El fuego todo lo consumía a su alrededor, reduciendo cada vez más y más el espacio seguro donde se encontraban.
— Hey, querida Muerte —el brazo de Sufrimiento se alargó hasta rozar su hombro—, ¿podrías sacarnos de aquí? Ya sabes... hazlo por los momentos que estuviste a nuestro lado.
Muerte se acercó despacio a los chiquillos, ignorando al de ojos esmeralda que parecía desesperado y lleno de angustia por salir de ahí.
— ¿No te parece que es mejor morir a arrastrarse por ayuda? —le preguntó Dolor, tomándole del hombro.
— El problema es que no soy orgulloso y no quiero morir de una forma tan tonta como esa. —desfiguró su rostro en un gesto de nerviosismo, intentando sonreír.
Qué ironía: un dios menor que tendría que morir como un mortal ante una muerte tan dolorosa como lo era el fuego
Se creía muerta. Creía que el fuego se la había tragado y que todo aquello había sido una ilusión creada en su lecho de muerte. Pero... no dolía. No quemaba. No sufría. Entonces, ¿qué había pasado?Abrió despacio los ojos, encontrándose en medio de un campo frondoso y sin rastro de incendio alguno. Giró a todos lados, respirando a prisa; sintiendo que el corazón se escapaba de su pecho a cada latido y, al notar su soledad, llamó a gritos a Mat y a Vlad... pero ninguno respondió.Se había quedado sola.Comenzó a llorar, tal vez por los nervios, sin creer que aquello realmente había pasado. Tal vez... todo había sido creado dentro de su mente. Tal vez se había vuelto loca y no lo había notado hasta ahora.De pronto, un segundo resplandor atrajo su atención al frente. Levantó la mirada, pudien
— ¿Y qué pasó con las rosas?— ¿Dónde están Amor y Celos ahora? ¿Por qué los hombres ya no se aman como antes?En el interior de una casilla fusionada con la naturaleza, a orillas de la gran ciudad, se encontraban un par de pequeños sentados alrededor de la chimenea, con la vista fija en su abuela que sonreía al ver el interés que la historia les creaba. Era la milésima vez que se las contaba... y parecía nunca cansarles.— Las rosas dejaron de tener espinas por el tiempo en que las personas se amaron sin miedos ni límites. Pero ahora que las cosas cambiaron de nuevo, sólo crecen en los pocos lugares donde el amor sigue siendo la primera prioridad en el alma de las personas. Si la semilla de odio que plantó Control en el centro del espíritu humano no hubiese sobrevivido, el orden que restauró Amor no hubiera sido en vano
En un principio, el amor era perfecto y puro. No estaba corrupto y era universal. No distinguía ni edad ni género ni color y vivía en completa libertad entre los seres de los distintos mundos del universo. Antes, para Amor no existía diferencia del cariño que había entre hombre y mujer; hombre y hombre o mujer y mujer. Era libre. Era la armonía absoluta. Pero ya desde antes estaba escrito que las cosas hermosas cargarían a sus espaldas enemigos poderosos que los condenarían a la injusticia y a la destrucción. Una guerra eterna entre la luz y la oscuridad. Siguiendo tal regla, sus hermanos, Control y Celos, se aliaron a Sufrimiento y a Dolor que desde años atrás jugaban cruelmente con Amor, causándole pequeñas heridas superficiales. Su alianza dio frutos demasiado rápido, sin que nadie se lo esperara. Una tarde, siguieron a Amor en uno de sus acostumbrados paseos por uno de los tantos mundos del basto Universo: la Tierra. Ahí, la vida apenas da
— ¡Vuelve acá! —un par de voces rompieron el silencio de la noche.Una sombra cruzaba la ciudad a toda velocidad, huyendo de sus captores; corriendo a ciegas sin volver la vista atrás. Su corazón albergaba demasiado miedo como para verlos, y era el mismo miedo el que lo impulsaba a seguir corriendo mientras susurraba a su oído en forma desesperada: "¡corre, huye y no te detengas! ¡Salva tu vida!"Cinco años de encierro y por fin pudo escapar aprovechando que su verdugo, borracho como siempre, había olvidado cerrar la puerta y le daba la espalda.Su cuerpo quizá podría tolerar el doble de aquel martirio, pero su alma ya agonizaba y no estaba dispuesto, a su corta edad, a morir de aquella forma, tal y como lo había hecho el pequeño cardenal que pasó sus últimos días tras los barrotes de la jaula que colgaba en la sucia cocineta, cerca d
