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Parte I: Capítulo 1

— ¡Vuelve acá! —un par de voces rompieron el silencio de la noche.

Una sombra cruzaba la ciudad a toda velocidad, huyendo de sus captores; corriendo a ciegas sin volver la vista atrás. Su corazón albergaba demasiado miedo como para verlos, y era el mismo miedo el que lo impulsaba a seguir corriendo mientras susurraba a su oído en forma desesperada: "¡corre, huye y no te detengas! ¡Salva tu vida!"

Cinco años de encierro y por fin pudo escapar aprovechando que su verdugo, borracho como siempre, había olvidado cerrar la puerta y le daba la espalda.

Su cuerpo quizá podría tolerar el doble de aquel martirio, pero su alma ya agonizaba y no estaba dispuesto, a su corta edad, a morir de aquella forma, tal y como lo había hecho el pequeño cardenal que pasó sus últimos días tras los barrotes de la jaula que colgaba en la sucia cocineta, cerca de la ventana.

La llovizna se dejó caer sin previo aviso, cubriendo ligeramente su cuerpo desnudo y es que, con las ansias de salir de aquel lugar, había olvidado tomar si quiera una manta para cubrirse.

Siguió corriendo, internándose en oscuros callejones infestados de alimañas, dejándolos algunos metros atrás.

Al bajar un par de escalones, tropezó, cayendo al suelo. Se sostuvo en sus brazos, temblando, y regresó la mirada, distinguiendo algunas montañas de b****a pegadas a las paredes gracias a la escaza luz que le brindaban los faroles de la calle, distanciados entre sí por varios metros.

— ¡No podemos dejar que escape! —las voces se escucharon como murmullos del viento.

Las piernas ya no le respondían tan fácilmente gracias a la falta de alimentos en los últimos días, así que se arrastró hasta un rincón, entre las inmundicias que alguien había tirado ahí, y rodeó sus piernas con los brazos, temiendo que dieran con él dentro de poco.

De pronto, tres siluetas lo tomaron por sorpresa: tres pequeños que se acercaron a donde se encontraba, platicando animadamente. Parecían no representar peligro alguno, pero ni aun así se movió un poco; solamente clavó la mirada en ellos temeroso.

— Oh, vamos chicos. Será divertido. —un chico aparentemente no mayor que él, de rasgos finos y rastas rubias que apenas le llegaban a los hombros, iba en medio de otros dos: un castaño de ojos verdes y otro chico rubio, robusto y de ojos claros.

— Olvídalo, Mat. Siempre dices lo mismo y siempre terminamos en problemas. —replicó el rubio de lentes de soporte oscuro, pateando una lata vacía y clavando la mirada en el suelo.

— Pero no puedes negar que siempre lo vale —sonrió el de ojos verdes, quien era el más alto de los tres y de cabello rebelde, haciéndole parecer un caos—. Siempre nos divertimos, Al.

— Pero el precio que yo tengo que pagar es el más alto, lo saben. Aunque tienes razón y vale la pena. —sonrío amplio, pateando por última vez la lata.

El chico mayor y el rubio pasaron de largo frente al pequeño fugitivo, a diferencia del que iba en medio, que se detuvo de pronto al sentirse obligado a hacerlo después de ser atraído por un poderoso y dulce perfume que emanaba de entre la pila de b****a. Se giró lentamente al cúmulo de porquería, divisando al instante a un pequeño muerto de miedo.

— ¿Qué haces ahí? —cualquier otro no podría haber diferenciado su silueta entre las bolsas de b****a, sin embargo él lo diferenciaba muy bien tal y como si lo hubiese visto a la luz del día: pudo observar con claridad su pálida piel y sus rasgos sumamente finos y delicados; sus cabellos negros que bajaban hasta un par de dedos por debajo de los hombros, haciéndole parecer más como una linda niña o muñeca de porcelana que un niño, y sus ojos castaños que resaltaban en la oscuridad como un par de potentes faros. Además, pudo bien darse cuenta que era de él de quien manaba la perfumada esencia a pesar de las manchas negras de mugre que se adherían a su cuerpo. Trató de acercarse, pero el extraño, asustado, se puso aún más contra la pared— No te haré nada, tranquilo —colocó suavemente la mano sobre su cabeza, recibiendo un golpe para retirarla— ¿Pero qué...?

Sus compañeros retrocedieron al notar que su amigo había quedado muy por detrás y, al verlo hablar con una pila de b****a en un punto que la luz no iluminaba nada bien, se acercaron movidos por la curiosidad. El de lentes sacó una pequeña lamparilla que siempre llevaba en el bolsillo de la chaqueta y alumbró el rincón, viendo al pobre chiquillo temeroso que entrecerró los ojos al percibir la luz.

— Está desnudo. —susurró con sorpresa.

— ¿Lo conoces? —preguntó el castaño, pero el de rastas en lugar de atenderlo, se despojó de la sudadera para cubrir un poco al pequeño.

— Tranquilo. No te haremos nada, en serio. —su voz, unida al gesto, le calmó un poco.

— ¡Por acá! —las voces de un par de hombres los tomaron por sorpresa.

El pequeño se estremeció, arrastrándose por el suelo en busca de un lugar dónde esconderse.

— ¿Qué pasa? —preguntó extrañado el de rastas, sonriendo confundido.

— No les digas... por favor... —su voz si apenas se escuchó.

