— ¡Vuelve acá! —un par de voces rompieron el silencio de la noche.
Una sombra cruzaba la ciudad a toda velocidad, huyendo de sus captores; corriendo a ciegas sin volver la vista atrás. Su corazón albergaba demasiado miedo como para verlos, y era el mismo miedo el que lo impulsaba a seguir corriendo mientras susurraba a su oído en forma desesperada: "¡corre, huye y no te detengas! ¡Salva tu vida!"
Cinco años de encierro y por fin pudo escapar aprovechando que su verdugo, borracho como siempre, había olvidado cerrar la puerta y le daba la espalda.
Su cuerpo quizá podría tolerar el doble de aquel martirio, pero su alma ya agonizaba y no estaba dispuesto, a su corta edad, a morir de aquella forma, tal y como lo había hecho el pequeño cardenal que pasó sus últimos días tras los barrotes de la jaula que colgaba en la sucia cocineta, cerca de la ventana.
La llovizna se dejó caer sin previo aviso, cubriendo ligeramente su cuerpo desnudo y es que, con las ansias de salir de aquel lugar, había olvidado tomar si quiera una manta para cubrirse.
Siguió corriendo, internándose en oscuros callejones infestados de alimañas, dejándolos algunos metros atrás.
Al bajar un par de escalones, tropezó, cayendo al suelo. Se sostuvo en sus brazos, temblando, y regresó la mirada, distinguiendo algunas montañas de b****a pegadas a las paredes gracias a la escaza luz que le brindaban los faroles de la calle, distanciados entre sí por varios metros.
— ¡No podemos dejar que escape! —las voces se escucharon como murmullos del viento.
Las piernas ya no le respondían tan fácilmente gracias a la falta de alimentos en los últimos días, así que se arrastró hasta un rincón, entre las inmundicias que alguien había tirado ahí, y rodeó sus piernas con los brazos, temiendo que dieran con él dentro de poco.
De pronto, tres siluetas lo tomaron por sorpresa: tres pequeños que se acercaron a donde se encontraba, platicando animadamente. Parecían no representar peligro alguno, pero ni aun así se movió un poco; solamente clavó la mirada en ellos temeroso.
— Oh, vamos chicos. Será divertido. —un chico aparentemente no mayor que él, de rasgos finos y rastas rubias que apenas le llegaban a los hombros, iba en medio de otros dos: un castaño de ojos verdes y otro chico rubio, robusto y de ojos claros.
— Olvídalo, Mat. Siempre dices lo mismo y siempre terminamos en problemas. —replicó el rubio de lentes de soporte oscuro, pateando una lata vacía y clavando la mirada en el suelo.
— Pero no puedes negar que siempre lo vale —sonrió el de ojos verdes, quien era el más alto de los tres y de cabello rebelde, haciéndole parecer un caos—. Siempre nos divertimos, Al.
— Pero el precio que yo tengo que pagar es el más alto, lo saben. Aunque tienes razón y vale la pena. —sonrío amplio, pateando por última vez la lata.
El chico mayor y el rubio pasaron de largo frente al pequeño fugitivo, a diferencia del que iba en medio, que se detuvo de pronto al sentirse obligado a hacerlo después de ser atraído por un poderoso y dulce perfume que emanaba de entre la pila de b****a. Se giró lentamente al cúmulo de porquería, divisando al instante a un pequeño muerto de miedo.
— ¿Qué haces ahí? —cualquier otro no podría haber diferenciado su silueta entre las bolsas de b****a, sin embargo él lo diferenciaba muy bien tal y como si lo hubiese visto a la luz del día: pudo observar con claridad su pálida piel y sus rasgos sumamente finos y delicados; sus cabellos negros que bajaban hasta un par de dedos por debajo de los hombros, haciéndole parecer más como una linda niña o muñeca de porcelana que un niño, y sus ojos castaños que resaltaban en la oscuridad como un par de potentes faros. Además, pudo bien darse cuenta que era de él de quien manaba la perfumada esencia a pesar de las manchas negras de mugre que se adherían a su cuerpo. Trató de acercarse, pero el extraño, asustado, se puso aún más contra la pared— No te haré nada, tranquilo —colocó suavemente la mano sobre su cabeza, recibiendo un golpe para retirarla— ¿Pero qué...?
