Los días pasaban entre juegos y visitas de Albert e Ihan y entre arreglos en la habitación vacía que por tantos meses había servido de bodega para las cajas repletas de juguetes, ropa vieja, revistas y libros ya gastados, para que sirviera como dormitorio de Vlad.
En la pieza de Mat, donde pasaban la mayor parte del tiempo, se perdían en las historias que el pequeño de rastas seguía inventando y entre los juegos que poco a poco iban tomando orden en la mente del moreno en un intento de distraerse y no darle importancia a la idea de que, en adelante, dormirían separados.
— ¡Chicos, vengan a ayudarme con las cosas! —Aaron acababa de hacer las compras y cargaba con varias bolsas. No era que necesitara ayuda, bien podría hacerse cargo de acomodar todo él mismo, pero tenía algo que obsequiarles y necesitaba darles una excusa para hacerlos salir del cuarto.
Ambos corrieron hasta la sala; le saludaron y, tras colgársele en la espalda y de los brazos, ayudaron a acomodar algunas de las cosas. Antes de abalanzarse sobre él de nuevo y empezar una de sus tantas peleas, les detuvo cubriéndose con un par de bolsas y una mochila.
— ¿Qué es eso? —preguntó su sobrino con mirada curiosa.
— Son regalos para Vlad —respondió sin borrar su sonrisa, entregándoselos—. Son útiles para la escuela y una sorpresa.
— ¿Y a mí no me trajiste nada? Yo también necesito cosas. —reprochó con un puchero.
— Buen intento, pero tus libros, libretas y la mochila todavía sirven. Los acabo de ver y están en perfectas condiciones.
— Pero necesito colores.
— ¡No hace más de un par de semanas que te compré unos! —reclamó Sophie, gritando desde el pasillo por donde arrastraba las últimas cosas que faltaban sacar de la habitación.
— ¡Pues se me terminaron!
— Los perdiste, que es diferente —rió su tío, tomando la bolsa que le quedaba para dársela—. Toma. No son colores, pero sé que igual te gustará.
Echó un vistazo y al ver la caja, sonrió emocionado. Volteó a ver de manera cómplice a su compañero y ambos corrieron de vuelta a la pieza, ante la sonrisa de Aaron. Se sentaron en el suelo, sacando las cosas de las bolsas y dejando que los lápices, los bolígrafos y los colores se esparcieran a su alrededor, rodando. Antes de que las cosas escaparan hasta debajo de los muebles, se apresuraron a tomarlos y guardarlos dentro de la mochila.
Sería la primera vez que el pequeño Vlad asistiera a una escuela y sentía un nerviosismo especial. Se imaginaba que, tal vez, todos sus compañeros serían igual de agradables que Matías, así que no debería ser difícil hacer amigos.
— Ya verás —dijo sacando su regalo y la sorpresa que Aaron había incluido entre los útiles: un par de aviones a escala—: hay algunos tontos que se creen la gran cosa, pero muchos son simpáticos. ¡Mira! Si no fuera porque tienen colores diferentes, serían iguales. —examinó con cuidado ambos juguetes, viendo detenidamente esas líneas transversales bicolor que los atravesaban desde la cola hasta la punta.
— No son iguales: el tuyo es un Global Express y el mío es un Dassault Falcon.
— ¿Cómo sabes de aviones?
— No sé nada de aviones —contestó, riendo leve—. Los modelos están escritos en la caja.
— Para mí son los mismos. —repuso entregándole el que le pertenecía y salieron al jardín, moviéndolos de un lado a otro, simulando un vuelo turbulento.
En la habitación al fondo del pasillo, Aaron y Sophie se apresuraban a arreglarla. Tomaron algunos de los muebles que se encontraban olvidados en el estudio y el garaje; desmontaron la litera que hasta ahora habían compartido los chiquillos para llevar una de las camas a la nueva pieza y dieron los últimos toques acomodando algunos juguetes que acababan de comprar un par de días atrás.
Tras unas horas de estar moviendo las cosas, y después de quedar conformes, les llamaron, un poco después del anochecer. Ambos entraron sonrientes, Mat con las ropas manchadas de lodo al haber estado jugando entre las jardineras del patio y Vlad sólo con algunas pequeñas salpicaduras de fango en la ropa.
— Vamos. Primero hay que ducharse y después a dormir.
Ambos cruzaron miradas entre sí.
— Pero son apenas las diez. —reclamó su sobrino arrugando la frente.
— Pero —interfirió su tío dibujando una sonrisa—, mañana Vlad tiene que salir con Sophie.
— Pero... pero...
— Y tú —le señaló—, tienes que acompañarme a traer algunas cosas del taller.
— Pero...
— Nada de peros. Anda, a bañar.
De mala gana se dio vuelta, dejando de lado el avión, mientras el menor se quedaba de pie frente a ellos.
Sophie le tomó de la mano, llevándolo a la que sería su nueva habitación, ante la sonrisa de Aaron.
— ¿A dónde iremos mañana? —preguntó curioso, aferrando aún su juguete.
— Me acompañarás a mi trabajo. Hay algo que necesito hacer y tienes que ir conmigo.
— ¿Mat no puede venir con nosotros?
— Tengo que llevarlo conmigo para que me ayude, pero podrán jugar todo lo que quieran cuando regresen, ¿está bien?
Asintió despacio, con cierto rastro de tristeza.
A Aaron se le hacía extraño el que, sin tener mucho de conocerse, se hubiesen hecho tan cercanos, a diferencia de ella que le daba una ternura indescriptible, pues le era hermosa la relación que ambos niños llevaban, como si realmente fuesen hermanos.
Al mostrarle su nueva habitación, sonrió emocionado. Se acercó a rozar con sus dedos todos aquellos juguetes y los cuadros que habían colgado unos instantes antes; les vio ilusionado y, dejando que le abrazaran tiernamente por detrás, les agradeció.
