Se tomó su tiempo para asegurarse de que no quedara rastro de su presencia. Recorría rápidamente el sistema, eliminando cualquier pista que pudiera delatarla, mientras se mantenía alerta, consciente de la necesidad de irse sin ser vista.Cuando estuvo segura de que había cumplido su tarea, dio una última mirada a los monitores, apagándolos uno por uno. Luego, caminó con cautela por algunos pasillos cercanos, asegurándose de que no quedara grabada en ningún otro lugar. Se movió con sigilo, tan hábil como una sombra, sabiendo exactamente qué hacer para borrar todo lo que podría vincularla a ese lugar.Antes de salir, dio un último vistazo a los dos hombres dormidos y, con una sonrisa satisfactoria, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.Isabella salió de la oficina de César Robles con una calma exterior que ocultaba el ritmo acelerado de su corazón. Cada paso que daba la alejaba más de su objetivo, y aunque parecía tranquila, su mente estaba alerta, calculando sus próx
Cuando llegó a la entrada de la empresa de Víctor Espinoza, una sensación de tensión se apoderó de ella. Esta no era una misión de infiltrarse en la vida personal de alguien, sino de crear una red de espionaje que se conectara perfectamente con lo que ya había hecho en la empresa de César Robles. Sin embargo, no podía permitir que ninguno de los empleados se diera cuenta de que algo no encajaba.Estacionó con cautela en el aparcamiento y salió del vehículo con paso firme, segura de su papel. A medida que se acercaba a la entrada, los ojos de algunos empleados se posaron en ella. La miraban, pero no de la manera en que lo hacían los hombres en la empresa de César. Aquí, la observaban con una mezcla de curiosidad y respeto. "Perfecto," pensó, "esto va a ser más fácil de lo que imaginaba."Dentro, se dirigió al mostrador, donde una secretaria la observó por un momento.—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la mujer, con una sonrisa cortés.Isabella se presentó con una voz suave y tranquila.
—¡Señorita! ¿Está bien? —dijo alarmado, acercándose rápidamente a ella.Isabella, con una mano en la frente como si tratara de calmar su mareo, respondió con voz suave, casi quebrada.—No... no me siento bien. —Hizo una pausa, como si se estuviera desorientando aún más—. No recuerdo... mi nombre... siento que todo da vueltas...El hombre, visiblemente preocupado, se inclinó hacia ella y le preguntó con suavidad.—¿Cómo te llamas? ¿Te ayudo a llevarte al médico?Isabella, fingiendo confusión, murmuró con voz baja, pero clara.—No lo recuerdo... me siento... muy mal... —su rostro mostró una expresión de aflicción, mientras luchaba por mantener su actuación.El hombre, con un gesto de preocupación genuina, la levantó un poco para estabilizarla. Le pasó un brazo por la espalda y la sostuvo con suavidad.—Tranquila, tranquila, señorita. —La sostuvo cerca de él—. Lo siento mucho, es una pena que el alcohol solo esté en la oficina de seguridad, donde están todas las cámaras...Isabella, escu
La conversación dejó una ligera tensión en el aire.Alejandro aún seguía con la duda rondándole la cabeza. La forma en que Héctor había hablado de Isabella, esa frialdad calculada, lo había dejado con una sensación extraña en el pecho. Decidió no presionar más, pero algo en sus instintos le decía que la situación no era tan simple como Héctor la había pintado.—Bueno, si tú lo dices… —murmuró Alejandro, aunque su tono no era del todo convencido.Héctor lo ignoró, volviendo a su escritorio, revisando documentos con una concentración que parecía casi forzada. Alejandro, con las manos en los bolsillos, se acercó a la ventana. Desde allí, podía ver cómo Isabella se alejaba del edificio, ahora con esa peluca roja y ese vestido que la hacía destacar entre la multitud. La imagen de Luciana seguía apareciendo en su mente, como un fantasma que no podía sacudirse.—Es increíble cómo puede cambiar de identidad tan rápido… —murmuró para sí mismo, pero suficientemente alto para que Héctor lo escuc
