— ¿Y qué pasó con las rosas?
— ¿Dónde están Amor y Celos ahora? ¿Por qué los hombres ya no se aman como antes?
En el interior de una casilla fusionada con la naturaleza, a orillas de la gran ciudad, se encontraban un par de pequeños sentados alrededor de la chimenea, con la vista fija en su abuela que sonreía al ver el interés que la historia les creaba. Era la milésima vez que se las contaba... y parecía nunca cansarles.
— Las rosas dejaron de tener espinas por el tiempo en que las personas se amaron sin miedos ni límites. Pero ahora que las cosas cambiaron de nuevo, sólo crecen en los pocos lugares donde el amor sigue siendo la primera prioridad en el alma de las personas. Si la semilla de odio que plantó Control en el centro del espíritu humano no hubiese sobrevivido, el orden que restauró Amor no hubiera sido en vano
En un principio, el amor era perfecto y puro. No estaba corrupto y era universal. No distinguía ni edad ni género ni color y vivía en completa libertad entre los seres de los distintos mundos del universo. Antes, para Amor no existía diferencia del cariño que había entre hombre y mujer; hombre y hombre o mujer y mujer. Era libre. Era la armonía absoluta. Pero ya desde antes estaba escrito que las cosas hermosas cargarían a sus espaldas enemigos poderosos que los condenarían a la injusticia y a la destrucción. Una guerra eterna entre la luz y la oscuridad. Siguiendo tal regla, sus hermanos, Control y Celos, se aliaron a Sufrimiento y a Dolor que desde años atrás jugaban cruelmente con Amor, causándole pequeñas heridas superficiales. Su alianza dio frutos demasiado rápido, sin que nadie se lo esperara. Una tarde, siguieron a Amor en uno de sus acostumbrados paseos por uno de los tantos mundos del basto Universo: la Tierra. Ahí, la vida apenas da
— ¡Vuelve acá! —un par de voces rompieron el silencio de la noche.Una sombra cruzaba la ciudad a toda velocidad, huyendo de sus captores; corriendo a ciegas sin volver la vista atrás. Su corazón albergaba demasiado miedo como para verlos, y era el mismo miedo el que lo impulsaba a seguir corriendo mientras susurraba a su oído en forma desesperada: "¡corre, huye y no te detengas! ¡Salva tu vida!"Cinco años de encierro y por fin pudo escapar aprovechando que su verdugo, borracho como siempre, había olvidado cerrar la puerta y le daba la espalda.Su cuerpo quizá podría tolerar el doble de aquel martirio, pero su alma ya agonizaba y no estaba dispuesto, a su corta edad, a morir de aquella forma, tal y como lo había hecho el pequeño cardenal que pasó sus últimos días tras los barrotes de la jaula que colgaba en la sucia cocineta, cerca d
Leonard Miller, padre del chiquillo con rastas que llevaba por nombre Matías, pertenecía a las Fuerzas Armadas de Rusia. Era conocido por su pasado militar y su siempre gesto duro que le hacían acreedor al temor de la mayoría de las personas, menos de sus bien conocidos. En sus primeros años de vida, siempre tuvo como prioridad el preservar el legado de generaciones anteriores: no importaba el precio, tenía que ser un excelente militar como lo habían sido su padre, su abuelo y su bisabuelo. La educación que llevó era altamente estricta en todos sentidos y sus valores eran inquebrantables... hasta que conoció a Ekaterina Petrov.Ekaterina era una mujer hermosa: de cabello rubio cenizo y piel pálida, ojos grises y labios tan rojos como el carmín; completamente diferente a Leonard. Conservaba esa inocencia que la mayoría de las personas pierden al crecer y mantenía la frescura magn&