— ¿Por qué son tan buenos conmigo?
— Es una sorpresa —terminó Sophie—. Creo que te gustará.
— ¿Gustarle qué? — llegó el pequeño de rastas, con una toalla enrollada en la cabeza, a manera de turbante.
— La sorpresa que le tenemos preparada. —respondió su tío, tomándolo en brazos mientras ella mandaba a Vlad a la ducha.
— Yo quiero saber.
— Lo sabrás a su tiempo.
El chico suspiró mientras asentía, quitando la toalla.
— ¿Echaste a tío Aaron de tu cuarto, Sophie? —ambos rieron leve, sonriendo y negando— ¿Entonces quién se va a quedar aquí?
— De hoy en adelante, ésta será la pieza de Vlad.
— Ah —su voz de pronto se volvió apagada, triste. Se deslizó de entre los brazos de él y se dispuso a examinar cada rincón—. Entonces ya no dormiremos juntos...
— Cariño, cada quien necesita su espacio. Además...
— Ya sé. —interrumpió sonriendo de lado; ocultando su tristeza.
Después de un rato de estar viendo todo lo que adornaba el lugar, se volvió a la puerta al escuchar los delicados pasos de su compañero.
Ahí estaba, a la entrada; tallando su ojo, somnoliento. Antes de que Sophie pudiera tomarlo entre brazos, Matías se le adelantó, le tomó de la mano y le llevó hasta su pieza, sin dejar que los detuvieran. Cerró la puerta y le invitó a sentarse junto con él en el borde de la cama.
— ¿No tienes sueño? —preguntó en un bostezo.
— ¿Sabes que ahora dormiremos separados? —asintió— Pensé que ese cuarto sería para mi tío.
— Pero todavía podemos dormir juntos, ¿no? Puedo venir en la noche y dormir contigo —negó, agachando la cabeza—. ¿Por qué no?
— La habitación de Sophie queda en medio y la tuya está al final del pasillo. Si se da cuenta de que te levantas en la noche, se preocupará, se levantará y te hará regresar a la cama. Además, si caminas a oscuras puedes tropezarte y...
— Pero no quiero dormir siempre solo —repuso triste—. ¿Y si vuelvo a tener pesadillas?
Al verle encogerse, con la mirada baja, alargó el brazo hasta ponerlo sobre su cabeza y habló de manera calmada.
— No te preocupes. No las tendrás.
— Pero... ya no dormiremos juntos. Volveré a tener sueños feos.
— No. Yo haré lo posible por protegerte de las pesadillas —los hermosos ojos castaños del chiquillo le veían cristalizados, a punto de llorar, quizá recordando los monstruos que su cabeza creaba cuando se encontraba solo—. ¿No recuerdas? Te dije que papá, Sophie y yo te cuidaríamos... como las espinas a las rosas.
Aquellas palabras fueron suficientes para hacerle sonreír mientras una lágrima bajaba por su mejilla. Le abrazó fuerte, después de limpiar su rostro, y dejaron que el silencio les rodeara. No hacía falta que hablaran o si quiera se miraran: el silencio hablaba por ellos; sus almas estaban en la misma frecuencia, armonizadas con la misma luz, con lo que no se necesitaba de nada más que el contacto o un simple roce para darse a entender.
Pasaron los minutos y ambos seguían juntos. La cabeza del pequeño pelinegro se recargaba en el hombro de su compañero, mientras éste entrelazaba los dedos con los suyos, dándole un poco de tranquilidad, hasta que se quedó dormido.
Sophie asomó la mirada y entró de puntillas; acarició su cabeza y le tomó en brazos, despidiéndose de su sobrino con una caricia suave en el rostro y una sonrisa; le deseó lindos sueños y desapareció sin voltear a verlo por última vez.
Se dejó caer sobre las mantas con los brazos sobre el rostro, hasta quedarse dormido.
En la habitación del fondo del corredor, Aaron y Sophie se retiraban a su propia pieza, después de asegurarse que aquel chiquillo estuviera profundamente dormido, sin sospechar que las pesadillas se entrometían en las ilusiones tranquilas de ambos pequeños.
El jardín donde Matías acostumbraba visitar en sueños parecía más extenso, hermoso y luminoso ahora: las rosas eran mucho más brillantes y no tenían espinas en sus tallos; el cielo, aunque sin el sol alumbrando en lo alto, era cálido y tranquilo, azul y tapizado de nubes; el pasto se extendía hasta donde alcanzaba la vista, salpicado de varias florecillas silvestres, diminutas e igual de hermosas que las rosas. La brisa hacía que sus rastas se movieran ligeramente y la hierba se inclinara gentilmente en dirección del chico, acariciando sus pies descalzos. A lo lejos, una silueta delgada, casi de su tamaño y vestida sólo con un camisón blanco de seda semitransparente, se dibujaba a unos metros.
Movido por la curiosidad, se acercó a paso lento, hasta quedar a un par de pasos a sus espaldas.
— ¿Quién eres tú?
Al girarse, pudo reconocer el rostro de Vladimir: ahora llevaba el cabello largo, un poco más abajo de los hombros, liso; su piel era un poco bronceada y sus ojos estaban enmarcados en negro, lo que resaltaba su hermosa mirada avellanada.
— ¿Celos? ¿Eres tú? —tomó su rostro delicadamente, examinándolo— ¡Sí eres tú! —se echó sobre él, colgándosele del cuello mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro y sus ojos se volvían vidriosos a causa de la alegría.
— Me llamo Mat. ¿No recuerdas, Vlad? —se mantuvo inmóvil, confundido.
— Oh... es cierto —se separó despacio, viéndole triste—. Seguimos perdidos... —dibujó una sonrisa apenas perceptible, bajando la mirada.
— ¿Perdidos? No te entiendo.
