— Tú, chiquillo molesto, no te atreverías a matarme ni aunque tu vida dependiera de ello —se acercó con paso lento, haciendo crujir las pocas ramas secas a sus pies—. No podrías matarme, porque no eres más que un débil humano ahora.
Su sonrisa se amplió despacio al ver el nacimiento de ese toque rojizo en sus pupilas. Ese toque rojo carmesí que tanto le gustaba ver en él, porque era señal de que seguía siendo el mismo chico con el que se crió en el mundo de sus padres. Era muestra de que su esencia no había muerto y se mantenía intacta tal y como él lo recordaba.
Aymé sacudió enérgicamente la cabeza y al verle pasar de largo, ignoró el dolor causado por las heridas al caer, y se abalanzó sobre él, tratando de detenerlo mientras le gritaba a Mat que tomara al menor en brazos y huyera.
— No dejar
Control tomó al pequeño por el cuello para hacerlo callar, y presionó con fuerza, viéndole con el ceño fruncido mientras sus pequeñas manos se aferraban a sus brazos y sus hermosos ojos almendrados le veían suplicantes.— Siempre tienes que arruinar todo, Amor. —bufó, estrellando su cuerpo contra el grueso tronco de uno de los tantos árboles que les rodeaban para poder sostenerlo con una sola mano mientras perdía la otra en su bolsillo, sacando la navaja.Los ojos de Muerte se abrieron al máximo, sintiendo que el temor se apoderaba de ella sin que la dejara si quiera apartar la mirada de la escena; sólo pudiendo pedirle en silencio que se detuviera; que no le hiciera daño al pobre Amor.Control empuñó bien la navaja dispuesto a rasgarlo en dos para ver su sangre brotar y echarse, entonces, a reír triunfal. Pero nada salió tal y como
Los ojos del chico perdieron ese brillo rojizo de golpe, ante la mirada de Control. Sus facciones volvieron a ser las mismas al igual que sus dientes, al tiempo que se giraba al ver al pelinegro.Su corazón pareció detenerse al verlo con las ropas manchadas de sangre y llorando. Por un momento, incluso, se olvidó del atacante a quien quería matar. Se olvidó de absolutamente todo y corrió a su lado, dejando a Control con un gesto de impresión.Le era increíble que con una sola palabra del pequeño que tanto odiaba se controlara y se enfureciera. Era increíble lo tan bien controlado que Amor lo tenía. Y, al pensarlo... al caer en cuenta que lo había perdido por completo antes de reencontrarse; al darse cuenta que nunca tuvo oportunidad de tenerlo de regreso, enfureció más. Se puso de pie en un salto, sobreponiéndose al dolor que los golpes de Celos le habían cau
El fuego todo lo consumía a su alrededor, reduciendo cada vez más y más el espacio seguro donde se encontraban.— Hey, querida Muerte —el brazo de Sufrimiento se alargó hasta rozar su hombro—, ¿podrías sacarnos de aquí? Ya sabes... hazlo por los momentos que estuviste a nuestro lado.Muerte se acercó despacio a los chiquillos, ignorando al de ojos esmeralda que parecía desesperado y lleno de angustia por salir de ahí.— ¿No te parece que es mejor morir a arrastrarse por ayuda? —le preguntó Dolor, tomándole del hombro.— El problema es que no soy orgulloso y no quiero morir de una forma tan tonta como esa. —desfiguró su rostro en un gesto de nerviosismo, intentando sonreír.Qué ironía: un dios menor que tendría que morir como un mortal ante una muerte tan dolorosa como lo era el fuego
Se creía muerta. Creía que el fuego se la había tragado y que todo aquello había sido una ilusión creada en su lecho de muerte. Pero... no dolía. No quemaba. No sufría. Entonces, ¿qué había pasado?Abrió despacio los ojos, encontrándose en medio de un campo frondoso y sin rastro de incendio alguno. Giró a todos lados, respirando a prisa; sintiendo que el corazón se escapaba de su pecho a cada latido y, al notar su soledad, llamó a gritos a Mat y a Vlad... pero ninguno respondió.Se había quedado sola.Comenzó a llorar, tal vez por los nervios, sin creer que aquello realmente había pasado. Tal vez... todo había sido creado dentro de su mente. Tal vez se había vuelto loca y no lo había notado hasta ahora.De pronto, un segundo resplandor atrajo su atención al frente. Levantó la mirada, pudien