Sus compañeros retrocedieron al notar que su amigo había quedado muy por detrás y, al verlo hablar con una pila de b****a en un punto que la luz no iluminaba nada bien, se acercaron movidos por la curiosidad. El de lentes sacó una pequeña lamparilla que siempre llevaba en el bolsillo de la chaqueta y alumbró el rincón, viendo al pobre chiquillo temeroso que entrecerró los ojos al percibir la luz.
— Está desnudo. —susurró con sorpresa.
— ¿Lo conoces? —preguntó el castaño, pero el de rastas en lugar de atenderlo, se despojó de la sudadera para cubrir un poco al pequeño.
— Tranquilo. No te haremos nada, en serio. —su voz, unida al gesto, le calmó un poco.
— ¡Por acá! —las voces de un par de hombres los tomaron por sorpresa.
El pequeño se estremeció, arrastrándose por el suelo en busca de un lugar dónde esconderse.
— ¿Qué pasa? —preguntó extrañado el de rastas, sonriendo confundido.
— No les digas... por favor... —su voz si apenas se escuchó.
— ¿Te están buscando?
— No les digas. —repitió con voz temblorosa.
Al verlos acercarse, apagaron la linterna y se colocaron de espaldas a él, ocultándolo y tratando de no parecer tan obvios.
— ¡Ustedes! ¿No han visto a un chico como de su edad, de cabello negro? —comenzó a cuestionarles un tipo corpulento y de corta estatura, con cara de pocos amigos y bigote mal recortado con algunas canas asomándose al igual que en su escasa cabellera castaña.
— No. —negaron los tres.
— Si lo ven por ahí, avísenos.
— ¿Por qué?
El otro sujeto, un hombre más joven que el pequeño corpulento, mucho más grande en estatura y de ojos oscuros con una leve tela gris cubriéndole el izquierdo casi hasta la mitad, lanzó la mirada a todos lados mientras su compañero jalaba aire echando el cuerpo hacia delante.
— Sólo avísenos.
— Lo haremos si nos dicen por qué lo buscan.
— ¿Y tú quién te crees para meterte en lo que no te importa? —retó el más joven, clavando su media vista en el rostro del niño de rastas.
— Bueno, tal vez al jefe de policía le importe. Ihan —se giró a su amigo castaño—, tal vez tu padre pueda ayudarlos.
— Quizá... pero tendrán que decirnos cuándo desapareció, su nombre, su edad... y si son parientes directos.
— Y si lo encuentra... tal vez el padre de Al le dé un ascenso, ¿eh? —sonrió.
— Olvídenlo. —aquellos hombres no querían problemas con unos chiquillos molestos, mucho menos al enterarse que eran hijos de oficiales de policía, así que, molestos y fastidiados, se fueron antes que minaran su paciencia.
Al perderse, los chicos se giraron a ver a aquel pequeño pelinegro, quien clavaba su mirada en ellos.
— Bien hecho, Mat. ¿Ahora qué?
— Supongo que hay que cuidarlo, ¿no, Al?
— No sé. ¿Qué dices, Ihan?
El mayor ignoró la pregunta, acercándose a él.
— ¿Cómo te llamas?
— Vlad. —respondió tras vacilar un momento, en un hilo de voz.
— Vlad, ¿eh? Lindo nombre. ¿Era de ellos de quienes huías? —asintió— Ya veo. Mat —el chico de rastas se acercó—, deberías llevarlo contigo.
— No sé si mi padre...
— No creo que tengas problemas.
— ¿Por qué no mejor lo llevas contigo o que lo lleve Albert? —se encogió de hombros. No era que no le gustara la idea, después de todo "Vlad" parecía simpático a pesar de lo temeroso que se encontraba y... extrañamente, sentía que lo había visto antes, pero nada perdía con preguntar a sus amigos si ellos no podían ayudarlo.
— Porque conociendo a tu padre, tu casa es el lugar más seguro para que se esconda.
Lo pensó un momento, terminando por aceptar.
— Tienes razón. Hey, tú...
— Se llama Vlad, Mat.
— Vlad —corrigió, en una media sonrisa—, vamos, vendrás a casa conmigo.
En un principio se opuso, pero terminó tomando su mano sin dejar de temblar.
— Ya es tarde. Tenemos que irnos. ¿Quieres que te acompañemos? —preguntó el rubio de lentes, jugando con la lamparilla de bolsillo.
— No se preocupen, podemos llegar solos.