— No importa. Ya llegará el tiempo de que lo recordemos todo. Ahora —le tomó de la mano, llevándolo unos metros adelante; perdiéndose entre los arbustos—... ahora tenemos que huir.
— ¿De quién?
— ¡Vaya! Creí que no volvería a verte, hermanito —un chico castaño de rasgos finos y ojos tan expresivos como los de Mat, aunque en un tono azul y con una mirada llena de resentimiento, apareció frente a ellos. Se levantaba de entre el césped, pudriendo todas las flores que se encontraban a su alrededor—. No has cambiado mucho. Solamente esas... "cosas" de tu cabeza te dan ciertos aires diferentes a como eras antes, cuando estábamos juntos, ¿recuerdas?
— ¿Recordar qué? Vlad, ¿lo conoces? —el pequeño moreno tembló al ver al extraño sin poder desviar la mirada de aquellos ojos furiosos— ¿Vlad? ¿Qué pasa?
— Ya veo. Lograron encontrarse —sus ojos parecieron relampaguear con furia al tiempo que se les acercaba y el cielo se oscurecía y se volvía inquieto, como si la tormenta estuviese a punto de desatarse—. No puedo creerlo. Este mocoso infeliz... después de todos estos años, sigue unido a ti. —trató de tomarle del brazo, pero antes de poder hacerlo, Matías le puso a salvo a sus espaldas.
— No te atrevas a tocarlo. —dijo amenazante, haciéndolo reír.
— Después de haber sido el causante de nuestra pelea... de tu muerte, ¿todavía le tienes cariño? —ambos chiquillos retrocedieron, buscando la manera de alejarse de él, mas era imposible. Los arbustos y las flores que antes les rodeaban, ahora se encontraban marchitos y poco a poco se iban encendiendo en llamas, como si aquellas estuvieran echas de pólvora y la brisa fuera la chispa que las encendiera— Vamos, déjame librarte de él; déjame alejarlo de ti de nuevo. Tal vez así puedas volver a estar conmigo, como antes.
— Amigo, de verdad, no te entiendo... ni te conozco. Pero de algo estoy seguro: no dejaré que toques a Vlad. Le prometí que lo protegería y no pienso fallarle.
— Celos... —aquel murmullo escapó de los labios del pequeño moreno, abriéndose paso por su garganta que estaba a punto de obstruirse con un nudo, producto del miedo que ese chico castaño le causaba.
— Querido Celos, ¿no lo recuerdas? Amor es el culpable de todo. Es él de quien deberías de huir, no de mí —el escuchar aquel dulce nombre, un ligero mareo le hizo titubear sus pasos debido a la ola de memorias que, podría jurar, no le pertenecían; lo que hizo sonreír a su contrincante y a su protegido , verle preocupado—. ¿Lo ves? Incluso su nombre te hace daño. Déjame librarte de él.
— No dejaré que le pongas las manos encima. —apenas se recuperó del mareo, tomó la mano de su compañero y dio vuelta, tratando de escapar.
Antes de poder recorrer algunos pasos, el extraño joven alargó el brazo, alcanzando a aferrar el camisón blanco que llevaba el menor y de un tirón le hizo caer al suelo, llevándose con él al de rastas.
Lo tomó por el cuello, ahogando sus gritos de ayuda; separándolo violentamente de su acompañante y, elevándolo del suelo, echó a reír de manera desquiciada mientras los ojos grises del chiquillo mayor le iluminaban furiosos con un color rojizo.
Matías se levantó de un salto y se abalanzó sobre él, tratando de salvar al menor, pero sus esfuerzos fueron en vano, pues de una patada le hizo a un lado para que no interviniera, dejándolo de nuevo sobre la hierba.
Cuando el rostro del pequeño estaba a punto de tornarse morado, la mano contraria del chico se levantó violentamente, dejando a la luz una daga de plata. La mirada del menor se clavó en sus ojos, de manera suplicante; una mirada que podría partirle el corazón a cualquiera, pero que en su atacante solamente avivó el odio. En un movimiento rápido, hundió la hoja en su pecho, fijando la mirada en esos ojos castaños, disfrutando la manera en la que se perdía ese brillo de vida e inocencia.
Por unos momentos, la garganta de Mat se mantuvo cerrada y su cuerpo permaneció inmóvil, viendo atónito la escena, hasta que un relámpago que rasgó el cielo logró sacarlo de su letargo. Se puso de pie y tomó el cuerpo inerte del pequeño cuando su verdugo, dibujando una sonrisa triunfal, le soltó.
— ¡Eres un maldito! —gritó lleno de rabia al tiempo que las lágrimas comenzaban a bañar su rostro.
— Vamos, hermanito. Deberías dejarlo morir en paz.
— ¡Deja de llamarme así! —aferró contra su pecho el cuerpo frío y pálido— No sé quién eres, pero te juro... por Vlad y mi mamá, que también te mataré.
— Bueno, eso es desalentador —su mirada se tornó decaída y sus puños apretaron con fuerza el arma—. Yo quería que regresaras conmigo, ¿sabes? Ser los hermanos que éramos antes de que Amor naciera —aprovechando que el escuchar aquel nombre le causó un nuevo mareo y una punzada en el pecho, se acercó lentamente, dejando caer la daga—. Quería que volvieras conmigo por las buenas; creí que te desprenderías fácilmente de él en ésta vida, pero... creo que me equivoqué —le separó bruscamente del moreno y le mantuvo apartado, ignorando sus súplicas y los golpes que daba sobre su espalda—; parece que Amor te ha atrapado entre sus redes y no te dejará ir a menos que me deshaga de él por completo... —colocó las manos sobre la herida causante de su muerte y, batallando para hacer que Mat se quedara tras de él, abrió su pecho, con la intención de separar el torso en dos.
Los ojos de Mat se abrieron a más no poder mientras su cuerpo se tensaba, clavándolo en el suelo. Sus labios se abririeron despacio para dejar escapar un grito que se liberó con todo el aire contenido en sus pulmones.