En ese momento, su teléfono vibró en el bolsillo. Sacó el dispositivo y vio el nombre de Héctor en la pantalla. Alejandro suspiró, indeciso. Era una llamada que debía atender, pero no estaba listo para enfrentar también los problemas con Héctor. Con un gesto resignado, aceptó la llamada.—Alejandro —la voz de Héctor era grave, más de lo habitual—. ¿Cómo te fue con Luciana? ¿Le explicaste todo?Alejandro guardó silencio unos segundos, apoyando la cabeza contra la pared. No podía fingir que todo estaba bien.—No, Héctor. No lo hice —respondió finalmente, su voz cargada de cansancio—. No está bien… nada está bien.Héctor soltó un largo suspiro al otro lado de la línea.—Sabía que esto no iba a salir como planeábamos —murmuró, como si hablara para sí mismo—. ¿Está muy molesta?Alejandro se rió sin humor. Molesta no comenzaba a describirlo.—Está furiosa. Me acusa de dejarla fuera de todo, de tratarla como si fuera una pieza prescindible. Y lo peor es que… tiene razón.—Lo hicimos por su s
—Es posible, y deja de gritar, que pareces un aloca maniática —respondió Isabella, con una frialdad que helaba la sangre—. Y no solo es posible… es real. He sido colocada aquí, cerca de ti, cerca de Alejandro… para ocupar un lugar que, quizás, no puedas mantener por mucho más tiempo.Luciana sintió que sus rodillas flaqueaban, su respiración agitada. Intentó apartarse, pero su espalda chocó contra la pared. Estaba atrapada, sin salida, enfrentando a una mujer que decía ser su doble, su sombra.—¿Quién te envió? —logró preguntar, su voz quebrada por el miedo—. ¿Qué es lo que quieres?Isabella sonrió, una sonrisa vacía, sin emoción.—No es una cuestión de quién me envió —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—. La pregunta es… ¿qué harás tú ahora que sabes la verdad? ¿Ahora que sabes que Alejandro… que todos… podrían preferirme a mí?Luciana sintió una oleada de ira y desesperación crecer dentro de ella. Pero antes de que pudiera responder, Isabella se acercó aún más, hasta quedar
—No... No creo que hubiera podido hacerlo —admitió, bajando la mirada.Isabella se inclinó hacia adelante, su expresión casi comprensiva.—¿Ves? —dijo, con un tono que se acercaba a la dulzura—. Por eso Alejandro y Héctor hicieron lo que hicieron. No es que te subestimen, Luciana, solo intentan protegerte. A su manera, claro. Alejandro te ama, y solo quiere lo mejor para ti. Y Héctor… —sonrió con un destello de complicidad—. Bueno, él también está de tu lado. No deberías ponerte en ese plan, ¿sabes?Luciana sintió que la ira volvía a apoderarse de ella, pero esta vez no estaba segura de hacia dónde dirigirla.—No soy mala, querida —añadió Isabella, poniendo su mano en el hombro de Luciana de forma casi tranquilizadora—. O al menos, tu doble no lo es. Estoy aquí para ayudarte. Vine para hacer lo que tú no podías hacer. No lo tomes como una ofensa, sino como una lección.Luciana apartó la mirada, tratando de procesar todo lo que acababa de ver y escuchar. Aunque odiaba admitirlo, sabía
El silencio volvió a caer sobre ellas. Luciana pudo sentir el peso de la verdad acercándose, como una sombra. Su madre suspiró al otro lado de la línea, y lo que dijo a continuación fue como una daga directa al corazón de Luciana.—Alejandro nunca fue bueno para ti, Luciana. Sabía que te arrastraría a un mundo del que no saldrías bien parada. Y sí, quizás... quizás moví algunos hilos para que te alejaras de él. Para protegerte.Luciana se quedó sin aliento, su pecho se apretó dolorosamente.—¿Mover hilos? —susurró, incrédula—. ¿Qué hilos, mamá? ¡Me engañaste! ¿Le pagaste a alguien para destrozar mi relación?—No fue tan simple, Luciana. —Su madre seguía hablando con esa frialdad—. Hice lo que tenía que hacer. Hablé con personas. Gente que sabía lo que él estaba haciendo. Te estaba destruyendo, y no podía quedarme de brazos cruzados.Luciana se quedó helada, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Su propia madre... manipulando su vida, interfiriendo en su relación con Alejandr