Luciana se quedó petrificada por un instante, como si el tiempo hubiera dejado de moverse. El hombre que tenía frente a ella no era el mismo que recordaba. Había cambiado. Mucho. Ya no era el joven inexperto que había amado años atrás. Ahora era un hombre adulto, con una presencia imponente, mucho más seguro de sí mismo. Sus ojos, sin embargo, seguían siendo los mismos, aquellos ojos que alguna vez la habían hecho sentir viva.Él no se dio cuenta al principio, pero cuando Luciana se movió para levantarse de la silla, sus caminos se cruzaron. Luciana, con la mirada fija en él, tropezó y cayó hacia el suelo. Un sonido sordo resonó en la habitación, y el hombre reaccionó inmediatamente, extendiendo su mano para ayudarla.—¿Estás bien? —preguntó, y al mirarla fijamente a los ojos, Luciana sintió que el tiempo se detuvo.Los dos se quedaron allí, en silencio, como si todo el mundo hubiera desaparecido alrededor de ellos. Luciana lo miraba fijamente, pero al mismo tiempo evitaba sus ojos, i
El entrenador la sostuvo firmemente y comenzó a hablarle suavemente, como si tratara de mantenerla consciente. Pero Luciana, todavía desorientada, apenas podía escuchar. Su visión se mantenía borrosa, y todo lo que lograba ver era un par de rostros que se inclinaban sobre ella, preocupados.—Necesitamos que despierte, que nos diga si se siente bien —dijo una voz femenina desde algún lugar cercano.Luciana intentó abrir los ojos, pero la luz del salón le resultó abrumadora. Sentía como si su mente estuviera atrapada en un sueño pesado. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Por qué las cosas parecían tan confusas?El entrenador, mirando con preocupación, pidió que le trajeran agua con azúcar mientras aseguraba a los demás que la lesión no parecía ser grave, pero debía ser atendida por alguien más experimentado.—Respira profundo, Clara. Necesitamos que hables, ¿estás bien? —la voz del entrenador era suave, casi como si tratara de calmarla, aunque su tono traía consigo una seriedad palpable.Lucian
—Tranquila, pequeña —susurró Marcela, mientras Isabella, siempre atenta a los detalles, se aseguraba de que nadie las viera mientras salían del edificio.Caminaron por el largo pasillo con pasos silenciosos, asegurándose de evitar cualquier mirada curiosa. Los pasillos eran largos y las luces blancas proyectaban sombras que hacían el ambiente aún más tenso. Isabella miraba a ambos lados, alerta, mientras ajustaba la puerta de salida para que se cerrara sin hacer ruido.Al llegar a la camioneta, Marcela abrió la puerta trasera y con cuidado acomodó a Luciana en el asiento. Su respiración era lenta y profunda, señal de que se había rendido ante el agotamiento. Isabella echó un vistazo rápido alrededor, cerró la puerta trasera y ambas se subieron al vehículo, con un plan en mente.Condujeron hacia la mansión de Alejandro sin intercambiar muchas palabras. Sabían lo delicado de la situación, y aunque ambas dominaban las artimañas del espionaje y la discreción, lo que acababa de suceder con
—Sabía que dirías eso —murmuró, con algo parecido al orgullo brillando en su mirada.De repente, el teléfono de Marcela vibró en su bolsillo. Al sacarlo y revisar la pantalla, su rostro se tensó. Isabella, percibiendo el cambio de humor, se acercó rápidamente.—¿Qué sucede? —preguntó Isabella en un susurro.Marcela mostró la pantalla del teléfono, donde un mensaje encriptado apareció.—César Robles está haciendo movimientos extraños —dijo Marcela, con los ojos fruncidos—. Se están reuniendo ahora mismo, y parece que están planeando algo más grande de lo que pensábamos.Alejandro se enderezó, dejando la mano de Luciana. Su semblante se volvió frío y calculador al instante.—Es hora de actuar entonces —dijo, levantándose del sofá—. No podemos perder más tiempo.Luciana lo miró desde su lugar, sabiendo que su decisión de seguir adelante era ahora más crucial que nunca. Y aunque el miedo intentaba aferrarse a su corazón, lo desterró con una determinación feroz.—Estoy lista —murmuró para