Matías despertó agitado; respirando entrecortadamente y bañado en sudor. Se levantó de la cama y se apresuró a cruzar el pasillo, pasando de puntillas frente a la recámara de Sophie. Abrió la puerta de la habitación de Vlad y, al verlo sentado en el borde de la cama, abrazado a una de las almohadas y con la vista clavada en el piso, agitado al igual que él, se acercó hasta quedar a unos pasos. Le examinó de pies a cabeza, para asegurarse que estuviera bien y dejó que los ojos castaños se elevaran hasta los suyos, dejándole ver el miedo que aún seguía presente en su interior.
— Las pesadillas regresaron. —murmuró aferrando la almohada.
— Debiste haber gritado. Pude haber venido antes a verte.
— No quería despertarlos —se encogió de hombros, limpiando una lágrima que estaba a punto de caer de sus ojos. Mat se sentó a su lado y le abrazó de manera suave, suspirando aliviado—. Fue... fue horrible. Estabas ahí, conmigo; llevabas el cabello largo sin rastas, y me llamabas de una manera extraña. Y luego... ese chico...
—... De cabello castaño que encontramos mientras huíamos —se separaron un poco, viéndose con extrañeza al darse cuenta que acababan de pasar por la misma pesadilla—, parecía odiarte demasiado y... te mató. —lo último escapó de sus labios en un susurro, que hizo a ambos temblar ligeramente.
— No. Te mató a ti —aseguró apretando la almohada, como si quisiera hundirse en ella—. Te llamó "Celos" y dijo que era una lástima que no pudieras regresar; que yo te había hecho...
—... Caer en tus redes... y te llamó "Amor" —el desfile de escenas bruscamente recortadas de memorias ajenas le obligó a cerrar los ojos y aferrar las sábanas revueltas entre sus manos—. Pero, eras tú el que me llamaba "Celos." —hizo una pausa, apretando los labios— Es raro...
— ¿Qué?
— Que tengamos el mismo sueño. Pero, supongo que está bien, así ya no eres el único con pesadillas —una media sonrisa apareció en su rostro mientras alborotaba un poco su cabello—. Ahora... creo que debo dejarte dormir.
— Quédate conmigo. —dejó la almohada de lado y se aferró a su brazo.
Él simplemente sonrió; acomodó un poco las mantas y se acostó abriendo los brazos para que Vlad ocupara su lugar entre ellos. El menor se acurrucó pegado a su pecho para arrullarse con los latidos de su corazón mientras le rodeaba en un abrazo suave, dibujando una sonrisa.
Pronto los espíritus de los dos se vieron en calma, perdiéndose por fin en un sueño sin sobresaltos, hasta la mañana en que Aaron fue a despertarlos. Primero se desvió a la habitación de su sobrino, pero al verla vacía y después de estar llamándolo en voz baja y darse cuenta que realmente no se encontraba ahí, fue a la pieza de Vlad, donde encontró a los dos abrazados. Suspiró, recargándose en el marco de la puerta, decidido a no interrumpirlos. Los contempló un momento y terminó por desviarse después a la cocina a preparar el café, al que tanto vicio le tenía al igual que Sophie, y se sentó a la mesa, pensando en la proposición que había aceptado... y en la que estaba por proponerle a su amada novia en unos días. Dibujó una leve sonrisa, llevando la taza a sus labios.
— Parece que alguien se levantó temprano —un par de brazos le rodearon suavemente—. ¿No pudiste dormir o tienes mucha prisa por llevar a Mat al taller?
Se giró sonriente para besar los labios de Sophie.
— ¿Es que se necesita sufrir de insomnio para estar levantado tan temprano?
— En tu caso, sí —sonrió, quitándole la taza de su mano para tomar un sorbo—. Sobre todo después de haber tomado una decisión tan...
— Y no me arrepiento —imitó su sonrisa, clavando la mirada en sus ojos—. Hoy irás a ver lo del papeleo, ¿verdad?
— Sí. Llevaré a Vlad conmigo, como habíamos quedado y...
— No le dirás nada, ¿cierto? No hay que decir nada hasta que estemos seguros.
— Eso dalo por hecho —un pequeño tirón en la bata de dormir de ella les interrumpió cuando sus labios estaban a punto de unirse. Se giró a ver de quién se trataba, dejando la taza de lado—. Mat, buen día —besó su frente mientras éste bostezaba y les veía somnoliento—. ¿Dormiste bien?
— Si escapó al cuarto de Vlad no creo que haya dormido muy bien.
— Tenía pesadillas... y estaba asustado cuando lo fui a ver. —dijo en su defensa, sentándose frente a él.
— ¿Pesadillas? ¿Cómo supiste?
— Tuvimos el mismo sueño —explicó de manera distraída, sirviéndose cereal—. Me asusté y se me ocurrió ir a verlo. Cuando llegué nos contamos lo que habíamos soñado y era la misma pesadilla. Me quedé con él para que no tuviera más sueños como ese.
— Pero pudieron dormir después de eso, ¿verdad? —asintió— ¿Por qué no nos llamaron?
— No queríamos despertarlos. —la vocecilla adormilada del pequeño moreno les hizo voltear a la puerta, donde se mantenía quieto, tallando sus ojos. Sophie lo tomó entre brazos, como niño pequeño, y se sentó a la mesa sin soltarle.
— ¿Listo para irnos? —asintió, bostezando— Nos iremos en cuanto desayunes.
— No tengo hambre.
— Tienes que comer algo o podrías enfermarte. —reclamó el de rastas, viéndole de manera seria mientras terminaba su cereal.
— Pero no quiero... —un puchero y terminó callando.
— No te preocupes, Mat. Comeremos algo de camino. —sonrió ella, besando la mejilla de Vlad.
