Desde el día de su promesa no había momento en que no estuvieran juntos: si tenían que salir, Mat no lo hacía si Vlad no los acompañaba y en todo el camino no se alejaban mucho el uno del otro, como si temieran perderse en un descuido. Incluso dormían juntos en la misma cama, abrazados como si temieran perderse durante el sueño, lo que fortalecía cada vez más el lazo invisible que los unía.
No actuaban como hermanos. Mejor dicho, actuaban como uno mismo. Cada uno era completamente diferente, pero se complementaban: el de rastas era fuerte, alegre y entusiasta, mientras el pequeño pelinegro era callado, tímido, delicado, frágil... Y con gustos totalmente opuestos.
Leonard había sido transferido a una ciudad diferente y, dado que no podía alejar a su hijo de la nueva vida que ahora tenía y a la que parecía adaptarse por fin del todo, decidió dejarlo bajo el cuidado de su hermana con la promesa que los visitaría siempre que tuviera tiempo.
A diferencia de los años pasados en los que constantemente tenía que cambiar de casa por lo menos dos veces al año o alejarse de su padre, ésta vez Matías no se puso triste. Claro, ahora con su nuevo compañero no había razón para hacerlo, y eso tanto su padre como su tía lo agradecían enormemente.
Vlad no solamente se estaba ganando el cariño del chico, sino también de Sophie. A pesar de ser un niño reservado e incluso temeroso, era un completo amor. Era dulce y mostraba su agradecimiento a su manera. Sería, pensaba ella, una lástima que lo alejaran de la que ya consideraba como su nueva familia... pero si no se hacía algo al respecto eso no tardaría en ser una realidad.
Pasaban el día en el parque o en el jardín trasero, perdiéndose entre las plantas o tirados en el césped, mirando las nubes pasar, mientras el mayor inventaba historias fantásticas para entretenerlo.
— ¿Sabes alguna que tenga que ver con las rosas?
Torció los labios un momento, pensando; indagando en su creatividad para inventar una, pero nada. No estaba muy relacionado con las flores más que con los rosales que había plantado su madre.
— No. No sé nada de las rosas... solamente que tienes que tener cuidado con sus espinas.
— Me gustaría saber por qué las tienen.
— Dijiste que las tenían para que no las lastimaran.
— Quiero decir, que quisiera saber a qué le tienen miedo de verdad... y si siempre las han tenido. —murmuró lo último, como si se apenara de tan disparatada duda.
— Puede ser que tengan miedo a ser arrancadas.
— ¿Entonces por qué los tulipanes y las gladiolas no tienen? ¿No todas las flores tienen miedo a que las arranquen?
Matías se encogió de hombros, regresando la mirada al cielo sin saber qué responder.
— No sé. Tal vez.
— Deberían. Si las arrancan, mueren más pronto.
— ¿Entonces a qué crees que las rosas le tengan miedo?
— Eso es lo que me gustaría saber.
Se dio vuelta, quedando acostado sobre su vientre, y volvió a mirarlo.
— ¿Por qué te interesan tanto?
— Son mis flores favoritas.
— Bueno, si algún día lo descubro, te lo diré. —le sonrió tiernamente, recibiendo una sonrisa dulce de vuelta.
— ¡Chicos! —la voz de Sophie los llamó desde dentro— ¡Vamos a salir! —no esperaron que les dijera más. Se pusieron de pie y se apresuraron a entrar, tomados de la mano como siempre.
Los días que Vlad había pasado dentro de la familia Miller habían sido los mejores de su vida desde la muerte de su padre. Estaba realmente agradecido con todos, sobre todo con Sophie, ya que siendo trabajadora social facilitaba su estancia con ellos tras llegar a un acuerdo con el Estado en donde le habían propuesto que a cambio de darle una educación y una vida digna por lo menos hasta que apareciera alguna pareja dispuesto a adoptarlo, podría retenerlo algún tiempo, aunque el acuerdo no era suficiente para ella, pues lejos de pensar en que el día en que se separaran tendría que llegar tarde o temprano, se dedicaba a esperar que el departamento pudiera darse cuenta que estaba bien con ellos y le permitieran quedarse con él.