Leonard Miller, padre del chiquillo con rastas que llevaba por nombre Matías, pertenecía a las Fuerzas Armadas de Rusia. Era conocido por su pasado militar y su siempre gesto duro que le hacían acreedor al temor de la mayoría de las personas, menos de sus bien conocidos. En sus primeros años de vida, siempre tuvo como prioridad el preservar el legado de generaciones anteriores: no importaba el precio, tenía que ser un excelente militar como lo habían sido su padre, su abuelo y su bisabuelo. La educación que llevó era altamente estricta en todos sentidos y sus valores eran inquebrantables... hasta que conoció a Ekaterina Petrov.Ekaterina era una mujer hermosa: de cabello rubio cenizo y piel pálida, ojos grises y labios tan rojos como el carmín; completamente diferente a Leonard. Conservaba esa inocencia que la mayoría de las personas pierden al crecer y mantenía la frescura magn&
Todas las pesadillas que hasta ese momento le habían atormentado desaparecieron con las palabras de Matías. Palabras que creía jamás volver a escuchar.Al despertar, Mat ya no estaba ahí. Se levantó despacio y tomó la misma ropa que antes le había prestado para vestirse, quedándose sentado en el borde de la cama con la mirada sobre la fotografía que descansaba en el escritorio. Mat se veía tan feliz al lado de sus padres... y aun faltando su madre ahora, parecía feliz.Tenía suerte de tener a su padre con él, aunque no estuvieran siempre juntos. Vlad ya casi no recordaba al suyo... y el recordar el último día que pasó a su lado le dolía demasiado.— Buen día —saludó Matías desde la puerta, escupiendo migajas de pan al hablar. Se veía gracioso, así que no pudo evitar reír un poco a mane
Desde el día de su promesa no había momento en que no estuvieran juntos: si tenían que salir, Mat no lo hacía si Vlad no los acompañaba y en todo el camino no se alejaban mucho el uno del otro, como si temieran perderse en un descuido. Incluso dormían juntos en la misma cama, abrazados como si temieran perderse durante el sueño, lo que fortalecía cada vez más el lazo invisible que los unía.No actuaban como hermanos. Mejor dicho, actuaban como uno mismo. Cada uno era completamente diferente, pero se complementaban: el de rastas era fuerte, alegre y entusiasta, mientras el pequeño pelinegro era callado, tímido, delicado, frágil... Y con gustos totalmente opuestos.Leonard había sido transferido a una ciudad diferente y, dado que no podía alejar a su hijo de la nueva vida que ahora tenía y a la que parecía adaptarse por fin del todo, decidió dejar
Los días pasaban entre juegos y visitas de Albert e Ihan y entre arreglos en la habitación vacía que por tantos meses había servido de bodega para las cajas repletas de juguetes, ropa vieja, revistas y libros ya gastados, para que sirviera como dormitorio de Vlad.En la pieza de Mat, donde pasaban la mayor parte del tiempo, se perdían en las historias que el pequeño de rastas seguía inventando y entre los juegos que poco a poco iban tomando orden en la mente del moreno en un intento de distraerse y no darle importancia a la idea de que, en adelante, dormirían separados.— ¡Chicos, vengan a ayudarme con las cosas! —Aaron acababa de hacer las compras y cargaba con varias bolsas. No era que necesitara ayuda, bien podría hacerse cargo de acomodar todo él mismo, pero tenía algo que obsequiarles y necesitaba darles una excusa para hacerlos salir del cuarto.Ambos corrieron h