En cuanto se vieron listos para salir, tomaron su camino. En todo el trayecto hasta el edificio gris donde ella trabajaba, nunca soltó la mano del pequeño, y esa sonrisa dulce que acostumbraba desde su llegada no desapareció de sus labios ni un momento. En más de una ocasión, esa sonrisa se amplió al escuchar a algunas personas decir: "qué madre más linda y joven."
Al llegar, lo dejó en la sala de espera que se encontraba al inicio del pasillo, esa misma llena de sillas y sillones de tonalidades grises que hacían juego con los muros blancos. El pequeño tenía que esperar afuera mientras ella arreglaba sus asuntos, en las oficinas del fondo, así que se sentó silencioso en una de las sillas que quedaba frente al hermoso cuadro de un niño en medio de un jardín de rosas. Columpiaba sus pies y observaba a todos lados de manera curiosa, hasta que una voz a su derecha le llamó la atención.
— Hola —se giró de inmediato, encontrándose con unos ojos azules hermosamente expresivos que le miraban atento. Los labios del pequeño se curvaron en una sonrisa al igual que los del extraño de cabellos negros y peinados de lado que casi le cubrían el ojo izquierdo—. ¿Esperas a alguien? —preguntó el joven.
— A Sophie. —respondió alegre, como si aquel muchacho les conociera.
— Ah —el joven sonrió de lado enseguida, como si ocultara un enorme secreto—, Matías estará muy contento de tenerte en su familia. —respondió poniendo la mano sobre su cabeza, haciendo que ambas sonrisas se ampliaran.
— ¿Tú sabes a qué vinimos? —asintió, viéndole dulce— ¿Me dirás?
— ¿Por qué no le preguntas a ella?
— No quiere decirme —dibujó un pequeño puchero—. Dicen que es una sorpresa.
— Entonces espera. No seas impaciente —asintió, resignado—. ¿Cómo te llamas?
— Vladimir.
— Vladimir, ¿eh? Un gusto. Yo me llamo Andrew, pero mis amigos me llaman "Sueño."
— ¿Sueño? —preguntó el chiquillo con interés— ¿Por qué sueño?
— Es... como mi apodo —respondió sin dar explicaciones, orgulloso—. ¿Tú no tienes uno?
— No. Sophie y Mat me llaman Vlad. ¿Cómo se ganan los apodos?
— Bueno, tus amigos o conocidos te encuentran parecido con alguien o algo y te llaman así.
— ¿Y yo me parezco a alguien?
Andy echo a reír.
— ¿A caso quieres un apodo?
— Sería interesante —se encogió de hombros—. Pero es difícil encontrarme uno, ¿verdad? No creo que me parezca a algo...
— A mí me recuerdas al chico de una historia —el pequeño clavó los ojos en su rostro—. ¿Quieres escucharla? —asintió con ansias— Bueno, ¿has escuchado de "Amor"?
— ¿Qué es eso? ¿Es un niño?
Él sonrió, divertido de su inocencia.
— Amor era el nombre de un niño que nació de una rosa y...
— ¿Y no le lastimaron las espinas?
— Antes, las rosas no tenían espinas —sonrió—. Ese niño fue el responsable de sembrar ese sentimiento hermoso que lleva su nombre. Aquí, en la tierra, los hombres llaman "amor" a lo que sienten por una mujer.... Bueno —torció los labios—, hay muchos tipos de amor, pero se concentran más en lo que sienten un hombre y una mujer. Ese sentimiento hermoso y doloroso; eso que te hace sentir que todo va bien con una persona especial y que te alegra la vida...
— ¿Sólo entre hombre y mujer? —interrumpió antes de que pudiera explicarle los diferentes tipos de amor que existían.
— Aquí dicen que sí. Pero, en realidad, antes no importaba —Vlad se quedó un momento callado, pensando, hasta que pasado un momento le pidió que siguiera con la historia—. Amor tenía dos hermanos mayores: Control y Celos. Ellos siempre estaban juntos, haciendo travesuras y cuidando de todos los mundos que sus padres habían creado, pero cuando la rosa más hermosa del campo floreció, vieron a un hermoso bebé; el más perfecto que sus ojos habían visto jamás. Celos en seguida quedó prendado de su belleza. Lo tomó entre sus brazos y besó su frente. Se había enamorado. Pero ese amor nunca pudo ser: Amor murió después que su hermano Control matara a Celos.
— ¿Por qué?
— Amor nunca le dijo a su hermano lo que sentía por él y Celos creyó que no lo amaba. Eso lo cambió: antes cuidaba muchísimo los mundos y todo lo que le pertenecía, pero el conocer a Amor y el hecho de no tenerlo como él deseaba, le volvió obsesivo por miedo de que lo que le pertenecía le rechazara así como hacía su hermano. Un día, quiso alejar al pequeño de todo y de todos y para eso utilizó a Control y a otros dos, pero terminó arrepintiéndose. Peleó con Control y murió.
— Es una lástima. —suspiró con tristeza.
— Sí. Por eso los hombres creen que el amor correcto sólo puede darse entre hombre y mujer, pero si Amor y Celos hubieran estado juntos, sería otra cosa.
— Yo me siento bien estando con Mat... y él no es mujer. ¿Eso es amor?
— Tienes qué descubrirlo por ti mismo. Y si lo es, no dejes que nada ni nadie los separe. Y no creas nada de lo que te digan. Sólo confía en él y nada más —revolvió un poco su cabello, sonriendo; haciéndole reír leve—. Nunca te alejes de él.
— No lo haré.
— ¿Lo prometes?
— Lo prometo —entrelazaron sus meñiques—. ¿Puedo preguntarte algo?
— Lo que quieras.
— Tú dijiste que las rosas antes no tenían espinas, ¿por qué ahora sí?
— Porque tienen miedo de que las lastimen.
— Eso ya lo sé, pero, ¿por qué? ¿Qué pasó con ellas?