Caminaron hasta una tienda departamental, para comprar un poco de ropa al pequeño ya que, aunque la de Mat le quedaba "bien," no era de su talla y batallaba un poco con algunos de los pantalones para mantenerlos en su lugar. Sophie dejó que ellos se perdieran entre los pasillos, escogiendo la ropa, mientras les esperaba en el mostrador, perdiendo la mirada en uno de los muchos catálogos que tenían para pasar el tiempo.
Playeras de manga larga, sudaderas, pantalones... todo lo que no dejara ver gran parte de su cuerpo para que no se dieran cuenta de las cicatrices que hasta ahora solamente le había permitido ver a Matías.
— ¿Qué tal ésta? —le mostró una camisa sin mangas, algunas tallas más grandes.
— No quiero que vean mis brazos. —respondió viéndola de reojo.
— Ah, cierto —torció levemente los labios, dejándola en su lugar—. ¿No le has dicho a Sophie de las cicatrices?
Negó, perdiéndose de nuevo entre la ropa.
— Creí que tú le dirías.
— Se me ha olvidado —llevó la mano a su nuca, sonriendo de lado—. Además, dices que no duelen, ¿cierto?
Asintió, terminando de escoger la ropa que llevaría.
— Mientras no me duelan, no importa. Sólo no quiero que las vean. No me gustaría que se dieran cuenta.
Antes de que diera vuelta y se adelantara al mostrador, el de rastas le detuvo del brazo, viéndole serio.
— ¿Algún día me dirás todo lo que te hicieron?
— No importa ya.
— Me gustaría saber...
— No quiero recordar —apretó levemente los labios, obligándose a mantener los recuerdos de aquel encierro en lo más profundo de su mente—. Pero si puedo recordarlo después sin que me sienta mal, te lo diré. Promesa. —giró a verle, sonriendo levemente.
En seguida le soltó, resignado, caminando con él hasta donde Sophie. Pagaron y regresaron a casa, perdiéndose en juegos donde los tres participaban, cual familia.
Llegaron a casa y se apresuraron a la sala. Al pasar por la cocina, se entretuvieron en una persona que estaba de espaldas, revolviendo las cosas de la alacena y maldiciendo entre dientes a Leonard. Al escucharlo, Mat sonrió ampliamente y se apresuró a acercarse, para tomarlo por sorpresa, mientras su tía les veía recargada en el muro, dejando que Vladimir se ocultara tras ella.
— Por aquí deben estar... El idiota de Leonard no pudo haberlas tirado todas.
— Sabes que a mi hermano no le gusta que ocultes tu licor en su casa, Aaron. —Sophie se adelantó a llamar su atención, antes de que el pequeño de rastas le brincara encima.
Aaron se giró de inmediato, encontrándose con ella riendo leve y su sobrino colgándosele del cuello. Su sonrisa se amplió, cargándolo para dar vueltas con él. Se acercó despacio, zigzagueando hasta Sophie; le besó en la comisura y enseguida desvió la mirada al pelinegro que le veía curioso.
— ¿Y quién es él? —preguntó señalándolo— ¿Por fin se te cumplió el tener un hermano, Mat?
Asintió, riendo leve.
— Se llama Vladimir.
— Hola, Vlad. —alargó el brazo para saludarle, pero se alejaba.
— Está bien. Es Aaron, Vlad.
— Tío Aaron, jovencito. —a diferencia de Sophie, le encantaba ese título. Le era agradable, sobre todo viniendo de tan simpático chico digno hijo de su hermana difunta.
Vlad estuvo viéndole un rato más y, al sentirse seguro ante las risas de Mat, dejó verse e incluso dejó que le cargara de igual manera para unirse a los juegos donde antes solamente participaba el pequeño de rastas.
Les cargaba y tiraba en el sofá, simulando una batalla con los almohadones, terminando poco después debajo de ambos, como víctima, ante sus risas divertidas hasta que Sophie les llamó la atención, riendo al igual que ellos al ver tal escena.
— Bueno, bueno, ya. Vayan a jugar afuera.
— Ya escucharon: vamos afuera.
— No, no, no. Tú vienes conmigo —le apartó tirándole del brazo, llevándolo hasta su habitación—. Tenemos que hablar de algo.