Alejandro tomó asiento, apoyando los codos sobre la mesa y frotándose el rostro con las manos mientras sentía el peso de la conversación. Sabía que este momento llegaría tarde o temprano, pero no esperaba tener que hablar sobre ello tan pronto.Paco fue el primero en romper el silencio.—Alejandro, ¿cómo es eso posible? —preguntó, con el ceño fruncido—. ¿Cómo descubrieron que César y Víctor quieren destruir la empresa? Ellos siempre parecieron aliados.Milena, quien estaba sentada al lado de Paco, también lo miró con preocupación, sus ojos mostrando la duda y la incomodidad que flotaban en el aire.—Sí, Alejandro, necesitamos entender cómo llegaste a esa conclusión. ¿Cómo descubriste que son ellos los que están detrás de todo esto?Alejandro exhaló, apoyándose hacia atrás en su silla. El ambiente en la sala de juntas se había vuelto denso, como si cada palabra que dijera pudiera cambiar el rumbo de las cosas.—Fue Héctor —dijo finalmente, su voz algo apagada, pero clara—. Él me ayudó
La sonrisa de Tamara se amplió, pero esta vez, había algo oscuro en sus ojos, algo que Alejandro no había notado antes. Se acercó más, hasta que pudo sentir su perfume, uno que le recordaba noches que prefería olvidar.—¿Estás seguro de eso, Alejandro? —murmuró, inclinándose un poco hacia él—. Porque no pareces tan seguro.Alejandro retrocedió un paso, su mente buscando desesperadamente una salida. Sabía que, si Tamara había regresado, no era solo por casualidad. Era calculadora, siempre lo había sido. Sabía lo que hacía y por qué lo hacía. Y ahora, su aparición podía poner en riesgo todo lo que estaba construyendo con Luciana.—Mira, Tamara… —su voz era más dura ahora, sus ojos se endurecieron—. No sé qué esperas de esto, pero lo nuestro fue hace años. He seguido adelante, y tú deberías hacer lo mismo.—¿Ah, ¿sí? —respondió Valeria, levantando una ceja—. ¿Con esa chica, Luciana?, no creas que no reviso tu Facebook y redes sociales.El solo hecho de que mencionara su nombre hizo que a
Ella no lo soltó. Su agarre era firme, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y dolor.—Alejandro, por favor, escucha. Si Luciana te deja... o si nadie más te llena, búscame. Yo siempre estaré aquí para ti, esperando con los labios, con mi cuerpo y con toda mi alma. Todavía te amo, ¿sabes? —Su voz temblaba, pero había un tono de súplica disfrazado de promesa—. Me divertí tanto contigo, Alejandro. Nunca lo olvidé.Alejandro la miró directamente a los ojos, su expresión ya no era de confusión sino de una calma fría, casi cortante. Sus palabras salieron claras, firmes, como si hubiera estado preparándolas durante años.—Verónica, lamento mucho lo que pasó entre nosotros. En serio, lo siento... pero para mí, lo que tuvimos fue una distracción más. —La sinceridad de sus palabras golpeó a Verónica como un puñal—. No quiero sonar cruel, pero eras... solo un juguete para mí en esa época. Yo estaba inmaduro, bebía mucho, y el alcohol me nublaba el juicio. Nada de lo que hice o dije en ese
—Estoy bien, cariño. Solo necesitas relajarte, todo va a salir bien. Ahora, por favor, olvídate de lo demás. Solo estamos tú y yo, vino la otra sirvienta dice que se llama rosa.—Si cariño le dije que viniera no es nueva, ya me ha trabajado antes, a ella le dije que nos prepara cena, no imagine que íbamos hacer muchos y que Héctor vendría cenar pero ya esta —dijo Alejandro.—Entiendo cariño dijo Luciana.Alejandro la abrazó, rodeándola con sus brazos, buscando consuelo en ella, mientras el mundo exterior parecía desvanecerse por un momento.Minutos después, la sirvienta Rosa los llamó desde la cocina, anunciando que la cena estaba lista. Alejandro miró a Luciana, quien seguía a su lado, un poco más tranquila después del malestar. Ella le sonrió suavemente, intentando transmitirle paz a pesar de la tensión que aún se sentía en el aire.—Vamos, cariño. Vamos a cenar. —Luciana le dijo con una sonrisa, tomando su mano y levantándose del sofá. Alejandro asintió, pero no pudo evitar que su