— De acuerdo —Ihan jaló suavemente una de sus rastas, a manera de despedida—. Cuida bien de él, ¿quieres? —sonrió a la par de sus amigos. Dio media vuelta y se perdió entre los callejones a paso lento en compañía de Al.
— Vamos, amigo —Mat trató de soltarse, pero Vlad se aferraba bien a su mano—. Bien... sólo... no aprietes tan fuerte. —sonrió, sonrojándolo un poco y haciendo que agachara la mirada mientras asentía lentamente.
En la distancia, oculta entre las sombras, una joven pálida de piel tersa y tostada cuidaba sus pasos.
— ¿Has visto eso, querido Tiempo? —un hombre de edad avanzada salió a sus espaldas, ayudándose de un bastón de madera que terminaba en una hermosa y limpia espiral hacia dentro— Después de todo lo que ha tenido que pasar mi pequeño, por fin tendrá un poco de paz.
— Oh, querida Naturaleza: las cosas nunca son como parecen —dijo avanzando unos pasos—. Además, sabes tan bien como yo todo lo que les falta por pasar antes que recuerden quiénes son y puedan estar juntos.
— No es justo. Él, quien murió sin tener culpa alguna, ha tenido que sufrir tanto en tan poco tiempo...
— La Justicia nos abandonó hace mucho, amada mía. Y no regresará hasta que nuestro mundo esté en orden de nuevo.
— Entonces tenemos que ayudarlos a recordar y que regresen con nosotros.
— Tampoco podemos apresurar las cosas —al ver la desilusión de su amada entre la penumbra, se acercó a abrazarla de manera protectora—. No me interesa morir en la ignorancia de los hombres... sólo quiero vivir lo suficiente para ver el fin del suplicio de mis hijos y que vuelvas a sonreír.
Ella no dijo nada. Se aferró al cuerpo de su enamorado y dejó libres las lágrimas, poniendo todas sus esperanzas en que su mundo sobreviviría a las arenas de la memoria y que sus hijos regresarían a su lado.
Leonard Miller, padre del chiquillo con rastas que llevaba por nombre Matías, pertenecía a las Fuerzas Armadas de Rusia. Era conocido por su pasado militar y su siempre gesto duro que le hacían acreedor al temor de la mayoría de las personas, menos de sus bien conocidos. En sus primeros años de vida, siempre tuvo como prioridad el preservar el legado de generaciones anteriores: no importaba el precio, tenía que ser un excelente militar como lo habían sido su padre, su abuelo y su bisabuelo. La educación que llevó era altamente estricta en todos sentidos y sus valores eran inquebrantables... hasta que conoció a Ekaterina Petrov.Ekaterina era una mujer hermosa: de cabello rubio cenizo y piel pálida, ojos grises y labios tan rojos como el carmín; completamente diferente a Leonard. Conservaba esa inocencia que la mayoría de las personas pierden al crecer y mantenía la frescura magn&
Todas las pesadillas que hasta ese momento le habían atormentado desaparecieron con las palabras de Matías. Palabras que creía jamás volver a escuchar.Al despertar, Mat ya no estaba ahí. Se levantó despacio y tomó la misma ropa que antes le había prestado para vestirse, quedándose sentado en el borde de la cama con la mirada sobre la fotografía que descansaba en el escritorio. Mat se veía tan feliz al lado de sus padres... y aun faltando su madre ahora, parecía feliz.Tenía suerte de tener a su padre con él, aunque no estuvieran siempre juntos. Vlad ya casi no recordaba al suyo... y el recordar el último día que pasó a su lado le dolía demasiado.— Buen día —saludó Matías desde la puerta, escupiendo migajas de pan al hablar. Se veía gracioso, así que no pudo evitar reír un poco a mane
Desde el día de su promesa no había momento en que no estuvieran juntos: si tenían que salir, Mat no lo hacía si Vlad no los acompañaba y en todo el camino no se alejaban mucho el uno del otro, como si temieran perderse en un descuido. Incluso dormían juntos en la misma cama, abrazados como si temieran perderse durante el sueño, lo que fortalecía cada vez más el lazo invisible que los unía.No actuaban como hermanos. Mejor dicho, actuaban como uno mismo. Cada uno era completamente diferente, pero se complementaban: el de rastas era fuerte, alegre y entusiasta, mientras el pequeño pelinegro era callado, tímido, delicado, frágil... Y con gustos totalmente opuestos.Leonard había sido transferido a una ciudad diferente y, dado que no podía alejar a su hijo de la nueva vida que ahora tenía y a la que parecía adaptarse por fin del todo, decidió dejar