Matías les vio alejarse y se giró a su compañero, haciendo lo mismo hasta llevarlo a su pieza.
— Tu tío es agradable. —casi murmuró el moreno, dibujando una tímida sonrisa.
— Bastante —rió leve, cerrando la puerta—. Creo que tú también le agradas. Eres al primero que carga aparte de mí. Con los demás nunca ha jugado así. —revolvió las cosas del clóset, sacando de entre ellas un pequeño baúl de madera. Le tomó de la mano y se sentó frente a él en el suelo, abriéndolo.
Sacó del interior un dije plateado, adornado con la imagen de una rosa azul al frente y, tras observarlo con cuidado un momento, se lo entregó, dibujando una sonrisa en sus labios mientras él lo tomaba con cuidado, clavando la mirada en aquel precioso objeto.
Del otro lado de la casa, en la habitación de Sophie, Aaron se dejaba caer sobre la cama, dejando que ella lo tomara de la mano al tiempo que se sentaba a su lado.
Los dos mantenían una relación sentimental desde pocos días antes que la madre de Matías falleciera. Era cierto que se veían pocas veces pero cuando lo hacían, aprovechaban el tiempo lo mejor que podían.
Dos años de relación y se mantenía firme a pesar de todas las cosas que habían tratado de separarlos. La distancia y Leonard, por ejemplo.
— ¿Te quedarás más tiempo ésta vez?
— Ajám —respondió tirando ligeramente de su brazo para hacerla caer sobre su pecho. Ella rió leve, acomodándose y haciéndole que le rodeara con ambos brazos—. Hablé con tu hermano y...
— Oh, no. No me digas que se han peleado de nuevo...
— No.
— ¿Entonces?
— No vas a creerlo —sonrió aferrándola a él—. Me permitió mudarme.
— ¿Es en serio? —alzó la mirada, viéndole sorprendida.
— Así es —dejó un dulce beso sobre su frente—. Dice que es mejor tener un hombre en casa que pueda cuidar de su hijo y su hermana. Y como no conoce a nadie más...
— Entonces, prácticamente estaremos viviendo juntos...
— Sí. Como recién casados. —dejó escapar una risilla burlona, haciéndole que sonriera junto con él.
Una idea cruzó la mente de ella como una estrella fugaz. Ahora estaban juntos, podrían probar que vivían juntos; podrían probar que su relación era sólida y podrían sortear las dificultades que se podrían avecinar. ¿Entonces, por qué no...?
— También te estás comprometiendo a cuidar de Vlad.
— Oh, cierto. El nuevo pequeño de la casa.
— ¿Qué piensas de él?
— Es simpático. ¿Es el niño de quien me hablaste por teléfono?
Asintió, dibujando garabatos sobre su pecho mientras se armaba de valor para plantearle lo que a prisa había cruzado su mente.
Ella trabajaba atendiendo solicitudes de adopción en el edificio de servicios sociales del centro y desde hacía unos días había dado aviso a las autoridades del caso de Vladimir. Dado que el chico era huérfano, pasaron su caso de inmediato a su jurisdicción. Trataron de convencerla de llevarlo a alguna de las casas hogar, pero dado que se habían encariñado demasiado, además de haber demostrado que podría hacerse cargo de él, le permitieron cuidarle en el tiempo que pudieran buscarle una familia.
Ahora podría darse oportunidad de mantenerlo a su lado con seguridad.
— Matías se ha vuelto muy cercano a él...
— Sí. Me di cuenta en cuanto afirmó que era "su hermano."
—¿Recuerdas que ya habíamos hablado antes de tener familia?
— Espera, ¿en qué estás pensando?
— Bueno, podemos comprobar que vivimos juntos y que podríamos salir adelante.
— No esperas que...
— Olvídalo. Solamente fue algo que cruzó mi mente.
Aaron le vio con ternura. No era secreto su deseo de ser madre, ya una que otra vez habían hablado del tema e, incluso, lo habían intentado, y al escuchar del médico que les iba a ser imposible concebir, no perdían la esperanza de formar una familia... y la adopción era una opción muy viable.
Acarició su cabello y perdió la vista en el muro de enfrente, sumiéndose en el silencio al lado de ella.