— ¡Vlad! —la voz de Sophie llamó su atención, haciéndolo girar a su izquierda— ¿Puedes venir un momento?
— ¡Ya voy! —regresó la mirada, pero ya no encontró a su compañero, sino sólo un papel en el lugar que había estado ocupando, escrito con letra clara y grande: "Otro día te contaré. Hasta pronto."
En casa, Mat y Aaron apenas salían después de "una ducha rápida" que se prolongó poco más allá de media hora. Apenas estuvieron listos, subieron a la camioneta, los dos en la parte delantera.
— Bien, ahora al taller.
— Si no hay opción. —murmuró entre dientes, pegando la frente a la ventanilla.
— Antes te gustaba acompañarme.
— Es porque no conocía a Vlad y me aburría si me quedaba en casa todo el día. —aquella respuesta hizo sonreír a su tío.
— Un par de semanas y ya pareces su sombra. De verdad que parecen hermanos... y unos muy unidos.
— Me gustaría que así fuera. —suspiró, con un toque de tristeza al recordar que su estancia en casa no estaba asegurada.
Aaron sintió un ligero remordimiento al no haberle dicho nada de su decisión. Tomó aire y, dibujando una ligera sonrisa, se decidió a comunicarle la noticia.
— Bueno, no es que no vaya a ser parte de la familia —en seguida el rostro de su sobrino se despegó de la vista a través de la ventana para verle curiosamente—. No será tu hermano, pero será tu primo, ¿te parece?
— ¿En serio? —asintió, ampliando su sonrisa— ¿Lo van a adoptar?
— ¿Te gusta la idea?
— ¡Me encanta! —exclamó emocionado, echándose sobre él para abrazarlo.
Él echó a reír, viéndole con ternura. Era increíble la manera en que el cariño entre esos niños crecía.
Unos metros más adelante, tras un momento de silencio sumergidos ambos en ilusiones de cómo sería su vida con un nuevo integrante de la familia, Mat rompió el silencio al recordar la pesadilla que compartió con Vlad. Después de pensarlo un momento, se giró a su tío, quien mantenía la vista fija al frente, dibujando una sonrisa de lado, y tiró levemente de su brazo.
— ¿Qué pasa?
— ¿Quién es Amor? —su pregunta le hizo ampliar su sonrisa.
— No un "quién", sino un "qué." —corrigió, sonriendo de lado— Mi querido sobrino quiere saber qué es el amor, ¿eh? ¿Se puede saber por qué?
— Curiosidad. —se encogió de hombros, un poco apenado.
— Amor es un sentimiento muy curioso y muy doloroso cuando no es correspondido o se acaba... o se pierde.
— ¿Y cómo sabes que tienes... eso?
— Se dice "estar enamorado," Mat.
— Bueno, eso. —respondió rodando los ojos, un poco fastidiado pues odiaba que lo corrigieran.
— Cuando estás enamorado —suspiró, pensando en Sophie—... cuando estás enamorado, sientes una gran paz cuando estás con esa persona. Ese "alguien" se convierte en tu felicidad, en tu vida. Cuando estás enamorado, darías todo por verla feliz; serías capaz de cualquier cosa porque esté bien y que sonría siempre.
— ¿Lo que sea?
— Lo que sea. Incluso morir por ella.
— ¿Y qué se hace cuando estás enamorado?
— Bueno, tienes que conquistar a esa persona especial.
— ¿Cómo conquistar?
— Hacerle obsequios, ser detallista, escribirle canciones, cartas... cosas así.
— ¿Y después?
— Ser novios es el siguiente paso... y cuidar que nada ni nadie los separe —llegaron a su destino. Apagó el motor, y aún se quedaron dentro—. Cuando estás enamorado, luchas contra todo el mundo para estar juntos —Mat clavó la mirada en sus ojos, tratando de grabar cada una de sus palabras—. Si ya tienes a esa persona especial, no te separes nunca de ella. Que no te importe lo que los demás digan y cuídala con tu vida.
El pequeño asintió, a pesar de no haberlo comprendido del todo y bajó del vehículo junto con él, quedándose a las afueras del taller, esperando que su tío terminara de atender los negocios. No era que ya no le gustara estar en ese lugar donde pasó tantos momentos agradables con él y su madre antes de que falleciera, solamente ahora se sentía extraño andar por ahí sin Vlad a su lado.
Caminó por los alrededores, suspirando y pateando piedrecillas, ocultando las manos en los bolsillos de su pantalón; dándole vueltas a las palabras que acababan de decirle.
— Y yo que creí que Matías ya no venía por aquí —aquella voz suave llamó su atención. Se acercó hasta el sauce que se encontraba a unos metros, donde una persona, quizás una chica a juzgar por su cabellera rubia y larga, su voz suave y su complexión delgada, se mantenía recargada en el tronco—. Ya empezaba a pensar que Aaron no quería traerte de nuevo.
— ¿Te conozco? —preguntó, mirándolo curioso y con sorpresa al ver aquel rostro que delataba a un chico.
— Probablemente no, pero yo a ti sí —sonrió—. Me llamo André, pero todos me conocen mejor por "Locura."
El pequeño de rastas dejó escapar una risilla floja al escucharlo.
— ¿Locura? ¿Qué tipo de nombre es ese?
— No es un nombre, genio —cruzó los brazos, haciéndose el enfadado cuando en realidad aguantaba las ganas de reír junto con él, pensando en que era cierto lo que se decía del mundo de los hombres: que no eran muy abiertos a escuchar nombres o cosas ajenas a su realidad. No eran muy creativos que digamos—. Es un apodo.
— ¿Y por qué "Locura"? Pudieron llamarte de alguna otra manera.
— Es porque me parezco al personaje de una de las tantas historias que ustedes han olvidado contar.
— ¿Qué historias?