Los días pasaban entre juegos y visitas de Albert e Ihan y entre arreglos en la habitación vacía que por tantos meses había servido de bodega para las cajas repletas de juguetes, ropa vieja, revistas y libros ya gastados, para que sirviera como dormitorio de Vlad.En la pieza de Mat, donde pasaban la mayor parte del tiempo, se perdían en las historias que el pequeño de rastas seguía inventando y entre los juegos que poco a poco iban tomando orden en la mente del moreno en un intento de distraerse y no darle importancia a la idea de que, en adelante, dormirían separados.— ¡Chicos, vengan a ayudarme con las cosas! —Aaron acababa de hacer las compras y cargaba con varias bolsas. No era que necesitara ayuda, bien podría hacerse cargo de acomodar todo él mismo, pero tenía algo que obsequiarles y necesitaba darles una excusa para hacerlos salir del cuarto.Ambos corrieron h
Llegaron antes que los demás. Aaron se tiró al sofá a ver tele como siempre hacíapor las tardes, mientras su sobrino desaparecía en el jardín.Se acercó a los rosales, sentándose en el suelo y jugando con las hojas; repitiéndose las palabras que su tío y ese tal André le habían dicho hacía rato. Preguntándose qué se sentiría estar enamorado de verdad y si lo que sentía al estar cerca de Vlad se podía comparar con eso.Se dejó caer sobre el pasto con los brazos extendidos viendo las nubes pasar, y suspiró justo cuando su padre le tapó la vista.— Hacía mucho que ya no salías solo al jardín.— Me gusta estar cerca de las rosas. Siento como si mamá todavía estuviera con nosotros —sonrió—. Creí que te habían mandado a otro lugar.
Nuevo día, nuevo ciclo escolar.Sophie despertó mucho antes que Aaron, quien aún dormía plácidamente envuelto entre las mantas. Trató de despertarlo pero solamente logró que se diera la vuelta y pidiera "otros cinco minutos", cual niño pequeño, lo que la hizo reír tiernamente antes de levantarse tras dejar un beso sobre su frente.Ese era un aspecto que la enamoraba: él, su amado novio, mantenía el espíritu inquieto, travieso y alegre de un niño. Y, en ocasiones, sacaba a relucir ese lado inocente que mantenía oculto la mayor parte del tiempo.Después de una ducha rápida y tras tocar a las puertas de las habitaciones de los chicos, se dirigió a la cocina sin esperar respuestas; pasando por la sala donde se detuvo al verlos dormidos, abrazados en el suelo. Se quedó recargada en el muro, viéndolos con ternura.Se acerc&
— ¡Matías Miller! —la señorita Rizzo le recriminó, gritándole indignada. De todos los años que llevaba de conocerlo a él y a su familia, nunca le había visto enfadado ni que insultara a alguien. Normalmente, él era uno de los alumnos más tranquilos y no solía insultar a alguien aun cuando le diera razones para hacerlo. Vlad se sobresaltó ligeramente al escucharla levantar la voz; Mat volteó a verla, relajando su gesto poco a poco, disculpándose— Y usted, joven Almeida, si no quiere pasar su primer día de clases en la dirección, será mejor que se mantenga callado —se giró a Vlad, quien mantenía la cabeza baja—. Perdona la mala bienvenida, pequeño. Espero que te acoples bien al grupo. Mat —le vio más tranquila, invitándolos a pasar a sus lugares—, espero que cuides bien de él.El
Los días pasaban sin mucha novedad: las compañeras de su curso prestaban muchísima atención al pequeño moreno quien, aún tímido y un poco temeroso, apenas si les devolvía las sonrisas que le dedicaban, mientras los chicos le creaban rumores y se encargaban de regar la noticia de que no era más que un huérfano a quien, por lástima, la familia Miller había adoptado. Tal vez aquellos rumores no hubiesen afectado en nada, pero los niños suelen ser demasiado crueles a veces y cuando se ensañan con alguien crean mentiras y rumores que empiezan siendo como bromas crueles y hieren mucho más de lo esperado.Matías hacía de todo para que aquellas palabras y los sobrenombres con los que empezaban a etiquetarlo no llegaran a sus oídos: distraerlo o cambiar de tema cuando alguno tocaba el tema. Y si hubiese podido, él mismo hubiera utilizado sus manos para i