En la pieza del chico mayor, ambos se recostaban en el suelo, con la vista perdida en el techo y sus dedos rozándose entre sí. El dije, que antes había pertenecido a la madre del pequeño de rastas, ahora colgaba del cuello de Vlad.
Había sido un regalo de su madre a pocas horas antes de que le arrebataran la vida. Le había hecho prometer que se lo daría a la persona que se volviera especial para él y de quien estuviera seguro que estaría a su lado para siempre.
Nunca dijo que tenía que ser una chica la nueva dueña.
El poco tiempo que tenía de conocerlo le era suficiente para saber que él era el indicado. Se sentía demasiado cercano y le tenía confianza plena, como si lo conociera de tiempo atrás, aunque estaba seguro que no era así.
Platicaron horas de esto y aquello; de las cosas del colegio, los amigos que haría ahí y las tareas que le arruinarían las tardes; las vacaciones y los viajes que podrían hacer a la playa o al bosque... pláticas que se alargaron hasta el anochecer.
Se acurrucaron el uno contra el otro, abrazados; perdiéndose en un mismo sueño.
Antes de dormir, Aaron se acercó al oído de su querida novia y, susurrando unas palabras, sonrió amplia y dulcemente, dejando un beso en su frente. Al instante, ella le abrazó por el cuello, sumamente feliz, besando sus labios.
Pasaron la noche compartiendo el sueño tranquilo de los pequeños, invadidos por un sentimiento de felicidad enorme. Todos, bajo la mirada de una dama invisible que se ocultaba en medio de la oscuridad de la vivienda, quien les velaba dibujando una sonrisa amplia y les guardaba bajo su manto protector.
Los días pasaban entre juegos y visitas de Albert e Ihan y entre arreglos en la habitación vacía que por tantos meses había servido de bodega para las cajas repletas de juguetes, ropa vieja, revistas y libros ya gastados, para que sirviera como dormitorio de Vlad.En la pieza de Mat, donde pasaban la mayor parte del tiempo, se perdían en las historias que el pequeño de rastas seguía inventando y entre los juegos que poco a poco iban tomando orden en la mente del moreno en un intento de distraerse y no darle importancia a la idea de que, en adelante, dormirían separados.— ¡Chicos, vengan a ayudarme con las cosas! —Aaron acababa de hacer las compras y cargaba con varias bolsas. No era que necesitara ayuda, bien podría hacerse cargo de acomodar todo él mismo, pero tenía algo que obsequiarles y necesitaba darles una excusa para hacerlos salir del cuarto.Ambos corrieron h
Llegaron antes que los demás. Aaron se tiró al sofá a ver tele como siempre hacíapor las tardes, mientras su sobrino desaparecía en el jardín.Se acercó a los rosales, sentándose en el suelo y jugando con las hojas; repitiéndose las palabras que su tío y ese tal André le habían dicho hacía rato. Preguntándose qué se sentiría estar enamorado de verdad y si lo que sentía al estar cerca de Vlad se podía comparar con eso.Se dejó caer sobre el pasto con los brazos extendidos viendo las nubes pasar, y suspiró justo cuando su padre le tapó la vista.— Hacía mucho que ya no salías solo al jardín.— Me gusta estar cerca de las rosas. Siento como si mamá todavía estuviera con nosotros —sonrió—. Creí que te habían mandado a otro lugar.