— Relatos de los antiguos "dioses" del Universo. ¿Es que no has escuchado de ellos? La Madre Naturaleza; el Padre Tiempo; Soledad; Muerte... Celos y Amor —de nuevo, las memorias ajenas se apoderaron del chiquillo, ocasionándole una leve jaqueca que le obligó a arrugar la frente y cerrar los ojos un momento—. Hey, ¿te sientes bien? —André le vio preocupado, quizá temiendo que los mareos se apoderaran del chico y le desmayaran de un momento a otro.
— Sí... no te preocupes—llevó la mano a su cabeza, al tiempo que esforzaba una sonrisa para calmarle—. ¿Quién es Amor?
— Amor era el pequeño más hermoso, inocente y tierno que jamás se ha conocido. Era el protector de las rosas.
— No entiendo —le vio confundido. Por un momento, el chico quedó en silencio, buscando la manera de explicarle mejor sin tener que decirle todo para que él descubriera por sí mismo las cosas, hasta que Mat, al recordar que justamente esas eran las flores preferidas de Vlad, le sonrió—. ¿Puedes contarme de las rosas?
— ¿No te interesaba saber quién era ese niño?
— Prefiero que me cuentes todo lo que sepas de las rosas —amplió su sonrisa—. Es que quiero compartirlo con alguien especial cuando llegue a casa.
André le sonrió tiernamente; le pidió que se sentara junto con él a la sombra del sauce y, acariciando su rostro, se dispuso a empezar con la historia.
— Antes, cuando el mundo recién veía la luz, Madre Naturaleza decidió crear las flores más hermosas que nunca habían visto los ojos de los demás seres del Universo. Tomó un poco de polvo de estrella, la seda de las orugas y reunió los colores más vivos que le había brindado al entorno. Moldeó uno a uno cada pétalo con tal maestría y delicadeza que pronto aquello quedó perfecto. Ella misma creo los tallos y las hojas...
— ¿Y las espinas?
— Antes, las rosas no tenían espinas. No las necesitaban —sonrió al responderle—. Con el tiempo, las rosas se fueron expandiendo a lo largo y a lo ancho del mundo, llenando la Tierra con su belleza y armonía. Crecían llenas de felicidad ante las caricias que recibían de su dueña cada mañana y observaban silenciosas las acciones de sus hijos y todo el que los rodeaba. Se dieron cuenta que Naturaleza tenía demasiado cariño parta dar y no era suficiente con ellas o el resto de sus hijos, así que decidieron hacerle un regalo. Una mañana, justo cuando el sol despuntaba al alba, la rosa más grande y anciana de todas abrió sus pétalos que por meses se habían mantenido cerrados, dejando ver al pequeño más encantador y perfecto que nunca antes se había visto.
— ¿Cuándo empezaron a tener espinas las rosas? —preguntó impaciente. André rodó los ojos, sin desdibujar la sonrisa de sus labios. Y él que pensaba que le interesaría más la historia del pequeño Amor... bueno, ya con el tiempo él mismo descubriría aquellas historias olvidadas.
— Amor pasó a ser el guardián y mejor amigo de las rosas. Después de que él muriera, las rosas ya no contaban con la misma seguridad de antes: debido a las mentiras e hipocresías que escuchaban de los nuevos pobladores de la Tierra, decidieron callar y cerrar sus oídos para siempre, lo que ellos aprovecharon para cortar y deshojar los pétalos que con tanto trabajo Naturaleza había estado moldeando. Eso les fue arrebatando sus colores tan hermosos y su vivacidad. En un intento por defenderse, se llenaron de espinas.
— ¿Antes hablaban?
— Todavía son capaces de hablar, mi querido Matías —desvió la vista a las florecillas que rodeaban el sauce, con mirada melancólica—. Pero sólo el que tiene un cariño puro y sincero, el que es inocente y sabe prestar atención a la naturaleza, puede escucharlas. Solamente hablarán con aquel que cumpla esas características.
El chiquillo quedó maravillado con el relato. Ahora sí podría complacer a Vlad y llenarle de historias de rosas.
Antes de poder pedirle que le contara alguna otra historia, la voz de Aaron le llamó desde dentro del taller, apurándole a ir con él. El pequeño se levantó y, dedicándole una sonrisa al chico, se despidió.
— Espero verte pronto. Me gustó la historia. Gracias.
— Después te contaré todas las que quieras.
— ¿En serio? ¡Genial!
— ¡Mat!
— ¡Ya voy! Bueno... nos vemos, "Locura." —rió levemente y se fue con la mirada de André clavada en su espalda.
El joven rubio alzó la mirada al cielo, suspirando mientras se recargaba de nuevo en el tronco y cruzaba los brazos.
— Si Tiempo nos descubre, nos amonestará severamente —sonrió, dejando caer despacio la cabeza—. Pero, valdrá la pena. Estoy seguro. Ustedes no pueden seguir por ahí sin saber sus orígenes; sin saber quiénes son en realidad... y nuestro mundo no puede seguir sin ustedes. Si no recuerdan, el mundo jamás podrá ser restaurado a como estaba planeado desde su creación.
Llegaron antes que los demás. Aaron se tiró al sofá a ver tele como siempre hacíapor las tardes, mientras su sobrino desaparecía en el jardín.Se acercó a los rosales, sentándose en el suelo y jugando con las hojas; repitiéndose las palabras que su tío y ese tal André le habían dicho hacía rato. Preguntándose qué se sentiría estar enamorado de verdad y si lo que sentía al estar cerca de Vlad se podía comparar con eso.Se dejó caer sobre el pasto con los brazos extendidos viendo las nubes pasar, y suspiró justo cuando su padre le tapó la vista.— Hacía mucho que ya no salías solo al jardín.— Me gusta estar cerca de las rosas. Siento como si mamá todavía estuviera con nosotros —sonrió—. Creí que te habían mandado a otro lugar.