— ¿Te están buscando?

— No les digas. —repitió con voz temblorosa.

Al verlos acercarse, apagaron la linterna y se colocaron de espaldas a él, ocultándolo y tratando de no parecer tan obvios.

— ¡Ustedes! ¿No han visto a un chico como de su edad, de cabello negro? —comenzó a cuestionarles un tipo corpulento y de corta estatura, con cara de pocos amigos y bigote mal recortado con algunas canas asomándose al igual que en su escasa cabellera castaña.

— No. —negaron los tres.

— Si lo ven por ahí, avísenos.

— ¿Por qué?

El otro sujeto, un hombre más joven que el pequeño corpulento, mucho más grande en estatura y de ojos oscuros con una leve tela gris cubriéndole el izquierdo casi hasta la mitad, lanzó la mirada a todos lados mientras su compañero jalaba aire echando el cuerpo hacia delante.

— Sólo avísenos.

— Lo haremos si nos dicen por qué lo buscan.

— ¿Y tú quién te crees para meterte en lo que no te importa? —retó el más joven, clavando su media vista en el rostro del niño de rastas.

— Bueno, tal vez al jefe de policía le importe. Ihan —se giró a su amigo castaño—, tal vez tu padre pueda ayudarlos.

— Quizá... pero tendrán que decirnos cuándo desapareció, su nombre, su edad... y si son parientes directos.

— Y si lo encuentra... tal vez el padre de Al le dé un ascenso, ¿eh? —sonrió.

— Olvídenlo. —aquellos hombres no querían problemas con unos chiquillos molestos, mucho menos al enterarse que eran hijos de oficiales de policía, así que, molestos y fastidiados, se fueron antes que minaran su paciencia.

Al perderse, los chicos se giraron a ver a aquel pequeño pelinegro, quien clavaba su mirada en ellos.

— Bien hecho, Mat. ¿Ahora qué?

— Supongo que hay que cuidarlo, ¿no, Al?

— No sé. ¿Qué dices, Ihan?

El mayor ignoró la pregunta, acercándose a él.

— ¿Cómo te llamas?

— Vlad. —respondió tras vacilar un momento, en un hilo de voz.

— Vlad, ¿eh? Lindo nombre. ¿Era de ellos de quienes huías? —asintió— Ya veo. Mat —el chico de rastas se acercó—, deberías llevarlo contigo.

— No sé si mi padre...

— No creo que tengas problemas.

— ¿Por qué no mejor lo llevas contigo o que lo lleve Albert? —se encogió de hombros. No era que no le gustara la idea, después de todo "Vlad" parecía simpático a pesar de lo temeroso que se encontraba y... extrañamente, sentía que lo había visto antes, pero nada perdía con preguntar a sus amigos si ellos no podían ayudarlo.

— Porque conociendo a tu padre, tu casa es el lugar más seguro para que se esconda.

Lo pensó un momento, terminando por aceptar.

— Tienes razón. Hey, tú...

— Se llama Vlad, Mat.

— Vlad —corrigió, en una media sonrisa—, vamos, vendrás a casa conmigo.

En un principio se opuso, pero terminó tomando su mano sin dejar de temblar.

— Ya es tarde. Tenemos que irnos. ¿Quieres que te acompañemos? —preguntó el rubio de lentes, jugando con la lamparilla de bolsillo.

— No se preocupen, podemos llegar solos.

— De acuerdo —Ihan jaló suavemente una de sus rastas, a manera de despedida—. Cuida bien de él, ¿quieres? —sonrió a la par de sus amigos. Dio media vuelta y se perdió entre los callejones a paso lento en compañía de Al.

— Vamos, amigo —Mat trató de soltarse, pero Vlad se aferraba bien a su mano—. Bien... sólo... no aprietes tan fuerte. —sonrió, sonrojándolo un poco y haciendo que agachara la mirada mientras asentía lentamente.

En la distancia, oculta entre las sombras, una joven pálida de piel tersa y tostada cuidaba sus pasos.

— ¿Has visto eso, querido Tiempo? —un hombre de edad avanzada salió a sus espaldas, ayudándose de un bastón de madera que terminaba en una hermosa y limpia espiral hacia dentro— Después de todo lo que ha tenido que pasar mi pequeño, por fin tendrá un poco de paz.

— Oh, querida Naturaleza: las cosas nunca son como parecen —dijo avanzando unos pasos—. Además, sabes tan bien como yo todo lo que les falta por pasar antes que recuerden quiénes son y puedan estar juntos.

— No es justo. Él, quien murió sin tener culpa alguna, ha tenido que sufrir tanto en tan poco tiempo...

— La Justicia nos abandonó hace mucho, amada mía. Y no regresará hasta que nuestro mundo esté en orden de nuevo.

— Entonces tenemos que ayudarlos a recordar y que regresen con nosotros.

— Tampoco podemos apresurar las cosas —al ver la desilusión de su amada entre la penumbra, se acercó a abrazarla de manera protectora—. No me interesa morir en la ignorancia de los hombres... sólo quiero vivir lo suficiente para ver el fin del suplicio de mis hijos y que vuelvas a sonreír.

Ella no dijo nada. Se aferró al cuerpo de su enamorado y dejó libres las lágrimas, poniendo todas sus esperanzas en que su mundo sobreviviría a las arenas de la memoria y que sus hijos regresarían a su lado.

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