Todas las pesadillas que hasta ese momento le habían atormentado desaparecieron con las palabras de Matías. Palabras que creía jamás volver a escuchar.Al despertar, Mat ya no estaba ahí. Se levantó despacio y tomó la misma ropa que antes le había prestado para vestirse, quedándose sentado en el borde de la cama con la mirada sobre la fotografía que descansaba en el escritorio. Mat se veía tan feliz al lado de sus padres... y aun faltando su madre ahora, parecía feliz.Tenía suerte de tener a su padre con él, aunque no estuvieran siempre juntos. Vlad ya casi no recordaba al suyo... y el recordar el último día que pasó a su lado le dolía demasiado.— Buen día —saludó Matías desde la puerta, escupiendo migajas de pan al hablar. Se veía gracioso, así que no pudo evitar reír un poco a mane
Desde el día de su promesa no había momento en que no estuvieran juntos: si tenían que salir, Mat no lo hacía si Vlad no los acompañaba y en todo el camino no se alejaban mucho el uno del otro, como si temieran perderse en un descuido. Incluso dormían juntos en la misma cama, abrazados como si temieran perderse durante el sueño, lo que fortalecía cada vez más el lazo invisible que los unía.No actuaban como hermanos. Mejor dicho, actuaban como uno mismo. Cada uno era completamente diferente, pero se complementaban: el de rastas era fuerte, alegre y entusiasta, mientras el pequeño pelinegro era callado, tímido, delicado, frágil... Y con gustos totalmente opuestos.Leonard había sido transferido a una ciudad diferente y, dado que no podía alejar a su hijo de la nueva vida que ahora tenía y a la que parecía adaptarse por fin del todo, decidió dejar
Los días pasaban entre juegos y visitas de Albert e Ihan y entre arreglos en la habitación vacía que por tantos meses había servido de bodega para las cajas repletas de juguetes, ropa vieja, revistas y libros ya gastados, para que sirviera como dormitorio de Vlad.En la pieza de Mat, donde pasaban la mayor parte del tiempo, se perdían en las historias que el pequeño de rastas seguía inventando y entre los juegos que poco a poco iban tomando orden en la mente del moreno en un intento de distraerse y no darle importancia a la idea de que, en adelante, dormirían separados.— ¡Chicos, vengan a ayudarme con las cosas! —Aaron acababa de hacer las compras y cargaba con varias bolsas. No era que necesitara ayuda, bien podría hacerse cargo de acomodar todo él mismo, pero tenía algo que obsequiarles y necesitaba darles una excusa para hacerlos salir del cuarto.Ambos corrieron h
Llegaron antes que los demás. Aaron se tiró al sofá a ver tele como siempre hacíapor las tardes, mientras su sobrino desaparecía en el jardín.Se acercó a los rosales, sentándose en el suelo y jugando con las hojas; repitiéndose las palabras que su tío y ese tal André le habían dicho hacía rato. Preguntándose qué se sentiría estar enamorado de verdad y si lo que sentía al estar cerca de Vlad se podía comparar con eso.Se dejó caer sobre el pasto con los brazos extendidos viendo las nubes pasar, y suspiró justo cuando su padre le tapó la vista.— Hacía mucho que ya no salías solo al jardín.— Me gusta estar cerca de las rosas. Siento como si mamá todavía estuviera con nosotros —sonrió—. Creí que te habían mandado a otro lugar.
Nuevo día, nuevo ciclo escolar.Sophie despertó mucho antes que Aaron, quien aún dormía plácidamente envuelto entre las mantas. Trató de despertarlo pero solamente logró que se diera la vuelta y pidiera "otros cinco minutos", cual niño pequeño, lo que la hizo reír tiernamente antes de levantarse tras dejar un beso sobre su frente.Ese era un aspecto que la enamoraba: él, su amado novio, mantenía el espíritu inquieto, travieso y alegre de un niño. Y, en ocasiones, sacaba a relucir ese lado inocente que mantenía oculto la mayor parte del tiempo.Después de una ducha rápida y tras tocar a las puertas de las habitaciones de los chicos, se dirigió a la cocina sin esperar respuestas; pasando por la sala donde se detuvo al verlos dormidos, abrazados en el suelo. Se quedó recargada en el muro, viéndolos con ternura.Se acerc&