— ¿Y qué pasó con las rosas?— ¿Dónde están Amor y Celos ahora? ¿Por qué los hombres ya no se aman como antes?En el interior de una casilla fusionada con la naturaleza, a orillas de la gran ciudad, se encontraban un par de pequeños sentados alrededor de la chimenea, con la vista fija en su abuela que sonreía al ver el interés que la historia les creaba. Era la milésima vez que se las contaba... y parecía nunca cansarles.— Las rosas dejaron de tener espinas por el tiempo en que las personas se amaron sin miedos ni límites. Pero ahora que las cosas cambiaron de nuevo, sólo crecen en los pocos lugares donde el amor sigue siendo la primera prioridad en el alma de las personas. Si la semilla de odio que plantó Control en el centro del espíritu humano no hubiese sobrevivido, el orden que restauró Amor no hubiera sido en vano
En un principio, el amor era perfecto y puro. No estaba corrupto y era universal. No distinguía ni edad ni género ni color y vivía en completa libertad entre los seres de los distintos mundos del universo. Antes, para Amor no existía diferencia del cariño que había entre hombre y mujer; hombre y hombre o mujer y mujer. Era libre. Era la armonía absoluta. Pero ya desde antes estaba escrito que las cosas hermosas cargarían a sus espaldas enemigos poderosos que los condenarían a la injusticia y a la destrucción. Una guerra eterna entre la luz y la oscuridad. Siguiendo tal regla, sus hermanos, Control y Celos, se aliaron a Sufrimiento y a Dolor que desde años atrás jugaban cruelmente con Amor, causándole pequeñas heridas superficiales. Su alianza dio frutos demasiado rápido, sin que nadie se lo esperara. Una tarde, siguieron a Amor en uno de sus acostumbrados paseos por uno de los tantos mundos del basto Universo: la Tierra. Ahí, la vida apenas da
— ¡Vuelve acá! —un par de voces rompieron el silencio de la noche.Una sombra cruzaba la ciudad a toda velocidad, huyendo de sus captores; corriendo a ciegas sin volver la vista atrás. Su corazón albergaba demasiado miedo como para verlos, y era el mismo miedo el que lo impulsaba a seguir corriendo mientras susurraba a su oído en forma desesperada: "¡corre, huye y no te detengas! ¡Salva tu vida!"Cinco años de encierro y por fin pudo escapar aprovechando que su verdugo, borracho como siempre, había olvidado cerrar la puerta y le daba la espalda.Su cuerpo quizá podría tolerar el doble de aquel martirio, pero su alma ya agonizaba y no estaba dispuesto, a su corta edad, a morir de aquella forma, tal y como lo había hecho el pequeño cardenal que pasó sus últimos días tras los barrotes de la jaula que colgaba en la sucia cocineta, cerca d
Leonard Miller, padre del chiquillo con rastas que llevaba por nombre Matías, pertenecía a las Fuerzas Armadas de Rusia. Era conocido por su pasado militar y su siempre gesto duro que le hacían acreedor al temor de la mayoría de las personas, menos de sus bien conocidos. En sus primeros años de vida, siempre tuvo como prioridad el preservar el legado de generaciones anteriores: no importaba el precio, tenía que ser un excelente militar como lo habían sido su padre, su abuelo y su bisabuelo. La educación que llevó era altamente estricta en todos sentidos y sus valores eran inquebrantables... hasta que conoció a Ekaterina Petrov.Ekaterina era una mujer hermosa: de cabello rubio cenizo y piel pálida, ojos grises y labios tan rojos como el carmín; completamente diferente a Leonard. Conservaba esa inocencia que la mayoría de las personas pierden al crecer y mantenía la frescura magn&