Nuevo día, nuevo ciclo escolar.Sophie despertó mucho antes que Aaron, quien aún dormía plácidamente envuelto entre las mantas. Trató de despertarlo pero solamente logró que se diera la vuelta y pidiera "otros cinco minutos", cual niño pequeño, lo que la hizo reír tiernamente antes de levantarse tras dejar un beso sobre su frente.Ese era un aspecto que la enamoraba: él, su amado novio, mantenía el espíritu inquieto, travieso y alegre de un niño. Y, en ocasiones, sacaba a relucir ese lado inocente que mantenía oculto la mayor parte del tiempo.Después de una ducha rápida y tras tocar a las puertas de las habitaciones de los chicos, se dirigió a la cocina sin esperar respuestas; pasando por la sala donde se detuvo al verlos dormidos, abrazados en el suelo. Se quedó recargada en el muro, viéndolos con ternura.Se acerc&
— ¡Matías Miller! —la señorita Rizzo le recriminó, gritándole indignada. De todos los años que llevaba de conocerlo a él y a su familia, nunca le había visto enfadado ni que insultara a alguien. Normalmente, él era uno de los alumnos más tranquilos y no solía insultar a alguien aun cuando le diera razones para hacerlo. Vlad se sobresaltó ligeramente al escucharla levantar la voz; Mat volteó a verla, relajando su gesto poco a poco, disculpándose— Y usted, joven Almeida, si no quiere pasar su primer día de clases en la dirección, será mejor que se mantenga callado —se giró a Vlad, quien mantenía la cabeza baja—. Perdona la mala bienvenida, pequeño. Espero que te acoples bien al grupo. Mat —le vio más tranquila, invitándolos a pasar a sus lugares—, espero que cuides bien de él.El
Los días pasaban sin mucha novedad: las compañeras de su curso prestaban muchísima atención al pequeño moreno quien, aún tímido y un poco temeroso, apenas si les devolvía las sonrisas que le dedicaban, mientras los chicos le creaban rumores y se encargaban de regar la noticia de que no era más que un huérfano a quien, por lástima, la familia Miller había adoptado. Tal vez aquellos rumores no hubiesen afectado en nada, pero los niños suelen ser demasiado crueles a veces y cuando se ensañan con alguien crean mentiras y rumores que empiezan siendo como bromas crueles y hieren mucho más de lo esperado.Matías hacía de todo para que aquellas palabras y los sobrenombres con los que empezaban a etiquetarlo no llegaran a sus oídos: distraerlo o cambiar de tema cuando alguno tocaba el tema. Y si hubiese podido, él mismo hubiera utilizado sus manos para i
No tuvieron que pedirle permiso a René para que aquellos dos extraños entraran. Parecían buenos chicos a pesar del extravagante estilo que ahora ostentaba Andrew con su cabello teñido de rojo en las puntas.Ambos caminaron detrás de los pequeños, sonriendo al verlos entrelazar sus manos de manera adorable, como si temieran perderse en el corto trayecto de regreso al estudio.— Creí que habían llegado por ustedes —Aymé terminaba de alistar el escritorio con todos esos apuntes que su padre había preparado desde vacaciones para que pudiera utilizarlos durante sus tareas—. ¿Quiénes son ellos?— Oh, permíteme presentarnos. Mi nombre es Andrew, pero puedes llamarme "Sueño." Y él es...— André —se inclinó a manera de reverencia, tomando su pequeña mano para besar el dorso como si se tratara de alguna pr
André cerró el libro de golpe y le vio asombrado.— ¿Dónde has escuchado eso, pequeño?— Es lo que yo creo. —sonrió amplio, desviando unos segundos la mirada a Matías, quien se sonrojó ligeramente.Los mayores cruzaron miradas sonriendo de forma cómplice sin que Aymé entendiera todo ese silencio y el juego de las miradas misteriosas en el que ella no tenía lugar.El rubio se le acercó, entregándole el libro e inclinándose sobre su hombro.— No dejes que nadie te quite el gusto por saber las historias de los antiguos, preciosa. —besó su mejilla y apuró a su compañero para que se levantara y se fueran, alegando que tenían pendientes que atender.Tras despedirse y prometer que volverían a verlos, salieron de la casa sonriendo e imaginando que probablemente el orden del mundo estar&iac
Había seguido los consejos de Aymé: un peluche que acababa de comprar con sus ahorros en una tienda a unas calles de casa era toda la compañía que tenía ahora, esperando impaciente el regreso de Vlad.Las horas pasaban y él aún no regresaba del médico, lo que le daba tiempo para pensar en la manera de decirle las cosas de una manera en que pudiera entenderlas.Veía el reloj y después el peluche; regresaba la mirada al reloj y después a la reciente foto que les habían tomado a ambos en el parque, donde él le sonreía mientras lo rodeaba con un brazo. Se preguntaba una y otra vez si estaba bien lo que estaba por hacer y si le gustaría el panda que le acababa de comprar; si se pondría tan nervioso como él se encontraba en ese momento y si le respondería lo que imaginaba.De pronto, un par de voces le regresó a la realidad; su coraz&oac