Nuevo día, nuevo ciclo escolar.Sophie despertó mucho antes que Aaron, quien aún dormía plácidamente envuelto entre las mantas. Trató de despertarlo pero solamente logró que se diera la vuelta y pidiera "otros cinco minutos", cual niño pequeño, lo que la hizo reír tiernamente antes de levantarse tras dejar un beso sobre su frente.Ese era un aspecto que la enamoraba: él, su amado novio, mantenía el espíritu inquieto, travieso y alegre de un niño. Y, en ocasiones, sacaba a relucir ese lado inocente que mantenía oculto la mayor parte del tiempo.Después de una ducha rápida y tras tocar a las puertas de las habitaciones de los chicos, se dirigió a la cocina sin esperar respuestas; pasando por la sala donde se detuvo al verlos dormidos, abrazados en el suelo. Se quedó recargada en el muro, viéndolos con ternura.Se acerc&
— ¡Matías Miller! —la señorita Rizzo le recriminó, gritándole indignada. De todos los años que llevaba de conocerlo a él y a su familia, nunca le había visto enfadado ni que insultara a alguien. Normalmente, él era uno de los alumnos más tranquilos y no solía insultar a alguien aun cuando le diera razones para hacerlo. Vlad se sobresaltó ligeramente al escucharla levantar la voz; Mat volteó a verla, relajando su gesto poco a poco, disculpándose— Y usted, joven Almeida, si no quiere pasar su primer día de clases en la dirección, será mejor que se mantenga callado —se giró a Vlad, quien mantenía la cabeza baja—. Perdona la mala bienvenida, pequeño. Espero que te acoples bien al grupo. Mat —le vio más tranquila, invitándolos a pasar a sus lugares—, espero que cuides bien de él.El
Los días pasaban sin mucha novedad: las compañeras de su curso prestaban muchísima atención al pequeño moreno quien, aún tímido y un poco temeroso, apenas si les devolvía las sonrisas que le dedicaban, mientras los chicos le creaban rumores y se encargaban de regar la noticia de que no era más que un huérfano a quien, por lástima, la familia Miller había adoptado. Tal vez aquellos rumores no hubiesen afectado en nada, pero los niños suelen ser demasiado crueles a veces y cuando se ensañan con alguien crean mentiras y rumores que empiezan siendo como bromas crueles y hieren mucho más de lo esperado.Matías hacía de todo para que aquellas palabras y los sobrenombres con los que empezaban a etiquetarlo no llegaran a sus oídos: distraerlo o cambiar de tema cuando alguno tocaba el tema. Y si hubiese podido, él mismo hubiera utilizado sus manos para i
No tuvieron que pedirle permiso a René para que aquellos dos extraños entraran. Parecían buenos chicos a pesar del extravagante estilo que ahora ostentaba Andrew con su cabello teñido de rojo en las puntas.Ambos caminaron detrás de los pequeños, sonriendo al verlos entrelazar sus manos de manera adorable, como si temieran perderse en el corto trayecto de regreso al estudio.— Creí que habían llegado por ustedes —Aymé terminaba de alistar el escritorio con todos esos apuntes que su padre había preparado desde vacaciones para que pudiera utilizarlos durante sus tareas—. ¿Quiénes son ellos?— Oh, permíteme presentarnos. Mi nombre es Andrew, pero puedes llamarme "Sueño." Y él es...— André —se inclinó a manera de reverencia, tomando su pequeña mano para besar el dorso como si se tratara de alguna pr
André cerró el libro de golpe y le vio asombrado.— ¿Dónde has escuchado eso, pequeño?— Es lo que yo creo. —sonrió amplio, desviando unos segundos la mirada a Matías, quien se sonrojó ligeramente.Los mayores cruzaron miradas sonriendo de forma cómplice sin que Aymé entendiera todo ese silencio y el juego de las miradas misteriosas en el que ella no tenía lugar.El rubio se le acercó, entregándole el libro e inclinándose sobre su hombro.— No dejes que nadie te quite el gusto por saber las historias de los antiguos, preciosa. —besó su mejilla y apuró a su compañero para que se levantara y se fueran, alegando que tenían pendientes que atender.Tras despedirse y prometer que volverían a verlos, salieron de la casa sonriendo e imaginando que probablemente el orden del mundo estar&iac
Había seguido los consejos de Aymé: un peluche que acababa de comprar con sus ahorros en una tienda a unas calles de casa era toda la compañía que tenía ahora, esperando impaciente el regreso de Vlad.Las horas pasaban y él aún no regresaba del médico, lo que le daba tiempo para pensar en la manera de decirle las cosas de una manera en que pudiera entenderlas.Veía el reloj y después el peluche; regresaba la mirada al reloj y después a la reciente foto que les habían tomado a ambos en el parque, donde él le sonreía mientras lo rodeaba con un brazo. Se preguntaba una y otra vez si estaba bien lo que estaba por hacer y si le gustaría el panda que le acababa de comprar; si se pondría tan nervioso como él se encontraba en ese momento y si le respondería lo que imaginaba.De pronto, un par de voces le regresó a la realidad; su coraz&oac
Todos quedaron en silencio, preguntándose el porqué de su reacción. Todos menos Vlad, quien al escuchar el ruido de la puerta cerrándose de golpe, se sobresaltó.— Iré a hablar con él.— Mat está enojado contigo. Si vas a verlo, se enojará más.— Vlad tiene razón, Aaron. Conozco a mi hijo. Después de un rato se le pasará. Sólo necesita un momento a solas.Pasaron unos minutos más antes de que los adultos retomaran el tema, como si se volvieran ajenos a lo mal que la estaba pasando Matías. Vlad se sentó en el suelo, abrazando con fuerza el peluche; asimilando las cosas en un segundo: Aaron pasaría a ser su nuevo padre y se lo llevaría lejos. Tendría que alejarse de Mat.Una lágrima bajó por su mejilla. No se imaginaba cómo sería su vida lejos de él, solamente