos, i
El entrenador la sostuvo firmemente y comenzó a hablarle suavemente, como si tratara de mantenerla consciente. Pero Luciana, todavía desorientada, apenas podía escuchar. Su visión se mantenía borrosa, y todo lo que lograba ver era un par de rostros que se inclinaban sobre ella, preocupados.—Necesitamos que despierte, que nos diga si se siente bien —dijo una voz femenina desde algún lugar cercano.Luciana intentó abrir los ojos, pero la luz del salón le resultó abrumadora. Sentía como si su mente estuviera atrapada en un sueño pesado. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Por qué las cosas parecían tan confusas?El entrenador, mirando con preocupación, pidió que le trajeran agua con azúcar mientras aseguraba a los demás que la lesión no parecía ser grave, pero debía ser atendida por alguien más experimentado.—Respira profundo, Clara. Necesitamos que hables, ¿estás bien? —la voz del entrenador era suave, casi como si tratara de calmarla, aunque su tono traía consigo una seriedad palpable.Lucian
—Tranquila, pequeña —susurró Marcela, mientras Isabella, siempre atenta a los detalles, se aseguraba de que nadie las viera mientras salían del edificio.Caminaron por el largo pasillo con pasos silenciosos, asegurándose de evitar cualquier mirada curiosa. Los pasillos eran largos y las luces blancas proyectaban sombras que hacían el ambiente aún más tenso. Isabella miraba a ambos lados, alerta, mientras ajustaba la puerta de salida para que se cerrara sin hacer ruido.Al llegar a la camioneta, Marcela abrió la puerta trasera y con cuidado acomodó a Luciana en el asiento. Su respiración era lenta y profunda, señal de que se había rendido ante el agotamiento. Isabella echó un vistazo rápido alrededor, cerró la puerta trasera y ambas se subieron al vehículo, con un plan en mente.Condujeron hacia la mansión de Alejandro sin intercambiar muchas palabras. Sabían lo delicado de la situación, y aunque ambas dominaban las artimañas del espionaje y la discreción, lo que acababa de suceder con